Aunque no lo parezca, apenas han transcurrido cuatro años desde aquel doble enfrentamiento entre el Chelsea y el FC Basel en el que descubrimos a Mohamed Salah. El egipcio ya había realizado una gran Europa League el curso anterior, pero esto fue diferente: era la Champions, era el Chelsea y era José Mourinho. Su capacidad para soltarse de sus marcas, para atacar constantemente a la defensa contraria e incluso para liberarse de la banda y amenazar la portería contraria fue fascinante. Demostró ser eléctrico, ágil y muy técnico. Sus regates no eran especialmente creativos, pero se sucedían a tal velocidad que así lo parecían. Sus conducciones, sus autopases, su cadencia… Todo detalle de su juego se enfocaba al desequilibrio.
El Chelsea tardó únicamente dos meses en llevárselo a Londres. Sin embargo, prácticamente no tuvo oportunidades en Stamford Bridge. Se sintió sin confianza, sin peso. Todo lo contrario a lo que sí tuvo tanto en Florencia como en Roma, donde desde el primer instante capitalizó el ataque de dos equipos que crecieron alrededor suya.
Salah siempre ha desequilibrado. Pero no siempre ha matado.
Salah siempre ha tenido la virtud de la constancia. Es un futbolista que protagoniza muchas jugadas. Que se llega a convertir en el único interlocutor válido del ataque de sus equipos. El problema es que esta cantidad no siempre se ha traducido en calidad. O, mejor dicho, esta cantidad no siempre ha sido del todo productiva. La eliminatoria entre Roma y Real Madrid fue buen reflejo de ello. Salah desbordó constantemente a un Real que durante 180′ no tuvo ni idea de cómo frenarle, pero el pase a cuartos no peligró en ningún momento porque su fútbol resultó ser más efectista que efectivo.
Los números, aun así, reflejaban que Salah tenía un impacto notable en el marcador. Fueron 22 goles producidos en la Serie A 15/16 y 28 en la Serie A 16/17, pero aun así sabía a poco. Su paso adelante, su salto a la élite más exclusiva, iba a depender de que consiguiera convertir todo su desequilibrio en más puntos. Y lo está haciendo.
Mohamed Salah ha encajado perfectamente en el Liverpool FC.
Mientras se convertía en el héroe que Egipto necesitaba, Mohamed Salah ha continuado creciendo en el Liverpool. Esto era de esperar porque la idea de Jürgen Klopp no puede ir más en consonancia con la naturaleza del extremo egipcio. Pero es que, además, en este comienzo de temporada se le está apreciendo un mayor temple de cara a puerta. Todavía está lejos de Sadio Mané, todavía está lejos de los mejores futbolistas del mundo, pero Salah ha comenzado a interpretar mejor este tipo de jugadas. Las está afrontando con mayor tranquilidad, frenando en vez de seguir acelerando. Quizás en esto tiene que ver el hecho de que no sea el único argumento ofensivo de su equipo, lo que deriva en que no todas las jugadas tengan que empezar, crecer y morir en sus botas. Pero lo cierto es que, sea consecuencia de su mayor madurez personal (25 años) o del contexto que le rodea, Mohamed Salah está pulverizando sus registros. En 8 encuentros ya lleva 14 goles y 4 asistencias. Una cifra que, de extrapolarse a final de curso, le convertiría en más que un regateador de cara a la Premier League… Y al Mundial.
Foto: Michael Regan/Getty Images
Jaime Ratazzi 21 noviembre, 2017
Para mi lo tiene todo para protagonizar una de esas historias del Mundial que tanto nos molan y por las que tanto nos engancha y por las que no podemos esperar a nuestra cita de cada cuatro años.
En cuanto al Sevilla Sarabia dijo ayer "Tenemos una idea fija que es ir a por ellos desde el minuto uno con el empuje de nuestra gente. Somos conscientes de su velocidad y calidad arriba, pero tenemos que crear un partido muy intenso en el que no se sientan cómodos en ningún momento"
¿Cual es la mejor manera en la que podría el Sevilla tratar de desactivar esas transiciones del Liverpool? ¿De cara a esto os da seguridad su circulación de balón?
En un contexto de "aplastamiento" por el factor campo, ¿Tiene el Sevilla suficiente para encadenar ataque tras ataque y aislar y controlar las salidas del Liverpool?