El Atlético de Madrid firmó a Yannick Ferreira Carrasco en el verano de 2015, es decir, poco más de un año después de Lisboa y poco menos de un año antes de Milan. Una fecha que sirve para analizar cómo el proyecto de Simeone ha aspirado a la Copa de Europa sin poder reconocerlo. Sus limitaciones, obvias, el Cholo siempre trato de transformarlas en ventajas competitivas. «Si nadie me mira, nadie me descubrirá». Levantar la Copa de Europa no era una obsesión. Pero sí una ilusión. La ilusión. Porque ganarla suponía transformar para siempre el club. Y, para ello, no cabía otra posibilidad que arriesgar.
Dentro de este contexto se encuadra la contratación de un futbolista como Yannick. Joven, talentoso, veloz, agresivo, desequilibrante. El belga, de tan solo 21 años, apenas había disputado diez partidos en Europa, pero estos fueron suficientes para despertar el interés atlético. En ese momento, seguramente Yannick aún no estaba preparado para dar ese paso, sobre todo en términos competitivos. Pero la situación del Atlético era la que era. Unos meses más, un par de actuaciones positivas, y al teléfono de Yannick estarían llamando el resto de favoritos -y otros que no lo eran- para ofrecerle más del doble de lo que costó ese verano. Los tiempos en el fútbol funcionan así. A veces hay que elegir entre llegar antes de tiempo o no llegar. Y el Atlético entendió que en esta ocasión merecía la pena arriesgarse.
La Copa de Europa 14/15 de Carrasco le colocó como una de las promesas de Europa.
Y acertó. Acertó rotundamente. Yannick llegó a España, se quitó el Ferreira de en medio y desde el primer momento, sin necesidad de explotar, demostró que era un futbolista con virtudes muy marcadas a las que Simeone les podría dar muy buen uso. Es decir, confirmó lo que había mostrado en el Mónaco de Jardim, un equipo al que también le encantaba plantar su presión en la línea divisoria, robar en esa zona del campo y salir rapidísimo al contragolpe. Aquel era un Mónaco, de hecho, que colocaba a Berbatov de 9 para, a lo Roberto Firmino, desatar la potencia de Anthony Martial por izquierda y Nabil Dirar por derecha. Yannick, al igual que Bernardo Silva, alternaba la titularidad con la suplencia, lo cual no fue óbice para, por ejemplo, dejar 30 minutos para el recuerdo en el Emirates ante el Arsenal. Su capacidad para conducir el balón a gran velocidad y salir por los dos lados en situaciones de uno para uno le convertían en un jugador que, en cualquier contexto, iba a poder ser útil. No hay club en el mundo al que un futbolista así no le pueda resolver determinados problemas en días muy importantes.
Y en el Atlético, como decíamos, encajaba de maravilla. Bajo una idea continuista, el Cholo Simeone venía de afrontar una temporada en el que la falta de velocidad provocada por la marcha de Diego Costa le había penalizado en exceso. Griezmann se había hecho con la segunda punta, pero él no era un corredor. Podía lanzar y finalizar. Pero entre medias faltaba lo que Koke, Arda, Mandzukic o Raúl García no podían dar, como se comprobó en la eliminatoria de cuartos ante el Real Madrid. Y ahí entraba en juego Yannick Carrasco. La idea era que lo hiciera desde la izquierda, ya fuera como titular rompiendo la idea de los cuatro centrocampistas o como suplente de la misma. Pero al fallar Jackson Martínez, en la punta quedó un hueco que no tardaría en aprovechar. Su primera gran exhibición con la camiseta rojiblanca fue, precisamente, actuando en punta en un partido liguero en el Camp Nou. Pero esta idea no tendría más continuidad en la forma, aunque sí en el fondo. El gran rush final de Fernando Torres devolvió a Carrasco a una banda izquierda desde la que fue muy importante en la Champions. Primero en el Camp Nou, luego en el Allianz y, finalmente, en Milan, en un partido que él cambió.
Yannick acabó aquel año siendo el mismo jugador que era doce meses antes, pero había demostrado en un escenario de más exigencia que podía alterar el rumbo de cualquier partido. Es más, que podía hacerlo sobre todo en días claves. Su valor se disparó. Debía ser muy importante en el nuevo proyecto.
Su mejor momento: otoño de 2016. Nunca hubo un Carrasco tan desequilibrante y determinante.
Pero no lo ha sido. Su paso por el Atlético de Madrid finaliza con la misma sensación de decepción con la que transcurrieron los meses posteriores a su explosión. Porque Yannick, en efecto, sí llegó a explotar en el Atleti. Fue en el otoño de 2016, cuando tras un exuberante partido ante el Bayern Munich de Ancelotti comenzó a enlazar exhibición tras exhibición en el campeonato liguero. Su posición, la banda izquierda. Su objetivo, la portería contraria. El medio, un uno para uno aún más vertical. El espacio, el pico del área. El problema, aquel Atlético de Madrid era ya el equipo de Antoine Griezmann.
La convivencia de ambas explosiones fue imposible. Al principio éste pareció un problema espacial. El francés se había adueñado de la mediapunta abarcando una zona extensísima del terreno de juego. A su alrededor necesitaba socios y, para asociarse, necesitaba espacios. Y como el crecimiento de Yannick le situaba cada vez más por dentro, Griezmann comenzó a ver como su zona preferida, que es siempre la que comparten Filipe Luis y Koke, estaba ocupada por otro futbolista. Bajo este escenario, las cifras de Yannick se dispararon -y amenazaron con dispararse todavía más-. Pero el Atlético pronto comenzaría a ver como esa idea original que rompía con el discurso que había presentado desde la llegada de Simeone se iba erosionando, hasta el punto de que dos meses después no quedaría nada. Ni lo uno ni lo otro. Ni el 1-0 ni el 6-1. Ni el Atlético de Griezmann ni la explosión de Carrasco. Nada.
La cuestión es que, viéndolo en perspectiva, el problema latente era otro. La naturaleza futbolística de Yannick Carrasco es puramente individual. Sus jugadas siempre lo han sido. Su forma de acercarse la juego nunca ha tenido otro sentido. Por eso, cuando pisó la derecha, pasó tan desapercibido como una gota en el océano. Por eso, sus mejores partidos están encuadrados en contextos muy determinados en el que siempre hay espacios y rara vez hay pases intermedios. Por eso, tras el primer regate siempre busca el segundo y, tras el segundo, el tercero. El belga no sabe asociarse ni juntarse con sus compañeros. Sea un tema de lectura, de interpretación o de voluntad, el hecho es que no ha tenido un sólo socio en su estancia en el Atlético de Madrid. Desde la izquierda, la zona en la que el Atlético siempre ha juntado más futbolistas, Yannick ni siquiera ha logrado trazar un vínculo con Filipe Luis, un lateral con el que parece realmente complicado no trazar una relación productiva para ambos. Tampoco con Koke, el motor del equipo. Ni por supuesto con el propio Antoine Griezmann. El belga siempre ha parecido un futbolista recién llegado. Un fichaje de verano perenne al que había que ayudar constantemente. Y Diego Pablo Simeone, si lo hizo en algún momento, que no suele ser lo habitual por su forma de entrenar, pronto se cansó de intentarlo. Por esto no extraña que el peso de Yannick en la 17/18 haya sido ínfimo. Ni ha condicionado ninguna decisión o planteamiento. Simplemente estaba.
Al final, Carrasco no ha evolucionado como futbolista en el Atlético de Madrid.
Su incapacidad para activar zonas, para crear sociedades con sus compañeros o para diversificar su carácter regateador se topó con un Atlético de Madrid que necesitaba exactamente un jugador con las virtudes de Yannick Carrasco, pero que no le podía entregar el contexto que requerían sus limitaciones. Sus momentos de lucidez, muy asociados al tipo de partido y a su propia inspiración, demostraron que el riesgo que corrió Simeone estaba fundamentado. Carrasco pudo cambiar la historia. Quizás incluso llegó a cambiarla con aquel no cambio de Ángel Correa en Milan. Pero lo cierto es que nunca estuvo en posición de ser quien llegamos a imaginar. Porque, aunque él no fuera el único, Yannick Carrasco falló.
Foto: JAVIER SORIANO/AFP/Getty Images
miguelCh 28 febrero, 2018
Es decepcionante ver que un jugador con esas condiciones y edad, haya un poco, renunciado al fútbol de élite cuando jugadores de un nivel similar, pero un contexto mas favorable como sane en el city o coman en el bayern estén siendo fundamentales para esos proyectos actualmente y en el futuro. Mi duda es si no podría haber recalado en un equipo en europea con gran ambición y demostrar que puede ser importante a ese nivel ?.