Electricidad. El fútbol de Chile desprendía electricidad. Y lo que era mejor de todo, esta electricidad se demostró realmente contagiosa.
Todo comenzó en 2007. Chile venía de quedar en séptima posición en la anterior clasificación para el Mundial, apenas por delante de Venezuela, Perú y Bolivia. La falta de un relevo para aquella decisiva pareja de delanteros, conformada por Marcelo Salas y Zamorano, estaba limitando las posibilidades de una selección a la que siempre le había competir contra las grandes de Sudamérica. Físicamente no podía marcar diferencias, apenas había exportado jugadores a Europa (en Francia 1998 sólo «Bam-Bam» Zamorano jugaba allí) y, además, tampoco tenía una gran escuela detrás que dotase de una serie de principios reconocible para las sucesivas generaciones.
Pero entonces llegó Marcelo Bielsa. Al «Loco» se le conoce así por llevar hasta las ultimísimas consecuencias su particular forma de entender el fútbol y la vida, no por otra cosa. El caso es que esta visión encajó de manera perfecta con las necesidades que tenía el fútbol chileno. Bielsa venía de vivir una experiencia intensamente cruel con su Argentina, pero éste era un trabajo completamente diferente. En Chile Bielsa tenía que empezar de cero. Y eso no sólo era perfecto para su estilo, sino que además su llegada coincidió en el tiempo con la aparición de una serie de jugadores muy talentosos que, pronto, demostrarían estar preparados para grandes obetivos.
Marcelo Bielsa: «Yo creo que Brasil tiene ejemplo para respaldar la escuela que elija. En cambio cuando fui a Chile, fui porque creía que podía aportar cosas diferentes a las que ya tenían. Sentía que podía dar algo. Dije: lo que sé transmitir les puede interesar».
La materia prima estaba, es irrebatible, pero lo que hizo el DT argentino fue darle forma, homogeneizarla y convertirla en la mejor generación de su historia a partir de un modelo de juego que influyó en todos los aspectos. Primero, Chile encontró un sistema para armonizar sus condiciones técnicas y físicas. Segundo, encontró la forma de ir imponiendo su estilo de juego a los rivales con los que se enfrentaba. Y, tercero, aprendió a competir de tú a tú contra todos gracias a un orgullo que emanaba directamente de la pizarra de Bielsa. Chile, por primera vez en mucho tiempo, se sintió grande.
El Mundial de Sudáfrica 2010, al que ya había llegado gustando y convenciendo, fue la primera vez en la que esto quedó patente. Sobre todo en aquella primera media hora ante una España de Del Bosque perdida, desconcertada y superada. El ritmo al que jugaba la Chile de Bielsa, con esos defensas que se anticipaban una y otra vez, con esos centrocampistas que empezaban en un lugar del campo y termiban en el contrario, era realmente extenuante. Al final un error abrió la puerta a la puntualidad de Villa, pero España, entre 2008 y 2013, jamás fue tan superada en un partido oficial como ante aquella frenética Chile que parecía jugar con 14 futbolistas a la vez.
Jorge Sampaoli: «La idea es tratar de encontrar un equipo que sea protagonista donde juegue y tenga audacia en el campo».
Pero llegó Brasil. Como lo hizo en 1998, como lo haría en 2014, como lo acaba de hacer en 2017. El equipo de Dunga desmontó el sueño chileno sin forzar el gesto. Pero éste no se evaporaría ni entonces ni tras el dramático larguero de Pinilla. Lo mejor estaba por llegar. La evolución de los futbolistas así lo insinuaba. Claudio Bravo había pasado de ser un portero del que dudar y se había convertido en un guardameta al que confiar la meta del equipo de la década. Gary Medel ya acumulaba años compitiendo en Europa. Arturo Vidal se encontraba entre los mejores centrocampistas del mundo. Alexis era una de las estrellas de la Premier. Y, a pesar de todo esto, también estaba el hecho de que todos ellos, amen de los Jara, Mauricio Isla, Marcelo Díaz, Jorge Valdivia o Vargas, dejaban lo mejor de su fútbol para exhibirlo con la camiseta de su selección.
Su pico llegó en la Copa América. En su Copa América. Con Jorge Sampaoli reinterpretando y perfeccionando la idea de Bielsa, Chile encontró la mejor forma de mezclar esa vehemencia con la que compite con la inteligencia y experiencia que le habían ido dando los años. Tácticamente y formalmente parecía el mismo equipo. A veces con defensa de cuatro, a veces de cinco. A veces con Alexis sólo en punta, a veces acompañado o tirado a la banda. Pero la idea parecía la misma. Y lo era. Pero ahora Chile había incorporado un mediocentro (Chelo Díaz) y un mediapunta (Mago Valdivia) con el que poder manejar mejor el elevado ritmo. Porque antes Chile desbordaba y era desbordado por su propio ritmo. La tasa de acierto de cara a gol era escasa porque todo sucedía rapidísimo y, además, no tenía un 9 desde el adiós de Suazo. Pero con Sampaoli aprendió a pararse, a aprovechar las ventajas de su intensidad y a administrar el desorden que provocaban los recorridos de Alexis, Vidal, Aranguiz o Isla. Y ganó. A lo grande. En 2015 fue la mejor selección de un continente que Messi estaba buscando conquistar.
Juan Antonio Pizzi: «La principal virtud de estos jugadores es que son ganadores. Antes de jugar un partido y un torneo, están convencidos de que van a ganar. Esa convicción les permite jugar como juegan y tener la confianza que tienen en los partidos».
El título de 2015, también el de 2016 con Pizzi, fueron los primeros de Chile en la Copa América. Pero en realidad esto no fue más que la consecuencia de lo verdaderamente determinante. No fue más que el broche a lo que venía ocurriendo desde 2007. Lo decisivo, el legado de esta generación inolvidable, es un de juego que, con sus matices, va a tener continuidad en el tiempo por ser capaz de aunar el talento técnico, las virtudes y defectos físicos y el orgullo de un país que ya sabe quién quiere ser en la escena internacional. Quizás ésta ha sido la última posibilidad de disputar un Mundial para Bravo, Jara, Valdivia, Díaz o Medel. Quien sabe si también para Vidal, Isca y Alexis Sánchez. Pero a Chile ya siempre le va a quedar la idea que ellos han defendido, que no se acaba aquí, ante Brasil, con otro 3-0.
Y al resto nos queda el recuerdo del sueño de una noche de verano.
Abel Rojas 8 noviembre, 2017
¿Qué se sabe sobre las nuevas generaciones de futbolistas chilenos? ¿Habrá relevo? Entiendo que es difícil que salga un Alexis o un Vidal, ¿pero qué tal se vaticinan las nuevas bases?
Chile encontró una identidad y eso ya es un sustento. Lo que necesita es ir produciendo esos 10 jugadores cada 5 años que puedan competir en grandes ligas y sigan alimentando este proceso.