Nuestro protagonista de hoy sería más valorado ahora que en su época. Y ya es decir, porque nos hizo disfrutar una barbaridad.
La época es la siguiente y nadie la vio venir. El fútbol iba a cambiar drástica y muy rápidamente. Y no sabemos si con el ánimo de que ese cambio se convierta, en presente, en algo cotidiano, o únicamente signifique y haya significado en la historia del fútbol un pico elevadísimo y mantenido en la gráfica que no se pueda sostener después, pero el caso es que aquellos dos jugadores, en lugar de transformar la iconografía de una posición concreta, lo que hicieron fue implosionar dos conceptos: el de estrella del fútbol y el del encargado del gol. Y ninguno era, ni es, delantero centro. A pocos meses de que esto comenzara a suceder, las estrellas eran extraordinarias pero, dentro de su excepcionalidad, eran terrenales, en el sentido de acaparar un solo color en el arco iris. Yo doy el último pase, usted organiza al equipo, y aquel marcará los goles.
Él es uno de esos casos con los que su posición se comenzó a ver y valorar de otra manera y no solo por la más evidente de todas.
Así, en los albores de esa época que estaba a punto de comenzar, en una de las grandes ligas europeas, lo que también nació fue un modelo futbolístico que es un modelo de club, que aún perdura, y mira que han llovido mares, al que llegaban y llegan jugadores más desconocidos a ojos del gran público. Plantillas confeccionadas en los despachos que con asombrosa continuidad se convertirían en equipazos de fútbol como el que su protagonista ayudó, y de qué manera, a dar forma. Como las victorias legitiman las propuestas y las convierten en identidad, debe decirse que ese modelo terminó creando escuela en su estadio y no se puede discutir que hay algo común en el juego de todos sus ciclos ganadores, no solo una manera de acudir al mercado y darle herramientas al entrenador.
El modelo de juego siempre fue directo, con mucha predominancia por las bandas. De hecho, el ritmo al que jugaba aquel equipo puede decirse que por norma no le pertenecía a su país, haciendo de uno de sus laterales un fenómeno histórico. Jugando en casa, sus extremos y sus laterales abrasaban al rival, lo giraban contra la pared y lo zarandeaban en oleadas de carisma y fútbol ofensivo donde los traspasos multiplicaban su valor. El fútbol, que todavía no se había dirimido entre la cultura del pase y su posterior reacción como respuesta, seguía teniendo en los costados una fuente natural para desequilibrar, y veía en los laterales, ya sí, a elementos fundamentales en la construcción del juego y el cambio de ritmo. Pero para dotarles de sentido, alguien tenía que pararse antes.
Con mediocentros más trabajadores y bandas demoledoras, alguien tenía que pararse. Y nadie se paraba como él.
Iba a tener todo el sentido del mundo lo que rodeaba a este genial jugador. Los mediocentros no tenían demasiada incidencia en la elaboración ni en las decisiones importantes relativas a lo que el equipo sería con el balón en su poder. Y si el equipo era de estilo directo, no era necesario ni recomendable que la pelota se parara en varios futbolistas. Con uno solo bastaba, pero debía ser muy bueno en sus intervenciones. Un balón largo o un envío en corto, no importaba el cómo, que allí estaba él para bajarla, administrarla y mandarle al equipo el mensaje correcto. Había en sus acciones un rasgo evidente de su tremenda relevancia en aquel equipo y en aquella Liga, que a punto estuvieron de ganar, y es que todos los jugadores del equipo debían mirarle a los ojos cuando recibiera la pelota, porque él iba a modificar la jugada y desatar la furia de sus extremos o la llegada a gol de su compañero de delantera o la llegada del segundo pivote. Ninguno de los que compartían posición con él entendía dicha demarcación de esa manera.
AArroyer 17 marzo, 2020
Facilita para empezar, ¿no? 😀