George Bernard Shaw, Nóbel de Literatura irlandés, escribió que la juventud era una enfermedad que se curaba con el tiempo. El señor Shaw pronunció eso porque no vio jugar ni componer música con la pelota a Michael Laudrup en 1984 y en 1992. Tampoco descubrió al Bernd Schuster de 1980 y al de 1986. Ni al incipiente Cristiano Ronaldo de 2004 y al tirano goleador de hoy. Ellos siguieron y siguieron enfermos de juventud, jugando siempre como recién salidos de una ducha de frenesí, ambición y gloria. Algunos son ya talentos eternos, tanto como en las pinceladas de sus primeros días, cuando saludaron al mundo desde el anfiteatro de una Eurocopa, la mejor fábrica de estrellas tempranas que alimenta el fútbol. Ahora nos hemos asomado a esta ventana bisiesta y hemos descubierto o confirmado nuevas minas de genialidad.
Las parabólicas, la red de redes y la tormenta tecnológica han acabado con las fronteras, nos han acercado el fútbol como una joya cotidiana, al alcance de un segundo o de una duda. Casi nadie nos sorprende ya en un torneo de estas dimensiones. Si acaso, se producen revalidaciones,Hummels, Mandzukic y Dzagoev han dado el salto; Konoplyanka y Pilar han aparecido para el gran público se da el paso decisivo que separa la magia de la pubertad y la consolidación de un futbolista especial y diferente, con el futuro como único límite. Esta Eurocopa, como tantas otras, le ha puesto el sello de calidad a Mats Hummels, a Mario Mandzukic o a Alan Dzagoev. Ellos han gritado su salto a la madurez. En ese túnel hacia lo adulto, espera Mario Balotelli. Y dos futbolistas se han quitado el precinto para demostrarse al planeta tal y cómo se anunciaban: Yevhen Konoplyanka y él, el breve y sobresaliente Vaclav Pilar, el joven que más poderosamente ha derribado la puerta de las apariciones. Espumoso como la cerveza de Pilsen, desde donde se propulsó al escaparate internacional con el Viktoria Plzen, sus 23 años se han derramado por los campos de la Eurocopa como una catarata de vitalidad, emoción y osadía. Quizá sea Pilar la revelación del torneo, a caballo de la banda izquierda de la República Checa, donde la intrepidez de Jiracek o Gebre Selassie, más mayores, de 26 años, también nos recuerda ese asombroso frescor que siempre ha representado esta selección (o su madre Checoslovaquia) en este torneo. Los checos siempre regalaron novedades en las Eurocopas. Ahora es Pilar, autor de dos goles, un extremo que ha sorprendido más por su madurez en el juego que por su fantasía e inspiración con la pelota. Comparado en su infancia futbolística con Leo Messi por su anatomía efímera y sus gestos locomotores, Pilar ha impactado por su sacrificio defensivo, su desborde perpetuo, su obsesión por ser valiente y por la astucia en los movimientos interiores. Siempre aparece cerca, siempre acaba lejos. Hablamos de un depredador del segundo palo.
La juventud de Pilar visitará la Bundesliga con el Wolfsburgo, club avispado en cerrar su fichaje antes de que los focos lo apuntaran demasiado. Lo de Pilar es una página más en un torneo único en fenómenos impactantes durante su historia. La magia de la Eurocopa guarda una leyenda singular: su capacidad para descubrirnos y garantizarnos jóvenes talentos, carne de enciclopedia en el futuro. Si hay una competición propensa a las irrupciones, esa es la Eurocopa.
Numerosas leyendas han dejado como primer recuerdo para el fútbol su paso por la Eurocopa.
Pilar nació como checoslovaco en 1988, cuando la «vieja Europa» agonizaba al otro lado de un Telón de Acero con fecha de caducidad. De aquellos lugares, siempre aterrizaron novedades en la Eurocopa desde la primera edición de 1960. Pilar se une a otras eclosiones que procedieron de esa Europa silenciosa y opaca, como las de Viktor Ponedelnik (URSS) y Milan Galic (Yugoslavia), las dos principales apariciones de la fase final de la Euro 1960 disputada en Francia. Ponedelnik contaba con 23 años y solo había jugado un partido con la URSS liderada por Yashin e Ivanov. Pertenecía a un equipo de provincias, al SKA Rostov, lo que ensanchaba la relevancia del mérito en una selección nutrida desde los clubes de Moscú. Delantero centro con cuerpo de artillero, ya había marcado en la semifinal a Francia antes de cabecear el gol del título en los estertores de la prórroga ante Yugoslavia. Tras eso, fue el mejor punta del país, hasta que se retiró joven en 1965, aplastado por el sobrepeso. Enfrente, en la selección yugoslava comandada por Sekularac, Milan Galic, de 22 años, saludaba a Europa con un formidable torneo y un gol en la final. Delantero del Partizan del Belgrado, ganó ese verano la medalla de oro en los Juegos de Roma y dos años después fue cuarto en la Copa del Mundo de Chile.
Del huevo de la Eurocopa, nacieron también con carácter de estrellas europeas en 1964 dos futbolistas que se retaron en las semifinales: el inabarcable José Ángel Iribar, 21 años de piernas y brazos infinitos y portero de la España campeona en Madrid. Y un carro blindado más de la escuela húngara, Ferenc Bene, cuyo gol a Iribar forzó la prórroga resuelta por Amancio y quien días después abrió la victoria por el bronce de Hungría ante Dinamarca. Bene hacía pareja con Florian Albert, otro goleador despiadado. Bene tenía 19 años, pero ninguna timidez: semanas después, se alzó con el oro en los Juegos de Tokio autografiando más goles que nadie, 12. En sus 17 temporadas en el Ujpest Dozsa fraguó una cartilla anotadora de 303 goles.
En la edición italiana de 1968, se produjo una aparición puntual y memorable: el joven Pietro Anastasi. Otro chaval, de 21 años, adscrito al Milan, Pierino Patri, fue el ojito derecho del seleccionadorDzajic fue la estrella de la Eurocopa de 1968, donde Pierino Patri apareció de forma puntual y memorable italiano Ferruccio Valcareggi en las semifinales ante la URSS (ganadas por sorteo) y en el primer partido de la final. Fue el torneo en el que se estiró el mito de la fortuna y la dulce especulación ‘azzurra’: un lamentable arbitraje arrebató a Yugoslavia el título y la final exigió un desempate en el que Italia volteó la alineación. Y apareció Anastasi para en su segundo partido internacional marcar el gol de la sentencia con 20 años recién cumplidos. Había debutado esa campaña en Serie A con el Varese y después marchó a conquistar títulos a la Juventus. Un golpe en los testículos tras una broma con un masajista le privó del Mundial 70 y de compartir delantera con Luigi Riva. En aquella Yugoslavia, sobresalieron dos jóvenes: Dragan Dzajic, el mejor futbolista balcánico de la historia y uno de los mejores extremos zurdos de siempre, y Vahidin Musemic. Dzajic fue la verdadera estrella del torneo con 22 años. El Balón de Oro solo se lo arrebataron Best y Charlton en el año mágico del Manchester United. Héroe del Estrella Roja, Pelé bautizó a Dzajic como “El Milagro de los Balcanes”. Era veloz, escurridizo e imaginativo. Su diagonal desde la izquierda arrollaba, de ahí los casi 400 goles de su carrera. Musemic, delantero centro, tenía un año menos, brilló en el FK Sarajevo y el Niza, y lo apodaron “Orao” (Águila) por su remate de cabeza en picado.
En 1972, Alemania ganó la Eurocopa ante la URSS y a dos jugadores para su historia.
La Eurocopa de Bélgica de 1972 escenificó la mejor sinfonía alemana de siempre. Ese gen portaban las dos grandes revelaciones del certamen: los ‘gemelos’ Paul Breitner y Uli Hoennes, dos mitos germanos, por entonces con 20 años. Breitner había debutado un año antes y nadie en toda la década osó arrancarle del perfil izquierdo de la defensa: potente, incansable, pegajoso… Hoennes, compañero y amigo del Bayern de Munich, tardó algo más en recibir el billete de Helmut Schoen. Pero emergió en las semifinales y la final como alimentador de Netzer. Ganaron en la final a una URSS ensamblada por varios jóvenes veloces, físicos, mecánicos y de juego impactante que tres años más tarde elevarían al demoledor Dinamo de Kiev de los años 70 a la cima de la Recopa: el extremo Volodymir Onishchenko, el organizador Anatoly Konkov (protagonista del gol ganador en semifinales ante Hungría) y el volante por la izquierda Viktor Kolotov. Esta terna, de 22 años cada uno, también figuró en los bronces de la URSS en los Juegos de Múnich o Monreal.
Cuando nadie les anotaba en el cuaderno de los triunfos, los checoslovacos derrumbaron el muro alemán en la Eurocopa de 1976. ¿Quiénes era esos muchachos a los que la admirable locura de Antonin Panenka salvó para el recuerdo? Ya habían apartado de la fase finalDieter Muller debutó con Alemania de forma determinante, pero no tuvo continuidad con la selección de Yugoslavia a Inglaterra. Y, de repente, salieron casi de la nada, ya crecidos, el eslovaco y capitán Anton Ondrus (26 años, Slovan Bratislava), capaz de anular a Cruyff en su último gran torneo y de marcar en esa semifinal ante Holanda en el Maksimir de Zagreb. O el goleador de ese equipo, Zdenek Nehoda, 24 años y nueve del Dukla Praga. Más allá de ellos, pasó a la historia el joven fogonazo del alemán Dieter Müller, de 22 años. Debutó con la selección en el minuto 79 de la semifinal ante Yugoslavia. La primera pelota que tocó como internacional fue el gol que forzó la prórroga, donde martilleó dos balones más: su segundo y su tercer gol. La victoria. Alemania enloqueció con él. Venía otro Müller. Otro torpedo. En la final, ya titular, volvió a marcar. En 1977 y 1978 se disparó: doble máximo goleador de la Bundesliga y acertando dianas y dianas en la Copa de la UEFA con el Colonia. Sin embargo, apenas jugó 12 partidos con Alemania. Ni siquiera sus 9 goles con la Nationalmannschaft evitaron su desencuentro con Helmut Schoen. Dieter seguiría goleando para Colonia, Stuttgart y Girondins de Burdeos.
El paradigma de impacto en una Euro es el alemán Bernd Schuster, 20 años, quien en Italia 1980 asombró con su temperamento, manejo y desplazamiento telescópico como mediocentro. Apenas jugó dos partidos: su mágica contribución al 3-2 a Holanda y la final ante Bélgica. Eso no le impidió al «Ángel Rubio» adjudicarse el título y el Balón de Plata de ese año, además de ganarse el traspaso al Barcelona. Su tormentosa relación con el seleccionador Jupp Derwall y los roces con Breitner silenciaron su carrera internacional con solo 23 años. En este torneo, debutó con Alemania, aunque con escaso peso, Lothar Matthaus. Y brilló también otro joven germano, el central Karl-Heinz Foster, una piedra acerada. Otras revelaciones fueron el goleador belga Erwin Vanderbergh (21 años, Lierse) o el tímido resplandor del inglés Glen Hoddle (22, Tottenham Hotspurs).
Tras alumbrar a Bernd Schuster en 1980, la Eurocopa de Francia fue una de las más prolíficas.
Y llegamos a la apoteosis juvenil de la Eurocopa de Francia 84, donde ejecutó su entrada en la aristocracia del fútbol un ejército de rebeldes, cada cual, bandera generacional e icono de sus selecciones durante los próximos años. Fue el torneo donde supuró el talento del danés Michael Laudrup (19 años, Lazio), del belga Enzo Scifo (18 años, Anderlecht), del rumano Gheorghe Hagi (19 años, Sportul Studentesc), de los yugoslavos Dragan Stojkovic (19 años, Radnicki Nis) y Srecko Katanec (20 años, Olimpia Ljubiana) y de un español que sustituyó a Hipólito Rincón en la lista, aunque aún no debutó: Emilio Butragueño (20 años, Real Madrid). La sobredosis de clase fue histórica, con genios de la periferia del área, como Laudrup, Stojkovic o Hagi. El faro de Scifo en el centro del campo. Y el mando aterciopelado de Katanec desde la caverna defensiva.
En el 88, en Alemania, la Italia de Vicini configuró un equipo en el que se confirmaron los sub 21 que habían perdido dos años antes la final del Europeo ante la España de la Quinta del Buitre: Vialli, Donadoni, Mancini y Giannini. Pero este torneo significó la incontestable inauguración de Paolo Maldini, de 19 años, como potencial leyenda. También se dieron a conocer gracias a su solvente papel, el central inglés Tony Adams (21 años, Arsenal) y el delantero danés Flemming Povlsen (21 años, Colonia), a quien las lesiones masacraron una carrera que tuvo precoz paso por el Castilla.
Y así nos acercamos al material más conocido: Stefan Effenberg (23 años, B. Munich) destelló en la Eurocopa del 92 antes de que, como tantos alemanes, se peleara con los seleccionadores.En la del 1996, una nueva generación de checos deslumbró a Europa Y fue el primer gran baile de Denis Bergkamp (23 años, Ajax), quien un año después saltó al Inter. En Inglaterra 1996, los checos volvieron a entusiasmar con varios nombres inéditos que brincaron de la Eurocopa a los mejores clubes del continente: Pavel Nedved (23 años, Sparta Praga->Lazio), Patrik Berger (22 años, B. Dortmund->Liverpool) o Karel Poborski (24 años, Sparta Praga-> M. United). Terminaron por amanecer Seedorf y Kluivert, ambos del Ajax y con 20 años. Y también la elegancia de Zidane, 24 años, recibió pasaporte para el panteón del fútbol y cambiaría ese verano Girondins por Juventus.
Y en la Euro de 2000, pobre en brillo joven, apenas asomaron un poco la cabeza un Steven Gerrard de 20 años o el juguete roto del fútbol alemán, Sebastian Deisler (20 años/Hertha). Dejaron buenos minutos el yusgoslavo Dejan Stankovic (21 años, Lazio) o el noruego John Carew (20 años, Rosenborg), pero las dos principales irrupciones fueron Thomas Rosicky (19 años, Sparta Praga) y Gianluca Zambrotta (23 años, Juventus).
Junto a la de 1984, la Eurocopa de Portugal fue la más generosa en estrellas juveniles. Varios de los futbolistas más prestigiosos de la actualidad se reafirmaron en aquel torneo. Saborearon goles el sueco Zlatan Ibrahimovic (22 años, Ajax) y el italiano Antonio Cassano (21 años, Roma). Enseñó su brújula Xabi Alonso (Real Sociedad, 22 años). Mostró sus manoplas Petr Cech (22 años, Rennes). Pisaron con fuerza los alemanes Bastian Schweinsteiger (19 años, Bayern Munich) y Philipp Lahm (20 años, Stuttgart). Y paseó por la alfombra roja, en su casa, como héroe popular, Cristiano Ronaldo (19 años, Manchester United). También fue una edición fecunda en amaneceres de estrellas estrelladas: el letón Maris Verpakovskis (24 años, D. Kiev), el checo Milan Baros (22 años, Liverpool), el griego Angelos Charisteas (22 años, W. Bremen) o el holandés errante Andy van der Meyde (24 años, Inter). Casi todos ellos, siguen cerca de nosotros, como los brotes de 2008, los rusos Zhirkov y Arshavin, el croata Modric o el turco Arda Turan. Ellos serán siempre cachorros de la Eurocopa, una manada insurrecta y agitadora, enferma de juventud, de talentos inagotables; ilustres en el ayer y muchos de ellos, leyendas del mañana. Una colección en la que quizá recordemos algún día a Vaclav Pilar y su menudo cuerpo feliz.
@migquintana 21 junio, 2012
Hay que ver la de talento surgido, aparecido o encumbrado que hay en la historia de las Eurocopas
En las más recientes, pese al tema paraboliquero que comenta con muchísimo tino Chema, también hemos tenido nombres propios de una calidad desmesurada. Recuerdo perfectamente la Eurocopa de Cristiano Ronaldo: sus mechas tan de comienzos de los 2000, cómo destrozó para la élite -que, aunque cueste entender, es donde competía- a Raúl Bravo, sus lágrimas en la final frente a Grecia… Tengo un muy buen amigo que, desde entonces, está rotunda e irremediablemente enamorado de él. Fue un flechazo a primera vista y el amor continúa… pese a que sea del Atlético de Madrid.
En el 2008, lo de Luka Modric y Arshavin fue fascinante. El primero apareció en una fase de grupos donde Croacia jugaba muy bien y Srna era extremo derecho, todos nos hicimos un poquito de esta Selección y un muchito de Luka. En el caso de Arshavin, pues lo comenté hace no mucho tiempo, pese a ganar la UEFA ese año él era un desconocido y tras cuatro partidos llegó a infundar un miedo real a todo aficionado español. Lo que hizo ante Holanda fue uno de los partidos que más me han emocionado a nivel de selecciones, por no decir el que más. Es que… madre mía, me obliga a poner el vídeo y verlo un par de veces. Como mínimo, claro.