El olor a final dibujó un gesto diferente en Mestalla, tan necesitado de volver a una cita de esa magnitud después de tantos años de coma. La grada, como no podía ser de otra manera, conectó con el equipo para que éste echase el último aliento en cada acción, un argumento importante para explicar por qué el Valencia ganó en el detalle en un día en el que esto era imprescindible. Con esa activación mental sin fisuras que el futbolista sólo consigue en noches como ésta, fue más sencillo que el bloque de Marcelino demostrase que puede ser un hueso para cualquiera, pero especialmente para la naturaleza del Real Betis.
La necesidad de gol hizo a Quique Setién tomar decisiones relevantes en comparación a cualquier tarde de domingo, y vimos al equipo verdiblanco ejecutar de forma más agresiva, sobre todo en el posicionamiento de sus piezas. Desde Joaquín y Francis siempre pinchados en sus respectivas bandas y sin intención de dar un solo apoyo por dentro para obligar al Valencia a basculaciones rápidas de un lado a otro, hasta la intención de Lo Celso y Canales –que acompañaban a Jesé en el ataque- de despegarse más de la cuenta de Carvalho y Guardado para ganar verticalidad con más facilidad.
El Betis, desde el posicionamiento, buscó abrir a un Valencia que se mostró en todo momento muy bien conectado en la ocupación de los espacios sin balón
A pesar de esto, el Valencia consiguió que el partido comenzase moviéndose en los márgenes que Marcelino deseaba. Con el 4-4-2 estrecho, compacto y abajo, al Betis le costaba mucho dibujar líneas de pase que acabasen con un envío en ventaja sobre alguno de los tres atacantes, y cuando el cuadro andaluz forzaba el pase vertical sobre un Jesé que se movió de lujo, Gabriel y Roncaglia ganaron con contundencia la situación de uno contra uno. El robo local contaba después con el apoyo de Rodrigo y los movimientos verticales de Gameiro y Guedes, que no obtuvieron castigo sólo gracias a que Marc Bartra, durante el tramo inicial, logró con sus carreras hacia detrás mantener a su equipo en la semifinal.
En un día en el que el detalle marcaba la diferencia al Betis le pesó no tener en el carril izquierdo a Junior ni a Tello. El envío hacia ese perfil sobre Francis perdía soltura y velocidad, así que el Valencia basculaba sobre ese sector y obligaba en muchas ocasiones al Betis a forzar un envío horizontal hacia dentro o hacia detrás para iniciar de nuevo jugada. Por necesidades, Quique Setién ha tenido que apostar por el canterano en esa banda, pero él necesita la derecha para recibir al espacio y no tener que ayudar a generarlo a banda cambiada con pelota al pie, una falta de fluidez que penalizó la intención bética con balón, que era la de desordenar al Valencia.
Si el perfil izquierdo del ataque del Betis resultó una fisura para sus propios intereses, ocurrió lo propio con ese sector de la vanguardia ché. Marcelino, ante la importancia de la cita, decidió apostar por la mayor calidad de Gonçalo Guedes en comparación a Denis Cheryshev, pero quedó claro que el portugués está bastante lejos de su mejor pico de forma. Incluso con la ventaja táctica que representaba atacar a campo abierto la espalda de Joaquín, Guedes se mostró bastante descontrolado en sus contactos en el último tercio, dejando claro estar muy necesitado de minutos para recuperar sensaciones.
Al Betis le fallaron varios detalles para desordenar a un Valencia que mostró una amenaza constante al contragolpe
El Betis necesitaba aumentar su ritmo y el Valencia tenía claro que no iba a modificar un ápice su plan, y ahí fue donde el equipo de Setién se acabó ahogando. Al problema local se sumó la poca velocidad de ejecución de William Carvalho, en un día especialmente importante de decisiones rápidas para encontrar una grieta en la zaga del Valencia, que tampoco recibió la amenaza que quizás hubiera supuesto un nueve que jugase de espaldas para poder cambiar la dirección de los pases y repetir envíos más verticales, al menos para generar caos y desviar la atención de Coquelin y Parejo, que defendieron siempre de cara.
El tiempo dio paso a la precipitación, terreno que el Valencia fue buscando desde el primer momento y que acabó siendo castigado por un Kevin Gameiro que ha conectado definitivamente con la grada, algo lógico si tenemos en cuenta que por características se trata de un punta que encaja de maravilla como lanza del 4-4-2 de Marcelino en general y como acompañante de Rodrigo Moreno en particular. Sobre él recayó el mayor peso de la acción del 1-0, que terminó de serenar los ánimos de los locales y de acelerar los de los visitantes. Una final que a pesar de las dudas del comienzo de curso, confirman que el Valencia tiene, después de mucho tiempo, un plan en el que creer.
David de la Peña 1 marzo, 2019
Qué semifinal más bonita nos han regalado Valencia y Betis. El equipo Marcelino ha aterrizado en el momento más importante. A ver si Guedes se activa porque me parece un punto clave para que el equipo acabe alcanzando sus objetivos, aunque está claro que "ya están" aquí.