«El impacto sufrido, al reconocer al candidato, privó a Joan Sala de cualquier margen de maniobra. El paso del tiempo había hecho mella en Cecilio, pero sus rasgos resultaban tan inconfundibles como ese porte sereno del que ya hacía gala cuando eran niños. Aquella templanza desconcertó aun más al técnico de Recursos Humanos. Por primera vez, en el transcurso de un proceso de selección, las únicas manos temblorosas eran las suyas. Solo su mirada evitaba un posible encuentro, presa de una inquietud que todavía hoy le azoraba desde un pasado lejano.
Un alborozo estallaba, cada mañana, con la bocina del comienzo del recreo. Lo que para el resto del alumnado era el sonido de su liberación, para el pequeño Joan no suponía más que la antesala de un ritual de humillación. Tan pronto como salían al patio, los niños se arremolinaban en torno a los líderes que procedían al reparto de los equipos de fútbol. Tras dilucidar el orden de elección, los capitanes se decantaban por las virtudes de los más habilidosos para luego orientar su criterio hacia las simpatías que despertaban los menos capacitados. Con independencia de la combinación resultante, el desenlace jamás difería: El pequeño Joan, tan desprovisto de cualidades futbolísticas como coartado por su timidez, era proclamado como “el que sobra”, entre risas burlonas, gestos de indiferencia, o, simplemente, de decepción de quien se veía abocado a cargar con él.
Por ello la actitud de Cecilio resultó un misterio para todos. Pese a llegar a mitad de curso, desde bien pronto se erigió, casi sin proponérselo, en uno de los referentes de la clase. De una corpulencia mayor que el resto, la firmeza con la que se expresaba, por contundente y pausada, resultaba apabullante para cualquier chico de su edad. Bastaron unas semanas para que el grupo le concediera el privilegio de elegir.
Tras un exhaustivo repaso al pelotón, Cecilio, inauguró su mandato decantándose por el escurridizo Alfaro. Su oponente replicó adjudicándose al férreo Balboa. Y cuando ya todos barruntaban si el siguiente sería Ramón, excelente goleador o, quizás, un velocista como Latorre, el nuevo capitán propuso una alternativa por nadie contemplada:
-Elijo «al que sobra»- rubricó ante el pasmo general.
Durante el resto de la jornada, los chicos especularon si tras aquella frivolidad no se ocultaba una estrategia premeditada, si se trataba de una demostración de suficiencia o si, por un casual, el nuevo cabecilla profesaba algún tipo de simpatía hacia aquel muchacho carente de todo mérito. Nunca se supo, pero desde entonces la rareza no dejó de repetirse.
Joan Sala nunca atisbó un rastro de compasión en aquel gesto. Por más que lo intentó, su mentor futbolístico jamás le correspondió más allá del terreno de juego. Aquella incomprensión le llegó a incomodar casi tanto como su anterior marginación. Cuando al término de las vacaciones estivales tuvo constancia de que Cecilio había abandonado el centro, una sensación de desamparo le embargó, más por no haber resuelto el enigma que por volver a quedar relegado al ostracismo.
Espoleado por esa curiosidad, cesó la aparente lectura del currículum que, hasta ese momento, había disimulado su aturdimiento.
-¿No me recuerdas?
Tras unos segundos, el hombre asintió levemente.
-Claro. Usted es “el que sobra”.
-Pero… ¿Por qué yo? – elevó el tono- ¿Por qué me elegías? ¡A mí!
-Pues porque usted me era útil- respondió con suma naturalidad.
-¡Pero si ni tan siquiera era capaz de patear una pelota! – bramó soliviantado.
-Obedecía – se mostró rotundo –. Con tan solo doce años, recién liberados de la clase, en el fervor del partido… para la mayoría resultaba difícil seguir una norma. Cuando yo lo pedía que se quedara pegado a la banda usted habilitaba los carriles centrales. Cuando le reclamaba que se incrustara entre los defensores rivales – gesticuló como si trazara la estrategia en el aire-, estaba fijando a su defensa. Cuando le sugería que me acompañara, en paralelo, a la altura del medio campo, dificultábamos sus líneas de pase. No todo el mundo sabe obedecer.- Sentenció.
Joan Sala sintió que le faltaba aire. El sudor corría por su frente, mientras sus pensamientos se agolpaban a la deriva de una mirada perdida. ¿De verdad sirvió para algo “el que sobra”? Cuando su atención retornó a la escena, reparó en que Cecilio fijaba la vista en el currículum, evidenciando que aún quedaba un asunto por dirimir. Como de costumbre, había analizado, previamente, el perfil del candidato. Carecía de la cualificación exigida. Y superaba, por algunos años, la edad deseada. Antes de iniciarse la entrevista sabía de antemano que iba a rechazarlo.
-De verdad que me gustaría… – Un trago de saliva resaltó en su nuez -. Pero las necesidades de la empresa…
No hizo falta proseguir. El aspirante se incorporó confirmando con un gesto que había captado el mensaje.
-Lo siento…
Pero Cecilio parecía no sentirlo. Imperturbable, permaneció unos instantes observándolo con detenimiento, como si retornasen al patio del colegio, tratando de sondear por qué aquel niño jamás se había dado una oportunidad.
-No se preocupe. – Le compadeció -. No todo el mundo sabe decidir.
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hola1 27 diciembre, 2015
Tremenda esta serie de Cuentos. Ha sido buenisima.