Hace poco más de cinco temporadas, Bastian Schweinsteiger cerró el círculo, siendo actor principal de una historia de un valor narrativo de primer nivel. Todo lo que vino después dejó de ser lo mismo; todo estaba fuera de plano y no tuvo significado real para explicar su carrera. Aquel niño nacido en la época de Lotthar Matthaus, con Franz Beckenbauer dirigiendo desde la banda un nuevo campeonato del mundo para la Alemania de toda la vida, se marchó a Gran Bretaña y Estados Unidos, prolongando una carrera que en esos años careció del sentido que durante una década sí tuvo cada segundo. Entre el Westfalenstadion, sede de las semifinales del mundial del que su país fue anfitrión, y Maracaná, donde Bastian frenó la diagonal de Lionel Messi para alzar el cetro, está explicado uno de los tomos de la enciclopedia germana futbolística del siglo XXI. En paralelo al cambio de mentalidad surgido en la escuela alemana, tan bien recogido por Axel Torres en su libro ‘Franz. Jürgen. Pep’, consta una línea independiente personalizada en la figura de otro de esos grandes centrocampistas de la historia del país. Bastian Schweinsteiger, hoy retirado del fútbol profesional, merece ser recordado.
La historia de Bastian es la historia de una evolución. El fútbol alemán como escuela de pensamiento había permanecido inalterable, pues a su manera, el orgullo que les había llevado a la victoria no dejaba penetrar ciertas ideas a la hora de formar futbolistas. No era como lo de el fútbol británico pero sí mostraban con ego el valor y la fortaleza de sus rasgos futbolísticos, basados en el físico diferencial, la mentalidad indeleble y una fuerza interior que se exteriorizaba en saberse consumados rematadores y jugadores con mucho gusto por concretar; grandes lanzadores desde fuera del área e imperdonables en los duelos individuales. No en vano habían sido quienes lograron impedir el triunfo del fútbol total holandés, al menos en lo meramente resultadista. Y claro, su selección se nutría de un club hegemónico, el Bayern Munich, el gigante alemán que había dominado Europa bajo el manto del kaiser.
Bastian Schweinsteiger creció y se desarrolló en un fútbol alemán inequívoco, unidireccional y ganador
Así, Bastian surgió como un canterano heredero. Y el Bayern al que llegó, al menos por forma, también por nivel si observamos el ciclo 98-2004 de Ottmar Hitzfeld, exitosísimo, se expresaba con memoria, sin nostalgia, recogiendo y entregando el testigo de lo que era hacer las cosas como se habían hecho siempre. Así es como desde sus primeros años y hasta su convocatoria firme y continuada con el combinado nacional, Schweinsteiger llega al fútbol de élite como un volante de banda de mucho trabajo, pocos matices, escaso regate, pero mucha identidad reconocida: disparaba a puerta como si le fuera la vida y jugaba con mucha determinación y compromiso. Jürgen Klinsmann le confió el costado zurdo de la ‘Mannschaft’ para ayudar a Philip Lahm en el repliegue y descolgarse después hacia la portería contraria, viéndola de cara al jugar desde la izquierda. Por dentro, tampoco se daba Alemania demasiados caprichos. Torsten Frings y un experimentadísimo y lleno de clase Michael Ballack ocupaban un totémico doble pivote. Las cosas claras, la cerveza rubia y el chocolate espeso.
Así, y tras varios años de franco deterioro, el Bayern, chafado de manera impresionante por el Barcelona de Pep Guardiola, y ya con Alemania en plena transformación metodológica y técnica, inicia una reconstrucción en muchos sentidos. Como si asumiera la necesidad de introducir una terapia de choque, el gigante bávaro contrata a un holandés, allá por 2009. Su nombre, Louis van Gaal, un tipo difícil, puesto en duda en multitud de ocasiones dentro del propio club, y adalid y estandarte de la Holanda de Michels y Cruyff, que sin duda respondía al nuevo lenguaje adoptado, de arriba a abajo, por los estamentos federativos. Van Gaal era el fútbol posicional, el pase corto en salida de balón, la ruta preestablecida, los extremos fijos. Pero también una luz diferente para tutelar talentos. Para romper lo que parecía dado por hecho. Louis contribuyó a reescribir el futuro de Bastian Schweinsteiger.
Van Gaal: “Cuando llego a un nuevo club, hablo con cada jugador de su demarcación, de su personalidad, del equipo y de cómo interactúa con sus compañeros. A Bastian le dije: ‘Creo que debes colocarte en el centro del campo’. Y, aunque nunca había jugado en aquella demarcación, después de dos semanas de entrenamiento y de dos partidos, se dio cuenta de que rendía mejor que nunca. Por esto mismo digo que la concepción del juego es siempre el factor unificador”.
A partir de 2009, Bastian Schweinsteiger se convirtió en el mediocentro de sus equipos. No era un ‘5’ arquetípico y académico, era más bien un pivote alemán, pero que pasaría mucho tiempo en campo contrario. El reto era tremendo, porque a su fútbol, a la par que choque, presión, disputa y cobertura, se le iba a pedir finura. Primero junto a Van Bommel, después, con Heynckes, junto a Javi Martínez. Entre medias, ser el mediocentro de Khedira, Özil, Götze o Lahm. Caracterizado por imprimir desde su posición un ritmo y una energía dominantes, elevando la altura del bloque hasta la frontal prácticamente, Bastian Schweinsteiger creció sin freno, multiplicó sus tareas y sostuvo los principios de sus equipos. Agresivo en el pase, con el punto de calma que requiere la medular, esponja de los ‘dos toques’ holandeses y apoyo de los triángulos que formaba junto al lateral y el extremo o mediapunta.
Fueron, no obstante, como era de prever, los dos años con Heynckes donde Bastian marcó la pauta en Copa de Europa. Con Van Gaal, el Bayern llegaría a la final de la Champions, así como dos veces consecutivas en 2012 y 2013. La adaptación y simbiosis que el fútbol alemán de toda la vida y la necesaria suma de virtudes demandada en centrocampistas que jugaban por detrás del balón tenian a un gran narrador en Schweinsteiger. Tras la marcha de Louis, Jupp recuperó cierta ortodoxia, apoyado en la explosión de ‘Robbery’ y en el poderío de su doble pivote, descomunales en despliegue y capacidad para ocupar y dominar las zonas de salida del rival. En esos años, Schweinsteiger era una fuerza indomable que iniciaba jugadas en zona de mediocentro, tiraba diagonales a banda, desmarques para limpiar las diagonales de sus extremos y finalizaba jugadas si la situación se lo permitía. Bastian, en esplendor, fue total, como el Bayern de Robben, Franck, Mario Gómez y Manuel Neuer.
Su paso al mediocentro con Van Gaal multiplicó sus funciones y trajo los mejores años de su carrera
Con la orejona bajo el brazo, Schweinsteiger y toda Alemania recibirían la llegada de Pep Guardiola, un técnico claramente intervencionista, metódico en sus postulados y obsesivo con determinadas ideas, con las que anhelaba dominar todos los partidos. Entre medias de una adaptación al Dortmund de Klopp, el primer Bayern de Pep se siguió apoyando en sus extremos como forma de crear ocasiones, pero a sus centrocampistas les fue pidiendo ciertas cosas. Y a sus laterales los comenzó a ver de manera muy diferente. La transformación de Kroos a interior de posesión, el nuevo Lahm y en general el juego de posición en su conjunto sirvieron a Joachim Löw para trasladar muchas de esas ideas al equipo nacional. Alemania se preparó y debutó en el Mundial de Brasil con un 4-3-3 en el que Lahm era el mediocentro (!) y en el que Özil, salvo en la final, quedó desplazado en relevancia al eliminarse la figura del mediapunta. Fue así como Bastian, que había perdido valor en el circuito de pases de Pep, sobre todo a nivel de posicionamiento, generó un punto de inflexión en la andadura de la campeona del mundo, ocupando el mediocentro ante el daño que Lahm y los centrales sufrían atrás.
Con toda la experiencia acumulada, castigado también por las lesiones que le impedían tirar de despliegue, y mezclando todo lo aprendido en el tiempo, Maracaná asistió a una final pletórica de Bastian Schweinsteiger. Aquella tarde-noche, el jugador del Bayern se hizo dominador de la escena, hasta el punto de que Sabella, seleccionador argentino, formó un rombo con la misión de fijar marca sobre el mediocentro y tapar la conexión que Bastian y Kroos habían tenido con Özil. En una partida convertida en ajedrez, tocaba ganar la final. Y Bastian se metió en la retina de los presentes en el tramo final, tanto en lo visual como en lo más intangible. Su actuación puso punto y final a un hombre que lo ganó todo y que supo adaptarse a todo lo que le pidieron. Entre Westfalia y Maracaná, el fútbol cambió 180º en Alemania, y Bastian, llamado a ser de la escuela antigua, nunca se negó a formar parte de él.
Permafr0st 9 octubre, 2019
Bastian Schweinsteiger, uno de mis jugadores favoritos aunque jamás logré escribir bien su nombre a la primera. Con su retirada me hago un poquito más mayor.
Y otra vez, no sé cuántas van ya..Van Gaal detectando activando y mejorando futbolistas