«De donde yo vengo los generales no se esconden en sus oficinas. Están al lado de sus soldados. Mueren con sus soldados». Wonder Woman (2017)
Oliver Bierhoff, mánager de la selección alemana, ha considerado que el próximo objetivo de Alemania ha de ser fabricar técnicos a partir de grandes ex-jugadores. A pesar de que defiende que sus programas de formación han producido buenos entrenadores, Bierhoff considera «necesario» desarrollar sus propias versiones de Guardiola o Ancelotti. La entrevista no aclara qué aportan de diferencial los técnicos con buen currículo cómo jugador, pero vamos a suponer que se trata de un tema de autoridad. Lo técnico se puede aprender, pero adquirir el glamour es infinitamente más complicado que aprender la teoría. A priori, esta necesidad parece algo propio de la idiosincrasia del fútbol, porque por ejemplo en el cine no se espera que un gran director haya sido un gran actor. Si bien ha habido quienes desempeñaban ambas funciones con éxito, cómo Woody Allen o John Huston.
Otto Bumbel. La negación de la técnica y la desconfianza hacia el jugador.
Las relaciones entre jugadores y técnicos suelen ser bastante ambivalentes. Cuando Zidane empezó su carrera cómo entrenador dijo que lo que había aprendido en los cursos para técnico es que «un tercio de los jugadores te siguen por lealtad, sentido del deber y respeto a la jerarquía; otro tercio sólo te sigue si les aportas algo, gente a la que tienes que convencer; y otro tercio te complicará la vida siempre». El jugador cómo colectivo es suspicaz respecto al técnico, pero esto es algo bidireccional. Los técnicos pueden llegar a sentir rencor hacia el jugador. El tema aparece bien reflejado en un ensayo de los años ’80 escrito por el entrenador brasileño Otto Bumbel. Se trataba de un manual sobre la logística del fútbol en el que el autor se mostró tan ácido y beligerante respecto a la conducta del jugador de su época que hasta llegó a disculparse por ello con el lector.
Otto Bumbel denunciaba que el jugador, por su trato con los dirigentes, se había acabado contagiado de dos pésimas actitudes de estos: el trato deshonesto y el descuido del fútbol cómo espectáculo. A buena parte de los futbolistas les definía cómo primadictos e irresponsables; y lamentaba que entrenadores de nivel superior (Primera División) tuviesen que dedicar tiempo a la enseñanza de técnica aplicada. La cuestión para Bumbel es que las atribuciones de un técnico de Primera División deberían de ser «acoplar piezas en el aderezo del conjunto» y nunca la de «pulimentador de esas piezas».
Su enfoque de la organización del fútbol era eminentemente industrialista. Al jugador le consideraba «un instrumento técnico al servicio del club», y por tanto debía llegar a Primera División ya instruido en lo físico-atlético, en lo técnico, en lo táctico y en el comportamiento psico-moral-intelectual. Y si bien reconoce que los genios futbolísticos «nacen», estima que la clase media-alta de jugadores se debe fabricar siguiendo el modelo de los demás gremios profesionales, es decir, mediante un sistema de capacitación. Tal sistema, más de automatización que educativo, sería responsabilidad siempre a las divisiones inferiores, puesto que Otto Bumbel juzga que es en la niñez y en la pubertad cuando el futbolista asimila el «aprendizaje mecánico de la técnica», por lo que considera injusto que recaiga en los entrenadores de categorías superiores el realizar un trabajo técnico individual según las carencias de cada jugador.
A pesar de esta visión tan crítica sobre el futbolista de su época (1982), Otto Bumbel nunca duda en su ensayo de que el jugador es, para lo bueno y para lo malo, la base del juego. Lo indicó de innumerables maneras. Les considera la «principal unidad del fútbol». Y afirmaba que el jugador, «más que cualquier otra contribución» es quien tiene una influencia más radical en «la configuración de los equipos y en el valor del juego producido». Hasta el punto en que afirma que «sin el buen jugador, no hay buen fútbol». Si bien por otro lado considera que el jugador de los ochenta está lastrado por la «heterodoxia de su formación físico-técnica y su casi absoluta negación del estrato intelecto-moral».
Esto acaba provocando un dilema de difícil resolución. El entrenador no tiene tiempo para individualizar el trabajo, pero al mismo tiempo considera que el jugador es quien lógicamente da «estructura y potencialidad al juego de los conjuntos». «El acierto o desacierto de los jugadores es definitivo», concluye Otto Bumbel. Lo cual hasta cierto punto le importuna, porque el veterano entrenador llega a proclamar que le parece increíble que todo el andamiaje material de un estadio, funcionariado administrativo, directivos y masa social repose en cerebros a los que no siempre, más bien raramente, considera dotados de una mente, moral, intelectual y profesionalmente desarrollada, amén de con equilibrio psíquico. Su conclusión era lapidaria: «El jugador profesional, en términos generales, no está preparado para ofrecer unas garantías de actuación regular».
Renato Cesarini. La técnica cómo principio de autoridad.
Sin embargo, al ser esta una relación bidireccional, cómo ya hemos comentado, los jugadores también pueden poner a examen al técnico en cualquier momento, para determinar si este está cualificado para guiarlos. Otro entrenador latinoamercano, Yiyo Carniglia, ya advertía en su biografía sobre la necesidad de que los dirigidos fuesen persuadidos de que el trabajo de la semana les era beneficioso; y que el técnico debía ganarse su confianza y respeto dando ejemplo de su conducta en todos los órdenes de su relación profesional y humana. Ponía además el ejemplo de un técnico que tuvo en Boca Juniors, del que piadosamente escondía el nombre, quien según parece les impartía semanalmente una clase teórica que a los jugadores les aburría soberanamente. Ese técnico en los entrenamientos nunca tocaba la pelota con el pie, siempre daba indicaciones con la pelota en la mano, por lo que los jugadores empezaron a sospechar. Así que un día le tiraron una pelota con mucho efecto, la quiso parar con el pie, pero le dio con la punta. Hizo tal ridículo que al mes siguiente lo tuvieron que exonerar porque los jugadores no le respetaban.
Cuando al entrenador y futbolista Ángel Labruna le preguntaron que si era cierto que Renato Cesarini había sido el sumun cómo técnico, lo máximo, respondió que sí, que sin ninguna duda. Y que lo había sido «por lo que sabía y por el poder de convicción que tenía». Labruna le había conocido cuando tenía 37 o 38 años, y aun jugaba esporádicamente para el primer equipo, mientras que Labruna despuntaba en la cuarta de River. El veterano Cesarini le deslumbró porque parecía saberlo todo en todos los sentidos, tenía un gran carisma. Según Labruna convencía, lo que él consideraba una de las grandes condiciones que tiene que tener un técnico. Pero ese respeto no sólo se sustentaba en sus habilidades retóricas, no. Lo que impactaba a los jugadores es que lo qué Cesarini pedía, primero lo hacía, lo demostraba. Según Labruna, el jugador se fija mucho en si el técnico sabe pegarle a la pelota. Él ponía el ejemplo de que a ellos, cuando les hablaban de los jugadores del mítico Alumni (1908) les daba la risa, porque «cómo iban a jugar esos tipos con esos pantalones». Al conocerlos sólo por las referencias y fotografías no les respetaban. Sin embargo la técnica que ejecutaba con maestría Cesarini sí que era una prueba tangible de su autoridad. A Labruna el tema le debía parecer tan significativo, que en aquel momento de la entrevista (1983) se disculpó por no poder correr ya en los entrenamientos, debido a una vieja fractura, aunque aclaró que él aun pateaba los córners y que la ponía con facilidad en el segundo palo. Cómo si no pudiese concebir que alguien bajase al campo, incluso para entrenar, sin saber tocar convenientemente la pelota.
Renato Cesarini era conocido por dar muchas indicaciones técnicas a sus jugadores, invertía mucho tiempo en eso. Cuando Patricio Hernández estuvo entrenando técnica individual en River cómo ayudante del cuerpo técnico del Tolo Gallego, uno de los dirigentes le dijo que así trabajaba Renato Cesarini, y eso para él fue un gran orgullo. El Puma Morete también explicó en una entrevista cómo a él le vino a ver Cesarini, entonces técnico del primer equipo, cuando el Puma aun estaba en la novena de River, y Cesarini se dedicó a aconsejarle sobre cómo arrancar mejor en carrera, para ganarle tiempo al defensor, o cómo perfilar el cuerpo según quisiese pared o pelotazo en una jugada.
Johan Cruyff. La técnica cómo principio metodológico integral.
Unos años después de que Labruna concediese esta entrevista, Johan Cruyff llegó al FC Barcelona cómo técnico (1988). Según el entonces presidente, Josep Lluís Núñez, llegaba avalado por su prestigio, se entiende que cómo futbolista, y por conocer como pocos el vestuario azulgrana, ya que había sido un gran jugador del Barcelona. Los primeros años de su magisterio, Cruyff recibió pingües críticas por su metodología. Si tomamos la hemerotéca del diario «El País», encontramos que había críticas tanto a su modelo de juego cómo a su metodología de entreno, así cómo a su proyecto de fútbol base. El secretario técnico saliente, Ramón Martínez, escribió un informe que decía que «El equipo tiene una visible inmadurez debido a la peculiar personalidad de su técnico [Cruyff]». Cruyff por su parte pidió que se exonerara a Ramón Martínez por discrepar de su filosofía, y también porque nunca confió en un entrenador que antes no hubiera sido futbolista.
Las críticas también arreciaron en el fútbol base. Según un artículo del diario «El País» (1990), los técnicos del filial se quejaban de que el lenguaje de Cruyff «delataba a menudo las lagunas de su formación, especialmente en el aspecto técnico». Y parece ser que sus comentarios provocaban «reiteradamente el sonrojo de la mayoría de los técnicos que trabajan a sus órdenes cuando ha celebrado reuniones para darles doctrina». Uno de los aspectos que el artículo tildaba de «paridas», siguiendo la peculiar expresión que utilizaba el propio Cruyff, fue el concepto de entrenamientos con rondos, en los que tanto él como Charly Rexach tomaban parte activa, y que Cruyff recomendaba que no durasen más de una hora, porque «con una hora basta, porque con una hora me canso yo y todos».
Apenas dos años después el mismo diario escribía una oda a la metodología del rondo titulada «Instruir deleitando» (1992). Lo que antes causaba sonrojo o estupor ahora era loado, pues el nuevo lema era «divertirse entrenando». Lo mismo que había sido censurado tres años antes por la comisión delegada del club, que había descalificado a Cruyff diciendo que era un técnico «carente de criterio, que ve el fútbol desde una perspectiva muy especial, que no es un auténtico profesional porque entiende el cargo como una mera diversión» (1989). No obstante, ahora esto era visto cómo el factor clave, de hecho, apenas un mes después de la publicación de este artículo, Cruyff le diría a sus jugadores en la previa de la final de Copa de Europa «en la medida que podáis, disfrutadlo», y la memoria popular lo convirtió en el lema «salid y disfrutad».
Y que decir de aquella «parida» criticada por prensa y técnicos del filial, lo de que en el entreno «lo fundamental es trabajar para saber coger la posición en el campo». Ahora se destacaba que a través de esta metodología el holandés volador había sintetizado «todas las necesidades físicas, tácticas, estratégicas y psicológicas para una buena puesta a punto en una sola pieza: el rondo«. E impartía su magisterio, del modo que más resaltaba sus puntos fuertes, es decir, jugando. Aún sorprendía a todos con su «maravilloso toque», mientras aleccionaba a los jugadores con correcciones técnicas individuales. Y si algún jugador dudaba de su autoridad, aduciendo que Cruyff «lo tiene más fácil, [porque] no se mueve», entonces podía plantearse aceptar el desafío de retar a ese jugador por el trono, inventando alguna apuesta, cómo por ejemplo, ver quien tiraba más veces seguidas el balón al poste. Al búlgaro Hristo Stoichkov le humilló de ese modo en un entreno, ganándole fácilmente 5.000 pesetas, en un improvisado concurso que acabó con fallo del búlgaro en su primer intento a 15 metros y siete aciertos seguidos del técnico holandés, el último tirado con la izquierda, su pierna mala, por recochineo. Lo que les quería transmitir es que quizás ellos eran buenos jugadores, pero que él era Johan Cruyff. Y que por eso les podía corregir.
Zinedine Zidane. La técnica cómo vínculo relacional.
La ventaja estratégica que supone para un entrenador saber jugar bien al balón funciona a dos niveles. Por una parte le autoriza ante los jugadores y por otra le permite enseñar «haciendo», que según numerosos expertos en educación es la experiencia de aprendizaje más eficiente. Ya el médico y pensador Albert Schweitzer decía que dar ejemplo no es que sea la principal manera de influir; es que es la única. Y si alguno se pregunta si este tipo de enfoque sigue teniendo vigencia en el fútbol «moderno», quizás cabría recordar las dificultades que tuvo Rafael Benítez cuando intentó asesorar en gestos técnicos a los jugadores del Real Madrid. El propio Cristiano Ronaldo confirmó en una entrevista que hubo discrepancias por el tema y también justificó su postura: “Hay cosas que nadie te puede enseñar, que tienes o no. [Benítez] Me decía como patear el balón o como hacer el dribling, tienes que respetarlo. Yo pensaba, vale, porque hay cosas que no puedes tener un debate con una persona que piensa tan diferente de ti. Es preferible decir gracias y ya está”. Los psicólogos ya avisan de que el consejo es una mala medida preventiva ante conductas de riesgo.
Zidane en cambio hizo cómo Cruyff, retó amistosamente a Cristiano Ronaldo a un concurso de lanzamiento de tiros libres y le superó. El portugués lo encajó con deportividad, y posteriormente ha destacado que Zidane les transmite más empatía que Benítez. La empatía en este caso sería la ventaja comunicativa directa de que el jugador asuma que cuando le hablas lo haces desde una experiencia común. Lo cual tiene efectos positivos incuestionables a la hora de elaborar la relación jugador-entrenador. De este modo el magisterio con balón deviene en el facilitador ideal para alcanzar el objetivo que marcaban técnicos cómo Carniglia o Labruna, esto es, convencer al jugador de que el trabajo que le propones les será beneficioso.
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Luther Blissett 28 julio, 2017
Estos artículos son una pasada, es una pena que los tengamos que disfrutarlos en una frecuencia tan baja.:'(
Respecto a la anécdota de Carniglia, cuando Stefan Kovacs fichó x el Ajax para sustituir a Michels su fichaje generó dudas pues no era muy conocido, a pesar de su experiencia en Rumanía, y en su primer entrenamiento lo pusieron a prueba. Primero le preguntaron que longitud debía tener el pelo de los jugadores y el contestó que era entrenador y no peluquero. Minutos después voló hacia él un balón, a la altura de su rodilla, él ( que había sido jugador profesional entre otros equipos del Charleroi) controló el balón y lo devolvió con facilidad. Aprobó el examen, aunque a la larga no supo imponer su autoridad en un vestuario muy difícil con personalidades (y egos) como los de Cruyff, Rep o Keizer.
Aún así en 1972 poco después de un empate sin goles ante el Benfica, los miembros del consejo de Ajax celebraron una reunión de emergencia y decidieron despedirlo. En ese momento, el Ajax tenía cinco puntos de ventaja en la liga, acababa de martillar al Feyenoord por 5-1 en Rotterdam y había llegado a la final de la Copa de Holanda. El problema era que había continuos rumores de indisciplina, con el asistente del entrenador Han Grijzenhout y el médico John Rollink sugiriendo a la junta que Kovacs había perdido el control.
Sin embargo los jugadores se rebelaron en favor Kovacs y se quedó. "Los resultados muestran que Kovacs no estaba equivocado", dijo Cruyff.