Un 0-0 en la ida jugada en casa de una eliminatoria de la Copa de Europa es una oportunidad para competir. Una oportunidad para calibrar los pasos en falso y los pasos de verdad, para enfocar e iluminar la fotografía que tantas veces salió borrosa. El Sevilla Fútbol Club encontró el contexto adecuado para salir de Old Trafford como uno de los ocho mejores equipos de la competición, una clasificación sustentada en una incondicional fortaleza por permanecer en los momentos y en las zonas donde se cruzan los puentes. Porque aunque se pierdan cosas en dicha pasarela, aunque las tablas tiemblen y el precipicio asome, construir una mentalidad que valore, ante todo, no frenarse y poner los dos pies en tierra firme es lo que llevó al conjunto de Vincenzo Montella a la siguiente fase. Su comprensión por cuidar los cimientos y no dejar de intentar construir los tejados le hizo cruzar el puente. E hizo llorar a su gente.
Entender el 0-0 de la ida es lo que llevó a José Mourinho a edificar un encuentro en el que el 1-0 debía ser absolutamente innegociable. Era primordial para sus intereses llegar a la segunda parte, a los últimos 45 minutos, con ventaja en el marcador, pues la suma de minutos en plena igualdad le restaba margen ante un hipotético 0-1. Si el Sevilla llegaba a ese marco con todo por decidir, un gol suyo dinamitaba el cruce, como así fue. Por ello, el Manchester United formó una alineación que le permitiera ganar opciones de remate de una manera muy directa, en base a dos vías: juego directo y segunda jugada, y agresividad y dinamismo con la pelota si el cuero viajaba por abajo. Nadie se paraba, la pelota debía llegar al área y el gol llegar por abrasión.
Mourinho buscó el 1-0 de manera fugaz y directa. Lukaku y Fellaini debían darle la ventaja
Generar mucho contacto físico, provocar errores y desgastar a los descolgados para restarles oxígeno e iniciativa en el posible contragolpe fue el plan ofensivo de los ‘diablos rojos’. Así, Matic jugó en franca soledad, encargado de activar las bandas y de mantener la altura en el mediocentro, junto a las anticipaciones de Bailly y Smalling. A su alrededor y por delante, un segundo pivote ficticio, Fellaini, enfocado al área y a ganar el envío aéreo, un Lukaku omnipresente, y la velocidad y salida de Lingard, Rashford y Alexis. Sin demasiado nexo, sin pase atrás y sin ningún pasador, Mourinho simplificó su ataque en relación a una entendida superioridad física de base que empotraría a un Sevilla que en teoría debía de pasarlo realmente complicado. La respuesta hispalense tuvo muy buenas intenciones, con muchas equivocaciones, las cuales no mermaron su competitividad. Un pilar emocional que erigieron entre Steven N’zonzi y, por encima de todos, el francés Clément Lenglet.
El plan de Montella fue no perder orden y si se perdía, intentar recuperarlo con la virtud de la que carecía la idea de Mourinho. Prevaleció una intención constante por dar un pase más, por repetir y combinar pacientemente para prepararse ante la velocidad y el físico de las piezas inglesas. Banega y Nzonzi dirigían con la mano o con su recepción, siempre de apoyo y horizontal, hacia dónde debía ser el siguiente pase. Buscar el liberado, encontrar el apoyo interior para progresar, juntarse alrededor de Matic y cambiar de ritmo si se encontraba la ocasión. Se equivocó en la práctica por la poca inspiración de Sarabia, Correa y Franco Vázquez, nerviosos, sin poder ligar cadenas de pases seguras. No obstante, esa intención por darle al balón un cobijo, fue de gran valor para que el ritmo no desbordara la escena y en el intercambio de golpes saliera perdedor.
La respuesta del United fue bajar filas y esperar el error en el pase para salir. En esos dos escenarios, en los que el Sevilla echó en falta acierto de los atacantes en cada acción individual, fue construyéndose el busto de Clément Lenglet. El central francés sacó la escuadra y el cartabón para sumar razón a las emociones y entender dónde estaba el partido y cómo podía ponerse si no actuaba de inmediato. Su abnegación mostrada para no separarse de las zonas intermedias, para negar la recepción de Lukaku y para imposibilitar espacios donde pudieran aparecer Alexis, Rashford o Lingard, cegó al United, convirtiendo sus ataques en unidireccionales.
Lenglet entendió todo y actuó como tal. Fue el líder silencioso, el obrador de la victoria
Su exhibición, que fue mucho más allá de cada acción defensiva con el balón en disputa, permitió al Sevilla no perder su campo. Mantenía la línea defensiva y tapaba todas las opciones que el pasador quería procurarse para potenciar la mencionada agresividad. Lo que Mourinho nunca quiso, construir ataques pausados y pensados, Lenglet lo potenció. Salía, oscurecía la zona de Lukaku con constantes amagos y retos, y si el balón ganaba altura por fuera, se colocaba en el área, sin un centímetro de más pero con toda la firmeza y colocación necesarias para que las torres belgas nunca intimidaran. La gran batalla de la eliminatoria, los primeros 45 minutos del segundo envite, la más importante de todas, la inventó y la ganó el joven central galo.
Desde ahí, el Sevilla estaba donde quería y debía aprovechar las urgencias para transformar resistencia en golpe de gracia. Su dificultad para morder dispone de un complemento que bien activado y entendido, muerde como pocos. Wissam Ben Yedder, tipo de ‘9’ que Montella entendió como recurso secundario, salió para afilar el último disparo. Su instinto y su enfoque, muy diferente a los de Luis Muriel, rubricaron la obra de Lenglet, hizo bueno el temple del formidable N’Zonzi y clasificó al Sevilla para el antepenúltimo paso. El 0-0 como oportunidad y Clement Lenglet como baluarte, se dieron la mano para volver a dormir a un gigante dormido.
Foto: OLI SCARFF/AFP/Getty Images
Cmarquez1995 14 marzo, 2018
Partido totalmente consagratorio de Lenglet. El francés es muy muy bueno y Monchi igual o más, por traérselo del Nancy en Enero de 2017. Meritazo.