Parecía quedar tan lejos que sólo era posible que lo alcanzara con grandes dosis de paciencia, otras de trabajo y alguna de suerte. Ver a Daniel Ceballos ser lo que está siendo en estos momentos no era ni planteable, porque de entrada no ha pasado por esa etapa en la que primero diese forma al jugador que se intuía podía ser: un mediapunta. Lo que parece haber quemado el centrocampista del Betis es lo que tardan otros futbolistas en toda una trayectoria, pasando por otras ligas y necesitando de algún entrenador que los despierte. No es una cuestión de nivel ni de regularidad, pues seguramente atraviese en el futuro alguna etapa de duda e interrupción, sino una cuestión de posición primero y de mentalidad después. La historia de Ceballos, la de su progresión posicional, podía tener el hoy como destino pero no con tanta premura. Ni remotamente.
Ceballos llegó al fútbol como ’10’ de excelso control de balón
Ceballos llegó al fútbol con tres cosas que levantan del asiento y generan expectativa. Primero, un control de balón primoroso, ese que permite al futbolista recibir en el espacio corto para procurarse tiempo. Después, un último pase de la calle, de los que se hacen por instinto y con todas las superficies del pie; con el exterior, el empeine, la puntera o el tacón, casi sin levantar la cabeza. Tercer y último, su capacidad para proteger el balón de una marca pegajosa, lo que elevaba su potencial como mediapunta a la de un futbolista con capacidad de maniobrar sobre la marcha y apoyarse en las bandas. Esas condiciones técnicas quedaban encuadradas en algunos vicios de juventud relacionados con la dispersión y la inconstancia; también la decisión irregular. Sus apariciones no tenían el reflejo y la continuidad para convertir lo genial y momentáneo en puntos y juego. Todo dentro de la normalidad.
Descritas sus principales virtudes, el camino de Dani intentaba decirle al fútbol que necesitaba de un rol que se ha ido perdiendo, el del mediapunta que carece de velocidad y/o trabajo. Estos últimos conceptos son importantes porque Ceballos carece de rapidez y carecía de sacrificio continuado, y apostar por un acercamiento a la banda era disminuir demasiado sus posibilidades. O un entrenador creaba un sistema desde el que liberar a Ceballos y responsabilizarle del desequilibrio y la creatividad o Ceballos tendría que ir adaptándose al puro centro del campo. De la mano de Víctor Sánchez del Amo, el canterano bético no sólo se ha destapado como un todocampista, sino que proclama, día tras día, que su espalda puede cargar peso. Mucho peso. Hoy Dani disfruta jugando aunque no toque la pelota, aunque tenga que ir al suelo a cortar una contra o tenga que saltar por una pelota que seguramente pierda en la disputa.
Hoy, Ceballos es el jefe del Betis. Un Betis de ritmo alto
No es algo dudoso que si algo necesitaba Dani Ceballos era confianza. Probablemente ciega. Incondicional. Explicar que hoy discute en kilómetros recorridos al mejor especialista, se ofrece en salida como una referencia, muestra preocupación por ser pilar en la circulación y llega a campo contrario con el hambre de un inglés no es fácil y seguramente tenga mucho que ver con un cariño de ida y un compromiso de vuelta. En un proceso que se produce con el error, el tiempo, el paso del mismo y la madurez, Ceballos es hoy lo que le pida su entrenador, en un equipo de ritmo alto, presión y dinámica. Y si se lo pide lo será porque puede dárselo, tanto a nivel físico como en toma de decisiones. Ceballos puede ser un pulmón en el ida y vuelta, un cerebro en el inicio de la jugada y el instinto en la frontal. Todo ha sido en un instante. Tan sorprendente como extraordinario.
Foto: CRISTINA QUICLER/AFP/Getty Images
Abel Rojas 12 marzo, 2017
Lanzo cuestión: si a Ceballos no le alcanza para ser cabeza de león, ¿puede ser Ceballos cola de león o "sólo" cabeza de ratón?