El 19 de octubre de 2002, el Arsenal FC visitó Goodison Park para disputar un partido que engrandeció la Premier League. Arsène Wenger y Thierry Henry lideraban un equipo que recibió el apelativo de «Los Invencibles» y que, en aquel instante concreto, acumulaba la friolera de 30 encuentros seguidos sin conocer la derrota. Fue en el minuto 81 cuando un joven David Moyes tomó la decisión de poner sobre el campo a la gran promesa de la cantera del Everton, un crío de 16 años sobre quien él mismo había sentenciado que se trataba del último exponente del fútbol callejero de Inglaterra. Al poco, el Everton pegó un pelotazo, hubo una prolongación y el balón quedó cerca del lugar del susodicho, como a 30 metros del arco. Venía alto, como descontrolado, pero él lo domó con su puntera, dio un raro aunque coordinado giro de 360º, desafió la marca del corpulento Sol Campbell y dirigió su descomunal disparo hacia la mismísima escuadra de Jens Lehmann. «Oh! What can they do? Remember this name! Wayne Rooney!», relató el profético narrador del momento. Así comenzó una historia que vale la pena recordar.
Eriksson dio la vez a Rooney con Inglaterra con 18 años y protagonizó una Eurocopa de 2004 tremendo.
Internacionalmente, el primer punto caliente de la vida de Rooney data de la Eurocopa de 2004. Apenas había cumplido la mayoría de edad cuando Sven-Goran Eriksson le obsequió con la titularidad en la selección inglesa. Nadie ha creído tanto en Rooney como Sven-Goran Eriksson. Se desvivía por él. Y Wayne respondía. Su debut contra Francia resultó impactante; se mostró ultra participativo en el mismo epicentro del juego, en una zona que la vigente campeona custodiaba con las anticipaciones de Thuram y las vigilancias de Makelele y Vieira. Por posición, con quien más coincidía era con el bestial box-to-box gunner, y en cada hombro con hombre, en cada cadera contra cadera, era el elefante quien sentía cómo tambaleaba la Tierra. Rooney se marchó del campo con 1-0. En el descuento, Zidane marcó dos tantos y remontó. Aquello comprometía la continuidad de Inglaterra en la fase final, pero en el segundo y tercer encuentro, un Rooney escandaloso anotó cuatro goles para llevar a los suyos al cruce de cuartos de final. Allí se mediría a la anfitriona, a Portugal, que conseguiría el pase a la semifinal en la tanda de penaltis. Pero que no se olvide un dato: Rooney cayó lesionado en el minuto 15 de aquella noche. ¿Habría caído eliminada Inglaterra si Rooney hubiera disputado el partido entero? ¿Qué se diría de Wayne si hubiera llevado a su selección a conquistar la Eurocopa con sólo 18 años? Nunca se sabrá.
Wayne Rooney llegó a un Manchester United que estaba a medio camino entre dos ciclos triunfales.
Entonces, el Manchester United atravesaba una fase de cambio de ciclo. Los Fergie Boys del Trébol de 1999 habían perdido la frescura y el impulso que Sir Alex había intentando dar con el delantero centro Ruud Van Nistelrooy no había satisfecho todas las necesidades surgidas. Tocaba empezar a construir un equipo nuevo. En realidad, el proceso había arrancado el verano anterior con la firma de Cristiano Ronaldo, pero se hizo oficial con la llegada del chico de oro. Sólo Ronaldinho, que había regalado nueve meses mágicos tras su desembarco en el Camp Nou, quitaba foco a Wayne Rooney. Él era el destinado para liderar a Old Trafford hasta una nueva Champions League. ¿Dificultades? Que el Chelsea FC del auto-proclamado «Special One» iba a tomar la iniciativa con una plantilla de líderes más maduros y un estilo de juego que dejaría obsoletos los principios más iniciales de Ferguson. Había mucho trabajo por hacer para los Red Devils. Aquellas dos primeras campañas con Wayne allí fueron de dominio de Mou.
De esta guisa se arribó al Mundial de Alemania 2006, una cita que ilusionó sobremanera a Inglaterra porque disfrutaba de una base de futbolistas con experiencia y calidad contrastada en la Champions League que le presentaba como una de las favoritas. Ferdinand, Terry, Ashley Cole, Scholes, Gerrard, Lampard, Beckham, Owen. Aquello no era hype injustificado. Pero como para la selección británica nunca hay felicidad plena, su máximo estandarte ofensivo, el propio Rooney, había caído lesionado a menos de un mes del inicio de la Copa del Mundo. Eriksson, como siempre, se la jugó con él alegando que era demasiado superior a las alternativas, pero en esta ocasión, el crack no pudo responder a la confianza. No tenía ritmo para esa exigencia. Lo intentaba, pero no le alcanzaba. En consecuencia, su mente fue entrando en cortocircuito hasta que en el cruce de Cuartos, en una disputa, Rooney pisó a Carvalho en la entrepierna y vio la tarjeta roja. ¿Habría tocado la desesperación de Rooney ese techo de haber estado en su mejor forma durante aquel Mundial tan señalado? Nunca se sabrá. Sí se sabe que aquel incidente fue el último detonante de lo que cambiaría su carrera para siempre: la explosión total de Cristiano Ronaldo.
Cuando el Manchester United estaba preparado para que un líder lo llevase al triunfo, explotó Cristiano.
Cristiano Ronaldo asistió a la agresión de Rooney en un lugar de preferencia, a escasos metros de él y Carvalho, y se fue derecho a por el colegiado a protestar por lo sucedido. En una primera instancia, Wayne pareció culparle de la expulsión que sufriría, y quien desde luego sí lo hizo fue el público inglés, que ya de por sí no sentía especial simpatía hacia el extremo luso. De repente, el «7» del Manchester United se convirtió en el enemigo público número uno de la Premier League, hasta el punto de que su salida de Inglaterra aparentaba ser inevitable. Pero según confesó Ferguson años después, fue el propio Rooney quien telefoneó a Cristiano para convencerle de que, juntos, revertirían la situación. Cristiano se quedó y aguantó ser pitado en cada envite que los Red Devils afrontaban como visitantes, convirtiendo los abucheos en un extra de motivación que llevaron a madurar y pasar a tiranizar la liga con puño de hierro. Ronaldo y Rooney, coetáneos, iban a atrapar sus años de exuberancia a la misma par. Y sólo uno podría ser el líder de aquel proyecto. Van der Sar, Ferdinand, Vidic, Evra, Carrick, Fletcher, Park, Tévez… Más los últimos Scholes y Giggs. Aquello era un caramelo. El caramelo que se comió Cristiano.
El trienio virtuoso de Cristiano Ronaldo en Old Trafford, en el que Rooney tuvo un peso enorme como diferencial segunda espada y compensador de un sistema ofensivo que se basaba en potenciar al portugués, se saldó con tres Premier Leagues y una Champions. En las otras dos, el Manchester United cayó en semis contra el AC Milan y en la Final frente al FC Barcelona. A la postre, los dos campeones.
El ciclo triunfal del Manchester United se apagó con las salidas de Cristiano Ronaldo y Carlos Tévez.
Tras perder la Final de Roma, Ronaldo hizo las maletas y se marchó a España. De modo inesperado, Tévez hizo lo propio con destino al otro club de la ciudad, el Manchester City. Ferguson había perdido a su número uno y a su número tres, viéndose forzado a ascender a Rooney al primer escalón del pódium y, en teoría, a rodearlo de talento de élite. Según cuenta la leyenda, el objetivo radicaba en invertir la suma recaudada en un trío de futbolistas referenciales que ayudarían a gestionar el golpe. De la misma manera que la Juventus pagó a Buffon, Thuram y Nedved con el dinero de Zidane, el Manchester United aspiraba a reclutar a De Rossi, Sneijder y Ribéry. Imagínase qué no hubiera podido liar Rooney con eso por detrás de él. Sin embargo, cada una de las tres operaciones se abortó por razones distintas y a Old Trafford sólo inmigró Antonio Valencia. El ecuatoriano por Tévez y Cristiano. En eso consistió el verano de 2009 de los Red Devils; aquel con el que se daría origen al reinado de tres años de Wayne Rooney.
Y lo que prueba que el fenómeno de Inglaterra estaba a la altura fue lo que hizo en aquella temporada condenada a la desesperanza que era la 2009/10. Rooney, jugando como ariete en el esquema de Sir Alex, se fue a los 31 goles en 38 partidos consagrándose como un hombre capacitado para sostener, inspirar e justificar un sistema ofensivo. Era una máquina de crear ocasiones -promedió 5,7 disparos por noche- y desarrolló una versatilidad que hasta le convirtió en un cabeceador de élite, lo que dio la oportunidad al Manchester United de mantener vigente aquella parte del playbook que finalizaba con centros hacia Cristiano Ronaldo. Además, Wayne apareció en cada noche grande, como sucediera en aquel doble enfrentamiento contra el AC Milan de Leonardo y Ronaldinho en Octavos de Champions donde hizo cuatro tantos y masacró al triángulo Nesta-Thiago Silva-Pirlo sometiéndoles a un ritmo que no podían seguir. Y así se clasificó para la ronda de cuartos, en la que esperaría el FC Bayern Múnich de Louis Van Gaal. Momento trascendental en su vida profesional. Rooney, excepcional, adelanta a los Red Devils en el minuto de la ida en Alemania, pero de nuevo, en el instante menos indicado, cae lesionado. Los bávaros logran remontar y poner el 2-1 en el tiempo de descuento, pero la peor noticia para la afición inglesa reside en la confesión de Ferguson en la sala de prensa: se estimaban entre cuatro y seis semanas de baja para su gran estrella. Se perdía la vuelta, la hipotética semifinal y cinco partidos de Premier, en la que se estaba manteniendo un duelo a cara de perro contra el Chelsea de Carlo Ancelotti.
Rooney cogió al Manchester Unite de la pechera y le llevó a rendir de nuevo como uno de los mejores.
Una semana después, en Old Trafford, ante la visita de Robben y Ribéry, Wayne Rooney saltó a la cancha para éxtasis de la afición y del fútbol europeo. El milagro acaecido resultaba inexplicable, pero se confirmó como realidad cuando antes de sobrepasar las 21:30 de la noche, el Manchester United dominaba el marcador por 3-0. Era su hora, la que había esperado durante el resto de su carrera, la que Cristiano Ronaldo le había arrebatado para gloria del club entero… menos él. Pero en el enésimo giro de la mala suerte, el delantero centro recayó de la lesión y hubo de abandonar el campo. Sin él sobre el verde, el zurdo holandés del FC Bayern dibujó su arquetípica diagonal y puso el definitivo 3-2 en una de las acciones más mitológicas de su trayectoria. ¿Habría ganado el Inter de Milan de Mourinho aquella Copa de Europa si Wayne Rooney no hubiese sufrido estos infortunios? Nunca se sabrá. Sí se sabe que el Chelsea FC terminó alzándose con aquella Premier League 2009/10 por un punto de diferencia sobre el Manchester United, y que nuestro protagonista se perdió por esta lesión tres choques del rush final. El United, sin él, sólo ganó uno. El resto, un empate contra el Blackpool FC y una derrota… lo frente al Chelsea campeón.
Rooney empezó a ponerse nervioso al notar que Ferguson no le estaba construyendo un equipo ganador.
Rooney, que había protagonizado una temporada que, con una pizca de suerte, se habría podido saldar, tanto por fútbol como por determinación, con el Balón de Oro, no estuvo ni entre los 23 más votados de la gala. Y quizá, el siguiente sería el pasaje en el que Ferguson se equivocaría con él. El principio del fin.
Rooney había cumplido con creces tras aquel verano en el que Sir Alex cambió a Cristiano Ronaldo y Carlos Tévez por Antonio Valencia. Doce meses más tarde, si algo había quedado diáfano era que él estaba capacitado para liderar un proyecto que opositase a la Liga de Campeones. Apenas necesitaba un poco de ayuda, algo equiparable a aquel pack compuesto por De Rossi, Sneijder y Ribéry que se había rumoreado no hacía mucho. Sin embargo, el principal refuerzo del Manchester United tras el curso en blanco fue Chicharito Hernández. O sea, un delantero centro que se unía a un Berbatov que también iba a adquirir mayor peso en la alineación. La traducción, que Rooney tendría que abandonar el puesto desde el que había ofrecido el mejor rendimiento de su vida, un rendimiento de TOP 5 mundial. Y ceder protagonismo y jerarquía en favor de Cristiano, vale, pero hacerlo en beneficio del mexicano o el búlgaro era algo que no podía, ni quería, aceptar. ¿Por qué, en lugar de rodearle y potenciarle, le quitaban de su sitio predilecto? Y entonces, se produjo el episodio que transformaría sin marcha atrás su relación con Ferguson y la opinión pública: a mediados de octubre de 2010, en plena temporada, declaró que quería marcharse del Manchester United. Entrenador, estrella y afición harían las paces y alcanzarían una nueva Final de la Champions, pero de aquello quedarían heridas que nunca acabarían de cicatrizar. Con otra particularidad: el curso contiguo, el 2011/12, iba a ser el décimo de su carrera. Su efervescencia física se agotaba. Y de hecho, nunca más volvería a exhibir su máxima explosividad.
Da la sensación de que a Rooney le faltó suerte en varios momentos claves para poder pasar a la historia.
El tramo final queda reciente y resulta fácil de recordar. Después de que el Manchester City de Roberto Mancini arrebatase una nueva Premier a Rooney con aquel golazo histórico del Kun Agüero, Ferguson terminó de cavar la tumba del liderazgo de Rooney con el fichaje de Robin Van Persie. En la que sería al última campaña de Sir Alex como entrenador, construyó un sistema más basado en el juego directo hacia el holandés que relegó a Wayne a una escala tan secundaria que incluso fue sacrificado por Danny Welbeck en el partido de Champions decisivo contra el Real Madrid. Así empezaron los tiempos en los que Rooney empezó a reciclarse como centrocampista aprovechando su dominio del juego y capacidad de sacrificio, pero aquella era una realidad que no hacía más que esconder que ya nadie, salvo posiblemente él, confiaba en que Rooney marcase la diferencia. No sé sabe qué habría sucedido si se le hubiese dado otra oportunidad. Igual, sin aquella potencia de sus inicios, ya no valía un gran sistema. Dicho lo cual, sí se sabe que, tomando la decisión adversa, el Manchester United, hasta el día de hoy, no ha vuelto a ser un equipo a la altura del potencial del club. También que a Wayne Rooney, al menos fuera de Inglaterra, no se le recordará como el mejor fútbol que practicó… mereció dejar escrito en los libros.
Foto: DAMIEN MEYER/AFP/Getty Images
SantiagoAlfonso 2 agosto, 2017
Excelente artículo. Se habla mucho de como el United no ha vuelto a ser el mismo sin Ferguson pero poco del jugador que daba el mínimo competitivo al equipo.
Aceptando que el mejor Rooney fue el delantero centro, soy fan del Rooney centrocampista que compensaba a su equipo.