Una semifinal de Champions League, dos muy buenos equipos, tres errores de Pepe y cuatro goles de Robert Lewandowski. Sobre aquella noche del 24 de abril de 2013 se podría escribir todo lo que uno quisiese, pero en realidad bastaría con centrarse en lo más evidente para entender lo que sucedió en Dortmund. Porque sobre el duelo que enfrentó al central brasileño con el delantero polaco se estructuró absolutamente todo. El pasado, el presente y lo que entonces parecía ser el futuro. Fue como un gran movimiento sísmico que partió el fútbol europeo en dos. A un lado quedaba el proyecto de Mourinho, que acusaba ya un desgaste a todas luces irreversible; enfrente se situaba el Borussia de Jürgen Klopp y el propio Lewandowski con lo que era su actuación consagratoria en Europa; y entre medias, en el abismo, un Képler Laverán Lima Ferreira absolutamente superado en lo futbolístico y en lo emocional.
Aquel pareció el partido del gran relevo: Varane debía suceder ya a PepeA Pepe nunca se le había visto tan derrotado. A lo largo de su carrera se había enfrentado en repetidas ocasiones a Samuel Eto’o, al Kun Agüero o al mismísimo Leo Messi, y jamás había transmitido la sensación de que no tenía respuesta alguna ante el fútbol de un delantero, pero aquella noche pareció una marioneta en las manos de Lewandowski. Nunca se anticipó a sus apoyos, no soportaba los contactos ni era capaz de seguirle en sus múltiples desmarques en el área. Rompía los fueras de juego, realizaba despejes defectuosos e incluso perdió la marca de forma constante. Su equipo no era el colmo del control emocional, de hecho siempre se insinuó que ese fue el gran debe del Real Madrid de Mourinho, pero cualquier conjunto hubiera sucumbido a una actuación así. Además, en su caso ésta parecía ser la consecuencia final de una dinámica individual negativa. No obstante, en Dortmund sólo jugó porque Arbeloa estaba sancionado y Essien lesionado. Estas circunstancias devolvieron a Ramos al lateral derecho y al luso al once titular, acompañando de esta manera a quien le había quitado el puesto de forma casi definitiva. «El problema de Pepe es haber sido atropellado por un niño», dijo Mourinho tres semanas después. Ese niño, evidentemente, era Raphaël Varane. El francés tenía diez años menos, impresionaba por sus condiciones físicas y ya había dejado una actuación inolvidable ante el Barça. Su impacto en el Real Madrid había sido tan impresionante que los goles de Lewandowski no parecían sino confirmar lo que ya parecía inevitable: la etapa de Pepe había acabado, era la hora del francés.
Físicamente, Pepe marcó diferencias hasta un punto ilógico. No había habido antes nada igual.
Si esto hubiera sido así, si desde aquel día Raphaël Varane se hubiera asentado en la titularidad a costa de un Pepe cada vez más mayor y menos potente, ya entonces se hubiera podido hablar del central de Maceió como uno de los defensas más importantes y determinantes de la década. Sobre todo porque lo que Pepe había hecho a abril de 2013 era algo nunca visto antes. Por condición física, por talento y por todo lo que le rodeó, Pepe vino a significar el nacimiento de un nuevo tipo de defensa. De un tipo de central capaz de ser dominante a cincuenta metros de su portería, abarcando así distancias, tanto en vertical como acudiendo a los costados, que rompían con cualquier lógica anterior. Era el futuro.
La playa fue el mejor aliado del futuro Pepe, pero éste no era seguroEste talento físico que marcaba diferencias, condicionando por tanto tácticas y encuentros, lo había adquirido desde muy joven en su ciudad natal, cuando con diez años se tenía que enfrentar a chicos en edad juvenil. “Me encantaba jugar con gente mayor porque así era cómo se aprendía muchas cosas. Además, daba más coraje el jugar con alguien mayor y más fuerte. […] Luego llegaba a casa y, para ganar fuerza, comenzaba a tirar el balón contra la pared para poder estar preparado para los partidos”, explicaba en una entrevista. Acortar las distancias con los que eran más rápidos, más fuertes y mejores provocó que, una vez creció, fuera él quien demostrara ser más rápido, más fuerte y mejor que cualquiera de los chicos a los que se había enfrentado en las canchas de su humilde barrio. La suya fue una obsesión. No tenía problemas en ser peor que el resto, pero no quería sentirse inferior a nadie. De ahí que, cuando pasaron los años, completara sus entrenamientos con extenuantes sesiones en la playa, donde al obvio hándicap de la arena le sumaba unas pesas para potenciar su salto y sprint.
Sin esta ambición, sin esta necesidad por competir contra quien fuese, Pepe hubiera sido un futbolista más… Si es que acaso hubiese llegado a convertirse en profesional. Porque la suya no es una historia de reconocimiento prematuro y de éxito predecible, sino más bien al contrario. Sus inicios en uno de los equipos de su ciudad fueron complicados. No era uno de los mejores y, de hecho, muchas veces ni siquiera era titular. “Pero poco a poco, con mi determinación, fui creciendo. A pesar de mi edad era muy responsable, muy disciplinado, y siempre hacía lo que el mister me decía que hiciera. Y me quedaba más tiempo después de los entrenamientos. A ellos les gustó mi actitud y me fui quedando en el club”, contaba el propio Pepe. Quizás distaba de ser un elegido, pero su actitud primero le iba a ayudar a progresar y, más tarde, le iba a permitir dar el salto más importante de su carrera: en 2001 el Marítimo se lo llevó para Portugal. Era simplemente para jugar en el filial de uno de los equipos más modestos de una de las ligas más humildes de Europa occidental, pero desde entonces todo le iba a ir rodado.
Su actitud en el campo convenció, sobre todo, a un Pinto da Costa que pronto le sacaría rédito.
Pinto da Costa fue su principal valedor para fichar por el Porto FCUnos pocos partidos le bastaron para llamar la atención del Sporting de Portugal. El conjunto lisboeta tenía tan claro su fichaje que incluso sin tener nada firmado Pepe se fue a entrenar unos días con los que debían ser sus nuevos compañeros, incluido un imberbe Cristiano Ronaldo, pero por una serie de problemas económicos éste no se cerró. Nada tampoco demasiado preocupante, pues al poco de conocerse la noticia Pepe recibió una llamada muy particular: era Pinto da Costa, y quería asegurarle que, si seguía a ese nivel, doce meses después vestiría la camiseta del Porto. Simplemente debía «mantener su actitud». Y, claro, si per se Pepe no es el tipo de persona que necesite una zanahoria para correr hacia adelante, con estas palabras su determinación fue todavía a más, hasta el punto de que en el siguiente partido ante el Porto, que acabó 2-2, el central brasileño tuvo un enganchón con Deco. Parajodicamente fue precisamente este suceso el que terminó de convencer a Pinto da Costa, quien volvió a hablar con Pepe para decirle que le gustaba su forma de jugar y que, por tanto, debía ser jugador del Porto. Dicho y hecho: los tres siguientes años de Pepe los disfrutarían los aficionados de Do Dragao, los cuales además de verle crecer le verían ganar seis nuevos títulos.
Y, de repente, el Real Madrid. «Llega Pepe, el central de los 30 millones», comenzaron a titular la mayoría de medios de comunicación. El fichaje causó mucho revuelo, más del esperado, pues a pesar de que nadie parecía conocerlo todo el mundo tenía una opinión que dar. A fin de cuentas, el Real Madrid acababa de firmar a un central a precio de delantero que se llamaba Képler Laverán y que era brasileño, pero al que conocían como Pepe y que jugaba con la selección de Portugal desde hacía escasos meses. De primeras, mucha seguridad no transmitió al entorno. Es más, cinco años después de producirse el fichaje, Jorge Mendes contó una anécdota que ilustra muy bien el contexto al que se tuvo que enfrentar el que hoy es uno de los capitanes del Real Madrid. Al bajar del avión procedente de Portugal, el representante y el futbolista cogieron un taxi que tenía de fondo un programa deportivo: «¿Pero quién es éste tal Pepe que le va a costar 30 millones al Real Madrid? Además, Pepe no es ni nombre de futbolista», dijo uno de los locutores. «Pepe y yo nos miramos atónitos», reconocía el agente a Récord. La anécdota ahora suena graciosa, produce hilaridad y despierta un par de reflexiones que tampoco vienen a cuento, pero el caso es que escenifica a la perfección que el reto que tenía Pepe por delante era mayúsculo. No sólo tenía que cumplir con la exigencia de un club que siente la obligación de ganar todos los títulos desde que Di Stefano se enfundara su camiseta, sino que además tenía que derribar una serie de prejuicios inesperados. Y por si esto fuera poco, parte de estas dudas nacían de lo que se conocía como «la maldición del central», la cual ya había devorado a Woodgate o Samuel.
Desde el primer momento, Pepe demostró sus enormes condiciones. Aunque tuviera sus fallos.
Su primer duelo contra el Barcelona despejó cualquier duda posibleTodo esto lo que provocó fue que Pepe careciera de margen. La tregua con la que suelen contar los nuevos jugadores por aquello del proceso de adaptación se había acabado en el momento que se conoció lo que el club había pagado por traerle al Bernabéu. Pero esto dejó de ser un problema en el momento en el que saltó al césped. Porque el impacto fue instantáneo. Ese despliegue físico, esa carrera con el pecho por delante, esa vehemencia en la anticipación, ese talento defensivo para meter el pie y robar el balón sin rozar al rival… Pepe fue un inesperado e impresionante soplo de aire fresco. Sin ir más lejos, en su primer enfrentamiento ante el Barcelona, el central brasileño dejó una exhibición antológica ante un Samuel Eto’o que siempre que jugaba contra el Real le gritaba a la cara que se habían equivocado con él. Incluso Ronaldinho, que te regateaba tres veces en la misma baldosa, sucumbió una y otra vez ante ese central que ya no se llamaba Pepe, sino Don José. El precio pagado ya no era una temeridad, sino una inversión valiente y acertada. Ya no era portugués o brasileño, sino un digno central del Madrid y, por tanto, uno de los mejores del mundo en su posición. Seguramente la valoración que se hizo entonces también era exagerada. El fútbol suele adolecer de grises, para lo bueno y para lo malo. Pero más allá de lo cierto que fuera todo esto, lo importante es que Pepe le había dado la vuelta a una situación delicadísima que amenazaba un futuro que, ahora, pintaba brillante.
Y lo sería, aunque con matices. Desde aquel partido en el Camp Nou, Pepe demostró que podía jugar en cualquier equipo y competir contra cualquier rival, pero todavía era un futbolista sumamente imperfecto. Su potencia a menudo se traducía en descontrol, lo que a su vez propiciaba con demasiada frecuencia que en el día clave dejara uno de esos fallos que un aspirante a la Copa de Europa no puede cometer. Su eliminatoria contra la Roma, en esa primera temporada 2007-2008, fue el mejor ejemplo de esto. En estos años Pepe siempre iba al límite en cada jugada, y eso nunca puede ser un elogio. Normalmente salía victorioso ante el jolgorio del Bernabéu, pero otras tantas, las menos pero también las más trascendentales, acababan como su expulsión ante el conjunto romano. Era por simple falta de lectura y control futbolístico, pero también de equilibrio emocional, lo cual se comenzó a hacer palpable de formas mucho menos agradables. Sea como fuere, a pesar de todo esto y de una lesión tan delicada como la que sufrió en 2009, durante estas temporadas Pepe se fue consolidando en un equipo que, además, comenzó a sentir como muy propio. Ya en Brasil había cambiado varios peces por una camiseta del Real, pero su adaptación como jugador fue más allá. Cuentan que desde el día de su fichaje pidió vídeos de la historia del club, que tenía un cariño increíble a Don Alfredo y que, como consecuencia de ello, había interiorizado la filosofía de la entidad como si de un canterano se tratara.
Su mejor nivel llegaría de la mano de José Mourinho y de la compañía de Sergio Ramos.
Su gran explosión llegaría de la mano de José Mourinho y en compañía de Sergio Ramos. Años atrás ya había tenido grandes momentos y cuajado enormes partidos acompañando a Fabio Cannavaro o a Ricardo Carvalho, quienes a su lado completaron las mejores temporadas de su trayectoria en el Real Madrid. Pero es que lo que sucedería en la temporada 2011/2012 era otra cosa. Otro juego. Otro nivel.
Pepe tuvo un papel muy importante en el gran playoff vs BarcelonaSin embargo, antes de pasar al gran «Pepe+Ramos», hay que detenerse en aquel histórico playoff de 2011 que enfrentó al FC Barcelona de Pep Guardiola con el Real Madrid de José Mourinho. Porque lo vivido durante ese mes es, posiblemente, la cima competitiva del fútbol moderno de clubes. El duelo tuvo absolutamente todos los condicionantes, la presión emocional fue indescriptible y la exigencia futbolística escapa a todo análisis, pues es tan irracional como irrepetible. El caso es que en este contexto, una de las variantes tácticas más destacadas fue la posición de Pepe. Primero como mediocentro en Liga y después como interior izquierdo en Copa del Rey, el central luso se convirtió en una parte fundamental del fantástico planteamiento de Mourinho. Y no sólo eso, sino que Pepe cumplió a la perfección. Sus cualidades encontraron acomodo a través de la pizarra, él interpretó perfectamente cómo debía ser su actitud en cada momento y, por fases, incluso llegó a anular el juego blaugrana por pura intimidación. Pasar por su zona del campo era algo a evitar. Y con balón incluso llegaba a descolgarse al área. En definitiva, cualquier adjetivo para definir lo que fue ese partido se queda corto, y en el caso de Pepe no sucede lo contrario. Dicho esto, no hay que olvidar que el mejor equipo que pisó el césped durante ese playoff era el culé. El Real Madrid estaba obligado a clavar un plan que exigía de una intensidad, concentración y acierto máximo para al menos competir, pues si esto no se cumplía llegaba el «10» y te tatuaba un gol. O dos, como bien se demostró en la posterior semi de Champions.
Aun así, la explosión de Pepe, como decíamos antes, llegaría en el segundo año de Mou, cuando la situación propició un cambio definitivo en la posición de Sergio Ramos. Con el portugués y el sevillano en el centro de la defensa, el técnico madridista pudo elevar la línea defensiva hasta una altura donde casi nadie se atrevía ni a acercarse. Pepe y Ramos se situaban en el círculo central, cuando no unos metros por delante, y desde allí eran parte fundamental del dominio que ejercía el Real Madrid sobre el rival, que a su vez era encajonado por el resto de piezas. A fin de cuentas, con Ramos y Pepe el riesgo era anormalmente relativo. Su capacidad física les llevaba a poder corregir situaciones irreales, recuperando metros perdidos con una facilidad pasmosa y jamás vista antes. En el caso más concreto de Pepe, sus persecuciones hacia la banda, lugar sobre el que caían muchos puntas aprovechando que Arbeloa era clave en la presión post-pérdida, rozaban la ofensa y el agravio comparativo. Casi siempre partía con desventaja, normalmente recuperaba sin sensación de esfuerzo y, si éste era límite, terminaba cargando con su cuerpo y metiendo su pierna diestra. El conjunto blanco ganaría la «Liga de los Récords» y se quedaría a una tanda de penaltis de la final de Champions gracias a Cristiano Ronaldo y a José Mourinho, pero también, por supuesto, a la pareja conformada por Ramos y Pepe.
En los últimos tres años, Pepe ha redondeado una carrera que hoy puede tener su guinda perfecta.
Por todo esto, si Robert Lewandowski hubiera acabado con Pepe aquella noche de Copa de Europa en Dortmund, el central del Real Madrid ya tendría un hueco legítimo en la historia de esta época. Quizás como acompañante de otros, como coletilla del resto, pero un hueco a fin y al cabo. Pero el caso es que no, que Lewandowski no acabó el 23 de abril de 2013 con Pepe. Que sólo fue el fin del principio.
VS BVB, tras fallar, Pepe demostró que su cambio valía una ChampionsY no tardó en demostrarse. Fue precisamente en Dortmund ante el propio nueve polaco. Habían pasado once meses, eran cuartos de final, el Real Madrid había cambiado de entrenador y llegaba al Signul Iduna Park con una ventaja de tres goles que parecía más que suficiente, pues además aquel Borussia tenía a varios jugadores lesionados y en verano había perdido a Mario Gotze. Pero el BVB se puso 2-0. Casi por accidente, pero se puso 2-0. Y se pudo poner 3-0. El Dortmund estaba envalentonado, recuperando y contragolpeando. Algunas piezas caían, como la de Asier Illarramendi. Era una cuestión futbolística, evidentemente, pero también anímica. Pero el Real Madrid aguantó. Como pudo, pero sobrevivió. El equipo blanco demostró el mismo carácter flemático de su entrenador, trató de tranquilizarse cuando cualquier otro se hubiera vuelto loco y consiguió que, con el Dortmund a un sólo gol, los alemanes no llegaran a puerta en los últimos veinte minutos de partido. La casi debacle restó mérito a este último tramo, pero fue en ese instante, en este contexto, donde el Real Madrid demostró que ya sí estaba capacitado para ganar la Copa de Europa. Que ya sí podía controlar lo futbolístico y lo emocional. Y aunque el gran mérito de esto se lo llevo Casemiro no sin razón, la segunda parte de Pepe exhibió que algo había cambiado en él. El 1-0 del Dortmund, el gol que abría el partido, llegó tras un error suyo, pero esto no cambió su hoja de ruta. Asumió el error como parte del juego, se mantuvo paciente, tranquilo y seguro, y comenzó a saldar una deuda que él y su equipo tenía con la competición.
No obstante, este cambio en su actitud se volvió a comprobar en la siguiente eliminatoria contra el temible Bayern Munich de Guardiola. Los bávaros acorralaron al Real Madrid sobre su área, el Real Madrid se dejó acorralar para poder llegar con más facilidad a la contraria y, al final, además del poderío de la BBC, lo que marcó la diferencia fue el saber estar de todo el equipo. De Carvajal, de Alonso, de Ramos y de Pepe, que salió ovacionado después de sufrir una pequeña lesión muscular que, posteriormente, le costaría la final de Lisboa. Pero que no jugase aquel partido realmente no significó demasiado. El Real Madrid ganó, y eso lo terminó de cambiar todo. Con Carlo Ancelotti había ganado en tranquilidad y reflexión, y nadie como el propio Pepe para evidenciar lo beneficioso que fue ese extra para una generación que había ganado menos de lo que creía que iba a ganar. Y los siguientes meses, con sus altibajos, seguirían esta norma. Cada cierto tiempo se habla de la necesidad de activar a un talento como Varane, pero lo cierto es que, cuando Pepe sale, el debate se acaba muy pronto. Incluso en los malos momentos, como los de los últimos meses de Benítez, Pepe siempre ha dado un paso al frente. Como futbolista importante y como líder incuestionable, que es lo que es para el Real Madrid.
Su etapa con Portugal también habla de un central de época. Y hoy puede ser un nuevo gran día.
«Esta final es el partido más importante de mi vida», decía ayer Pepe. Él, brasileño de origen, siente Portugal de la misma forma que siente el Madrid: como si hubiera nacido allí. Es la forma que tiene Pepe de relacionarse con lo que le rodea. Y en clave selección, por más que ahora pueda parecer lo contrario, tampoco lo tuvo muy fácil en sus inicios. El joven central del Porto llegó a Portugal en un momento de mucho debate sorbe la nacionalización de determinados jugadores, sobre todo en referencia a Deco. Muchos totems del fútbol portugués, incluido la gran figura del momento, Luis Figo, estaban en contra de que futbolistas nacidos fuera de sus fronteras terminaran representando a su selección. Pero de eso, como decíamos, ahora nadie se acuerda. Básicamente porque Pepe ha sido tan importante para Portugal como lo ha sido para su club. Con esta Eurocopa ya ha disputado cinco grandes competiciones internacionales, y a poco que la justicie impere, en unos días sumará cuatro presencias en los equipos ideales de las mismas: la Euro 2008, el Mundial 2010, la Euro 2012 y esta Euro 2016. El único pero en su historial, el partido ante Alemania del Mundial 2014, representa a su vez el único fallo de Portugal desde que es el equipo de Cristiano Ronaldo. Y eso es Pepe: un futbolista que, si está bien, te acerca mucho a tu techo competitivo. Porque en pleno 2016, tres años después de la debacle de Dortmund y con ya 33 primaveras, Pepe sigue siendo un central que condiciona partidos, que domina rivales y que garantiza optar a los títulos. Se vio ante Croacia en octavos y se volvió a ver, cómo no, ante la Polonia liderada por «su fantasma de las navidades pasadas» en cuartos de final.
Definitivamente Robert Lewandowski no sólo no acabó con Pepe, sino que lo hizo aún más fuerte.
Foto: ODD ANDERSEN/AFP/Getty Images
CarlosViloria10 10 julio, 2016
Qué barbaridad de artículo, Miguel.
Hace 6 temporadas que descubrí Ecos del Balón, ni siquiera recuerdo cómo, sólo sé que he tenido mucha suerte de estar por aquí durante tanto tiempo. Genial chicos, aveces pienso que no tienen idea de la dimensión de lo que han creado ^^