Real Madrid y Borussia Dortmund cerraron la fase de grupos de la Champions con un encuentro que, sin representar de modo exacto las constantes de la competición, rayó a un nivel muy alto. Especialmente, por lo referido al vigente campeón, que comenzó la noche con una nueva sorpresa táctica de su entrenador -la cuarta en los cuatro partidos grandes que van de curso- y que la continuó con una serie de desempeños individuales más que notables.
Zidane presentó un 4-4-2 que vino dotado de una flexibilidad bastante superior a la que suelen patentar sus sistemas. El segundo pivote, Luka Modric, que ocupó el sector izquierdo contra pronóstico, alcanzó línea de fondo con cierta frecuencia, mientras que los dos extremos, James Rodríguez y Lucas Vázquez, tomaron más comportamiento de interiores de un esquema propio del Villarreal CF que de lo que ambos reprodujeron cuando se midieron al Sporting de Gijón hace 10 días habitando las mismas posiciones de partida. Y ese juego interior que propulsaban Modric y un James súper dinámico y preciso, todo secundado por un trabajo táctico de Ronaldo y Benzema en la punta del ataque que asentaba con eficiencia cada una de las transiciones que se tejían en la medular, se antojaba un problema de verdadero relieve para un oponente que anduvo confuso.
Ni Weigl ni Castro supieron detectar de la movilidad de James.
La puesta en escena de los de Tuchel potenció el plan del Madrid. A pesar de exponer un 4-4-1-1 con doble pivote y mucha capacidad de trabajo en las bandas, el equipo se abría y adelantaba sus líneas sin haber estabilizado su posesión antes, y sin lucir tampoco demasiada capacidad para protegerla de la presión propulsada por un Casemiro creciente. Considerando que, además, un Varane imperial mantenía a raya la rapidez de Aubameyang y Dembélé y que convertía sus ataques en ventajas para los suyos, puede deducirse lo que con nitidez se plasmó: un encuentro que el Real estaba dominando a placer tanto por grado de superioridad como por la diversión suscitada.
La medular del Madrid perdió presencia y ahí creció el Borussia.
Pero a medida que fue avanzando la segunda mitad, el Borussia Dortmund fue profundizando metros antes no pisados y, a su vez, dilatando la espera de Cristiano y Benzema entre un contacto con el balón y el siguiente. Por un lado, el ingreso de Emre Mor y, en mayor medida, Marco Reus al campo le dotó de una calidad más pura y así ganó precisión sin perder ritmo, y por el otro, el triángulo de centrocampistas del Madrid fue perdiendo, de forma paulatina, casi toda su presencia en el encuentro. En parte, quizá, porque acabaron jugando Casemiro, James y Kroos, que juntos, en el último mes, suman menos minutos que cualquier titular de los amarillos.
En dicha fase del encuentro, sobre la que Tuchel no construyó una iniciativa pero sí una igualdad relativa que le bastó para empatar, se mostró el joven Julian Weigl como un mediocentro de personalidad y mucha constancia. Si bien, de momento, no de tanta agudeza en sus pases ni de un posicionamiento que frene o constriña en demasía los quehaceres ofensivos de su rival cuando este dispone de espacio. Weigl es, como individualidad, algo parecido al actual Borussia Dortmund como equipo: gusta y promete, pero pese al primer puesto alcanzado en el grupo de uno de los grandes favoritos al título, no emite vibraciones competitivas de primera talla.
Foto: JAVIER SORIANO/AFP/Getty Images
Tutipleb 8 diciembre, 2016
A veces, James toca el balón como el mediapunta de Argentina en el Mundial del 86. Ojalá lo recupere el fútbol. Tiene calidad de fenómeno.
Buen jueves.