Hay pocos deportes en los que la línea que separa a los héroes de los villanos sea tan sumamente estrecha como el fútbol. Un balón que no entra, un penalti errado, un cambio precipitado o una decisión errónea no sólo hacen olvidar lo que sucedería si ese remate fuera gol, el portero se tirara al otro lado en el penalti, el jugador que entrara cambiara el partido o el once elegido resultara ser el bueno, sino que también borra lo que sucedió antes. Como si no existiese, como si careciese de valor. Como si el pasado perteneciesen a otro mundo, a otra persona y a otro deporte. El fútbol y el ser humano son así.
Javier Aguirre, que de fútbol tiene mucho y de ser humano todavía más, lo sabe perfectamente gracias a la maldición que vive México con el «quinto partido» de los Mundiales, lo que vendría a ser la historia de los cuartos de final para los españoles antes de que esta generación la borrase de nuestra memoria. Todo comenzó en 1986, cuando Aguirre defendíaEn México 1986, Aguirre disputaría su primer y último quinto partido los colores del tricolor en su Mundial. Con Bora Milutinovic como DT y Hugo Sánchez como estrella, México había llegado por segunda vez en su historia al quinto partido. Allí esperaba la Alemania Federal de Matthäus, Rummenigge o Magath, que había derrotado sin mucha brillantez a Marruecos y no iba a mejorar demasiado su imagen en dicho encuentro. México estaba en superioridad numérica, dominaba el esférico y rondaba con frecuencia el gol, pero éste se resistía y esa línea cruel de la que hablábamos antes convirtió a Aguirre en villano. De que Schumacher detuviera la espectacular volea que le hubiera erigido en héroe nacional a que el colombiano Jesús Díaz lo expulsara por una entrada a Matthäus, sólo pasaron unos simples minutos. La dramática resolución del partido para el Tri (1-4 en los penales), acentuó la historia del primer -y penúltimo- quinto partido del «Vasco».
Al no clasificarse para Italia ’90, no volvería a disputar una Copa del Mundo con México, pero en sus actitudes como centrocampista ya se podía intuir que, quizás, en su futuro tendría una oportunidad diferente de ser mundialista. Lo llevaba en la sangre, como explicaba él mismo en un interesante documental sobre su figura: «Intentaba ser solidario. Entonces, si había que correr, pues yo corría el campo. Si había que pelear con el rival, yo peleaba. Si había que decirle algo al árbitro, pues yo iba y le decía. Si había que ser un vínculo entre entrenador y equipo, pues yo iba y hablaba ahí. Desde chavo, en la colonia Lindavista, con los equipos que jugaba, me gustaba un poquito decir «no sé qué, ¡vamos!, tú defiendes aquí o acá», pero no con mucha idea de fútbol como tal, sino simplemente por buscar el bien común».
Antes de retirarse como jugador, Miguel Mejía Barón le haría una propuesta que lo aceleraría todo.
Su primer contacto con los banquillos llegó cuando Miguel Mejía Barón, nada más sustituir a Menotti al frente de México, llamó a un Javier Aguirre que aún estaba en activo como futbolistas de las Chivas. La intención del nuevo seleccionador era que Aguirre estuviese a su lado como parte del cuerpoComo ayudante, sería partícipe de la México mundialista de USA ’94 técnico, ayudándole con los futbolistas y ejerciendo de pegamento del grupo. Sin tener una función fija, hacía de todo. Donde se le necesitaba, él acudía con una predisposición positiva que le convirtió en un elemento clave como reconoce Barón: «Fue muy importante en el proceso, porque fue un tipo al que siempre lo respetaron el grupo de jugadores. Confiaban mucho en él. Una de las cosas que tiene Javier es que es derecho, no anda con medias vueltas ni nada». De esta manera, el «Vasco» acudió a Estados Unidos ’94 en calidad de asistente de una de las mejores generaciones mexicanas de la historia. Los Campos, Galindo, Ramírez, Aspe y compañía consiguieron clasificarse en uno de los grupos más complicados (terminaron todos con cuatro puntos), pero no lograrían alcanzar el quinto partido. La Bulgaria de Hristo Stoichkov se cruzó en su camino y, de nuevo, la suerte de los penaltis no fue tal. Aguirre conocía por primera vez la amargura de la derrota vestido de largo, pero eso no le frenaría. Tras sacarse el título de técnico y acudir con Guillermo Vázquez a los Juegos Panamericanos de Mar de Plata en 1995, donde caerían en la final ante Argentina otra vez en la tanda de penaltis, sólo quedaba dar el salto. La primera parada, Atlante.
Su debut como técnico no fue fácil y se prolongaría escasos cuatro meses; aún tenía mucho que aprender. Viajó a Europa, visitó a varios equipos en España e Italia y continuó formándose hasta que Jesús Martínez, presidente del Pachuca, se acordó de él. Allí llegó, vio y venció, como primera pista de lo que sería su trayectoria como DT. Liberó de la presión a sus jugadores, se presentó como uno más de ellos y revirtió una situación muy negativa por su contagioso carácter. Así salvó al Pachuca en el 98 y así lo hizo campeón en el 99, dando una de las grandes sorpresas del fútbol mexicano en los últimos años. Su labor era muy bien valorada, pero aún así nadie podía sospechar que la federación lo quisiera para sustituir a Meza como seleccionador. Un hecho, éste de optar al puesto más importante del país, que sólo fue posible gracias al apoyo incondicional de su propio presidente. Y es que, en México, la selección es una cuestión de unión y orgullo. Nadie quería prescindir de Javier en Pachuca, pero su país lo necesitaba.
Javier Aguirre llegaba a la Selección con un gran reto por delante: clasificarla para el Mundial.
«No me hubiera perdonado el ver por televisión a otro técnico dirigiendo a la Selección sabiendo que me habían ofrecido la oportunidad de mi vida», confesó Aguirre en su presentación. Era una oportunidad única, es cierto, pero envenenada dadas las circunstancias y el momento que atravesaba el Tricolor. Inmersa en la fase de clasificación para el Mundial del 2002, la situación no podía ser peor: con cuatro puntos de 15 posibles, México ocupaba la quinta posición de un grupo de seis en el que sólo los tres primeros estarían en Corea y Japón. Estados Unidos tenía 13 puntos (2-0 ante México), Costa Rica 10 (1-2 en el conocido Aztecazo) y Honduras 8 (3-1 en la despedida de Meza). Un completo desastre. Para colmo, Javier asumió el cargo con pocos días de margen para enfrentarse a una Estados Unidos que llegaba al Azteca con ganas de sellar su billete mundialista mientras, de paso, alejaba a su histórico rival del mismo.
Sin tiempo para implantar un estilo, un patrón de juego o un modelo táctico, Aguirre se rodeó de jugadores del Pachuca y del Cruz Azul. Unos porque ya les conocía, los otros porque pertenecían al equipo mexicano más en forma en aquel momento. Una decisión simple, pero a la postre exitosa. México ganó 1-0J.Aguirre construyó un equipo que tendría su recorrido en el tiempo a la selección estadounidense con gol de Borgetti, para luego hacer lo propio con Jamaica (1-2), Trinidad y Tobago (3-0), empatar con Costa Rica (0-0) y derrotar a Honduras (3-0) en el duelo decisivo, al que ambos llegaron empatados. El «Vasco» Aguirre había recuperado la ilusión del grupo, de la federación y del aficionado. Gerardo Torrado, uno de los hombres clave de aquella selección, comentaba la receta de su éxito: «Javier es muy disciplinado, un líder, un motivador nato. Tiene una gran personalidad, un carácter ganador. Es triunfador. Siempre quiere lo mejor, siempre te exige al máximo para que puedas dar lo mejor por tu país». Con el estado de ánimo como base y los resultados como colchón, Aguirre comenzó a dibujar el esbozo de una México que tendría continuidad en el tiempo. Situó una línea de tres centrales (Vidrio y Carmona escoltando a un joven Rafa Márquez), jugó con dos carrileros, encomendó a Torrado la labor de dar equilibrio en el centro del campo y rodeó a la talentosa doble punta (Cuauhtémoc Blanco y Jared Borgetti) de jugadores con calidad como Ramón Morales. Con esta disposición, la selección mexicana se plantó en el Mundial, y no pudo comenzar mejor. Superó por un 1-0 a Croacia, siguió derrotando 2-1 a Ecuador y empató 1-1 frente a Italia, obteniendo así la primera plaza del grupo. La euforia, claro, se disparó.
Se ha podido comprobar recientemente, pero cabe la pena recalcarlo: México es una país que vive con pasión el fútbol, con fervor a la selección y que, como herencia directa de la madre patria, necesita muy poco para emocionarse. El plantel vio que estaba jugando bien, comprobó que su próximo rival era Estados Unidos yEn el Mundial no pudo frenar el optimismo que vivía entonces México, sin querer queriendo, asumió un papel de favorito que le llevó a una de las derrotas más dolorosas de su historia. Con este clima prepartido, Bruce Arena, seleccionador estadounidense, ya le había marcado el primer gol a Javier Aguirre («Estaba segurísimo de que podíamos ganar», confesó años después), pero no tardaría mucho más en marcarle el segundo. Nada más comenzar, Brian McBride ponía en ventaja a una Estados Unidos que renunció al balón, se cerró con orden y fue desesperando al Tri. Y llegó el momento. Ese en el que te juegas ser héroe o villano. Ese que siempre recordarás, sobre todo, si fallas. Sin haberse cumplido la primera media hora, Aguirre retiró a Ramón Morales, uno de sus mejores jugadores, para dar entrada a Luis Hernández, otro delantero. Necesitaba gol y lo quiso buscar de la manera más directa, pero no lo lograría. Impotente, México se estrelló una y otra vez ante el muro que defendía a Brad Friedel. El 2-0 de Donovan, sólo fue la puntilla. La suerte ya estaba echada; México hacía las maletas. Aguirre, señalado como principal culpable de que el quinto partido siguiera pareciendo una quimera, dejaba el cargo con una frase que bien puede resumir la valoración que se hizo de su primer paso por la Selección: «Siempre eres tan bueno como tu última actuación». Le habían ofrecido cuatro años más como reconocimiento a su trabajo, pero Osasuna había llamado a su puerta. El «Vasco» cruzaba el charco.
Su paso por España le hizo ganar el crédito que perdió por su derrota ante Estados Unidos.
En Pamplona, Aguirre encontró un club hecho a su medida. Ya lo conocía de su breve paso como futbolista, pero fue entonces cuando comprendió que el espíritu combativo de Osasuna no haría otra cosa que potenciar su carácter directo, desenfadado y ganador. Pese al mal comienzo, en cuatro años llevó al club rojillo a una final de Copa del Rey y lo dejó a sólo un paso de disputar la máxima competición continental. El técnico mexicano creía que ya no se podía hacer más y, para colmo, el Atlético de Madrid había tocado a su puerta. En el Manzanares, volvería a retomar el sino de su carrera. Arrancó con fuerza, revitalizó a una entidad sumergida en la locura, lideró a la plantilla hasta meterla definitivamente en la Champions League y luego la situó a dos puntos (!) del «Pep-Team», pero entonces todo se torció. No pudo pasar al metafórico quinto partido; no pudo acabar como un héroe. Sea como fuere, Aguirre no tardaría demasiado en recibir una llamada de auxilio. México, de nuevo, temía no estar presente en la Copa del Mundo.
«Ya visteis que en las formas sigo siendo el mismo. El léxico también es el mismo. Me sigue gustando… bueno, ya no chupo tanto. Pero sigo siendo el mismo güey que conocieron hace tiempo». De esta forma tan particular se presentó Javier Aguirre en su vuelta al cargo que sólo uno ostenta y sobre el que todo el país opina. Un reto queEn su vuelta a México, el «Vasco» había madurado en muchos aspectos, esta vez, el Vasco afrontó de una forma diferente. Para empezar, tardó en aceptar la propuesta. Clave en dar el «sí» definitivo fue la misma persona que le consoló tras la eliminación mundialista de 2002: su mujer. Mientras debatían sobre la cuestión, ella le espetó que «le debía algo a su país» y Javier supo al instante lo que iba a hacer. La situación no era tan problemática a nivel de resultados como entonces, aún habiendo cosechado dos derrotas en tres partidos, pero el tiempo seguía siendo un bien valioso con el que no contaba. «Lo que necesitamos en este hexagonal final es una enorme actitud. Ojalá con la pelota logremos darle una identidad. Ojalá podamos, pero estamos contrarreloj. […] Yo soy de la idea de que los proyectos son ciclos de cuatro años, de Mundial a Mundial. No se dio eso y, de nuevo, me vuelve a suceder lo mismo. Pues bueno, ojalá que nos vaya bien con esto que tenemos los mexicanos que es natural, que no lo tiene que dar ningún técnico ni nadie, que es ese salir a la calle a rompernos la madre», continuaba en su presentación. El primer reto, se consiguió con la misma buena imagen que ocho años atrás: 16/21 puntos posibles, clasificación directa. Como él diría, «un whisky y a dormir».
Sin embargo, el entorno era muy hostil. Él lo enfrentó con ironía y acidez, con la cara por delante, sin miedo a que se la partieran. Ganó la Copa de Oro con un contundente 5-0 a Estados Unidos en la final, pero cada rueda de prensa parecía un combate a doce rounds. Jugadores que militabanEl entorno en 2010 fue muy hostil, en parte, por sus decisiones tácticas en Europa y no venían; jugadores que militaban en Europa y siempre venían. Un debate eterno sin salida, que se agudizó por las decisiones que fue tomando antes y durante el Mundial de Sudáfrica 2010. Desde el principio, Javier fue dando entrada a jóvenes talentos del fútbol mexicano como Chicharito, Paul Aguilar, Jonathan dos Santos o Efrain Juarez, pero era palpable -y reconocido- que su conocimiento sobre el producto nacional no eran tan elevado como hacía años. Llevaba mucho tiempo en España y, por tanto, debía buscar consejo en Mario Carrillo. A la postre, asumiendo Aguirre la total responsabilidad, esta unión sembró desconcierto y recogió tempestades. Durante el Mundial, al que volvió a llegar con grandes esperanzas por el empuje de los jóvenes y los buenos resultados en la preparación, nunca repitió once titular e, incluso, cambió por momentos de sistema. Aguirre, en su presentación, ya había reconocido que ésta era una seña de identidad suya: «La evolución te la van dando los jugadores y los tiempos de los mismos. De repente tienes posibilidades para hacer algún juego especial por bandas, de repente tienes la necesidad de jugar con cinco atrás, de repente cuatro… Yo no estoy casado con ningún sistema, ni soy un obsesivo de los mismos. Soy un convencido de que el jugador debe tomar decisiones en el terreno de juego». Sin embargo, el resultado, en vez de tornarse en positivo por la polivalencia, fue nefasto en lo colectivo y en lo individual.
Así se comprobó desde el debut ante Sudáfrica. Para la portería eligió a un viejo conocido, el «Conejo» Pérez. Lejos de su buen nivel en 2002, sorprendió que sentara a Ochoa. Algo similar a lo que ocurrió con Guardado o Héctor Moreno, que venían de completar muy buenas temporadas en Europa. Pero lo más sorprendente fue que Aguirre prefiriera al Guille Franco por delante de Chicharito, la estrella emergente. El revuelo fue mayúsculo. El empate a poco -o nada- frente a la anfitriona (1-1), no ayudó. En el siguiente encuentro, ante la Francia de Domenech, sólo cambió el resultado (0-2). No era poco vencer a Francia. Daba prestigio, lustre y le acercaba a los octavos de final, pero la imagen seguía sin ser buena. El centro del campo, con Márquez – Torrado – Juárez, no terminaba de funcionar y tanto Carlos Vela como Gio dos Santos no se mostraban tan desequilibrantes como debieran. En el último partido de la liguilla, pese a no estar aún clasificados y haber dado entrada a Guardado, se vieron superados por Uruguay. Chicharito había marcado a Francia, pero seguía sin ser de la partida. Esperaba Argentina. En el horizonte, el quinto partido.
Si en 2002 la euforia se había disparado, en 2010 ocurrió todo lo contrario. La rueda de prensa previa al partido mostró a un Aguirre cabizbajo. Agazapado en su gorra. Extraño. «Me da la sensación de que México no es el favorito de nadie, que estamos abajo en las apuestas, que los favoritos son ellos y que no tenemos ninguna posibilidad. Vamos a ver si somos capaces de cambiar el curso de la historia», decía. Se vistió con piel de cordero, pero debajo no había un lobo. Cambió a un 4-4-2, con Guardado y Gio dos Santos en banda… ¡y Chicharito con el Bofo Bautista arriba! Una de cal, otra de arena. Fue una decisión muy controvertida. Sin ser una gran Argentina, los de Maradona se pusieron 2-0. El partido no tuvo historia, como no lo había tenido el Mundial para el Tricolor. México había decepcionado. Ni buena imagen, ni quinto partido. Se volvía a caer en el cuarto, como en 1994, 1998, 2002 y 2006. Con el tiempo, el Vasco justificó la suplencia del Chicharo para «tener algo en la banca que incluso fuera mejor que el que estaba ahí adentro» o la de Guardado, pero jamás rehuyó su responsabilidad. Franco como él sólo, sabía que no había sido un buen Mundial. Lo sabía mejor que nadie. Estaba consumido y no podía seguir. Había vuelto a llegar como héroe y había vuelto a terminar como villano. La historia, prácticamente, se había repetido punto por punto.
El clima durante el Mundial fue insostenible. Javier Aguirre volvería a España en meses.
«¿En qué me equivoqué yo? ¿Fui necio e intenté innovar? Por supuesto que en todo este proceso de trece o catorce meses tomé malas decisiones basadas en mi estilo y en mi forma de necedad. No estoy orgulloso de ello porque intento mejorar, intento día a día no cometer los mismos errores, pero luego caigo en la cuenta de que los sigo cometiendo con mi mujer o en la relación con mi chabo», explicaba en el documental que pretendía despejar esa incógnita de «héroe o villano» nacional. Unos meses después del Mundial, agarraría al Zaragoza y el círculo comenzó de nuevo. Como en México, como en el Atlético de Madrid. Instituciones complejas, tendentes a la locura y que, en un comienzo, Aguirre logró serenar con su característica forma de ser. Se le resistió el quinto partido, pero para que eso sucediera antes tenía que llegar al cuarto. Y siempre lo consiguió. Aún desconocemos cómo terminará su paso por el Espanyol, pero de momento sí que tenemos la certeza de que el equipo se parece a él y que, de esta manera, ya consiguió cumplir con lo que prometió el día de su presentación: «Con la cabeza, con el corazón y con lo que le sigue abajo, éste equipo se tiene que salvar. Y nos salvaremos». Ni héroe, ni villano. Simplemente, Javier Aguirre.
Agradecer enormemente la colaboración a nuestro amigo Pepe del Bosque, quien nos ayudó a comprender mejor la relación entre Javier Aguirre y la selección mexicana.
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Mono pandillero 25 octubre, 2013
Con el tiempo voy dándole valor a lo que hizo Javier en las dos fases de clasificación. El entorno, en ambos casos, era demasiado hostil (por lo menos igual del que se vive ahora) y Aguirre fue capaz de devolverle credibilidad y confianza a sus jugadores. Lo que ha pasado ya en los mundiales, es más difícil de calificar, para mi.
En 2002, y aunque me queda un poco lejos y yo aún era muy joven, quedó en mi memoria como una gran primera fase de México. Incluso el partido contra Italia, no sólo lo comienza ganando, sino que es muy superior en gran parte del partido y pone a los italianos al borde de la eliminación. Los minutos finales de aquel partid son significativos, Italia decidió que ya no quería jugar más y con el empate le valía. Lo del partido frente a USA tiene tintes dramáticos. La superioridad que se presuponía hizo que la derrota doliera más. Para México, ganarle a USA es un sentimiento que pocas cosas pueden superar. Puedo decir que hoy, a 11 años de aquel partido, la herida sigue fresca. Y ahí, Javier tiene un amplio grado de responsabilidad con las decisiones que tomó (lo de Ramón Morales sigue sin esclarecerse del todo)
En 2010, le toma en medio camino. La generación llamada a brillar (Vela, Gio, Moreno, Jonathan, Chicharito) llega verde en su mayoría y los jugadores que dieron alguna alegría en el pasado( Salcido, Márquez, Osorio, Blanco) da la impresión de que ya no compiten como antes. Pero si las decisiones de Javier en 2002, en 2010 no sé qué son. Tengo muy presente la justificación que da de la titularidad de Bautista contra Argentina diciendo que lo que buscaba era que Mascherano no estuviera cómodo. Por supuesto que el tenía más información sobre sus jugadores, pero no sólo sigo sin entender algunas cosas, sino que con el tiempo me van pareciendo hasta graciosas ^^
Y de su trayectoria fuera de la selección creo que no tiene pega alguna, ha hecho extraordinarios trabajo allá donde ha ido. Lo de Osasuna no sólo me parece meritorio, sino que incluso me parece que tiene tintes heroicos.