“La mía fue una decisión infantil. Decidí ser romanista de niño y punto. En una época tuve problemas que me hicieron reflexionar sobre el cambio de idea. Hablé con mi familia, mis amigos, mi gente… Con los amigos romanos que habían emigrado. Me dijeron que fuera les faltó todo. Absolutamente todo». (**)
Tuvo que responderla y la tendrá que responder tantas veces como autógrafos ha firmado y le quedan por firmar aunque en su cabeza él conciba una fantasía bien diferente, una que no sabe si en el fútbol actual tendrá de nuevo espacio para volver a reproducirse. Buscaron siempre un porqué a su lealtad, una decisión infantil, como así definió Francesco Totti a la razón de no moverse. Uno de los más grandes genios de la historia del fútbol, uno de los casos más paradigmáticos del qué hubiera pasado si hubiera llegado a un club tan grande como su talento, concibió la grandeza desde un punto de vista diferente al de la mayoría. Totti, un ideal desde toda perspectiva, construyó la historia que le hizo más feliz.
Para Totti todo fue muy diferente. Su concepción de las cosas, no solamente en relación a la pertenencia de un lugar concreto sino también a su interpretación del juego y la pelota, convirtió su figura en un hecho aislado. A decir verdad, en su discurso apasionado sobre Roma y los romanos, el profundo arraigo que negó al más grande y victorioso en la gran oportunidad que dejó pasar por seguir en casa, se ve a quien, rodeado de agua, sin contacto con el continente, entiende Roma como una isla, reconociendo que lo que se entiende como una barrera para mezclarse y experimentar no es sino el lugar más seguro y reconocible para expresarse sobre el campo.
«Cuando entré en el campo, me sentí orgulloso de jugar para la ciudad, para mi abuelo, para mi familia».
Antes que su historia futbolística, la de jugador de fútbol, va primero este concepto de fidelidad como método de inspiración. Cuestionado por su falta de ambición, achacada por no llevar a cabo el proceso lógico por el que el deportista busca ser la mejor versión posible de sí mismo, que en el caso de Totti daba para ser el mejor de su época, Francesco respondió a todos los rasgos del genio; maldito, puntualmente atormentado e inagotable a nivel creativo, tan puro como la tierra que lo ató desde el primer hasta el último día. Puede que Totti no hubiese podido ser más fuera de allí, pues probablemente hubiera sido un genio absolutamente condicionado, una contradicción en sí mismo para desarrollar su visión del fútbol.
Así, poco a poco, decidida esa elección de vida, Totti fue añadiendo papeles al de jugador de fútbol, traspasando y duplicando responsabilidades; futbolísticas, culturales, sociales. Como Diego Armando Maradona en Nápoles, la adoración que sintieron y sienten por él conforma una incondicionalidad seguramente tan fuerte como la que su gente siente por el propio club, un suceso tan excepcional como el fútbol con el que Totti deleitó a Italia y que quedó reflejado el día de su despedida. No puede hablarse de reducto futbolístico, pero no jugar la Copa de Europa asiduamente, no ganar títulos importantes y no jugar para uno de los grandes de Italia puede haberle restado el impacto histórico que el decidió no tener. Nunca le importó que muchas partes del mundo no contemplaran su día a día, por una cuestión básica: el mundo para él, no era el de los demás.
“Siempre me he inclinado por las alternativas sentimentales. Crecí en el sector juvenil de la Roma y la primera vez que fui a un estadio fue a la curva del Olímpico. Quedarme fue una elección de corazón, no una decisión profesional”.
Totti fue en Italia tan mágico como el que más, tan esquivo y creativo como ninguno. Es muy difícil hacer justicia a Francesco Totti a través de la palabra pero sería aproximado hacerlo diciendo que con él se sentía que algo estaba a punto de ocurrir, momentos sublimes de los que comía como futbolista.
«Tal vez mi instinto me hace buscar algo más. Lo hago en cada partido. Escapa a mi control. Es un segundo. Un segundo en el que deseas que la gente te recuerde para siempre».
Como la patada al aire dada cuando se despierta de un sueño, el toque de Totti fue un pellizco. No se sabe si técnicamente fue inferior a ninguno. Sí, no era tan científico y razonado como el de Maradona, pero su toque sí era tan natural como el del argentino. Por encima incluso de su habilidad para la acción individual extraordinaria, Totti era un pasador único cuando recibía entre líneas, siendo su bota derecha más una mano que otra cosa. Desde lo creativo, el italiano ha sido lo más parecido al Diego que conoció Italia y el fútbol mundial.
Así comenzó Francesco, y así también siempre se mantuvo, siendo un creador por delante de cualquier posición o función, pero en su evolución deben mencionarse dos paradas muy importantes. La primera se da con Fabio Capello, con quien Totti pasa cinco temporadas, las de su asentamiento y constante progresión. De aquella etapa, en la mejor Roma de la que formó parte Totti, plagada de grandísimos jugadores y de un mejor equipo, Capello moldeó físicamente a su estrella, la rodeó de estructura, orden y fiabilidad, concretando y convenciendo al genio romano de que se puede también ser un campeón que juega para ganar. No en pocas ocasiones relacionó Totti la victoria con la fidelidad o la belleza, intercambiando el texto y el pretexto, pero con Capello, Totti puso a la Roma a la altura de su talento y por un momento fue reconocido como el mejor jugador del mundo.
En 2004, justo antes de la aparición de Lionel Messi, antes de la explosión de Cristiano Ronaldo, con Ronaldinho y Henry ganando ligas, con Zidane como medida de todas las cosas, Francesco Totti pudo ser el mejor, es decir, lo fue pero no se tuvo la manera de hacerlo material. Capello hizo fuerza porque eso fuera unánime: «Ahora mismo solo hay dos jugadores realmente grandes: Ronaldo Nazario y Francesco Totti (…). Es el mejor ’10’ desde Maradona, se merece el Balón de Oro». No le haría demasiada falta tirar de frases tan contundentes y positivas, pues sus rivales también se rindieron a él, caso de Nedved o Shevchenko. Totti era el mejor de un equipo campeón, un lustro en el que compartió campo con jugadores como Montella, Cassano, Samuel, Emerson, Cafú, Batistuta, Chivu, De Rossi o Panucci. La responsabilidad no era tanto lúdica o creativa. Se estaba para ganar.
Con Capello, Totti fue, muy probablemente, el mejor jugador del mundo
La siguiente parada es la que le convierte en un consumado goleador, la que le lleva al ‘9’ en cuanto a cifras y al falso delantero en cuanto al juego. Tácticamente, a Totti se le permitió todo a nivel posicional; sus piernas y su edad, sea cual fuese en cada momento, tendrían una respuesta de su parte. Como siempre fue el más sensible y talentoso de todos, debía recibir al pie para crear la jugada, así que él iba siempre hacia la pelota o la esperaba para actuar después, pero como falso ‘9’ se vieron los toques más diferentes de Totti. Aunque jugara tanto de espaldas, su talento para ubicar y ordenar en su cabeza todo su alrededor, pensando con antelación quien se iba a mover y cómo iba a habilitarle, Totti deshizo sistemas defensivos con un solo contacto: taconazos, toques con el exterior, empeines, punteras, envíos con el pecho, con la cabeza. Pases únicos.
Y por supuesto, el gol. Esa transformación fue bastante extraña, pues como que trastocaba el núcleo de su identidad. El gol frío y ganador parecía que no iba con él, pero como él mismo dijo, llegó de casualidad y lo entendió como ese segundo momento de responsabilidad que no debía negar. Primero se convenció con Capello de que la victoria era lo más importante, al menos tanto como su motivo principal, y después se convirtió en Bota de Oro cuando para todo el mundo eso era secundario. Fue la prueba de que podía haber sido todo, en condiciones normales, las que la mayoría entendía como tal.
«Muchos me preguntan, ¿por qué has pasado toda la vida en Roma?
Roma es mi familia, mis amigos, la gente que amo. Roma es el mar, las montañas, los monumentos. Roma también son los romanos.
Roma es el giallo y el rosso.
Roma, para mí, es el mundo».
(**) Extractos de la entrevista con el diario ‘El País’ en 2007.
Foto: Paolo Bruno/Getty Images
CuRRo_87 12 septiembre, 2017
Gran jugador Totti. Hay que ver cuanto talento tenía Italia hasta hace no mucho: Pirlo, Totti, Del Piero, Cassano, Maldini. Hace tiempo que Italia no genera jugadores verdaderamente grandes o con un talento especial. ¿Tendrá que ver con la crisis del Calcio? ¿Afecto también a la forma de trabajar las canteras?