En todo el proceso construído entre la novena y la décima Copa de Europa, el Real Madrid no sólo perdió siempre sino que perdió de muchas maneras. Cada derrota sumó a su sistema límbico una serie de emociones a las que pudo poner nombre de cara al futuro. Esa cantidad de matices, tantas como agrias derrotas, le han llevado a un punto en el que no sólo reconoce sino que es capaz de separar y manejar multitud de experiencias que, reproducidas en el tiempo, no alteran su proceder competitivo. Detecta lo que sucede, sofoca las rebeldías, templa el calor, activa las pasiones sin desmoronarse y se emplea con naturalidad y entereza en las noches que muchos entienden como algo desconocido. Su grupo, repleto de talento, experiencia, victoria, vivencia y convivencia, jugó un partido tranquilo y serio para marcar las distancias con su rival, un Paris Saint-Germain inoperante.
Zinedine Zidane saltó con sus jugadores al Parque de los Príncipes con la misión de aprovechar tanto el plan de partido como la delicada estructura táctica y mental de su oponente, situando en la medular a cuatro jugadores acostumbrados a encarar los ataques desde una acción posterior a la primera ventaja. Lucas Vázquez en banda, Asensio en la opuesta y Kovacic y Casemiro en la medular, presumían un partido de posibilidades para ambos, que se dibujó sin control ni dominio claro por parte de ninguno, en buena medida por la falta de claridad parisina para gestionar una superioridad en mediocampo a la que no logró dotar de presencia y altura ofensiva. Marco Verratti, Thiago Motta y Adrien Rabiot jugaron para no perder la pelota y no para conectar con los hombres de arriba. La relación que los tres tuvieron con Di María, Cavani y Mbappé no tuvo consecuencias colectivas. No fue bidireccional.
Verratti, Motta y Rabiot se miraron demasiado entre ellos y poco a los de arriba
Sin la rebeldía necesaria por parte francesa para impregnar el juego y la pelota de un carácter intimidatorio y convincente, el Real Madrid, que salió ciertamente precipitado, entendió que su supuesta inferioridad en la zona central no tenía un camino claro por el que ser castigado. El PSG se quedó sin enlace, y con ello, sin referencia en su ataque. Emery empezó con Di María y Mbappé a pierna natural pero fueron cambiando de banda buscando una posición más cómoda para jugar al despiste con su par. Sólo si ellos recibían abiertos, los medios del PSG podían enviarles el balón. La relación de cada trío no se relacionó por dentro. Pudo hacerlo cuando la presión del Madrid era irregular, con la línea defensiva guardando su espalda mientras Casemiro y Kovacic saltaban a por Motta y Verratti, pero como la premisa de los italianos era no perderla antes que verticalizar y buscar entre líneas, la posible debilidad blanca no tuvo consecuencias.
Se alude a la falta de dominador por la precipitación del Madrid, y aquí sí que necesitaron los blancos un primer receptor de calidad y espíritu diferente al de Casemiro, que no obstante creció muchísimo con el paso de los minutos, y un Kovacic que no presenta el orden y la jerarquía para dar sostén a la salida del juego. Marcelo y Carvajal siempre tendían a buscar un apoyo de los delanteros, casi siempre tenían que pasar hacia delante, sin más opciones horizontales de los mediocentros. Eso precipitó muchos ataques y permitió al Paris Saint-Germain iniciar de nuevo uno suyo. En ausencia de ideas de calidad en toda la medular, el partido se dividió, y sin ocasiones claras, la frontal del área fue una zona visitada con frecuencia.
Zinedine Zidane manejó con acierto la utilización de sus armas
Fue en el último tramo donde el campeón francés enlazó varias jugadas reconocibles y puso a sus pasadores cerca de la frontal. Éste sería un concepto clave en la primera mitad y una oportunidad perdida para imponer la superioridad numérica y técnica que presentaban los franceses. En las bandas, Lucas y Asensio negaban unos contra uno a las alas galas y fue por dentro, en los últimos diez minutos, donde Sergio Ramos y sobre todo, Raphael Varane, se erigieron para soplar la vela y cerrar la primera mitad. Lo que ocurrió en la segunda fue una reproducción, una sobreimpresión en pantalla, de las diferentes realidades que existen entre ambas plantillas. La primera mitad había pecado, en contra de los intereses del Parque de los Príncipes, de un momento concreto de conexión y arraigo. Sin motivos para preocuparse por la clasificación o por la eliminación, el PSG pasaba por el partido sin afrontar problemas o lamentarse siquiera de una fase de amplio dominio sin premio.
Por eso, lo ocurrido en la segunda mitad, en la que Karim Benzema, escapando de su propia posición de delantero centro antes que de marcas o líneas rivales, juntó a los suyos en cada toque y apagó lo que quedaba de un Paris Saint-Germain sin la forma que había perdido con la ausencia de Neymar. Al primer balón con visos de remate que llegó al área, éste fue introducido por Cristiano Ronaldo, una máquina infalible de puntualidad, vivo como la más demoledora de las culebras, que apuntilló la eliminatoria y dio validez a un plan basado de nuevo en la activación de todas las piezas disponibles, primarias y secundarias, que hacen nuevamente al Real Madrid como el enemigo a batir. Su conocimiento de la escritura más compleja está, por tanto, aún por discutir.
Foto: GEOFFROY VAN DER HASSELT/AFP/Getty Images
Jos 7 marzo, 2018
No se puede jugar con miedo, y el PSG, ayer, tenía mucho miedo a perder la pelota en el centro. Y lo peor no fue eso, fue que ningún jugador salvo Mbappé y Cavani transmitió estar a la altura del partido, incluso parecía que el 0-0 les valía para algo!
Y luego está lo de Verratti: en pocos partidos "grandes" ha dado la talla, pero dejar a tu equipo con 10..