«Creo haber hecho que todo celtista, entre los cuales me incluyo, se haya emocionado con ver a este equipo jugar». Eduardo Berizzo se despidió de Vigo satisfecho. No es para menos. Lo hizo completando un viaje transfronterizo por la Europa League que a punto estuvo de culminar con la lucha por el título, completando un ciclo que dejará huella por el significado experimental que ha supuesto para Balaídos un recuerdo imborrable, enlazando dos de las etapas más brillantes de su historia a través de un mismo hombre. Uno de sus grandes exjugadores pasó a entrenar al Celta para formar una nueva identidad futbolística y con ello, una historia. El aficionado vigués despide al Toto sabiendo que no era un entrenador normal, sino uno de esos tipos que dotan de experiencia al día a día, que conectan momentos del pasado y generaciones pretéritas.
Futbolísticamente, el Celta de Berizzo quedará como un conjunto que sumadas sus diferentes virtudes lo fue todo. Tuvo competitividad extrema a falta de fútbol, fue durante toda una temporada un equipo monumental y atractivo, y nació recto en su primer año, con lo positivo que eso resultó para crecer. Berizzo pasó tres años en los que pudo unir método único con sentido de pertenencia, una combinación que eleva el techo emocional y futbolístico porque el mensaje va de la mano de un motivo superior.
Berizzo sumó método atractivo y sentido de pertenencia
En su primer año, la 2014-2015, Eduardo ya dejó claro lo que iba a ser su Celta, un equipo que trataría de jugar siempre en la misma dirección, partiendo de sí mismo, pues su método, heredado de Marcelo Bielsa, no podía competir de otra manera desde el momento en el que el ritmo es tan alto y su elección defensiva pasa por el marcaje individual a todo campo. Los once jugadores perseguirían a su marca aún desprotegiendo la zona propia de cada demarcación. Dicha particularidad tendría especial relevancia en la presión adelantada y en el posterior trato con el balón. Con Larrivey, aquel Celta mezcló la salida en largo con la más elaborada, pues fue en su primera temporada donde más centrocampistas de calidad tuvo.
Michael Krohn-Delhi, Augusto Fernández y el ‘Tucu’ Hernández formaron una medular muy protagonista, casi un sistema de juego, que destapó a Nolito como ese extremo de gol que junto a Berizzo comenzó a tomar decisiones de muchísimo mayor peso y sentido; el andaluz fue el desborde en banda, siempre bien asistido en alturas previas, con los tres hombres de mediocampo dándole forma a la jugada. Semejante impacto tuvo su resultado: Krohn-Delhi y Augusto hicieron las maletas, despojando al Celta de la posibilidad de juntar dos líneas del campo de la misma calidad. Berizzo tiró mano de Fabián Orellana, uno de los mejores futbolistas que tuvo el campeonato la temporada siguiente.
Porque, al fin y al cabo, aunque en España los centros del campo marcan el estilo y la cintura de un equipo, tener, comparando similares potenciales, una delantera de la misma talla que tu mediocampo te sitúa en otro nivel. El ‘Toto’ se encontró con Nolito emergiendo como un crack, Orellana rompiendo a jugador contextual y a Iago Aspas, un fenómeno que atacaba los espacios con una calidad y un motor que situaba al Celta en un estatus muy, muy diferente. Superada la posible decepción de no ver juntos los dos tríos, el adelantado y el medular, la segunda temporada de Berizzo en Vigo fue la que permanecerá en términos de calidad futbolística.
El segundo año del Celta fue su gran momento futbolístico
Fue cosa de los tres -Nolito, Aspas y Orellana-, y siempre fue el Celta un equipo muy vertical en sus ataques más organizados, teniendo en las bandas el cambio de marcha, pero fue el chileno el que puso el matiz. Su madurez en la mediapunta otorgó al Celta una pausa necesaria para dominar los partidos, robando muy arriba. Berizzo era Berizzo pero su equipo se movía con matices diferentes. En el recuerdo, un equipo que jugaba al fútbol como muy pocos en España. Ese fue su punto álgido, difícilmente sostenible en el tiempo. De nuevo, dos de sus estrellas, Nolito y Orellana, dejaban Vigo.
La temporada de despedida tuvo un significado muy diferente. El Celta perdió mucho juego con balón. Los recambios, además, buscaban un camino diferente. Los del ‘Toto’, un equipo agresivo pero protagonista, perdieron figuras de control, tanto por delante como por detrás del balón. De ahí nació una competitividad, un relato celtista que tuvo en Aspas y Mallo, los de casa, a los personajes principales. El de Moaña se multiplicó para unir los puntos que antaño correspondía a verdaderos referentes, y lo que fue pasando, con muchos momentos llamados eliminatorias, de Copa y de Europa, pusieron al Celta en la tesitura de competir sin el brillo de la propuesta. Su paso por Europa fue una prueba de vestuario y grada, de épica y cicatriz. El Celta de Eduardo Berizzo lo tuvo todo. No pudo tenerlo a la vez, pero narrado cobra todo un valor original, culminando con el abrazo que Aspas, de parte de todo aficionado, entregó al héroe de esta historia.
Foto: JOHN THYS/AFP/Getty Images
Invitado 23 mayo, 2017
En el ultimo párrafo, Iago es de Moaña, no Maña. Por el artículo en sí, la verdad es que la política de fichajes de no sustituir a jugadores de peso con balón por otros jugadores de peso con balón, se notó muchisimo a nivel juego. El Celta sin Aspas, este año no sería casi nada.