«No es necesario decir tantas cosas antes de un partido como este, los jugadores estarán bien preparados y muy concentrados. Lo importante es asegurar que no haya demasiada tensión en el aire antes del partido. El coraje, la personalidad y el carácter que demostremos en el campo serán lo importante», reflexionaba Carlo Ancelotti en la previa de este histórico Real Madrid – Atlético de Madrid. Sabe bien de lo que habla. El italiano no es sólo una de las pocas figuras que ha ganado la Copa de Europa como futbolista (1989 & 1990) y como entrenador (2003 & 2007), sino que, tras eliminar brillantemente al Bayern Munich, igualó a Miguel Muñoz, Sir Alex Ferguson y Marcello Lippi como técnicos que más finales han alcanzado (4). Y, más allá de las tres que disputó como jugador, que a buen seguro le han servido como bagaje impagable, resulta interesante analizar el contexto, su manejo del vestuario y los detalles tácticos que a los mandos del AC Milan dejó en las finales de Manchester, Estambul y Atenas.
Una reivindicación muy personal (2003)
Durante la temporada 2002-2003, el AC Milan comenzó a edificar las bases de un proyecto ganador. Y todo, como casi siempre, comenzó en verano. A la vez que el conjunto de Carlo Ancelotti sufría para eliminar al Slovan Liberec (1-0 y 1-2) en la previa de la Champions, Silvio Berlusconi firmó a Rivaldo, Seedorf, Nesta y Tomasson. Sorprendentemente o no, el único de estos fichajes que no contribuyó de forma decisiva fue el del Balón de Oro 1999. Carletto le comenzó alineando en una doble mediapunta junto a Rui Costa (4-3-2-1), disposición con la que superó dos difíciles grupos (Dépor & Bayern – Madrid & Dortmund), pero su importancia se fue diluyendo. De forma opuesta, el papel de Clarence Seedorf fue fundamental tanto en lo individual como en lo colectivo. Y es que su llegada, además de suponer un salto de calidad, permitió a Ancelotti realizar -que no inventar- uno de los cambios de posición más famosos de la década: Pirlo pasó de la mediapunta al mediocentro, siendo escoltado así por el holandés y por Gennaro Gattuso. Con esta disposición y la entrada de Inzaghi por Rivo (4-3-1-2), el conjunto milanista llegó a la gran Final tras superar en cuartos al Ajax con un gol de Tomasson en el descuento (0-0 y 3-2) y al Inter en semifinales (0-0 y 1-1).
“En los días previos a aquella final Milán-Juventus, opté por ponerles a los jugadores una escena de la película «Un domingo cualquiera» en la que Al Pacino le da un discurso a su equipo de fútbol americano: ‘Os daréis cuenta de que la vida es una cuestiónAncelotti cambió al 4-4-2 y apostó por Dida para enfrentarse a la Juve de pulgadas. Porque en cada juego, la vida o el fútbol americano, el margen de error es así de pequeño. Y nos curamos ahora, como equipo, o moriremos como individuos’. Me recorrió una escalofrío por la espalda”, reconocía Carlo Ancelotti en su libro titulado «Mi árbol de Navidad». Así, con películas y vídeos, gestionaba el ánimo del grupo. Pero en la pizarra tuvo que tomar decisiones aún más complicadas. Acostó a Rui Costa a una banda (4-4-2) para frenar el poder externo de la Juve y, sobre todo, alineó a Dida por delante de Abbiati. Su rendimiento ofrecía dudas y el debate estaba en las calles de Milan, pero Carlo confió en el brasileño… y acertó. Dida detuvo los acercamientos de un equipo bianconero que, sin Nedved, sólo lograba profundizar por banda izquierda con Zambrotta en posición de extremo. Ancelotti, que se había visto sorprendido con este doble lateral, vio y subió la apuesta de Marcello Lippi: «Encargué a Shevchenko la tarea de cambiar constantemente de puesto con Rui Costa para crear unos contra uno contra Montero. El uruguayo tenía un paso completamente distinto y no podía contener la potencia física de Sheva». De esta manera el Milan no lograría desbordar por completo a la Juventus, pero si consiguió intensicar un dominio que fue constante durante toda la primera parte.
El Milan estaba demostrando tener más calidad y, además, estaba mejor plantado en el césped.
El técnico juventino no podía esperar más, y dio entrada Antonio Conte por Camoranesi en el descanso. El impacto del cambio fue positivo, pero también insuficiente. El Milan encontraba cada vez más espacios y Ancelotti quiso meter una marcha más desde el banquillo. Roque Junior por Costacurta (66′) y Serginho por Pirlo (71), con el consiguiente paso de Seedorf al mediocentro, fueron los cambios que terminaron por volcar el juego hacia la portería de Buffon. Arriba faltó acierto, Roque Junior se lesionó y el Milan perdió la iniciativa en inferioridad numérica, pero ni en esas la Juve mostró su potencial. Si alguien había merecido evitar los penaltis, desde luego ese era el AC Milan. Allí, Dida y Shevchenko darían la Sexta Copa de Europa al club rossonero y el primer título como técnico a Carlo Ancelotti. El italiano no había logrado ganar nada en su primer año en Milan ni tampoco en los dos anteriores en Turín, lo que le había granjeado una fama de «perdedor de lujo» que la afición bianconera utilizó como arma arrojadiza en la previa de la Final. Cuando en el postpartido le preguntaron por todo aquello, él respondió elocuentemente con un «ya no lo dirán más».
Seis minutos que lo cambiaron todo (2005)
«Esos seis minutos fatales lo borraron todo», tituló La Gazzetta dello Sport el 26 de mayo de 2005. Lo que sucedió la noche anterior es de sobra conocido por todos, ha rellenado mil páginas de periódicos y, a buen seguro, aún quedarán otras tantas por escribirse en libros, pero aún con todo eso ninguno de los rossoneri presentes en aquel partido ha logrado encontrar una explicación coherente. Lógica. Asumible.
Muchos aficionados y profesionales del fútbol han reconocido a posteriori que, en el descanso, cambiaron de canal o apagaron la televisión, pero realmente no había motivo para ello. Y no porque lo que sucedió después demostraría que el partidoAmbrosini era la pieza que permitía a Ancelotti cambiar de sistema no había acabado, sino porque el Milan de Carlo Ancelotti estaba jugando a un nivel altísimo. Quizás nunca fue el equipo más bonito del mundo, pero era fantástico. Gracias a la madurez que otorgan los años y a las incorporaciones, el conjunto rossonero no había parado de crecer en los dos últimos años. La defensa se había renovado con Cafú y Stam, Andrea Pirlo ya estaba asentado como mediocentro, Crespo había llegado para acompañar a un Shevchenko Balón de Oro… y, además, había aparecido Kaká. Para dar sentido a todo esto, Carletto seguía alternando el 4-3-1-2 -la opción principal- con el 4-3-2-1 -la conservadora- en base a la presencia de Massimo Ambrosini, el cual permitía adelantar la posición a Seedorf de querer disponer el conocido «árbol de navidad». Tal era la adaptación del técnico italiano que en octavos contra el United (1-0 y 1-0) dispuso un 4-3-2-1, en cuartos ante el Inter (2-0 y 3-0) cambió al 4-3-1-2 y, finalmente, en semis frente al PSV (2-0 y 1-3) jugó la ida con un dibujo y la vuelta con el otro. Sin embargo, en Estambul Carlo no pudo elegir: Ambrosini estaba lesionado.
El partido cambiaría con una decisión de Rafa Benítez… y mucha efectividad de los suyos.
Sea como fuere, en los primeros 45′ de la Final no se notó precisamente la baja del buen centrocampista italiano. «Hicimos una primera parte excepcional, quizá el mejor partido realizado por uno de mis equipos», comentaba hace unos días Ancelotti. El gol de Maldini a losUn Gerrard libre de marca cambió una final que ya parecía ganada 50» había allanado el camino, descompensando emocionalmente a un Liverpool al que le sobraba intensidad. Su centro del campo presionaba muy arriba y de forma muy impetuosa, lo que Pirlo y Kaká interpretaron como una invitación a rajar en dos su sistema mientras Sheva y Crespo rompían incesantemente al espacio. Así llegaron el 2-0 y el 3-0, como pudieron llegar el 4-0 y el 5-0. El partido estaba tan roto como controlado por parte del Milan. Entonces, sucedió lo que seguramente sí era inevitable. Mientras en el vestuario del Milan los no convocados se ponían las camisetas de campeones, en el del Liverpool los jugadores se envalentonaban y Rafa Benítez se la jugaba con un 3-5-2. Pese a todo esto y lo que diga nuestra caprichosa memoria, la segunda parte comenzó igual: los milanistas encontraban los espacios, los aprovechaban y el peligro era suyo. El 4-0 volvió a rondar, pero fue Steven Gerrard quien marcó. Y luego Šmicer. Y después Alonso. Tres goles en tres disparos. Cuatro, si contamos el penalti fallado. Sin embargo, nada era casual. En su libro, Carlo señala que el cambio de Hamman por Finnan tuvo un enorme impacto porque «Gerrard tuvo más libertad y limitaron a Cafú y Maldini con la posición más avanzada de Riise y Smicer». Y así habían llegado los goles. El primero, con Gerrard rematando sólo. El segundo, un remate lejano de Smicer. Y el tercero, un penalti propiciado por una llegada desde atrás del capitán inglés. Quizás, en este momento, Ancelotti sí que echó en falta a Ambrosini.
“A menudo me preguntan qué pasó por mi mente durante la remontada del Liverpool. La respuesta es simple: nada, cero. Mi cerebro era el vacío del espacio exterior… Nos recuperamos pero llegó esa parada milagrosa de Dudek. Fuimos a los penaltis y miré a mis jugadores a los ojos. Vi que algo iba mal. Estaban pensando demasiado. Antes de lanzar un penalti nunca es una buena actitud. En ese momento supe que prácticamente estábamos acabados”, comentaba un Ancelotti que reconocía no haber visto nunca el partido repetido “porque no tenía ningún sentido”. Tras el 3-3 los suyos habían reconducido el partido y dos de sus cambios (Tomasson por Crespo y Serginho por Seedorf) ayudaron a que el Milan tuviera la ocasión más clara de la prórroga, pero Dudek había nacido para vivir aquella noche. No había nada que hacer.
Reconstruir a partir de la revancha (2007)
Desde el llamado «Milagro de Estambul», los ingleses irían hacia arriba y los italianos hacia abajo. En 2006 el Milan se había quedado a tres puntos del Scudetto y a un gol de forzar la prórroga ante el Barcelona de Rijkaard en semisAncelotti recuperó a su equipo a través de la ilusión de revancha, pero el inicio del siguiente curso parecía reafirmar la sensación de que ya no eran uno de los favoritos. “Durante el año de reconstrucción psicológica del equipo, Carlo no dejó nunca de apelar al espíritu de revancha. Nos decía que teníamos que llegar a la final, jugarla contra el Liverpool y ganarla… Eso era, no necesitaba grandes discursos ni grandes palabras, nos tocó la fibra con eso”, le comentaba Ambrosini a Eleonora Giovio en un gran reportaje. Para hacer de esa necesidad de revancha una realidad, Carlo se apoyó en dos aspectos claves. El primero, abandonar el 4-3-1-2 con Inzaghi/Oliveira y Gilardino/Borriello en punta para apostar definitivamente por el 4-3-2-1 con Seedorf por delante de Pirlo, Ambrosini y Gattuso. El segundo, más obvio, potenciar a un Kaká que, durante esa Copa de Europa, se convirtió en «el mejor jugador del mundo» tras derrotar al Manchester United (2-3 y 3-0) camino a Atenas.
La igualdad presidió la Final de Atenas… salvo durante un preciso momento: el del Maestro Astilla.
Y sí, allí esperaba el Liverpool de Rafa Benítez y Steven Gerrard. Como decíamos, el conjunto rossonero había perdido potencial sin que, en realidad, hubiera sufrido demasiados cambios. Oddo y Jankulovski ocupaban ahora los laterales, pero los otros dos nombres diferentes entre ambos onces eran Ambrosini e Inzaghi, que ya formaban parte de aquel Milan. El de Filippo Inzaghi fue, precisamente, el que más sonó en la previa. Bueno, el suyo y el de Alberto Gilardino. Era la gran duda. «Si tuviese que elegir, pondría a Gilardino en el once titular por su fuerza física», opinaba Silvio Berlusconi. El ariete de Biella había anotado 16 goles en la temporada; «Pippo» sólo 7. Realmente ésta no estaba siendo un buen curso para él. Con 34 años, varias molestias musculares y una punta de velocidad escasa, partía en desventaja frente a Gilardino en todas las quinielas. Pero Carlo vio algo: «El día anterior a la final, charlando con los chicos, había notado en Inzaghi la mirada y la actitud de los momentos especiales. No tenía certezas sobre su estado físico, pero decidí alinearlo. Y fue la elección acertada. Le elegí y nos dio la Copa de Europa con un doblete”.
Así fue. En una final tremendamente igualada, cerrada y equilibrada, dos detalles de un jugador tan puntual que debería haber nacido en Baker Street marcaron la diferencia. No hubo más. Un falta botada por Pirlo, un jugador que sale de la barrera dando la espalda al balón y éste, caprichoso, que choca en él para un gol tan importante en lo futbolístico como en lo anímico. El 2-0 y el 2-1 parecieron recordar una historia pasada, pero por suerte para los rossoneri esta vez no hubo tiempo para más. «Cuando pienso en el pasado mes de diciembre y en todos los problemas que hemos tenido, esta victoria es todavía más especial para mí», comentó Ancelotti en, hasta el día de hoy, su última rueda de prensa de una final de Champions League.
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Con perspectiva creo que la primera parte en Estambul es la final deChampions mas desequilibrada que he visto. Incluso superior a los meneos de Pep al Manchester. El fútbol es la leche.
¿Que hubiera pasado en 2003 si Nedved hubiese jugado? Yo tengo la impresión que aquella Juve era el mejor equipo del momento y Pavel un jugador superior en un momento de forma extraordinario.