Filípides encaró tambaleante los últimos metros por la Castellana. Cuando finalmente alcanzó a la diosa, se postró frente a su carruaje, aspiró un último aliento y pronunció la única palabra que el gentío ansiaba escuchar: “¡Vencimos!”. El júbilo estalló alrededor de la Cibeles sin que nadie reparase que el magnífico corredor ateniense acababa de fallecer, exhausto, a pies de los leones.
Según otras versiones de la leyenda, no fue el hemerodromo sino el grueso del ejército griego el que tuvo que recorrer frenéticamente y sin descanso, la mítica distancia para poner a buen recaudo la ciudad de Atenas. Al igual que Milcíades el Joven así lo había ordenado José Mourinho a sus hombres: “Corremos un Maratón a ritmo de mil quinientos”. Ambos sabían que se enfrentaban a un enemigo de una potencia ciclópea, a un rival que los rapsodas tildaban de inexpugnable. Por ello el esfuerzo titánico de sus guerreros, durante treintaiséis jornadas, marcando un paso que excedía prácticamente el límite de lo humano, era merecedor del mayor de los elogios. Se trataba de una victoria, pero en absoluto de una victoria cualquiera.
No bastaba con doblegar la fuerza del oponente, sometiéndolo a un desgaste continuado, ni tan siquiera con exorcizar a los fantasmas de las derrotas pasadas sosteniendo la mirada de sus pares en la explanada de la sangre, mientras, unos y otros, aporreaban sus escudos. En última instancia, toda epopeya quedaba reducida a un duelo entre los más fuertes. Y el testigo lo recogieron dos héroes homéricos: Cristiano Ronaldo y Lionel Messi. Enzarzados en una disputa sin precedentes, cual Aquiles y Héctor, sus gestas quedaron grabadas para la posteridad. Cristiano en el intento por tomar Troya. Lionel, liderando la defensa de su ciudad donde guardaban la gloría raptada a los aqueos, la hermosa Helena. Ambos, Aquiles y Héctor, cara a cara en la decisiva batalla del Camp Nou. El resto, por momentos, meros comparsas ante al duelo heroico. Finalmente vencieron los griegos y Cibeles fue agasajada.
Pero resulta, cuando menos, paradójico que tras ese derroche de ardor y coraje, las sensaciones, a posteriori, no hayan mantenido el mismo fuelle. No hay rastro de fracaso en Barcelona sino, acaso, de melancolía. No hay en Madrid aromas de éxtasis sino, más bien, el alivio del que percibe que lo peor ya ha pasado. Como si la lucha se hubiese justificado por sí sola y no por su desenlace. O como si el asedio a Troya aún tuviese que prolongarse, tal cual lo cantan en la Ilíada, hasta el rescate definitivo de Helena.
Sea como fuere, de justicia es honrar, ahora, a los héroes de esta Maratón, a los hombres que resistieron sin aliento hasta el último suspiro, al intrépido Aquiles y a Milcíades. Ciudadanos de Hélade, el Real Madrid ha vencido.
@DavidLeonRon 3 mayo, 2012
Solo dos palabras: Javier Alberdi.
Podría decirlo por este artículo, el otro o el del otro día, poco importa. Vaya MONSTRUO.
En lo deportivo, el Madrid, Cristiano, Mourinho (y sus aficionados, por extensión) merecen la felicitación y el reconocimiento más sincero. Liga para la historia, numéricamente y por la entidad del rival. En una época en la que perdemos todo el tiempo del mundo en distracciones extradeportivas, conviene recordar la grandeza del derrotado (que no deja de exhibirla ni en los momentos previos a su caída final), que no hace sino aumentar la gloria del vencedor.
A disfrutarla, que toca.