Al fútbol cada vez se juega más rápido. Una vez se cambió la regla del fuera de juego, se constituyeron los nuevos conceptos del fútbol moderno y se avanzó en todo lo relacionado con aprovechar el potencial físico de los futbolistas, que además dejaron de ser hijos de la posguerra, el ritmo al que se compite fue creciendo sin que todavía de la sensación de que se haya tocado techo. Sobre todo porque no es una característica sólo al alcance de los mejores, sino que cualquier equipo puede aspirar a lograrlo. Sin ir más lejos, el equipo que jugó a un ritmo más alto durante la pasada Liga fue la SD Eibar de José Luis Mendilibar, y en ésta todo parece apuntar que nadie se acercará al vehemente Sevilla FC de Jorge Sampaoli.
Jugar tan rápido implica ciertos riesgos.
La cuestión es que, cuanto más rápido se juega, menos control se tiene. Es una cuestión técnica, pero también táctica. «Cuanto más rápido ataco, más rápido me atacan», decía Pep. Pero los riesgos de la velocidad van más allá del posible descontrol inherente; también se flirtea con la precipitación y se pone en juego el porcentaje de acierto de cara a puerta, pues los que atacan a un ritmo alto suelen necesitar más ocasiones para convertir un gol. Por ello, para tratar de evitar todos estos pecados, para tratar de desbordar al rival sin desbordarse a sí mismos, en la Liga viene destacando una figura individual, la del mediapunta, que sí que parece capaz de combatir los defectos del ritmo alto sin tener la necesidad de acabar con él.
Torres agarró el partido y lo hizo todo suyoAhora más un rol que una posición, el mediapunta sigue siendo el futbolista encargado de cambiar el ritmo. Solo que ya no se trata tanto de hacerlo acelerando la jugada, que es a lo que estábamos acostumbrados hace 20-30 años, como sí de lograrlo parándose un justo instante. Deteniéndose mientras el resto corre, aprovechando esta serie de movimientos para encontrar el espacio y el momento indicado para seguir acelerando. Siguiendo los ejemplos anteriores, el Eibar lo encontró el año pasado en ese «suspiro acompasado» llamado Keko Gontán, y el Sevilla lo va a buscar de forma constante en Franco Vázquez. Ya en su debut liguero, mientras Vitolo regateaba desde el lateral izquierdo, Sarabia o Kiyotake pisaban línea de fondo y Vietto aparecía por todos lados, el «Mudo» ejerció como un cerebral director de orquesta. Lo hizo parándose sin frenar nada, moviendo a todos sin moverse él y desequilibrando al rival sin necesidad de regatear a un solo jugador.
De él dependerá la salud táctica, pero también emocional, del nuevo Sevilla. Pero el suyo no es ni mucho menos un caso aislado, ya que, como comentamos en «Las Gaunas», la jornada estuvo marcada por ejemplos parecidos. Casi siempre enfocados a una fase concreta, al contragolpe, ese arte veloz y acelerado, pero siempre bajo la misma idea. Éste fue el caso de Asensio como sustituto de Benzema en el Real Madrid, de Víctor Rodríguez en el renovado Sporting de Gijón o de Fabián Orellana en el Celta, que no apareció lo suficiente como para evitar que los de Berizzo no se precipitasen una y otra vez ante la defensa del Leganés. Como dictaminaría la lógica cruyfista, si todo el mundo está corriendo por el campo, no hay mejor manera de desbordar que pararse. Aunque sólo sea por un instante.
Foto: JONATHAN NACKSTRAND/AFP/Getty Images
Piolin 25 agosto, 2016
"cruyffiana" suena fatal ^^ cruyfista por Dios! 😉
El Mudo pinta a jugadorazo