El Chelsea de Roman Abramovich ya es un grande. Han pasado 13 años desde que el magnate ruso comprara al club londinense con el único objetivo de convertirse en uno de los mejores conjuntos de Europa, y tras este tiempo ya se puede decir de forma rotunda que lo ha conseguido. La seguridad con la que se puede afirmar esto no se fundamenta tanto en sus innumerables títulos y grandes momentos, entre los que figura la famosa Champions League de Di Matteo, sino sobre todo por la consideración que se hacen de sus derrotas. Que el próximo año el Chelsea no vaya a disputar la máxima competición continental se tilda de fracaso, exactamente el mismo término que se ha venido empleando con el Manchester United. O que se utiliza con los equipos de Milán. Evidentemente sus historias distancian la categoría de unos y otros, pero ahora mismo la valoración es relativamente parecida. Stamford Bridge ya es uno de nuestros estadios. De los de la Copa de Europa. De los de los martes y los miércoles.
En definitiva, el proyecto de Abramovich ha cumplido ya con su gran objetivo. Está en otro estatus, el cual ahora mismo pelean por alcanzar sus dos hijos putativos: el Paris Saint-Germain y el Manchester City. Ambos clubes, estructurados bajo la misma base y con exactamente el mismo sentido, pelearán esta noche por un puesto entre los cuatro mejores equipos de Europa, pero a su vez también por formar parte del grupo de privilegiados que integran los clásicos del fútbol europeo… y el Chelsea. Una carrera en la que a día de hoy parte con ventaja el Paris Saint-Germain, a quien se considera favorito no sólo por estado de forma, sino sobre todo por la solidez y madurez del proyecto pese a que, curiosamente, éste arranco tres años más tarde que el del Manchester City. Y, en realidad, aunque quizás ahora se piense lo contrario, esto no es consecuencia de una disposición o actitud diferente a la hora de afrontar los tiempos del mismo, sino de una decisión concreta que les fue distanciando mucho a mucho.
El inicio fue parecido, aunque cada equipo contaba con un contexto diferente: Premier vs Ligue 1.
Tanto PSG como ManCity elaboraron un plan muy asumible a 5 años vistaLa premisa inicial de ambos clubes fue similar: «en tres años» no iban a poder alcanzar a Real Madrid CF, FC Barcelona o Manchester United porque, simple y llanamente, estos les sacaban una distancia que habían trabajado durante décadas. Intentarlo de manera apresurada sería perjudicial y muy poco inteligente, como solían explicar tanto Mansour bin Zayed como Nasser Al-Khelaifi. Así que ambos elaboraron un plan muy parecido a cinco años vista: el primer objetivo era entrar en la Champions League, después pasar a competir cada año por el título de liga y, para cuando hubiera acabado este lustro, estar en disposición real de poder competir por ganar la Copa de Europa. Ojo, de competir. No de ganarla. No había imposición ni un objetivo inmediato en este sentido, más allá de que el crecimiento fuese progresivo y comenzase por asentar su dominio en casa. Además, para lograrlo, el desarrollo del propio plan también tuvo importantes semejanzas. Más allá de la coincidencia de que su primer técnico (Mark Hughes y Antoine Kombouaré) únicamente acabara una temporada bajo la nueva gestión, está la importante similitud en cuanto a su política de fichajes se refiere -aunque ahora mismo esto choque-.
Como el primer reto era escalar posiciones en liga y además ambos también pretendían consolidar una identidad nacional que ayudase a formar club, en sus primeros años firmaron a muchos futbolistas locales. Craig Bellamy, Shay Given, Wayne Bridge, Shaun Wright-Phillips, Gareth Barry, James Milner o Adam Johnson por un lado; Blaise Matuidi, Kevin Gameiro, Jérémy Ménez, Yohan Cabaye o Lucas Digne por el otro. Varios de ellos también compartían un segundo rasgo común: la juventud. Como la idea era el medio-largo plazo y la escalada iba a ser muy progresiva, se pretendía conformar una base de futbolistas que fueran creciendo y evolucionando junto al proyecto, de manera que cuando se cumpliese el quinto año del plan se acompasasen los tiempos entre la plantilla y el club de manera perfecto. De esta manera, al margen de algunos ya mencionados, fueron llegando poco a poco los Vincent Kompany (22), Pablo Zabaleta (22), Jerome Boateng (21), Jack Rodwell (21), Marco Verratti (19), Lucas Moura (20), Marquinhos (19) o Serge Aurier (22), por citar a varios de los nombres más relevantes.
La elección de cracks fue separando a ambos proyectos poco a pocoJunto a estas dos líneas de actuación, obviamente, confluía la más importante: la de las estrellas. Éstas no sólo tenían que elevar el potencial de la plantilla, sino que además debían abrir el camino a los que estaban por llegar. Porque, en definitiva, el objetivo del Paris Saint-Germain y del Manchester City siempre ha sido fichar a Leo Messi o Cristiano Ronaldo. En cambio, pese a esta intención común, es aquí donde se comienzan a vislumbrar las primeras diferencias. Mientras en París se contaba con Leonardo como figura de renombre para llevar la dirección deportiva, en Manchester la situación era mucho más difusa. Sólo hay que atender a los mensajes de unos y otros. «No queremos comprar trece Messis, no es así como se construye un equipo. Es necesaria una base, que ya existe, y que hay que mejorar», decía Leonardo. «Todos los equipos que han ganado la Liga de Campeones tenían dos estrellas y el resto de los jugadores con la mentalidad de ganar. No se pueden tener once Pelés, pero hay que tener la mentalidad de lograrlo», repetía en una entrevista posterior. En cambio, la idea que manifestaba Sulaiman Al-Fahim, el testaferro de Mansour bin Zayed, cambiaba sustancialmente: «Queremos a los mejores del mundo, y si el entrenador cuenta con ellos, los tendrá». Quizás en base a esto se explica por qué unos, aprovechándose de la crisis del Calcio, buscaron consolidar su proyecto con solo dos figuras capitales: Thiago Silva y Zlatan Ibrahimovic, quienes llegaron tras Javier Pastore, e iban a servir de ayuda para que las llegadas, año a año, de Cavani, David Luiz y Di María tuvieron un sentido muy práctico. Mientras que los otros comenzaron desde muy pronto por abarcar mucho en determinadas posiciones y apretar poco en general, como se demuestra por la larga lista de delanteros que ficharon entre 2009 y 2012: Tévez, Adebayor, Santa Cruz, Balotelli, Agüero y Dzeko. A partir de la elección de las estrellas, de los capitanes generales, los clubes se fueron separando poco a poco.
La presencia de Leonardo fue fundamental para el primer impacto del proyecto parisino.
El City ha tenido menos tiempo para construirSin embargo, la gran diferencia aquí fue de puro acierto. Eran momentos diferentes, oportunidades puntuales y, en realidad, no es tampoco mucho suponer que, de haber intercambiado etapas, el City hubiera fichado a Thiago+Zlatan y el PSG a Robinho+Touré. Es cierto: Leonardo estuvo muy atinado en todos los aspectos. Pero también lo es que los parisinos contaban con una ventaja fundamental: la menor competitividad de la Ligue 1 -que a su vez no suponía tanta desventaja a la hora de fichar, pues Chelsea y City habían derribado las primeras barreras-. Y esto es importante. A poco que la inversión económica del PSG fuese acertada, el equipo se iba a acercar rápidamente al título, como así fue. Tras quedar segundo el primer año, el resto se han conquistado con cierta holgura. Esto, además de traer consigo una actitud positiva y una sensación de progreso, lo que le fue dando al equipo fue tiempo. Margen para construir. Margen para crecer. Al técnico, al equipo y a los jugadores. El mejor ejemplo seguramente sea Javier Pastore. Fue el primer crack del PSG, llegó con la perspectiva de futura estrella mundial y, aunque no lo ha conseguido y no parece probable que lo vaya a conseguir, el argentino ahora tiene su hueco en el conjunto. Suma, es útil y supone un recurso muy valioso. En cambio, en el otro lado, pudiendo representar algo parecido por posición, caché y personalidad, Samir Nasri se encuentra perdido en el mismo limbo que antes visitaron muchos otros. El Manchester City no les pudo dar tiempo, porque la Premier no se lo estaba dando.
Planteado todo esto, lógicamente surge la cuestión clave: la identidad. Un proyecto de la naturaleza y el calado que iniciaron Chelsea, ManCity y PSG requiere de una identidad muy definida para crecer. Sin ésta, la falta de grandeza, experiencia y nombre se convierte en un hándicap imposible de compensar para aquellos que quieren sentarse en la misma mesa que los históricos del continente. Si el Chelsea ya tiene plato propio allí es porque, básicamente, en su segundo año contrató a José Mourinho. A partir de la figura del portugués, de su gran legado material e inmaterial, se pueden entender cada una de las decisiones que ha ido tomando el club londinense, salvo quizás la más reciente. Pero suceda lo que suceda con Antonio Conte, hasta ahora, con sus diferencias y matices, resulta evidente que el Chelsea ha crecido a partir de la identidad que le imprimió Mourinho al club, al vestuario y a Stamford Bridge.
R. Mancini sí le dio una identidad al ManCity, al igual que Carlo al PSGCon la idea de conseguir esto mismo, el Manchester City depositó su confianza en Roberto Mancini (2009) y el Paris Saint-Germain en Carlo Ancelotti (2012). Y ambos técnicos, con sus obvias diferencias estilísticas, se puede decir que lo consiguieron. La personalidad que tenía el City con Mancini era muy discutida por entenderse «excesivamente conservadora» para todo el talento que tenía a su disposición, pero esto mismo a su vez revelaba lo más importante: sí tenía una identidad. Un estilo que tenía bastante aceptación por parte de sus aficionados, que viéndolo en perspectiva era mucho más coherente con la política de fichajes de lo que se creía y que, además, le había ayudado a ir cumpliendo objetivos año a año, hasta el último y definitivo. Fue al final de esa temporada 2012/2013 donde ambos clubes tuvieron que tomar una decisión decisiva. Recapitulando, en ese momento ambos tenían un técnico con estilo definido (Carlo y Mancini), un líder (Thiago Silva y Kompany), un jugador dominante en la liga (Ibrahimovic y Yaya Touré) y un guardián de la identidad (Verratti y, de nuevo, Touré). Y mientras en París decidieron doblar la apuesta yendo a por Laurent Blanc, quien fue haciendo suyo el proyecto hasta el punto de «ayudar» en la marcha de Leonardo, en Manchester trataron de empezar de nuevo con Manuel Pellegrini. El proyecto era básicamente el mismo, pero se decidió que la identidad debía ser otra muy diferente. Y fue entonces cuando ambos proyectos se fueron distanciando mucho a mucho.
Con Manuel Pellegrini, el City no sólo no ha crecido, sino que se ha encontrado muy indefinido.
La contratación de Manuel Pellegrini tenía mucho sentido. El ciclo de Mancini había dado síntomas de agotamiento, el chileno representaba un estilo de juego más agradable, ya había demostrado en dos equipos el poder de su modelo y, además, su figura casaba muchísimo mejor con la nueva dirección deportiva, encabezada por Txiki Beriguistain. Luego saldría bien o saldría mal, pero coherente pareció.
Sin embargo, su etapa no comenzó sobre una tabula rasa, sino que heredó unas serie de hipotecas que no encajaban demasiado con su filosofía. Seguro que Pellegrini intentó esquivarlas o compensarlas, pero fuera por falta de convicción o de capacidad al final las ha terminado pagando con escrupulosa puntualidad. La prueba más evidente de todo ello, cuantitativa y cualitativamente hablando, es lo que ha pasado en el centro del campo. La figura de Yaya Touré, la llegada de Fernandinho, el fichaje de Fernando, la posición de David Silva, el perfil de los extremos… El Manchester City ha parecido una mezcla rara entre lo british, el pragmatismo de Mancini y los difusos deseos de Pellegrini, los cuales nunca han tenido un sentido definido ni han derivado en una identidad clara. Habitualmente se le han achacado a «las características del proyecto de club» las desilusiones deportivas, pero el asunto no parece tan profundo. Mismamente, no es que la mayoría de sus movimientos tuvieran un sentido diferente a los que ha seguido realizando el PSG, y menos desde la llegada de Txiki en 2012, momento en el que el ManCity comienza a fichar atendiendo mucho más a las necesidades de su plantilla. Simplemente, el jugador cuando llega a París tiene una ventaja con la que no cuenta el que llega a Manchester: desde el primer momento sabe el quién, el qué, el cómo, el dónde y el por qué, cinco respuestas que serán fundamentales tanto para acelerar su adaptación como para luego potenciarle.
Por todo esto, mucho más que por la calidad, se explica por ejemplo cómo Marquinhos tardó tan poco en encajar en el PSG, mientras que por el Etihad fueron pasando Jerome Boateng, Stefan Savic y Matija Nastasić sin éxito alguno -y el siguiente es Eliaquim Mangala, si nadie lo remedia-. Y así, mientras uno se ha convertido en uno de los proyectos más interesantes y mejor valorados de la Champions, consiguiendo estar entre los 8 mejores equipos de Europa por cuarto año consecutivo, el otro sigue estigmatizado por sus opulentos orígenes. Pero en realidad lo que distanció a ambos hermanastros no fueron sus comienzos, sus prisas ni sus objetivos. Fueron primero las compañías (Thiago, Zlatan, Verrati, Carlo y Leonardo frente a Kompany, Robinho, Yaya Touré, Aguero y Mancini) las que dieron la ventaja al PSG, y más tarde el tibio e incompleto cambio de identidad lo que terminó por retrasar al Manchester City. Porque al final, al igual que el fútbol es de los futbolistas, los clubes son de los nombres. De los hombres. Y mientras el Chelsea encontró en el segundo año a José Mourinho y el PSG a Laurent Blanc en el tercero, tras ocho años el Manchester City no ha encontrado al suyo. Todavía.
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La Aventura Original 1×02 – París necesita un Presidente
Desta 6 abril, 2016
Douchez- Jallet, Bisevac, Sakho, Armand -Bodmer, Momo, Ménez, Nené-Erding y Hoarau, como me encantaba ese equipo, claro que no era un equipo top, pero tenía una esencia, algo que ahora (desde mi perspectiva) no me transmite. Una pena (vuelvo a decir, para mí) que justo llegaran los jeques.
Nota: Salvo por Motta no existe motivo alguno para ver al PSG, el enfrentamiento ante el Chelsea me quedé dormido sin más.