Jorge Sampaoli llegó a Europa siendo bastante más conocido de lo que es habitual cuando un técnico salta el charco. Se sabía todo de su historia con Bielsa, de su admiración por Guardiola, de su gusto futbolístico y de su particular carácter. De ahí que la pregunta que todo el mundo se hacía no es cómo se adaptaría a Europa, a La Liga o al Sevilla, sino si lo conseguiría o no. El cómo lo iba a intentar se daba por descontado. Su equipo iba a manejar un plan táctico potente, enérgico, ofensivo y asociativo. Y en valores muy extremos.
Porque Jorge Sampaoli era el técnico que se subió a un árbol para así poder dirigir un encuentro, el que escribió una carta pidiendo perdón a Marcelo por no haber «defendido su estilo en Perú», el que era conocido como más «bielsista» que Bielsa en Chile, el que no se cortaba en dudar de entrenadores campeones de la Champions, el que le arrebató un título de selecciones a su compatriota Messi…
El impacto de Sampaoli en Sevilla no se hizo esperar.
Pero en Sevilla fue otro. Cierto es que su energía desató la ilusión de una ciudad que era la vigente tricampeona de la Europa League y que, en su momento, no dudó en apuntar directamente al título de Liga, pero esto no se correspondió con lo que vimos en el campo.
El Pizjuán abrió La Liga disfrutando de un partido de diez goles en el que lo normal fue ver a ocho jugadores por delante del balón, en parte porque Vitolo comenzaba de lateral y acababa de segunda punta, pero aquel día fue la excepción. Con cada día que pasaba, el Sevilla se fue normalizando. Pues en pos de resolver los problemas estructurales (salida, gestación y aceleración) que iba encontrando el equipo, Jorge Sampaoli decidió corregir en vez de potenciar. Y no era lo esperado. El argentino es un técnico que siempre se ha definido por la vehemencia, la creatividad y la concepción del riesgo como una oportunidad, no como un problema. Sin embargo, ante los problemas en salida de balón, los cuales ni un maravilloso N’Zonzi podía corregir, Jorge apostó por una defensa de tres centrales. Una medida que a la postre, sobre todo en Champions, tenía matices más conservadores, pero que desde luego salió bien.
En parte porque este paso al 5-2-2-1 coincidió con la irrupción de un Samir Nasri inspirado e implicado. Nadie se lo esperaba, ni en la forma ni en el fondo, pero fue uno de esos pequeños milagros que se asocian a un técnico como Jorge Sampaoli, no tanto por una cuestión táctico como sí emocional. Porque el Sevilla destacaba precisamente por eso: todos los jugadores estaban enchufadísimos. Estaban hambrientos. ¡Y acababan de ganar al Liverpool en una final europea! Recuperando el hilo, en lo relativo a Nasri todo ocurrió muy rápido. Primero en la izquierda, luego como mediapunta y finalmente en la base junto a N’Zonzi, el centrocampista marsellés le dio un salto evolutivo al equipo a base de canalizar cada altura del juego. Daba soporte en salida, gestionaba en creación y aceleraba en tres cuartos. Entre octubre y enero, tramo en el que el Sevilla superó futbolísticamente a un actual finalista de la Champions y venció al otro, Samir Nasri fue el centrocampista de toda Europa.
Los mejores meses de Nasri desataron, con razón, la ilusión.
Durante esos meses encontramos el sello de Sampaoli en el rol de los laterales y en sus direcciones de campo, las cuales mostraban el gran trabajo de Monchi y la magnífica lectura del propio técnico argentino, pero el resto pareció un invento del francés. Por eso, una vez Samir dejó de ser lo que casi nunca ha sido, el Sevilla se despolomó. La eliminatoria ante el Leicester City lo mostró con excesiva crudeza. Porque cierto es que el Sevilla falló dos penaltis y que fue bastante superior a los de Ranieri en la ida, pero en general dicho cruce confirmó la sensación de que a Sampaoli no le había dado tiempo a construir una estructura que sostuviese y potenciase los rendimientos individuales. Al final todo era excesivamente dependiente del talento de Nasri, de la exuberancia física del equipo y de la determinación que aportaban sus cambios (sobre todo Pablo Sarabia), y en marzo nada de esto funcionó de la misma manera.
Pero aunque el curso acabara de forma negativa, la cuarta posición en Liga y los octavos en Champions no son desde luego malos resultados para un equipo que perdió su alfa (Banega) y su omega (Gameiro) en verano. De hecho, para un primer año de proyecto son positivos. Sobre todo por la entereza que hasta la eliminatoria de octavos había mostrado el equipo en Champions League. Porque el Sevilla llegó a ser un buen equipo de fútbol que tenía, además, diferentes maneras de alcanzar la victoria, lo único que sucedió es que esto lo había logrado de una forma algo diferente a lo que se esperaba de Jorge Sampaoli. Y quizás ahí nació el futuro problema.
“Una de las virtudes de los técnicos es la flexibilidad. No enamorarse de su propia idea. Pero a la vez uno tiene que enamorarse para convencer. Hay una mezcla de humildad para no ser soberbio y no cambiar de idea; y una necesidad de convicción para defender las ideas que eligió. Yo no cedo en mis ideas y no lo digo como una virtud. Es un defecto. Sampaoli sí cede en sus ideas porque tiene un poder de adaptación que yo no tengo. Eso lo hace mejor que yo, indudablemente», explicaba recientemente Marcelo Bielsa. En el Sánchez-Pizjuán se acordarán de la ilusión estival, de las continuas remontadas y de esa sensación de grandeza que, quizás, no sintieron del todo durante la era Emery, pero la noticia del primer año de Sampaoli en Europa fue otra: su cómo sí admite debate.
Foto: CRISTINA QUICLER/AFP/Getty Images
Martin 29 mayo, 2017
Muy buen artículo,pero lamento informar que hay un error:Sampaoli solo le arrebató 1 título a Messi,la Centenario la gano Pizzi
Aprovecho para preguntar,habrá algún artículo sobre el Atalanta? Porque su temporada ha sido increíble,volviendo 27 años después a Europa