Miralem Pjanic empezó a llamar la atención con 17 años en el FC Metz de la Ligue 1 francesa. Se trataba de un mediapunta muy ligero con un fantástico control del balón y una velocidad gestual francamente impactante. Gracias a ello, se movía entre líneas como pez en el agua, y como su repertorio se veía colmado por un golpeo de primer orden, se le presumió un futuro de estrella internacional.
Embelesado por la grandeza del Olympique de Lyon, aceptó el reto de convertirse en el sucesor de Juninho Pernambucano. Entraba dentro de la lógica, el brasileño era un mito en su país de adopción y Miralem, la promesa más especial. Pero quizá no acertó eligiendo destino. Para un futbolista de sus condiciones, emigrar a una Liga que diese importancia al segundo escalón del centro del campo hubiera sido más beneficioso.
Pjanic no era Juninho, pero, «por desgracia», lo acabó siendo.
Siendo brutos, podría dividirse la zona de la medular en dos alturas diferentes, la que corresponde a los mediocentros y la que correspondeFrancia desvió su crecimiento a los mediapuntas. O sea, la de los que participan ante la mirada del centro del campo del rival y la de los que participan a la espalda del mismo. Encontrar especialistas haciendo lo segundo cuesta mucho trabajo y esto es algo que se topa de bruces con el hecho de que casi todos los modelos de juego actuales precisan de ese perfil. Y la Liga francesa, por lo que sea, es una de las que no lo potencian. En esta, incluso los mediapuntas tienden a bajar para recibir el balón en el espacio típico de los pivotes y proponer desde ahí. Normalmente, desarrollando una visión panorámica y un pase largo de altos niveles. Y justo eso acabó sucediendo con Pjanic, que extravió por el camino la esencia que, como adolescente, puso el fútbol a sus pies.
La Roma y la Serie A le pidieron lo mismo que el Lyon y la Ligue 1.
Su siguiente parada fue el Calcio italiano; la otra Liga doméstica que ignora el «entre líneas» y manda la creatividad al círculo central o a una de las dos bandas. Puede que sea herencia de aquella década bajo el mandato primero de Platini y después de Maradona. O, aunque resulte un poco menos romántico, la consecuencia del brutal impacto cultural de Pirlo en el fútbol transalpino. El caso fue que, durante su periplo en Roma, Pjanic no recuperó su perfil original, sino que fue puliendo y potenciando su versión de organizador retrasado. Y así hasta que, entre el curso 2014/15 y el recién acabado 2015/16, se consagró como uno de los mejores futbolistas del torneo en dichos menesteres. ¿El premio? Fichar por el campeón.
Lo interesante de la llegada de Pjanic a la Juventus reside en que, aunque continúe en Italia y, además, en el equipo que más ha colaborado en definir la identidad de esta Liga, el biotipo que más necesita Massimiliano Allegri es el del Pjanic del FC Metz. La reconversión de Marchisio al mediocentro se califica de exitosa sin ningún género de dudas, tanto en términos de equilibrio como en términos de dirección, y la aportación de Khedira como box-to-box justificó con creces su muy generoso contrato. El gran pero de la Juventus derivó de la falta de creatividad en tres cuartos y, sobre todo, de la ausencia de un futbolista que recibiese la pelota en esa zona con cierta constancia. Paul Pogba, el interior más adelantado, adoleció de regularidad, y sólo Paulo Dybala en sus noches más inspiradas pudo compensar el déficit. Habrá que esperar a ver si Pjanic ha arribado para corregirlo desde la raíz y, en el caso de que sí, si conserva la agilidad que un día tuvo para bailar cómodo donde todo el mundo choca.
Foto: SAEED KHAN/AFP/Getty Images
Pedro Lampert 23 julio, 2016
En el fútbol actual es lo normal que jugadores como Pjanic terminen bajando a la zona del mediocentro, ¿no? Modric, Kovacic, Kroos, Gündogan, Sahin…