El Parque de los Príncipes fue testigo de una de esas noches que la Copa de Europa va reuniendo para, cuando gusta, relatar su distinción. Son noches escritas por un autor que, a la vez, es protagonista, y en las que este recibe el nombre de un equipo porque a cualquier persona le quedarían grandes. Ayer, fue el turno del Paris Saint-Germain, el fruto de un proyecto que ha conseguido lo que vino a buscar justo en el momento en el que menos probable parecía. Dirigido por Verratti, inspirado por Rabiot, oxigenado por Meunier, lanzado por Di María, afilado por Draxler y bravo por Cavani, el conjunto de Unai Emery venció por cuatro goles a cero al aristocrático FC Barcelona de Lionel Messi. Hoy, el continente les mira de otra forma.
Pese a que el brillante ganador acumuló méritos fantásticos que sin duda quedarán recopilados en este texto, el marco táctico de la contienda quedo definido por la puesta en escena de su oponente. Luis Enrique, convencido de la eficacia defensiva de su 4-4-2, mantuvo el concepto pero no encontró la respuesta esperada en sus jugadores. Por un lado, el doble pivote compuesto por Busquets e Iniesta intentó impulsar un juego ambicioso que, sin balón, consistía en presionar hacia delante; algo que a Piqué y a Umtiti, quizá condicionados por cuando tuvieron que, por sí mismos y sin ayuda, sujetar el sistema en la vuelta de la semi de Copa contra el Atlético, les pareció una locura terrible, lo cual desembocó en que ellos reculasen hacia atrás creando un espacio entre mediocentros y centrales con el que, en la Champions, no se puede competir. Cada vez que el Paris Saint-Germain daba dos pases o realizaba un regate, encaraba a Gerard y Samuel y con metros ante ellos para llegarles en pleno vuelo.
Verratti y Rabiot fueron bailarinas de ballet sin coreografías fijas: hacían lo que soñaban… y les salía.
Semejante ventaja estratégica fue un manjar que los virtuosos futbolistas de Emery supieron explotar con magia. De hecho, la ventaja era tan vasta y la magia estuvo tan presente que lo que en principio podía presentarse como una traba, el puesto del joven Rabiot como mediocentro, acabó constituyendo una fortaleza decisiva. Adrien era el hombre más retrasado del triángulo y mostraba pautas tácticas propias del interior más llegador; una circunstancia que despojaba al sistema parisino de mediocentro real (frente al «10» de los azulgranas) pero que aumentaba el flujo de futbolistas técnicos a la espalda de Iniesta y Busquets. La sucesión de acciones espectaculares era tal que la confianza de sus firmantes se disparó desde muy pronto, lo que unido a la superioridad física y, sin ser tampoco ejemplar, táctica de sus piezas se convirtió en una sangría terrorífica en cuanto a duelos individuales: el Paris Saint-Germain los ganaba todos, ya fuesen en defensa o en ataque. Y desde ellos, dictaba el ritmo de juego.
El Barça 2016/17 necesita del mejor Messi para jugar bien ante un grande, y Messi no compareció.
Ante este panorama, que no fue nuevo aunque sí que representado con una ferocidad contemplada en muy pocos precedentes, la solución esgrimida por la obra de Luis Enrique siempre fue Leo Messi; un Messi sin demarcación que bajaba a recoger la pelota y que atrayendo marcas y mezclando paredes con pases largos desdibujaba al adversario y potenciaba a sus mejores compañeros, generando una situación de caos en la que el Barça, por estar preparado para ello y por tener la ventaja de poseer al propio Lionel, llevaba la iniciativa táctica y, todavía más, la futbolística. Pero en pos de que el argentino ejerciera de este modo, un sistema antaño en la fijación de posiciones sobre el campo fue realizando concesiones que derivaron, sobre la pizarra, en un conjunto, según la teoría, muy desequilibrado. En el curso actual, el más radical en este aspecto, se puede afirmar que, por norma, los de Luis Enrique han ignorando el carril derecho y han atacado sólo desde el izquierdo y el central; algo que dificulta la fase ofensiva -hay menos espacios- y, por ende, la defensiva, porque si no hay nadie atacando ese espacio, en el momento de la pérdida del balón, tampoco hay nadie defendiendo. Así pues, si Messi, en la más redentora de sus versiones, no altera el orden ni manipula la confianza de sus once contrincantes, es decir, si Leo no produce el fútbol que sólo él ha demostrado saber crear, la táctica cobra valor y se nota lo que está dibujado: todos o casi todos los equipos de la élite, a nivel táctico, están diseñados de un modo que, a simple vista, se ve más equilibrado. En la práctica, por ejemplo, ante ningún otro candidato a la Champions hallaría Matuidi más facilidades para conectar con Draxler, ni Draxler para encarar, en uno para uno y no en a la banda sino en el pico o incluso dentro del área, al improvisado Sergi Roberto.
En ausencia de esa cara del «10», un Neymar omnipresente y movido por un estado de forma excelso, intentó unir lo de arriba con lo de abajo con conducciones llenas de regates con éxito, pero sucedieron dos cosas: la primera, que Emery priorizó, abusivamente, cubrir antes la línea de pase entre Ney y Leo que el progreso del propio Neymar, y la segunda, que Neymar, forzado a ser el motor de juego y no el cartero que traslada a Messi el mensaje de Piqué, es magnífico, pero no lo suficiente como para que este Barça, con este esquema, pueda jugar bien. Sólo lo mejor del mejor de los mejores da para formar triángulos entre un par de líneas rectas paralelas. Y a fe que, anoche, los azulgranas dibujaron tal cosa.
Iniesta completó una actuación que condicionó muy para mal el rendimiento defensivo del Barcelona.
Pero ningún regalo se disfruta si el destinatario no lo abre. Verratti fue un ejemplo de manejo de los tiempos y las direcciones siendo, además, el jugador más responsable del PSG en el sentido de que no asumió apenas riesgos innecesarios, cosa en la que el resto sí cayó aunque no pagaran peaje debido a que les salió todo a pedir de boca. Pero al tema: un Iniesta reducísimo en lo físico no era rival para un Verratti que no veía más azulgranas cerca.
El sublime Di María, desde la derecha, se cerraba sobre la espalda de Andrés pero abriendo una línea de pase para Marco, de tal modo que recibía, conducía y sembraba el caos. Umtiti debió perseguirlo, pero el PSG se mostró como un rival complicadísimo para él. El joven francés del Barcelona, al revés que la mayoría de sus compatriotas, no va tan sobrado de virtudes físicas como pueda parecer, sino que, más bien, es un central que basa su juego defensivo en el talento y su interpretación del juego. Sin ser ni mucho menos lento o poco flexible, los cruces entre Di María y Cavani, por frecuentes y potentes, eran retos de movilidad contra los que él no podía oponer resistencia, y con el ánimo de esquivarlos, cometió exactamente el mismo error que, por ejemplo, le costó a la selección de Francia la Final de su Eurocopa ante Portugal: recular en exceso. Piqué estaba mal colocado pero luego trataba de recuperar espacio; Umtiti insistió en el fallo raíz. Nunca fue Cavani, como delantero centro, una constante más dañina frente a un equipo del teórico nivel del Barça. El uruguayo dominó a la defensa de Luis Enrique. Por fortuna para el asturiano, su inspirado portero ter Stegen volvió a estar bastante más que notable.
Emery edificó anoche un punto de inflexión que puede ayudarle a hacer del PSG un vestuario ganador.
Unai Emery supo analizar la realidad del Barcelona, medir el bache de participación de Messi (ayer tocó 32 balones menos que Neymar) y preparar su partido en virtud de las generosas -aunque nunca fiables- posibilidades que dicha mezcla ofrece. A partir de ahí, también fue capaz de insuflar autoestima a sus futbolistas para que afrontasen 90 minutos grandes frente a su adversario que casi siempre les había machacado. Y en ese punto, hombres como Marco Verratti, Adrien Rabiot, Thomas Meunier, Ángel Di María, Julian Draxler o Edinson Cavani dijeran «esta boca es mía» para gritarle al resto de la Liga de Campeones que atesoran tanta calidad como se presupuso en algún instante y que están preparados para competir contra cualquiera. Los únicos que no pudieron unirse al alegato fueron el cancerbero Kevin Trapp y los centrales jóvenes Marquinhos y Kimpembe: simple y llanamente, no tuvieron trabajo.
Foto: PHILIPPE LOPEZ/AFP/Getty Images
Roves 15 febrero, 2017
Julian Draxler, 23 años y 5 partidos con el PSG. A ver quién me dice ahora eso de que Gomes necesita tiempo para adaptarse, que "sólo" tiene 23 añitos…