La eliminatoria entre la Juventus FC y el FC Barcelona quedó casi vista para sentencia, en gran medida, por una cuestión de detalles. El número de ocasiones claras que sumaron ambos equipos fue favorable a quien obtuvo la ventaja, pero no en la medida correspondiente a ese tremendo 3-0. Si finalmente se produjo, se debió al elevado acierto en las áreas que mostró la Vecchia Signora, y del primero que hay que hablar para explicarlo es del arquero legendario Gianluigi Buffon. Sus descomunales paradas a Iniesta y a Suárez arrebataron a los azulgranas hasta lo último que se pierde, la esperanza, primero en el partido y después de cara al cruce. Quien algún día llegó a ser uno de los pocos futbolistas perfectos que ha habido, quien aceptó bajar a la Serie B en su mejor hora por amor y principios, prescribió, con su penúltimo partido-milagro, la noche en la que Paulo Dybala se consagró ante la Champions League.
Porque fue Buffon el guardián del guion que redactó Massimiliano Allegri para derrotar a la MSN, que fijaba su origen en la idea de que el Barça, como equipo, no es bueno. El entrenador italiano trabajó la psicología de su vestuario de tal modo que los jugadores que han liderado al mejor club del Siglo XXI quedasen desmitificados, consiguiendo una tranquilidad en los suyos absolutamente inusual. La Juve fue dueña total de sus emociones, jamás se vio alterada, siempre percibió con claridad quiénes eran el Barça, Messi, Suárez, Neymar y ella misma, y cuál era la táctica que debía aplicar en cada instante no para tener opciones de, sino para garantizarse, una victoria suficiente. El plan, en cierto modo, asumía un riesgo, pues jamás se juntó un ataque con mayor pegada que el de Luis Enrique y en una racha inspirada podría haberle destrozado la mente a golpe de gol aislado, como quedó en contraste; por eso el capitán Gianluigi debe ser recordado como el héroe que cuidó de la más respetable señora del fútbol.
La presión de la Juventus castigó sobremanera a Mascherano, pero también a un Iniesta que no constó.
En términos tácticos, Allegri fue fiel a su carácter y planteó el choque más sencillo que podía otorgarle la iniciativa. ¿Dónde comete el Barça los errores que más penalizan su autoestima? En salida de balón. Pues presionó. ¿A qué ha renunciado Luis Enrique con su cambio de dibujo? A dos laterales. Pues abrió a Mandzukic y Cuadrado a las bandas como extremos puros. ¿Cuál es la fortaleza que los culés esgrimen cuando se ven superados? El poderío aéreo de Umtiti y Piqué. Pues no lanzó un solo centro al área, sino que finalizó cada una de sus incursiones por los costados con intentos de pases de la muerte a la frontal de esta. Así es Massimiliano, un hombre que jamás se sumergiría en la alta cocina sabiendo lo rico que sabe un plato de espaguetis a la boloñesa, y bajo esas tres premisas tan simples, hizo que su Juventus se pusiera 2-0 en apenas 20 minutos de batalla. El Barça, tan dependiente de su estado de ánimo, estaba agotado. Mascherano -de pivote- e Iniesta eran los rostros del desconsuelo. No podían.
Paulo Dybala, como recogerá el libro de gestas europeas, fue quien se erigió como estrella bianconera, como el mediapunta que recogió el testigo que Platini, Baggio o Del Piero alzaban al cielo de Turín tras cada muestra de superioridad. Futbolísticamente, el mérito fue relativo debido a la facilidad del reto, ya que el ejercicio en defensa del Barça, resumido en la abusiva suma de tiempo y espacio que concedió al argentino, dentro del área, en la acción del 1-0, es algo que en la Copa de Europa ni se espera ni se ve, pero dudas en cuanto fútbol, sobre Dybala, jamás pudieron existir. Lo que estaba por legitimarse era su grandeza, se requería la prueba de que se creía lo bueno que era incluso frente al espejo de los mejores, y que tuviera la personalidad y el deseo de demostrarlo sobre lo único que da y quita razones: la hierba. Lo hizo. Su puesta en escena, basada en una omnipresencia colmada de intención, precisión y valor estético en los espacios que separaban a Iniesta de Mascherano, saboreó las mieles de la gloria, y en ella le hizo sentir la afición del más gigante de Italia estallando en júbilo tras cada uno de sus goles.
Dani Alves y Alex Sandro firmaron actuaciones sumamente notables tanto sin balón como con él.
El 2-0 reconfiguró la función por decisión de Allegri. Su Juventus maneja la versatilidad como una de sus virtudes clave, pero se define por el repliegue bajo. Ya lo confesó Leonardo Bonucci en una reciente entrevista: «Jugamos con un defensa menos, pero asumimos menos riesgos». Así que, con la renta, se resguardaron para reconocerse a sí mismos dentro del encuentro. ¿Acierto o error? Resulta complicado responder. Por un lado, es cierto que Bonucci y Chiellini, sin apenas metros a su espalda, completaron una actuación entre el notable y el sobresaliente, midiendo muy bien cuándo salir a por unos atacantes culés que solían recibir cada balón mirando hacia ter Stegen. También hay que acreditar el desempeño de Alex Sandro, infatigable en su trabajo sobre Messi y reflexivo para descifrar las intenciones de Sergi Roberto, que era el hombre más entonado del Barça en lo vinculado a la lectura del partido. Y desde luego, no podemos cerrar el párrafo sin hacer mención a Dani Alves, que en la estrategia presionante se dejó llevar por la excitación pero que durante el compás más conservador supo, con la ayuda de Cuadrado y el compromiso de un Pjanic consciente del escenario, controlar las arrancadas de Neymar. La Juve había cedido la posesión, pero ni mucho menos el control mental de la guerra. Seguía haciendo todo con la confianza de quien cree en su superioridad sin que medie la fe, sino porque la palpa, porque la ve.
Messi fue el mejor futbolista del segundo tiempo, pero como estuvo solo, sólo pudo crear, nunca finalizar.
Pero aun así, no puede decirse que acertase adoptando esa pose. El 3-4-3 del Barcelona es un sistema inestable que se retuerce y deshace tras cada cambio de poseedor del balón o fase del juego, porque se comporta de una manera completamente distinta, incluso en la forma, según quién disponga de la pelota o la zona en la que esta se encuentre. Dando a los de Luis Enrique la posibilidad de acogerse a un discurso monotemático en el que sólo tenía que intentar derribar el muro bianconero sin preocuparse -con constancia- de nada más era permitirle competir en el único escenario donde, a día de hoy, se le puede contemplar como un verdadero candidato al título. En parte, porque es la única situación de partido grande en la que, que Leo Messi conste, depende de él y de nadie más. Y ahí estuvo. Movido más por la rabia que por la alegría, lo que acrecienta su mordiente pero reduce su inspiración, Messi se abrió hacia la derecha para poder recibir con más espacios y fluidez, e inició eslalons en solitario en pesquisa de una agitación que, con consistencia, nunca consiguió, pero que sí dio pie a varias chances que podían haber metido al Barça de nuevo en el torneo. Digamos que se disfrutó no del Messi que por sí mismo elimina a esta Juventus -que se percibió como un buen equipo y un gran competidor pero sin alardes extras-, pero sí del Messi que, en un buen Barça, deja a esta Juve casi sin posibilidades. Mas la soledad que sufrió, tanto con Mascherano como con Gomes -único revulsivo de Luis Enrique- como mediocentro, recordó a la de sus días más duros como jugador azulgrana. Ni siquiera Suárez o Neymar se pusieron sobre la balanza. De ahí que el viejo Gianluigi y el joven Paulo pesaran más que el estoico número «10».
Foto: Mike Hewitt/Getty Images
sobris 12 abril, 2017
La diferencia fue coral. De todo el conjunto. No se puede hablar de dos buenos equipos en los que luego el acierto en el área determinó en partido. La Juve fue mejor que el Barça porque jugaba, como bien apunta el artículo, sabiendo a quien tenía delante. El Barça jugó igual que contra cualquier equipo en España. Como ejemplo de esa superioridad, cuando Neymar encaraba tenía enfrente a dos adversarios mínimo (Cuadrado y Alves) incluso Pjanic a veces también. Mientras que cuando encaraba Cuadrado, solo tenía enfrente a Mathieu, que no es precisamente el más exigente de los retos.