Manchester City y AS Monaco honraron al fútbol con uno de esos espectáculos que crean afición. Cual película de suspense, el envite que les midió sobre el césped del Etihad Stadium estuvo marcado por los giros de guion inesperados, la aceleración repentina de la trama y los momentos de cara a la galería. No se compitió en virtud de las leyes no escritas de la Copa de Europa, circunstancia que benefició al equipo que juega en la liga que menos se le parece, pero no hubo ningún espectador que se arrepintiese de elegir el duelo de «9s» entre Sergio Kun Agüero y Radamel «El Tigre» Falcao.
Los primeros compases estuvieron marcados por dos hechos que parecieron claros: los franceses presentaban una estructura más madura y sostenida y los ingleses estaban dirigidos por un entrenador fantástico. Pep Guardiola alteró la baraja optando por un 4-3-3 ofensivo sumamente ancho que podía abrir hacia las bandas hasta a cuatro hombres ofensivos a la vez: los interiores Silva y De Bruyne y los extremos -a pie natural- Sané y Sterling. Con dicha disposición, el catalán separó a Bakayoko de Fabinho y a Fabinho de Bakayoko disolviendo la influencia del doble pivote de Jardim y generando un espacio en la zona de mediapuntas para los apoyos de Silva, De Bruyne y, en especial, el Kun Agüero que otorgaron la iniciativa a los locales hasta que el Monaco se dio cuenta del percal.
El oficio de Falcao dejó muy mal parados a Otamendi y Stones.
Los franceses entraron en el choque desde su calidad individual: las subidas por banda izquierda de Mendy, la magia desde la derecha de Bernardo Silva, la influencia territorial de Fabinho, la supersónica velocidad de Mbappe y la majestuosidad de Falcao aplicando, punto por punto, desde el gol hasta el desmarque ciego, el manual del gran ariete pusieron sobre la mesa las debilidades colectivas de un City que, en términos globales, hoy por hoy, representa mucho más a la Premier League que a Pep Guardiola, con lo poco positivo y mucho negativo que ello conlleva. Otamendi y Stones, vendidos en la pizarra, se quedaron muy lejos de poder apagar el incendio, convirtiéndose, de hecho, en dos puntos débiles demasiado nítidos.
En estos tramos, en los que el Monaco acaparó mayor posesión y, en general, llevó el balón adonde el City no deseaba, Bakayoko y Fabinho pudieron juntarse en el corazón de su estructura y ratificar la supremacía colectiva de los del Principado.
El balón parado ha medio sacado al Monaco de la competición.
¿Por qué se le escapó el partido -y media eliminatoria- al conjunto de Jardim? En primer lugar, por la experiencia de sus futbolistas: el hecho de que la columna vertebral de su sistema esté formada por hasta seis menores de 23 años no ayuda a manejar eficientemente los tempos competitivos del torneo que más lo exige; por otro lado, la actuación de su cancerbero Subasic dejó mucho que desear; y en última instancia, la insostenible debilidad mostrada en la defensa del balón parado le condenó a la defunción. La Champions League no permite no cuidar los detalles, y el Monaco aprendió la lección con suma crueldad.
Aparte, no hay que ignorar la calidad hombre a hombre que atesora el City, que no deja de ser no sólo un vigente semifinalista de la Liga de Campeones, sino que alcanzó su penúltimo partido con plena justicia, superando de facto al interesante Dinamo de Kiev y a un Paris Saint-Germain que no tenía menos talento que el que goleó al FC Barcelona hace apenas siete días. Cuando el fútbol, con acciones aisladas, le abre la puerta a David Silva, De Bruyne, el ayer inspirado Sané o el siempre respetable Kun Agüero, el conjunto de Pep Guardiola está perfectamente capacitado para hilar una racha de juego ofensivo que acabe mandando a la lona a casi cualquiera.
Foto: OLI SCARFF/AFP/Getty Images
AOGOG7 22 febrero, 2017
Otamendi y Stones no estuvieron acertados, pero muy muy pocos centrales hubiesen podido rendir a gran nivel tan expuestos como estuvieron ayer los centrales del City.