Se dice sueño lúcido de aquel en el que el sujeto es consciente de que está soñando. Experimentar uno de ellos llamándose Lucimar debe ser el colmo del concepto, y es que la trayectoria de Lucio Ferreira da Silva es algo así, abarcando la década en la que al defensa central de imprevisible talento le dan sus condiciones para influir en 50 metros y progresar tras robo hasta verse con el portero. De acuerdo en que llegar al área contraria ya es cosa de excepciones en la norma; de soñadores que interpretan su posición con libertad y exuberancia, pero aún estamos en esas. Quizás también los de su especie llevan consustancialmente la expresión «con sus cosas». Y es que aún «con sus cosas», Lucio, en nuestro continente, ha sido un protagonista; un excitante agitador de la escena durante la época de los centrales de lanza y no solo escudo.
Tenemos claro que lo primerizo es lo original pero también lo aventurado. En Leverkusen, a Lucio le dio por demostrarlo. Joven, potente, inconformistaSu palmarés es espectacular; sin rendir cuentas mediante el pretexto de la inexperiencia, el brasileño era infinito. Y errante. De los primeros zagueros de cordones desatados y pecho inflado conduciendo el balón, encontrando en una caída a banda un duelo individual, y marcador elástico sobre el alambre, clavando golpes francos a modo de guinda. Ello le llevó a Corea y Japón, para tentar su suerte con la camiseta más grande del mundo. Levantó la Copa y le tocó vestir la más grande entre las germanas. Y claro, le pusieron de compañero a un tal Martín Demichelis, y aunque el cordobés ya había pasado 365 días en el club, a Lucio le tocó hacer de Nesta, el espejo mágico que calibra la desmesura. El carioca, sin ser ya el primerizo, seguía soñando.
José Mourinho y Walter Samuel consagraron su seriedad.
Mourinho observó que tras tres dobletes y un año en blanco, había que atar las botas y despertar a Lucio del sueño que era para él traspasar la divisoria. Junto a Eto´o, Milito, Motta y Sneijder, el brasileño pasó a ser senescal del portugués. A su lado, Walter Samuel, con el que hizo migas y le cogió el gustillo al metro cuadrado y la cirugía ambulatoria. Pasados los treinta, heredando el espíritu nerazurro del «Grande Inter», la cultura italiana y la fe del grupo, conquistó Europa a base de tackles de emergencia y un enorme talento para el marcaje, siendo la atalaya del área ante cualquier peligro aéreo, frontal o lateral. A sus 34 años, se vuelve para Brasil uno de los grandes centrales del futbol europeo reciente, de los escasos que pueden nombrarse junto a Nesta, Cannavaro o Carles Puyol y saber que estás ante un sueño lúcido hecho realidad.
@Yone_HF 29 diciembre, 2012
Un animal, se va un central de culto… Que dupla bestial la que hacían con Samuel.