Con la luz, el brillo mediterráneo de las 5 de la tarde, con las chiribitas y los asteroides del sudor propio y ajeno. Con el color, el efecto gamma sobre las margaritas y los algarrobos, con lo vistoso, lo nunca visto y lo agradable de ver. Con la adrenalina, las puntas de los pies corriendo sobre el filo del acantilado, con el correcaminos carraspeando detrás de él, mientras el coyote busca excusas y sentido al cambio de rumbo y decorado. Wellington Silva también es un dibujo animado y vive siempre al borde de la carne y el hueso. Es ojo y navaja que siempre corta, levanta la cabeza, echa un ojo a la navaja (y al filo del desfiladero) e inventa. Fantasea con un futuro mejor pero solo tiene 23 años en el pasado. Rompe y rasga, revoluciona, mete la cabeza entre las piernas de los otros e inventa el presente perfecto (eso no es indicativo, ojo). Ladea las laderas, colorea los corazones colectivos de una afición herida de suerte, la pone tarde, temprano o donde no tiene que ponerla. Pero otra vez baja la cabeza, recupera la posición y cierra los ojos para verlo todo más claro. Hace felices a los parroquianos de las bandas y a los muchachos de los fondos. Pero podría irse a segunda gracias a la mala gestión propia y a la incertidumbre de los organismos oficiales foráneos. Se podría ir a segunda como se van los perdedores de primera. Las comparaciones son odiosas para los futbolistas superlativos.
Perseguido por su sombra y por sus dudas, por los coyotes y los valencianistas, por el correcaminos y por la ley. La que le cerró lasNuno intentará atar al crack puertas del Arsenal y la que le abre el abismo este sábado a las 18,30 de la tarde, cuando los toros y los poetas llevan ya un rato al sol de (in)justicia. Ir a la selección de Brasil podría hacerle feliz, jugar en un equipo de primera, consolidarse en España, volver al Arsenal, danzar la Premier, driblar la Carling Cup, tener un árbol, escribir un hijo, plantar un libro. Dar cera a los que pulen fango. Pulir el fútbol, despilfarrar con cada recorte. Aquí en Almería fue todo bonito y precioso mientras duró. Aquel partido aquel de Michel Macedo y los cojones de Soriano y los penaltis de Verza. Ver transformarse a Bifouma en Thievy, recibir un pase corto de Thomas y un grito largo de Ximo Navarro. Coronarse en algún partido con Miguel Ángel, desaliñar lo canónico con Rubén. Mejor para la salud que la moral del Alcoyano, el aire frío de Ponferrada y o ver al Murcia el año que mereció subir en el campo(qué gusto de Velázquez, Kike, Berjón, Molinero, el eterno Acciari) y acabó bajando por la ley y los despachos.
Wellington Silva justifica emplear 90 minutos en ver un partido.
Hace falta más jugadores como Wellington Silva. Hacen que el fútbol recuerde al fútbol. Que los niños quieran ser futbolistas y no ingenieros agrónomos. Que haya videojuegos, creencias, tifos y youtube. Hace que nos reunamos alrededor de una mesa, que nos desparramemos alrededor de una barra, que nos quedemos clavado en una silla. Que yo escriba este artículo con cariño. Que tú lo leas con detenimiento.
sobris 23 mayo, 2015
Cuanta razón. Me acuerdo de una asistencia de fútbol sala que dio el partido que michel macedo marco dos goles…que yo me puse las manos en la cabeza pensando: no puede ser un tío que ayer no conocia no ha podido hacer eso. Luego ya lo he visto mas y si que puede hacer eso…y mas cosas.