La élite del fútbol está compuesta por tres grupos de futbolistas que no tienen la misma valía. De un lado, están aquéllos que, en racha positiva, logran formar parte de la alta competición sin desentonar en absoluto, sumando en virtud del promedio. Luego hay un grupo, muchísimo más chico, compuesto por los que, en la misma inercia favorable, se las apañan para marcar la diferencia. Se les denomina cracks. Y en última instancia, queda un mínimo puñado de hombres que, cuando las cosas van mal, aportan puntos y autoestima hasta que se gira la situación. Diego Godín, durante este ciclo de Simeone en el Atlético de Madrid, se ha ganado ser considerado uno de los terceros; sin embargo, en esta campaña no está rindiendo como tal.
Ciñéndonos al presente, sin entrar a valorar los antecedentes que le han traído hasta este punto, el Atleti es un equipo de perfil defensivo que sufre una debilidad traumática en la zona de mediocentros: por resumir, carece de pivote clásico y eso se nota en aspectos como el orden táctico, las ayudas o coberturas en las zonas débiles (banda derecha) o el juego aéreo en cada una de sus aristas (balón parado, defensa de centros laterales o batalla contra el juego directo del rival que, al perderse, implica regalar muchos metros de forma fácil). No contar con lo que daban Augusto o, más, Tiago, y mantener una identidad que les necesita ha provocado que el Atleti, tras muchos años, sea un conjunto algo incompleto en las cuatro fases del juego.
Sus números defensivos han bajado justo cuando más se le exige.
Partiendo pues de que el Atlético concede más ataques, espacios y facilidades que nunca, hay dos datos que evidencian que Diego Godín no está en su mejor hora. El primero, que su cifra de despejes es la más baja de su carrera desde que explotó al amparo del Cholo en la temporada 2012/13. Pero no sólo es la más baja, sino la más baja con diferencia atroz: si entonces promedió 8,3 despejes por noche (una auténtica barbaridad), en esta, cuando más lo necesitan sus compañeros, ha caído a menos de la mitad (4,1). Su físico no le deja anticiparse como antes, ello le lleva a asumir más riesgo táctico (elegir un rematador antes de que salga el centro) y, así, a estar peor posicionado y controlar menos destinos posibles para la asistencia de gol.
Ocupa menos espacio que antes y el Atlético se ve penalizado.
La segunda estadística acusadora es la de tackles, limitada a un corto 1,7 -un 35% menos que el año pasado, cuando el Atlético de Madrid se erigía como la mejor defensa del continente y, por ende, sus zagueros eran menos exigidos en acciones tan comprometidas como una entrada a ras de suelo-. El uruguayo jugó con el corazón incluso cuando su mente se hizo, con permiso de Gerard Piqué, la más dotada e influyente de la escena defensiva europea, y en un marco tan difícil como la actual, debería responder yendo a lugares imposibles para compensar lo incompensable. Pero no. Cuando lo intenta, no llega, y en consecuencia, desiste de intentarlo. Diego no sólo no está proveyendo al Atlético de Madrid del plus competitivo que se espera de un fenómeno de su talla, sino que, al no hacerlo, está decepcionando a los compañeros lo rodean, generando una inseguridad extra que aumenta, a la espera de un punto de inflexión, el efecto bola de nieve que está arrastrando a los rojiblancos hasta a no tener garantizada su presencia en la próxima edición de la Liga de Campeones.
Foto: JAVIER SORIANO/AFP/Getty Images
Andrés 1 febrero, 2017
Como bien se comenta en el articulo por Abel, Godín no esta transmitiendo esa seguridad tremenda a sus compañeros, eso para mi es clave, sobre todo viendo como están sus parejas de central.
Muy muy dificil la eliminatoria la veo para el Atleti, creo que necesita todo un acontecimiento para pasarla