El fútbol ha cambiado mucho en pocos años. Al dominio continental de la Premier League lo sucedió el reinado de la pelota, de aquellos que durante más tiempo la trataron. De los que encontraron en ella el vehículo, sin que fuera determinante del todo el lugar al que se dirigieran con ella. Un nuevo panorama que además de discutir hegemonías ha modificado premisas, campeonatos, clubes y jugadores. Uno de los que hoy más tienen que decir en el concurso europeo es el belga Kevin de Bruyne, hijo de un tiempo antiguo y líder del moderno. A través de los surcos grabados en la piel de su carrera, se escribe el pasado reciente, se lee el presente y se insinúa un futuro que ve en él a uno de tantos otros que llegarán. A uno nuevo y diferente respecto a quienes le han precedido, y al molde de los que vendrán.
Como consecuencia del intratable ritmo de puntuación que esta temporada marca el Manchester City de Guardiola, resulta recurrente que al de Santpedor a menudo traten de tirarle de la lengua a propósito de su estrella, y tan frecuente como la pregunta es una de las respuestas que lanza como rotundo puñetazo el técnico del citizen: «He makes everything«. No siempre fue así, pues el hoy estandarte skyblue y quinto máximo pasador de la liga inglesa, aterrizó en el planeta fútbol como uno de esos medios que parecen soñar ser delanteros. Hiperactivo por delante del balón, protagonista cerca del área y a la espalda del mediocampo rival, vertical, excitante y con una capacidad portentosa para traducir su juego en ocasiones de gol, su fútbol se manifestaba sobre todo en vertical y sin mostrar señales del más mínimo apego a cuanto sucediera cerca de la base de la jugada. De Bruyne miraba a portería contraria. En la Premier de las transiciones y en la Europa del control, pese a no asentarse en Stamford Bridge, sus virtudes lo distinguían como un futbolista especialmente indicado para correr y para desencallar. Se movía mucho y con un enorme impacto sobre la portería rival.
«Sabe decidir correctamente qué tiene que hacer, y siempre en el momento adecuado.» Pep Guardiola
Aquel tiempo, sin embargo, si bien no ha quedado atrás sí que está siendo combatido. El arma principal la encarnan las presiones, que ante propuestas que en pos del control y de la construcción escalada del juego necesitan aliarse con salidas de balón eficientes, en los últimos años vienen escarbando en las posibilidades físicas y tácticas de las plantillas como reacción contestataria a aquellos que imponían los puntos del guión. «Mucha gente dice que estamos mal atrás, pero yo creo que no nos crean muchas ocasiones. Sin embargo, cuando jugamos la bola atrás, solemos cometer errores muy peligrosos. No es que el rival nos cree la ocasión, sino que cometemos dos errores y recibimos dos goles«. La detección del problema llamó a Kevin de Bruyne a reinventarse. La salida de balón del Manchester City no había encontrado en el primer año de Guardiola en su banquillo una solución segura, y técnico y futbolista se aliaron este curso para sacarse esa piedra del zapato. De Bruyne ha cambiado, y de ser aquel centrocampista que miraba al arco rival con los ojos de un cazador ansioso, actualmente pasa por ser un futbolista capaz de recibir el primer pase del portero en la corona del área propia. Si antaño fue el interior más adelantado en el plan de Guardiola, y en ocasiones incluso uno de los integrantes de su delantera, hoy es fácil verle aparecer en la parcela que teóricamente le correspondería al mediocentro para capitanear un inicio sin riesgo.
No es un fenómeno exclusivo del Manchester City, pues en la misma Premier League que él compite, vienen dándose otros casos de futbolistas muy vinculados a la producción de ocasiones de gol a quienes se les encarga ganar peso en zonas y procesos anteriores. Eden Hazard en el Chelsea de Conte, Philippe Coutinho en el Liverpool de Klopp o Christian Eriksen en el Tottenham de Pochettino, cada uno con sus diferencias y particular contexto de juego, reproducen una figura de apariencia lejana pero efecto similar a un tipo de futbolista que pocos en la Premier tienen, pero que todos en Europa necesitan. Son el nexo de unión del nuevo fútbol inglés con la Copa de Europa. Por su familiaridad con el espacio reducido, su hábito al giro recibiendo de espaldas o su práctica abriendo líneas de pase a la espalda de un contrario, el trasvase entre la mediapunta y la sala de máquinas parece más abierto que nunca, en una época que expande las contenciones que antaño se circunscribían al acceso al área, a fases más tempranas del juego. Guardiola experimentó con ello en Múnich, en partidos puntuales acercando a Ribery o Robben a la medular con apariencia de interiores, pero ha sido con De Bruyne que ha hecho su apuesta más decidida.
Pese a partir más abajo, lleva producidos 14 goles (6 tantos y 8 asistencias) en 19 partidos de liga.
«Ahora doy más pases hacia adelante porque estoy jugando un poco más atrasado y tengo muchas más opciones para mover el balón«. El cambio de altura que ha experimentado De Bruyne en el núcleo del Manchester City tiene una triple vertiente: la referente a aquello que el jugador le ha dado a su entrenador, la de lo que el técnico le ha dado al propio Kevin, y la que ambos han podido salvaguardar a pesar de la mutación. La primera es la que habla de cómo el belga le ha entregado a Pep Guardiola un tipo de interior que no tenía y desde el que su equipo está sabiendo manejar las posesiones de una forma más provechosa. De Bruyne posee la virtud de la decisión correcta y ha ganado pausa para desenvolverse, también, en alturas menos resolutivas. Con tanta libertad como inteligencia para multiplicarse por toda la zona ancha, es parte decisiva dirigiendo el juego hacia el último tercio bien desde el golpeo o bien activándose como foco en las alas con tal de liberar el centro. Es un interior con mucha influencia externa. En segundo lugar, trasladando su efecto y su posición de partida unos metros más abajo, el City al jugador le ha dado espacio. En el libreto de Pep, de pausa y ataque posicional en campo contrario, el exuberancia física del belga y su inclinación a un volumen de participaciones muy alto corría el riesgo de entrar en conflicto con la idea del técnico, a la vez que una de sus señas más determinantes, la conducción, cabía la posibilidad de que se ahogara.
Pero empezando abajo, la estrella del City halla ante sí una enorme extensión de terreno no sólo para exhibirla, sino para traducirla en uno de los pilares del fútbol que practica su equipo. Frente a las presiones que puedan plantarle sus adversarios, el Manchester City encuentra en la capacidad de De Bruyne trasladando el cuero un mecanismo enormemente eficiente para sortear la pérdida, unir desde el cambio de ritmo las dos mitades del campo y situar al sistema defensivo rival en desventaja. Por último, y quizá la clave de que la solución haya resultado tan satisfactoria y se prevea sostenible en el tiempo, es que las nuevas funciones no le han restado al futbolista impacto sobre el arco adversario. Puesto que fruto de su intervención previa y de la nueva posición que ésta acomoda para David Silva, el City se asienta mejor arriba, De Bruyne siempre tiene tiempo y perspectiva para regresar a aquellas zonas del campo próximas al área grande desde las que conoció a la Premier League. El futbolista que reina en la liga inglesa mantiene la misma energía adolescente que entonces, pero la maneja con la madurez y la sabiduría de quien ya conoce el desamor.
FOTO: Michael Regan/Getty Images
Juan Plaza 27 diciembre, 2017
Kevin es una versión perfeccionada y potenciada de su compatriota Frankie Vercauteren, todoterreno ubicuo del Anderlecht y de Bélgica de los 70-80. Con Vercauteren el Anderlecht ganó una recopa y una Copa de la Uefa (actual Europa League) y Bélgica fue subcampeona de Europa y semifinalista de un mundial, su mejor clasificación histórica. Eso sí, el joven Kevin es mejor que el ya retirado Frankie. Notablemente mejor