Sergio Busquets salió del Santiago Bernabéu dando el golpe que el maestro da con la tiza para poner punto y final a la clase coincidiendo con la campana del cambio de hora. La misma lección que viene impartiendo en el feudo blanco en las últimas cuatro temporadas y que ha valido para explicar las particularidades de un enfrentamiento que guarda muchas similitudes por las respuestas anímicas que ofrecen los dos gigantes cuando se citan en casa del actual campeón de Europa. El mediocentro culé fue la última gran palabra antes de los murmullos y el silencio, porque es quien se agiganta en mitad de la función, sin hacer demasiado ruido previo, como las candilejas que siempre iluminan una representación que, una vez más, el Madrid no pudo modificar en su desenlace.
En su inicio, el Clásico vio a Zinedine Zidane hacer suyo el encerado sin esperar. No era un verbo que el Madrid podía conjugar en los primeros compases, tanto táctica, como anímica, como a nivel de puntuación. El técnico francés habilitó una alineación y unas intenciones que permitieron a su equipo mantener vigiladas las dos figuras culés que más reciben y determinan la altura ofensiva de su colectivo. Con la entrada de Mateo Kovacic por Isco Alarcón, el Madrid forzó una presión altísima, hombre a hombre en los diez jugadores de campo, donde el croata acometería una doble misión: en la citada presión, su marca sería Sergio Busquets; en una fase posterior, con el Barça cruzando divisoria, algo que ocurrió muy poco, su hombre sería Lionel Messi. Kovacic es seguramente el centrocampista blanco que mejor puede entender el giro y la recepción de Busquets y Leo y para ello fue el elegido. Encargado de esas dos funciones, la iniciativa blanca, cimentada en varios detalles, funcionó.
Zidane orquestó una presión altísima, con Kovacic saliendo a por Busquets
El principal ajuste que realizó Zidane residió en la posición de Luka Modric, el mejor hombre merengue en los primeros 45 minutos. El croata, que partía desde un costado en la salida de balón y en los repliegues más continuados, se ubicó como falso extremo derecho para castigar la espalda de Iniesta y permitir a Carvajal atacar en ventaja una de las debilidades del sistema culé: su defensa de las bandas cuando su dibujo de cuatro centrocampistas posiciona a Rakitic junto a Busquets y a Paulinho en zonas más adelantadas, deja en inferioridad al ‘2’ y al ‘3’. Modric dio la réplica a un Ronaldo muy abierto para encontrar ventajas posicionales una vez se recuperaba la pelota.
En esa presión alta, diez contra diez, Zidane mandó a sus laterales, Marcelo y Carvajal, contra sus homólogos culés. Con marcas fijas en mediocampo y los delanteros pendientes de Piqué y Vermaelen, la salida lateral quedó anulada, lo que permitió al Madrid, una ver ter Stegen salía en largo, tener a sus hombres exteriores listos para atacar con espacio y ventaja en los costados la zona más debilitada por la ausencia de ayudas en el dibujo de Valverde. Zidane salió ganador de esta primera contienda cuando en cada envío en largo, la recepción del lejano al que buscaba Ter Stegen se mostraba fallida. El alemán si encontraba destinatario pero ni Luis Suárez ni, sobre todo, Paulinho pudieron bajar el esférico, salir de la marca y cruzar la medular y esperar a compañeros. El brasileño estuvo impreciso en el toque y confuso en la decisión, ergo, el Barça perdía la pelota.
La salida en largo de ter Stegen no tuvo una respuesta de Paulinho. El Madrid atacaba arriba y por fuera
Lo que sucedió después explicó gran parte de los problemas blancos para traducir una situación de superioridad táctica y posicional. Con la salida culé comprometida y con la ventaja creada en los costados, el conjunto blanco se dio de bruces con su actual falta de confianza en cada decisión tomada en los últimos metros. Sin orden ni rutina en los movimientos a realizar, y con el Barça sufriendo mucho en la última línea, con Piqué apagando fuegos en la zona de Sergi Roberto, los merengues no encontraron fluidez. Con tanta ventaja espacial en las alas, al Madrid le faltó tiempo. La escasez con la que está afrontando Benzema sus recepciones y la falta de éste que se toma su equipo para asentar el ataque y ofrecer a sus medios una llegada limpia, dificultaron el último paso. El Barça, por tanto, pudo resistir sin verse obligado a demasiados milagros. Traducción: la valiosa y sólida ventaja táctica que el Madrid construyó no tuvo su consecuencia ni en número de ocasiones ni en el valor gol de las mismas. Causa de todo ello: los blancos siempre finalizaban jugada pero no surgía una segunda después. El Barça defendía con dificultad y le costaba transformar la situación pero el Madrid ni tradujo en goles, la clave de este juego, ni atacó con el punto justo de pausa y agresividad para generar un flujo de segundas jugadas que le regalara su buen posicionamiento ofensivo.
Tras el descanso, el Barça dio un paso al frente y el Madrid perdió mucha continuidad en su plan
Tras el descanso, el Madrid se vio aún más tocado en su nivel de confianza y pagó el peaje de no encontrar rédito a su pizarra. Y el Barça, que no había comparecido, comenzó a hacerlo. Sumando buenas y numerosas decisiones, los hombres de Valverde giraron el encuentro. Zidane, que no cambió su plan de presión por uno de repliegue, asistió a una serie de pérdidas de balón de los suyos que comprometió cualquier acción que diera continuidad a lo visto en la primera parte. Y es que dichas pérdidas comenzaron a propiciarse cuando el Barça dio un paso al frente, salió de un par de presiones y subió la marea hasta llegar a la orilla de la victoria. Busquets, convirtiéndose en el jugador que más pases dio en el encuentro, con 96, los empezó a dar 15 metros más arriba.
Y eso no tuvo un significado concreto y momentáneo, sino traumático y espiritual. Cuando el de Badía se hace grande tras un periodo de inferioridad, el Madrid suele ceder en el plano anímico. Pocos jugadores conocen los entresijos de un Clásico como el mediocentro blaugrana, que emergió para repetir combinaciones, alargar posesiones, incidir en los actuales y recordados problemas madridistas y poner a su equipo en el lugar donde se siente cómodo. Ahí el Barça muestra su mejor cara.
Busquets recordó cómo se ganan los Madrid-Barça; su figura representa, además, al Barça de Valverde
Cuando el líder del campeonato puede encontrar a sus laterales arriba, su sistema cobra un sentido máximo, pues aunque no se encuentren extremos que amplien la panorámica, Alba y Roberto complementan ideas, Paulinho ofrece altura, remate y llegada, y el Barça ofrece un equilibrio del todo competitivo, de ahí que Busquets sea esta temporada el auténtico dominador de la segunda jugada y el perfecto representante del Barcelona de Ernesto Valverde, un conjunto que ha encontrado mucha coherencia en su día a día. Sin tanto poder al contragolpe, el Barça nace del control, el juego en campo rival y la continuidad con balón, todas características esenciales de su mediocentro; para tomarse tiempos, para sedar las intenciones del rival, para esperar a que aparezca el espacio y para dominar la escena. Como las candilejas.
Lo ocurrido desde el 45 hasta la expulsión de Carvajal fue un revival de lo que Piqué, Busquets, Iniesta y Messi han orquestado en cada visita al Bernabéu. Detectores y conocedores del sistema nervioso de su máximo rival, la segunda mitad respondió con milimétrica reproducción a lo sucedido con Guardiola primero, Martino y Luis Enrique después. Valverde reafirmó buena parte de las virtudes de un Barça que puede describirse, a escala, desde lo que fue el partido: resistir tras un mal trago, apoyarse en su memoria, engrandecerse en los puntos de inflexión y hacerlo todo con naturalidad. Como Busquets.
Foto: Denis Doyle/Getty Images
Fer 24 diciembre, 2017
Se acabó la liga. Gracias por los estupendos análisis. Os volveré a leer cuando vuelva la Champions.