La Real Sociedad visitaba el Camp Nou en una nueva semana de Vía Crucis para el Barcelona. Otra vez. La derrota en La Rosaleda, la sanción de Neymar, la goleada sufrida contra la Juventus y la última remontada del Real Madrid en el último minuto de un partido de Liga definían una de esas noches en las que el verbo «jugar» parece una ironía. Por suerte para Luis Enrique, siempre le quedará Messi.
El encuentro fue una batalla de juego contra pegada. Los vascos pusieron lo primero. Construidos desde un Illarramendi omnipresente (participó 23 veces más que su homónimo Busquets) y aliñados en salida de balón por unos, en esa faceta, imperiales Iñigo Martínez y Raúl Navas -cuya evolución es notable-, la Real cruzaba la divisoria con facilidad y activaba con mucha fluidez a su futbolista clave de la noche, el delantero centro Willian José. Tanto en el carril central como, sobre todo, cayendo a su predilecta zona de mediapunta izquierdo, el brasileño se imponía a cada uno de sus pares, erguía su altura y su cabeza y administraba el ataque txuri-urdin con sapiencia absoluta. El problema para Eusebio derivó de la baja de Juanmi y del mal momento de Vela, que era constamente hallado en ventaja contra Jordi Alba pero no supo producir nada más allá de cambios de orientación para que Yuri fuera el finalizador.
La falta de pegada ha sido un problema para la Real Sociedad a lo largo de la temporada entera, y en realidad no termina de explicarse a tenor de los futbolistas que tiene: Willian José y Juanmi se antojan muy capaces de superar la decena de tantos en una Liga, y Oyarzabal, Prieto, Vela y Canales albergan potencial goleador para tratarse de hombres de segunda línea. Para entender ese déficit, hay que reflexionar sobre el chip controlador del equipo: pondera tanto el ser dueño del ritmo a partir de su posesión que, en lo colectivo, se ha derivado en un conjunto sin dentadura. Esto, visto con la perspectiva que ofrecen 32 jornadas disputadas, ha podido restar más que sumar, si bien a cambio se han obtenido tramos de fútbol de altísima escuela. Quizá, en lo referido a lo grupal, los más ricos de la temporada contando a los 20 miembros del campeonato.
Messi pasa por una de sus cimas en cuanto a precisión en el tiro.
El FC Barcelona representa lo contrario. Con una media desprovista de Iniesta, por tanto carente de una figura capaz de crear o ordenar el juego, esgrimieron ese fútbol descompuesto que ha marcado la mayor parte de su curso. De ahí la sensación de anti-control. Pero por otro lado, la recuperación del 4-3-3 rescató algunas noticias positivas en clave lo que más importa, que estriba en el bienestar de Messi. Para empezar, partir desde la banda derecha, aunque paró poco en ella, le permitió, como en Turín, aumentar su cadencia de participación, que es algo crucial para el equilibrio del ataque azulgrana y mucho más en ausencia de Neymar; y para seguir, el retorno de dos laterales al esquema le regaló muchísimo oxígeno porque esas llegadas al espacio desde la segunda línea potencian su capacidad de última pase, empujan hacia atrás a su adversario y le conceden esos metros que invirtió, por ejemplo, en el brutal disparo del 1-0. Messi, que para asombro de la lógica está yendo a más en esta temporada tan psicológicamente cruel en Can Barça, atraviesa uno de sus picos en cuanto a acierto en el último toque. Ahora mismo, da la impresión de que todos sus pases botarán donde quiera y de que todos sus tiros rozarán el palo o la escuadra.
Foto: LLUIS GENE/AFP/Getty Images
felipbrasi 16 abril, 2017
que bien Illarra por dios!! Si el Madrid siguiera con este jugador su nómina de centrocampistas ya sería asquerosamente vergonzante para la competencia. Que buen jugador de fútbol y lo poco que jugó de MC de verdad en el equipo blanco