El tres de agosto de 2017, Neymar JR firmó un pacto con el fútbol en el que demostró carácter, valentía y una confianza sideral en sus propias posibilidades. Cuatro temporadas en el Camp Nou le habían sido suficientes para entender que, al lado de Leo Messi, nunca podría cumplir los objetivos individuales que no él, sino su exorbitante talento le había impuesto desde su temprana explosión en el hogar de Pelé. Pero también significaron una prueba palmaria de que el presente de este deporte tiene apenas dos tronos y por tanto reconoce a dos únicos reyes verdaderos, el del FC Barcelona y el del Real Madrid. Sólo el «10» de los azulgranas y el «7» de los merengues sufren y gozan de un seguimiento total durante cada segundo, y el resto de los futbolistas, en comparación, no existe. Quien anhela convertirse en el mejor necesita que el mundo se dé cuenta, y fuera de esas dos sillas, las alternativas se limitan a una: aceptar desaparecer y esperar a que la Copa de Europa… ofrezca la oportunidad de derrotarles. A ellos. La mayoría no sabe qué ha sido de Neymar JR en los últimos seis meses, pero por aquella decisión, hoy dividirá focos y atención con el mismísimo Cristiano Ronaldo. Su hora ha llegado. ¿Está preparado?
Sí, lo está. Ni siquiera se requería esperar a verle liderando el Paris Saint-Germain; su rendimiento en la competitiva Brasil de Tite ya había contrastado que había alcanzado el grado de madurez preciso para dar rostro y carácter a un proyecto enfocado a la consecución de títulos. El problema -o la duda- reside en que un jugador nunca debe ser analizado solo, sino dentro de un contexto, pues no se puede perder la perspectiva de que estamos ante un deporte colectivo. El Ney de Brasil es un arma de destrucción fría, infalible y masiva en base a unos principios muy definidos: ejerce de verso libre en un sistema ultra táctico donde el resto de piezas quedan revocadas a zonas muy delimitadas que, además, fijan su propósito en que su gran estrella goce de espacios y soluciones allá por donde le apetezca emerger. En virtud de esta hoja de ruta, incluso sus compañeros más anárquicos, Alves, Marcelo y Coutinho, se circunscriben a roles desprovistos de esa libertad de la que disfruta Neymar y nadie más que él. Y por supuesto, la naturaleza servil de los demás (Casemiro, Augusto, Paulinho, Firmino, Gabriel Jesus…) acentúa ese espíritu inculcado por el seleccionador Tite. Pero en el Paris Saint-Germain, esto no es así.
Neymar lidera con puño de hierro una gran Brasil, pero el Paris Saint-Germain es un proyecto diferente.
Dani Alves, Marquinhos, Verratti, Rabiot, Lo Celso, Draxler, Di María, Pastore, Mbappé, Cavani. Unai Emery administra una plantilla súper talentosa donde el perfil de jugador que abunda es aquel orientado a asumir peso y llevar la iniciativa. La mayoría de sus hombres son felices tomando decisiones por ellos y por quienes les rodean antes que adaptando sus comportamientos al deseo de alguien a quien el entrenador o las circunstancias hayan señalizado como superior. Para más inri, Neymar no responde precisamente al tipo de jugador franquicia a partir del cual resulte fácil distribuir unos derechos y unas obligaciones; su desmedido hambre de balón le impulsa a participar demasiado en demasiados lugares dificultando que compañeros ávidos de responsabilidad y licencias encuentren acomodo en el sistema.
Ante tal coyuntura, el planteamiento de Unai Emery ha sido confiar en el talento, sacrificar rectitud táctica y asignar a cada uno de sus genios un margen de maniobra total. El Paris Saint-Germain es un equipo sin rutinas ni sostenes, un conjunto que no repite jugadas pero que, amparado en su enorme capacidad, sí repite sensaciones. Las que siente y las que provoca. No existe hoy por hoy en la Champions un candidato que transmita mayor velocidad, mayor determinación ni mayor abundancia. Ataca con muchísimos, a veces llegando a partirse en un bloque de 2 y otro de 8 donde hasta el mediocentro, en teoría, posicional irrumpe en el área del adversario. No existe fútbol posicional, todo es improvisación e inspiración, y la calidad técnica para conservar la pelota supone su único elemento de control habitual. Para el fútbol de hoy, en apariencia, es algo escaso, pero como su estilo es vinculante, en el sentido de que logra llevar a sus oponentes a partidos rotos a menos que estos opten por cerrarse a cal y canto, obtiene ventajas. Dadas sus facultades, quizá menos de las que debería, pero las obtiene: no en vano, se trata de un sistema ofensivo que promedia 4,2 goles/partido en Champions o, dicho de otra manera, que en seis encuentros marcó ocho goles más que el Real, once más que el Manchester City y 16 más que el FC Barcelona. Nadie desborda como este PSG en cuanto aparece alguna grieta.
La jerarquía del Real Madrid puede ser un acicate para que Unai Emery haga ajustes en su sistema.
Pero a veces, la escasez de mecanismos automatizados juega en contra de sus propias bondades. Por norma, los matices ayudan a enriquecer propuestas, y este Paris Saint-Germain de Unai Emery acepta unos cuantos mandatos que, a primera vista, van en perjuicio de sus intereses. Entre los más paradigmáticos se encuentra el hecho de que no parece haber trabajado ninguna salida de balón en largo; el PSG siempre abusa del pase corto en su iniciación extrayendo de esta costumbre más contras que pros. Sobre todo, cuando los rivales plantean presiones altas. En síntesis, renuncia a desenrollar las piernas de sus tres gamos ofensivos a cambio de nada, puesto que machacando y repitiendo sus primeros pases lo único que asume es el riesgo de perderla en sitios prohibidos a poco que un gesto técnico sea menos preciso de lo común. En un equipo que se parte prácticamente siempre en ataque y que parece hacerlo aposta, cuesta comprender ese paseo por el filo del alambre del que tan poco gana.
No obstante, la perspectiva de medirse al Real Madrid concede a Unai Emery una flexibilidad de la que frente a otros contrincantes no dispondría. Los de Zinedine Zidane han conquistado tres de las últimas cuatro Champions Leagues y eso se traduce en caché. Un caché que infunde un respeto gigantesco. El suficiente como para que el otrora intervencionista entrenador vasco ajuste determinadas posiciones, movimientos o tendencias sin que ningún miembro de su plantilla pueda reprocharle nada. El precedente de la victoria parisina contra el FC Bayern Múnich, único partido de la temporada en el que frecuentó una salida más en largo, incita a opinar que podría vestirse un traje de piel cordero que le sentaría, al menos en términos ofensivos, de maravilla. ¿La traba? Que el nivel individual de sus defensores no está en la media de las zagas más fuertes de la competición. Amén de que, a menos que Emery opte por Lassana Diarra -nada descartable- y este muestre un ritmo acorde a la exigencia -lo cual también entra dentro de lo factible-, el sistema no es que colabore con maximizar la estabilidad. Ni Rabiot ni Lo Celso aportan equilibrio a la medular que debería liderar y no siempre lidera Marco Verratti.
El PSG ya no es ningún novato; muchos de sus futbolistas son pesos pesados de la Champions League.
La otra alternativa de Unai Emery consistiría en exponenciar lo máximo posible la carta de la grandeza. Los veteranos Marquinhos, Verratti y Cavani, poco a poco y sin hacer ruido, han acumulado experiencia en la Copa de Europa, y ya saben, o deberían saber, de qué forma se interpreta. A su vez, en los últimos años se han sumado grandes campeones de la competición como Dani Alves (tres títulos y una final), Di María (posible MVP del título de 2014 y que llega muy en forma a esta eliminatoria), Mbappé (uno de los dominadores de la edición del año pasado) y, por supuesto, el propio Neymar, que no sólo resultó decisivo en la Champions levantada en 2015 sino que también cuenta en su haber con una de las mayores machadas de la historia de este torneo: la remontada del 4-0 de París en el 6-1 del Camp Nou. Aquello fue suyo. Neymar podría tener en su mano la posibilidad de inspirar a una plantilla con calidad y experiencia para orquestar uno de esos partidos de grupo que tanto han definido la historia de este torneo; más si cabe considerando que piezas como Alves, Verratti o Di María no se limitan a ser buenos y ganadores, sino que también atesoran la capacidad de crear sistema por sí mismos. Y se hace énfasis en Di María porque cualquier alternativa a lo más esperado que baraje su entrenador va a contar con él, ya sea mediante el sacrificio de uno de los delanteros titulares o a través de un 4-4-2 reciclado que dé cabida a los tres gamos, a él mismo y a un doble pivote con Verratti y otro más (Lass o Rabiot). Di María disfraza mucho; cuando él está como se le ha visto en las últimas semanas, es capaz de hacer pasar por equipazo a equipos alejados de la perfección. A Emery le va a costar muchísimo trabajo dejarlo en el banquillo.
Volviendo al principio, Neymar JR aceptó desaparecer del mapa durante seis meses para preparar las noches en la que se mediría a aquellos cuyo lugar pretende usurpar desde hace años. A título individual se encuentra en un gran momento y sus facultades son de sobra conocidas, así que no es que sea factible, sino incluso muy probable que cuaje un actuación estelar contra el Real Madrid, como podría cuajarla ante cualquier otro adversario. Neymar JR es un fenómeno que está ejerciendo como tal. Dicho esto, su conexión con Unai Emery no ha germinado en uno de esos proyectos en los que él sería la guinda y no el todo. De hecho, evaluando lo colectivo, la mejor noticia para el genio de Brasil estriba en que es el Real Madrid quien está dejando más que desear si cabe. Lo bastante como para que él, en estado de gracia, pueda ser suficiente. Siempre y cuando los blancos, que en esto son más fiables que la gran mayoría, no se transformen en lo que fueron -y pueden ser- tras escuchar su himno a las 20:45.
Foto: FRANCK FIFE/AFP/Getty Images
Carlos 14 febrero, 2018
Vistos los analisis de las ultimas semanas, exceptuando a Ecos claro, creo que se olvida muy pronto lo que es el Madrid en Europa. Para mi, muy muy interesante ver como reacciona el PSG a los puntos de inflexion que se irán dando en la eliminatoria.
Al fin y al cabo el PSG creo que es el presionado. El Madrid es el Madrid y lo seguirá siendo pase lo que pase. Una eliminación del PSG….. creo sería un golpe igual o mas duro que el 6-1