El Barcelona tiene una capacidad de resurrección casi infinita gracias a una facilidad para marcar goles que le hace no depender del juego para ganar partidos. Debido a este don, ayer pudo construir un posible punto de inflexión positivo tras completar 45 minutos muy poco convincentes. De ahí su poder. En su momento de más dudas, y con el peso de las mismas condicionando su fútbol, quizá, como nunca en esta temporada, fue capaz de conseguir una goleada a domicilio que, en los tiempos anteriores a Messi, se hubiera considerado histórica.
Riazor acogió un choque marcado por la clasificación. El Barça, más apurado de cara a alcanzar sus objetivos, saltó al campo con una intensidadEl Depor notó sus bajas atrás bastante superior a la de los locales, mientras que estos hicieron lo propio con una agresividad que nada tuvo que ver con la exhibida en el Camp Nou en la primera vuelta. Cedía muchos metros; casi todos los que había hasta su propia área. El hecho de alinear, además, una defensa de circunstancias y un portero que es pura inseguridad, aminoraba las dificultades para el conjunto de Luis Enrique de manera muy notable.
La transición ataque-defensa del Barça emitía malas vibracones.
Sin embargo, el Barcelona era un flan con un agravante inesperado y particularmente preocupante: Messi se había contagiado. El generador argentino jugaba con esa sensación de pesimismo y pesadumbre que muestra en sus instantes menos gráciles, y nada peor puede ocurrirle a los culés, pues de la administración de su ataque que realice Messi depende, en un grado enorme, no solo su producción ofensiva, sino, sobre todo, su fortaleza defensiva. Con él transmitiendo malestar, ni siquiera el dócil Deportivo era desordenado, y tras cada recuperación, tenía tiempo para sacar un primer pase de calidad y metros para correr hasta Bravo. Aun desprovistos del menor acierto, Lucas y sus compañeros implicaban una amenaza la mar de seria. El rendimiento defensivo azulgrana rozaba su mínimo. Era como en la segunda parte frente al Valencia, pero sin Piqué.
Suárez, con cuatro goles y tres asistencias, rescató la moral culé.
Entonces salió al rescate un killer que gana Ligas si sus compañeros no resbalan. “Alguien tenía que hacerlo”, y él sabe. Luis Suárez comenzó a castigar la debilidad de la zaga y del portero Manu hasta que en el minuto 47 cerró el resultado asistiendo a Rakitic para el 0-3. Su actuación fue pletórica: de actitud insistente, agresividad máxima, táctica ancha e inspiración total. Cuatro tantos y tres asistencias la consagraron. Así regaló a los suyos una mitad entera para que gozaran otra vez y se reencontrasen consigo mismos. Podría ser esa catarsis por la que, con urgencia, clamaba este FC Barcelona. Porque, en estos casos, los goles siempre vuelven antes que el juego. Son ellos, y no las charlas técnicas ni los entrenamientos tácticos, los que solventan problemas como los que ¿estaban? castigando al campeón.
David_Leon 21 abril, 2016
La temporada de Suárez, acabe como acabe, ha sido un escándalo. Ha llevado su nivel del Liverpool al Barça y eso es un gran mérito.
Recordemos que el chico ha marcado dos al Atleti, dos en el Bernabéu, al Arsenal, el 2-1 al Atleti, dos a River, etc, etc, etc. Incluso en la eliminación en el Calderón fue el único que logró llegar de manera neta a Oblak.
A todo esto se le une un dato curioso que es casual pero a la vez bonito y justo: cuando Suárez ha marcado, el Barça no ha perdido.