Durante muchos años Old Trafford se caracterizó por albergar los partidos más vertiginosos de la Premier. Primero a partir de aquella incontenible verticalidad de los «Fergie Boys»; más tarde gracias a lo que suponían Wayne Rooney y Cristiano Ronaldo al contragolpe. Y siempre bajo el sello de un Sir que disfrutaba con esos encuentros caracterizados siempre por la velocidad, las transiciones y los goles.
El Manchester United tenía su propio ritmo. Un ritmo que, además, manejaban mejor que nadie tanto dentro como fuera de las islas, pues a fin de cuentas sólo ellos contaban con Old Trafford a favor. Sin embargo, con el inevitable final de Scholes o Giggs, la marcha de Cristiano, el apagón de Rooney y, por supuesto, la despedida de Sir Alex Ferguson este ritmo se fue perdiendo sin que nadie lograra evitarlo. El club quedó entonces deprimido. El vestuario dejó de sentirse especial. Y Old Trafford se quedó sin historia que contar.
El gran problema del United 2015/2017: el gol.
Por todo esto resultó muy llamativo que en su primera temporada José Mourinho no tratara de recuperar este espíritu que, además, tan bien le representa. Y no sólo desde un punto de vista táctico, sino también por su capacidad para hacer de un club un único ente que camine de manera uniforme hacia el mismo destino. Quizás el equipo no estaba preparado, quizás no tenía las piezas indicadas. El caso es que el Manchester United creció pareciéndose más a lo que es Zlatan Ibrahimovic en 2017 que a lo que es el propio Mourinho o el mismo Paul Pogba, lo cual posiblemente abocó al equipo a lo que finalmente le terminó ocurriendo. Tocaba bien, se posicionaba bien, jugaba bien. Pero era incapaz de materializar todo lo que generaba.
El gran problema era que, de los candidatos al título, era el equipo que menos caminos encontraba hacia el gol. Valgan dos datos muy definitorios para identificar este problema: en la pasada Premier el United sólo anotó 4 goles al contragolpe y únicamente marcó 7 a balón parado. Es decir, el Manchester United, el club que pareció anticiparse al fútbol cuando ya en los noventa hizo del manejo de estas dos situaciones su principal valor diferencial, ni siquiera llegó a la docena de goles combinando dos de los artes más definitivos de la actualidad. Y así, sin atajos hacia el gol, quedó atrapado en una serie infinita de 1-1s que mantuvieron apagado Old Trafford.
Nemanja Matic cuajó un partido primoroso junto a Pogba.
Pero esta temporada ha comenzado de una manera muy diferente. Porque es pronto, mucho, pero lo cierto es que el primer impacto de los fichajes de Nemanja Matic y Romelu Lukaku no ha podido ser más ilusionante tanto lo individual como, sobre todo, en lo colectivo.
El control, el ritmo y la amenaza fueron una cuestión sólo al alcance de los de rojo. A partir del 4-2-3-1 que dibujaban con Paul Pogba ejerciendo de Ander Herrar pero a la particular manera de Pogba, es decir, esgrimiendo una serie de acciones individuales de gran valor técnico, el Manchester United tocó mucho, jugó fluido y desbordó continuamente. Siempre había líneas de pase. Siempre había forma de avanzar. Un mérito que compartían tanto Pogba como Matic por detrás del balón como Mata, Rashford y Mkhitaryan por delante del mismo. Los escalones, perfectamente dibujados, destruían una y otra vez las presiones que trataba de realizar el West Ham sobre cada recepción interior. Y si los de Slaven Bilic lograban recuperar, más por riesgo del United que por acierto suyo, allí estaba Nemanja Matic para reiniciar la jugada en cuestión de un par de segundos. El ritmo del partido era vertiginoso. Imparable. Old Trafford quemaba.
Pero lo mejor es que ahí se no quedaron las noticias positivas para Mourinho, porque la manera que encontró el United de terminar de cambiar el partido fue, precisamente, al contragolpe. Ésta fue una amenaza constante durante todo el duelo gracias a las caídas hacia los costados de Romelu Lukaku, y al final se materializó de la forma más esperanzadora posible para los intereses de los de Mou: recuperación de Matic, conducción de Rashford y definición de Lukaku. Old Trafford, esta vez sí, estaba presenciando un partido que entendía como propio. Como algo suyo. Y más si cabe tras el segundo gol del delantero belga, a remate de cabeza tras un balón parado forzado en otro contragolpe. La cuadratura del círculo.
El contragolpe como arma. Necesario para Mou y el United.
Es muy pronto, insistimos, pero la línea que dibuja el Manchester United es positiva. El año pasado el equipo fue conociéndose a sí mismo a la vez que coleccionaba títulos que espera que pronto le sepa a muy poco, pero que mientras tanto van forjando su carácter competitivo. De esa experiencia surgieron una serie de problemas que José Mourinho ha tratado de atajar en el mercado estival. Si se solucionan y el United crece de esta manera, si el 4-0 ante el West Ham se convierte en un primer ejemplo y no en una muestra aislada, no sólo se recuperará el club, también se recuperará Old Trafford.
Foto: OLI SCARFF/AFP/Getty Images
Jose C 14 agosto, 2017
Qué bien jugó Mkhitaryan. Es una suerte de Di María para Mou.
¿Creéis que acabará poniendo a Ander con Matic y a Pogba por delante, o Paul necesita verse exigido de más metros para exhibirse?