Málaga vivió un sueño cuando con el cambio de propietario recibió una inversión que le clasificó para la Champions League. Baptista, Demichelis, Toulalan, Cazorla, Isco, Joaquín o Ruud Van Nistelrooy, definitivamente, eran mucho mejores que los desconocidos que había reclutado a lo largo de su pasado. Y como decía la canción, no hay nada más dulce que lo que nunca se ha tenido ni nada más amargo que lo que se perdió. Así que al descubrir, en su momento más álgido, que aquello tan intenso sería tan corto, corrió el riesgo de derrumbarse. Fue entonces cuando emergió Ignacio Camacho.
Camacho fue el sustento que permitió a Javi Gracia primero y a Míchel hace unos meses crear un sistema que diera la posibilidad de expresarse y brillar al joven talento ofensivo que fue surgiendo. Al principio fueron Darder, Castillejo, Samu o Juanmi, como ahora lo han sido Fornals, Ontiveros, Juanpi o Sandro; pero el denominador común del proceso, el pilar que garantizaba la competitividad, fue el mediocentro maño, quien a su tremendo liderazgo y a ese carisma tan vinculante para su equipo y para el oponente, agregaba una serie de dones muy adaptables al fútbol que se juega en la Liga.
Gracias a Camacho, el Málaga obtuvo gran ventaja de su presión.
Camacho supo reciclarse. Originalmente, se trataba de un pivote de perfil defensivo que potenciaba su eficacia en planes de repliegue. Cuanto más arropado se viera, más rendía. Ocurre que la evolución del fútbol español fue haciendo que esa figura perdiera bastante de su valor diferencial, lo que dejó fuera de juego a muchos de esta estirpe. En contraste, Camacho asumió el reto y se convirtió en un descomunal especialista de la presión en campo contrario, tanto por la cantidad de duelos que ganaba en dicha franja como, sobre todo, por el cinturón de seguridad que implicaba para su equipo en caso de que el rival consiguiera batir las primeras líneas defensivas. Gracias a esto, con él sobre el verde, el Málaga empezó a castigar las malas salidas desde atrás de sus adversarios, fijando su zona de recuperación en un lugar que le habilitaba para iniciar sus ataques mucho más arriba. Es decir, con mucho más peligro y menos riesgo.
Sin Camacho, los números de los malaguistas se desplomaban.
Lo anterior no fue teoría, sino pura práctica aplicada. Para muestra, lo que sucedió durante su periplo más duro como malaguista en lo referido a las lesiones. Entre la jornada 28 de la Liga 2014/15 y la 14 de la 2015/16, el Málaga ganó tres partidos de los 24 que disputó. A todas luces, una progresión que extendida a 38 fechas significaría el descenso. En dicho tramo, y he aquí lo crucial, Camacho no pudo encadenar nunca tres partidos seguidos. Reapareció para quedarse en la jornada 16 de esa 2015/16. ¿Continuación? Los boquerones ganaron 1-0 al Atlético, 0-1 en el Ciutat de Valencia y 2-0 al Celta. Tres victorias consecutivas. Eso encarnaba Ignacio en La Rosaleda.
Este verano, Camacho ha hecho las maletas para emigrar hacia Wolfsburgo y completar con Arnold un doble pivote que facilite explotar al joven Max hasta reportarle un billete con Alemania para la Copa del Mundo de Rusia 2018. El Málaga, por su parte, deberá comenzar una nueva era. Se ha ido el buque insignia de la anterior.
Foto: David Ramos/Getty Images
Permafr0st 20 julio, 2017
Uno de los pequeños misterios de la Liga para mí es por qué Camacho no ha regresado al Atlético