Kaká fue un sueño que duró demasiado poco. Concebido desde su aparición como uno de los chicos de oro del fútbol, se trataba de un mediapunta con todas las virtudes imaginables en cuyo repertorio no había nada de más; de un atacante brasileño capaz de todo que enfocaba su mente y cada cosa que hacía hacia el concreto deseo de vencer. Sin embargo, ese espíritu práctico que le definía no iba reñido con una majestuosidad apabullante. Él jugaba al fútbol aparentando pertenecer a la realeza, con el cuerpo absolutamente erguido, la cabeza siempre levantada y una gracilidad de movimientos impropia de alguien tan veloz. Entre 2004 y 2007, alcanzó un nivel que, de haberse sostenido en el tiempo, le habría colocado, sin duda, como el número tres de la generación post-Ronaldinho. En su mejor versión, Kaká demostró poder hacer algo que no estaba en la mano ni de Xavi, ni de Iniesta, ni de Ibrahimovic, ni de Ribéry ni tan siquiera de Robben: ganar una competida Champions League, prácticamente, «él solo».
El pre-anuncio se atisbó durante la edición de la 2004/05, en la que de manera definitiva superó en la rotación al portugués Rui Costa y formó parte de una de las alineaciones más talentosas que ha disfrutado la máxima competición continental. Dida, Cafú, Nesta, Maldini, Pirlo, Seedorf, Shevchenko y Crespo, con la ayuda del cumplidor Kaladze y el carismático Gattuso, le acompañaban en aquella extraordinaria aglomeración de talento. Con tales credenciales, Carlo Ancelotti construyó un 4-3-1-2 que se paseó en las eliminatorias hasta alcanzar la vuelta de la semifinal. Entre Octavos y Cuartos, ante el Manchester United y el Inter de Milan, saldó sus compromisos con un 5-0 de parcial, y en la ida de la semifinal contra el PSV Eindhoven cosechó un 2-0 que pareció dejar todo visto para sentencia. En Holanda, presa de la relajación típica que un año antes le había costado la legendaria remontada del Deportivo de la Coruña, estuvo a punto de meterse en un lío hasta que Ambrosini en el descuento marcó el gol que evitaba la prórroga. Y así, a la gran final contra el nuevo Liverpool FC de Rafa Benítez.
Rafa Benítez no fue precisamente defensivo en su puesta en escena en la Final de Estambul.
Los Reds saltaron al terreno formando un 4-4-2 bastante desnudo que no terminaba de representar a su conservador técnico: el doble pivote lo conformaban Xabi Alonso -jovencísimo e inexperto- y Gerrard, Luis García ocupaba la banda derecha y arriba luchaban Harry Kewell y Milan Baros. La única medida de carácter defensivo consistió en la presencia de Riise como extremo izquierdo, con la clara intención de taponar las subidas del magnífico Cafú. Pero aunque el brasileño era vital para Ancelotti, no lo eran menos Pirlo y Seedorf, que con una superioridad numérica de cuatro contra dos en la sala de máquinas, dominaron el partido a lo bestia completando dos exhibiciones siderales. Gerrard y Alonso, no demasiado bien orientados, salían a por ellos y Kaká, paciente, recibía con espacio para arrancar y protagonizar 45 minutos de una categoría que tras él, apenas ha igualado (de hecho, superado) Messi ante el Manchester United. No fue normal lo que hizo Kaká en toda una Final de la Liga de Campeones.
Kaká produjo, sin exagerar, más de media docena de ocasiones netas de gol. Sus primeros controles, siempre girando 180º y dejándole un horizonte abierto para asesinar en velocidad, fueron una pesadilla incontrolable para el Liverpool, sobre todo porque significaban el preludio de aquellos interminables slalons contra los que no existía ninguna posibilidad. No contento con el desequilibrio, cuando arribaba a la zona de peligro desaceleraba como provocando, alterando con pausa a una defensa que, desesperada y aterrada, necesitaba destensarse a partir de la más pura acción. Y justo cuando perdían el sentido y caían en la trampa, el cisne blanco encontraba a Shevchenko o Crespo delante del portero Dudek. Mediada la primera mitad, víctima de lo que apremiaba la desventaja en el marcador y de lo que estaba ocurriendo, el Liverpool resolvió achicar los espacios a Kaká yendo hacia delante, es decir, juntando a la defensa con la medular en lugar de a la medular con su defensa, lo que agigantó los espacios entre la zaga y su portería potenciando la determinación de las brutales jugadas del brasileño.
Benítez cambió la Final con la sustitución de Hamann por Finnan, pero Kaká también descifró ese reto.
En la reanudación, 3-0 abajo, Benítez acometió una revolución táctica que, unida al espíritu de Anfield, desencadenó el milagro de Estambul: el mediocentro Hamann suplió al lateral derecho Finnan y el 4-4-2 (en el que Smicer ya había sustituido al lesionado Kewell) giró a 3-4-1-2 con Carragher, Hyypia y Traoré cerrando, Alonso y Hamann en el doble pivote, Smicer y Riise como carrileros, Gerrard de mediapunta y Baros y Luis García como pareja de delanteros. Masificando el centro con dos hombres extra (otro central y otro centrocampista), Benítez sorprendió de inicio a Ancelotti y favoreció que sonase la flauta de los tres goles en siete minutos. Era increíble y en cierto modo injustificable, pero tal cual: en el 60, el Liverpool ya había empatado la Final a tres tantos. Tras esto, un repliegue intensivo que rara vez tiró un contragolpe. El ataque del AC Milan no cesaba nunca y Kaká, con una nueva ocurrencia, halló la ventaja que debió dar la victoria a los suyos: se acostaba sobre la izquierda para atraer la atención de Alonso (pivote derecho), fijar a Hamann en el centro y dar después el pase atrás al maravilloso y fluido péndulo de Pirlo para que activase rápido a Cafú en uno contra uno frente a Riise. Si el empate había sido un acontecimiento místico, que no entrase la cuarta diana italiana le superó en cuanto a sobrenaturalidad.
En la prórroga, el fútbol se convirtió en literatura y el joven Kaká no fue escogido como héroe. Inspirado, Ancelotti había introducido en el campo a Serginho para abrir con él por la izquierda de la misma manera que había abierto con Cafu por la derecha, pero Steven Gerrard, en su noche, se colocó como lateral diestro para anular el empuje y la habilidad del brasileño y regalar la vida a su Liverpool del alma. Mas Kaká ya había seducido lo suficiente a la Dama de Plata como para poder pedir su favor dos años más tarde. Con el tremendo AC Milan deshecho por la edad y el escándalo del Calciopoli -quedó a 36 puntos del Inter de Milan en la liga italiana-, el brasileño resolvió los cruces contra Celtic (gol decisivo en el 91), Bayern Múnich (gol y asistencia) y Manchester United (tres goles) para, en esa ocasión sí, no dar opción a los ingleses de repetir su victoria. Él provocó la falta del 1-0 y asistió al olfativo Inzaghi para la sentencia. En aquellos días en los que fue, ante el asentimiento de todos, el mejor jugador del mundo.
Foto: Denis Doyle/Getty Images
Soprano_23 18 diciembre, 2017
¿Es Asensio el jugador que, al menos potencialmente, más puede parecerse a Kaká?
A mí me parece que sí, bastante. Además creo que debería intentar ser ese tipo de jugador. Ahora mismo está como perdido entre que quiere/debe ser. En mi opinión, debe ser un jugador de esperar en 3/4 para recibir entre líneas, tiene la técnica y control del espacio reducido necesarios, para luego acelerar la jugada y crear la ocasión.
Aunque el jugador que me recordaba muchísimo a Kaká y que al final no triunfó, pese a que yo pensaba que iba a llegar a la élite casi seguro, era el serbio Djuricic. Ha sido, junto a Wilshere y demás, uno de los casos de truncamiento de carrera que más me apenan. Su año último año en Holanda fue una bestialidad, además era un calco de Kaká en la forma y el fondo.
PD: qué mítico ese final de partido de Gerrard de lateral derecho con las medias bajas. Fue muy rollo cuando en categorías inferiores hay un jugador que es el mejor, por mucha diferencia, del equipo, que podría estar en el mejor de la comunidad autonónoma y juega contra él, y se posiciona y desempeña el rol que el partido le exige. Y cumple, claro.