Son nuevos tiempos. Tiempos de cambio. Después de más de un ciclo donde sólo dos proyectos han merecido la vitola de favoritos, en el que apenas cinco equipos tuvieron opciones tangibles de ganar la Liga de Campeones y durante el que ninguna eliminatoria que no emparejase a dos de esos conjuntos pareció poseer la grandeza propia de la historia de la competición, se vuelve a atravesar un momento en el que coexisten ocho candidatos al título y en el que hasta 11 participantes (los tres españoles, los cinco ingleses, el Paris Saint-Germain, la Juventus FC y el Bayern de Múnich) se vislumbran capaces de eliminar a cualquiera. Los cruces predefinidos han pasado a mejor vida; se ha regresado a la esencia de la Copa de Europa antigua, y aunque quepa un poco de nostalgia debido a que uno de los motivos sea que se han extinguido las súper potencias que se disfrutaron hasta hace muy poco, no hay razón para el desánimo. Todos los equipos citados, todos, tienen argumentos que enriquecen a la Champions League. Individuales, tácticos o culturales. Y el Chelsea FC-FC Barcelona de ayer simbolizó una prueba.
Si bien esta temporada ha presentado dos colectivos muy dominantes en sus respectivos campeonatos nacionales como el Manchester City y el FC Barcelona, la naturaleza de la Champions podría ir en su contra. No de cara a desestimar sus opciones, pues ambos se encuentran entre los más dotados, pero, desde luego, sí que se lima la distancia que habría entre ellos y los demás en un torneo a 38 jornadas. Para el Barça de Valverde, la pega que le resta poder radica en su falta de desequilibrio. El técnico extremeño ha construido un sistema más tendente a mínimos que a máximos en el sentido de que la gran mayoría de las decisiones adoptadas ha sido pensando en el área de Piqué y Umtiti en lugar de en la de Suárez, en un planteamiento interesante y hasta astuto partiendo de la base de que se cuenta con Messi, que es el productor de ocasiones y de gol más eficaz que el fútbol ha conocido. Sin embargo, por una cuestión de tradición, este club en este torneo se halla ante la obligación de abrir cerrojos muy voluminosos, cargados de mucha gente, a la vez que debe controlar a rivales que, atacando el espacio largo, son los mejores del mundo, y por ende muy superiores al promedio habitual de La Liga española. Y ante esta tesitura, lo cierto fue que el FC Barcelona no supo leer el reto que le propuso Antonio Conte.
El Barça estuvo tan enfocado en ralentizar el partido que se restó demasiado ritmo a su propio juego.
Las dudas del Barça quedaron presentes desde los primeros 10 minutos. El Chelsea había presentado un 5-2-3 con Pedro y Willian en las bandas y Hazard de falso «9» que pretendía combinar dos alturas defensivas. Cuando los azulgranas iniciaban sus posesiones desde el saque de puerta, subía líneas asumiendo, por instantes, incluso el riesgo de adelantar a sus carrileros para que acosasen a Jordi Alba y Sergi Roberto, y emparejando a Willian y Pedro contra los dos centrales de Valverde. Esta situación fue la menos presente en el juego, pero su desenlace resultó tan favorable a los ingleses que, quizá, condicionó el estado anímico de ambos. La única salida constante divisada consistió en un balón largo de ter Stegen hacia un Paulinho descolgado. Este es un recurso que ya se ha utilizado ante presiones adelantadas y que nunca le ha funcionado bien. Paulinho atesora talla, pero su técnica no le permite ni controlar el balón de espaldas ni, menos todavía, protegerlo hasta que llegue la segunda línea, lo cual provoca que el rival sume recuperaciones ante un Barça mal posicionado (Paulinho arriba, el resto abajo) y se dé pie a una transición veloz. Los lanzamientos de Cesc, la sutileza de Hazard, la energía de Pedro y la enorme inspiración de Willian crearon problemas serios. No muchos. Pero sí muy, muy serios.
Christensen y Rüdiger dejaron una impresión de inexperiencia que en el Camp Nou puede ser decisiva.
Dicho lo cual, el marco al que más atención prestará Valverde en las próximas semanas será al que se producía cuando el Chelsea retrasaba a sus extremos y replegaba en un 5-4-1. Le costó demasiado batir siquiera fuese una línea. Probablemente, porque le faltó intención. Fue como si el Barça percibiese que controlar el partido equivalía a ralentizarlo, y su salida de balón se volvió demasiado pesada y lenta como para causar sorpresa. Los ajustes de Willian y Pedro cambiando de central a lateral y las basculaciones de Kanté y Fábregas eran sostenibles porque el tráfico carecía de ritmo; daba tiempo a cualquier reposicionamiento, y ya no Messi -que por supuesto- sino que también Iniesta, que estaba en el otro lado, se veían rodeados de camisetas azules siempre que arrancaban una conducción para tratar de marcar la diferencia. El Barça no logró nunca girar al doble pivote de Conte y, a tenor de lo visto en las escasas ocasiones en las que Sergi Roberto, como factor X, revolucionó el cotarro, no era imposible. En especial, porque lo que les custodiaba desde atrás no estaba, ni por asomo, a la altura de lo demandado. Del mismo modo que Azpilicueta protagonizó una actuación sensacional en la que devoró a Luis Suárez, los jóvenes Christensen y Rüdiger fueron dos manojos de nervios proclives a regalar un gol en cualquier momento. Tanto fue así, que, ante la falta de presencia ofensiva culé, lo facilitaron durante una salida de balón blue. En el bando de los azulgranas, eso no se dio. Futbolísticamente, sus ideas resultaban más opacas, pero en el plano competitivo, todos sus hombres saltaron con tensión y seguridad para alejar la fatalidad de sus jugadas. Eso también es competir, y la Champions League lo pondera con nobleza. De ahí el marcador final, que, siendo peligroso, visto lo visto, fue buena cosecha.
Leo Messi dispuso de una única ocasión en los 90 minutos. Por supuesto, superó a Courtois con finura.
Para Ernesto Valverde, más que en el resultado, la expectativa residirá en el impacto del Camp Nou. Stamford Bridge no es pequeño pero lo parece, y aunque recortó su césped antes del partido, ahí hay como una especie de fango invisible fruto de una brujería extraña que enturbia el juego del FC Barcelona. La inmensidad de su propio terreno y el aliento inicial de su grada le ayudarán a propiciar un arranque de partido del que va a necesitar extraer provecho para hacer buena tan pequeña renta. Si el Chelsea FC llega al descanso tal y como está o mejor, la misión va a complicarse muchísimo. El único recurso en el que creyó el Txingurri, basado en abrir el campo por la banda derecha con la entrada de Aleix Vidal, no surtió el más mínimo influjo sobre el sistema de Conte. Ni siquiera logró que Christensen y Rüdiger -que, si jugaron así en casa, prometen ser los Giovani Lo Celso o Davinson Sánchez de esta eliminatoria en el Camp Nou- aparecieran más por televisión. Este Chelsea FC tiene pinta de traicionero.
Foto: Shaun Botterill/Getty Images
@peinado90 21 febrero, 2018
Me dejó muy frío en el Barça Rakitic, que quizás le falte capacidad asociativa para este tipo de partidos jugando en el doble pivote, y visto el partido de Cesc…qué bien le hubiera venido al Barça tener al catalán al lado de Busquets.
Tengo muchas ganas de ver qué plantea Valverde para la vuelta, sobre todo a nivel táctico, porque a nivel de piezas tampoco tiene mucho más. Su figura ha crecido muchísimo y ya se habla de él para la vuelta cuando en los últimos años todo se hubiera fiado a Messi, Neymar o Iniesta, es decir, a individualidades.
En el Chelsea también tengo curiosidad por ver cómo sale en el Camp Nou, no en el planteamiento que estará claro, sino en ver qué piezas elige Conte, porque creo que Morata puede hacer mucho daño pero meterlo significaría quitar a Pedro o Willian y ambos están mucho más dotados que Hazard para un trabajo defensivo que será constante y exigente.