Otra vez el Real Madrid. El bombo de los octavos de final le había emparejado con uno de los rivales a los que nadie deseaba, su flojísima temporada le hizo llegar a la cita sin el favoritismo en las apuestas y, sin embargo, obtuvo un resultado que cualquiera habría firmado en la ida de un cruce de la Champions ejerciendo como local. Su partido se explicó en base a muchas cosas, entre las que por supuesto se incluyeron las peculiaridades del Paris Saint-Germain (para lo malo y para lo bueno, que de ambas hay) y la conexión que tanto el club blanco como su grada han establecido con el torneo que nos atañe; pero el motivo clave de su resurrección competitiva radicó en que recuperó a tiempo la confianza en lo que hace. Más allá de una serie de matices que Zinedine Zidane, en su noche más inspirada del curso, supo distinguir y transmitir, el Real Madrid fue exactamente el mismo equipo de siempre con la salvedad de que no se derrumbó en aquellos instantes en los que el encuentro le puso a prueba. Siguió a lo suyo.
La primera muestra de ese espíritu reconstituido se descubrió bien pronto y supuso el primer palo para un desafortunado Unai Emery: la puesta escena del Real Madrid fue salir a comerse a su oponente por los pies. Haciendo gala de su experiencia y calidad, hombres como Sergio Ramos, Modric, Kroos, Isco y, fundamentalmente, Marcelo alzaron líneas, asumieron el control de la pelota y lideraron un dominio territorial muy ambicioso. Lo cual, al Paris Saint-Germain, le sentó fatal. Su entrenador había pretendido mandar un mensaje de autoridad apostando por la misma alineación ultra ofensiva que habría propuesto en El Parque de los Príncipes contra el colista de la liga francesa: «Somos el equipo más goleador de Europa y no nos adaptamos ante nadie». No obstante, para que ello surtiese efecto, necesitaba encontrarse enfrente al dubitativo Real Madrid del Ciutat de Valencia, Butarque o Balaídos. Si no, se iba a descubrir el pastel. Y desde el momento en el que el campeón comenzó a asociarse, metió hombres en campo contrario y presionó con cierta densidad, los acuciantes problemas que sufre el Paris Saint-Germain en su salida de balón hicieron acto de presencia y su plan perdió demasiado gas.
El Madrid congestionó la zona de Neymar desviando hacia la misma su grueso de centrocampistas.
Dicho esto, la calidad individual del plantel parisino siempre estuvo presente. Por ejemplo, la técnica de Verratti fue un factor que permitió a los suyos batir la presión blanca en varias ocasiones, y lo que hizo luego Mbappé con las consecuentes transiciones apaciguó la euforia del Bernabéu. El joven fenómeno galo no estuvo ni muy presente, ni muy preciso ni muy inspirado en su toma de decisiones, pero su capacidad de intimidación se hace sentir incluso en el equipo de la Champions más impermeable a que le afecten estas cosas. Sus condiciones físicas y técnicas son muy superiores a lo normal; defenderle es difícil de por sí porque cambia las normas; es como si a un boxeador le forzasen a pelear en un ring anti-gravitatorio contra un luchador acostumbrado al mismo: aunque el segundo no esté fino, le creará problemas al primero y lo mantendrá en constante tensión. No es fácil jugar contra individualidades tan dotadas. Los blancos lo hicieron desde el esfuerzo colectivo y desde algo más que eso. Para parar al más importante, había una estrategia predefinida. Zinedine Zidane no quería que Neymar volase nunca.
El posicionamiento ofensivo del Real Madrid le brindó varias facilidades en pos de, tras la pérdida de balón, poder controlar a Neymar. Desde las jugadas iniciales del envite, se percibió con claridad una tendencia poco común en Isco a caer hacia el sector derecho de su ataque, y de la misma manera, Modric se abría mucho más que de costumbre hasta el punto de que el mapa de calor del encuentro le señala como centrocampista de banda, y no como interior, en varios intervalos del cronómetro. De esta guisa, Zidane lograba desplazar a Rabiot hacia el costado, retrasarlo y hacer que su posterior vínculo con Neymar fuera sucio y frontal (lo cual obligaba al brasileño a recibir de espaldas). La única posesión de calidad de la que disfrutó el genio fue servida por Verratti -interior derecho- en una transición. Fue un éxito del técnico, de Modric y de Isco que la química creada entre Neymar y Rabiot pasase inadvertida.
También sacaron mucho provecho, de otra forma distinta, de la inexperiencia y la falta de oficio de Gio Lo Celso. Fue evidentísimo que los jugadores del Madrid habían sido puestos sobre aviso de las malas costumbres del improvisado mediocentro. Cada vez que era el destinatorio de un primer pase, el blanco más cercano iba a por él como alma que lleva el diablo. Hasta Cristiano Ronaldo presionó al argentino siempre que le tocó. Fruto de ello, gozó de una de las tres ocasiones francas de gol que acumuló en el primer periodo. La marró por pura insuficiencia física. Como la otra que se produjo en juego. Pero no se desesperó.
Con Dani Alves en el centro del campo, el Paris Saint-Germain agarró el balón, la iniciativa y el peligro.
La Copa de Europa moderna se rige bajo sus propios códigos y uno de ellos dicta que el 1-1 en un partido de ida parece más favorable para el equipo de casa que para el equipo visitante. Dio la impresión de que tanto el Paris Saint-Germain como el Madrid lo sintieron así, y Unai Emery favoreció que lo notásemos con el que fue su flash de lucidez durante la noche: minuto 66, Thomas Meunier por Edinson Cavani. El 4-3-3 evolucionó a 4-4-2, Meunier ocupó el lateral derecho, este desplazó a Dani Alves hacia el centro del campo y este, a su vez, a Mbappé hacia la delantera. Con Alves cerca de Verratti en la sala de operaciones y la vitalidad de Isco en pleno desfallecimiento, el Paris Saint-Germain dispuso de casi 15 minutos en los que manejó el balón durante el 65% del tiempo e impuso al Real Madrid que viviera casi encerrado en su área. Neymar, hasta entonces enjaulado, rompió los barrotes desgastados y sembró el pánico con su fascinante habilidad para el desequilibrio. Keylor, Ramos y Varane, optimizando su concentración, sobrevivían muy a duras penas. Pero Zidane reaccionó en hora.
Lucas Vázquez y Marco Asensio por Isco y Casemiro. Y del 4-2-3-1, al 4-4-2 o 4-2-4. La finalidad era doble. A título defensivo, Nacho y Marcelo necesitaban ayudas contra Neymar y Dani Alves, y los trabajos del gallego y el balear sobre ambos brasileños fueron un alivio para ambos laterales. Pero además, el Madrid adquirió una capacidad de contragolpe de la que hasta entonces había carecido. El inesperado sacrificio de Casemiro fue el principio del comienzo; con Modric y Kroos en el doble pivote, el lanzamiento de la transición era de una fluidez y una precisión que con el mediocentro no podría haberse visto; y por supuesto, la verticalidad de Asensio en la espalda de Meunier fue súper diferencial. Asensio protagonizó una actuación muy equiparable a la que completó contra el FC Bayern Múnich en los cuartos de final de su primer curso como madridista. Él personalizó los ajustes mediante los que el entrenador del campeón de Europa arrebató al Paris Saint-Germain su periodo de mayor optimismo.
Precisamente ese pasaje del choque significó la mejor prueba de que la eliminatoria no está cerrada. El Real Madrid ha cosechado una ventaja a considerar, pero el conjunto de Unai Emery, del mismo modo en el que adolece de limitaciones tácticas que limitan (o no ayudan a) su rendimiento, cuenta con un potencial individual y un espíritu ofensivo que en cualquier momento se traduce en un vendaval. Dicho esto, los blancos son otros con respecto al día a día y, en su versión Champions League, generan otra expectativa. Su fútbol no fue superior al habitual en el sentido de que no hizo casi nada bueno que no suela hacer siempre. Lo que ocurrió fue que lo hizo más veces porque nunca dejó de hacerlo. Y que a partir de eso, y de apenas dos actuaciones personales destacadas como las de Marcelo y Marco Asensio, obtuviese un marcador tan favorable contra un candidato al título pudo avivar más si cabe el ascua de su esperanza. Porque realizar el partido de anoche siempre, siempre, va a estar en su mano. Y así, compite. Resulta alucinante que la competición que vuelve a todos locos sea para el Real Madrid la cura a sus peores males. Quizá sea verdad eso de que es su casa. O su amor. Sea lo que sea, funciona.
Foto: Gonzalo Arroyo Moreno/Getty Images
Carlos 15 febrero, 2018
Tal vez sea ventajista por decirlo luego del resultado, pero debo aceptar que a mi es que Neymar anoche en muchos tramos me pareció superado por el contexto. Le vi frustado, descentrado, no vi su competitividad a la altura de su calidad. O tal vez simplemente es que su equipó no le ayudó. Pero realmente eso es lo que vi.
Respecto al Madrid, mi amado Madrid, decir que de las cosas que mas me impresionan de Cristiano Ronaldo ( y en esto incluyo a Messi por igual) es que sin ser leyendas que destaquen especialmente por lo que transmiten a la grada, logran emocionarme. Un honor ver el futbol en su epoca