El FC Barcelona cantó ayer en el estadio de Los Cármenes su alirón número 24. Fue el sexto en ocho años, y la enésima re-certificación de que sigue alimentando un ciclo que ocupará un lugar de privilegio en la memoria de este deporte. En la ocasión que nos ocupa en particular, ha habido un hombre que se ha destacado sobre los demás de un modo imponente. Se trata de Luis Suárez, autor de 40 goles y 16 asistencias en 35 partidos; 14 y cuatro de los cuales fueron sumados en las últimas cinco citas, cuando Atlético y Real se pusieron a tiro de pinchazo. Su aporte ha sido tan bestial, en cantidad y en calidad, que su nombre ya habita, y quizá encabeza, la selecta lista de mejores delanteros de la historia del club. Dicho lo cual, y loando de nuevo su relevancia, el curso culé, como cada uno desde que esto comenzó, se ha vuelto a poder explicar, paso a paso, desde esa figura clave que vertebra tanto éxito: Leo Messi.
1- El “10” pide el centro
Hasta la octava jornada de la Liga, el Barça sólo había obtenido una victoria holgada. El resto se contó como cuatro triunfos por la mínima y dos derrotas a domicilio. El equipo había regresado del verano a lomos de un Triplete radiante, y se le notaba en un par de sentidos: una pretemporada más relajada en lo referido a la puesta a punto y una autoestima que, como mandan los cánones, estaba absolutamente desatada. De ahí la relativa falta de exuberancia y, sobre todo, la reformulación del sistema táctico.
Luis Enrique cimentó sus títulos sobre conceptos bastante sencillos. Más que poseer un fútbol de gran complejidad, levantó cinco pilares troncales y posó su poder encima de ellos. Por citarlos: el miedo que infundía su contragolpe, la calidad asociativa de sus chicos, una preparación física brutal, el científico dominio del balón parado y una acción muy concreta que se repetía sin cesar: el pase de rosca de Leo Messi desde la derecha al desmarque de Jordi Alba o, en especial, Neymar JR a la espalda del central derecho del oponente. Así relatado, puede sonar a poco en esta época de ebullición y modernización táctica, pero, a efectos prácticos, la idea de Luis Enrique no sólo germinó en un Triplete, sino en uno harto incontestable. Sin ir más lejos, nadie ganó la Champions sufriendo menos que el Barcelona 14/15.
Messi y Neymar emigraron a otros lugares y provocaron un cambio en la dinámica de juego.
Pero es posible que algunos jugadores de la plantilla prefiriesen otro camino. No por una cuestión estilística ni nada de eso, sino por razones estrictamente personales. Por ejemplo, Messi corrió/esprintó con Luis Enrique mucho más que con sus anteriores entrenadores. Y también latía el tema de Neymar, un jugador que se crece a medida que aumenta su libertad en el campo, que emplea esta para recibir al pie en zonas poco presionadas -lejos del área- para dar tiempo a sus diabluras y que, sin embargo, había desempeñado su papel lanzando muchas veces por partido el mismo desmarque al mismo lugar.
El arranque de la 2015/16 presagiaba un cambio. Por ejemplo, esa jugada inconfundible se extinguió como los dinosaurios. La razón radicó en que Messi y Neymar modificaron sus pautas. Leo retrasó y cerró su posición,El Barça ganó mucha capacidad de control tras sus modificaciones lo que recuperó para el fútbol el rol de Platini, que era una suerte de Xavi con más calidad en el pase largo, más tendencia a utilizarlo y más llegada al gol. Por su parte, Neymar, utilizando el espacio que el argentino había liberado en tres cuartos, trasladó la responsabilidad de romper al hueco hacia Alba y Suárez en exclusiva, y pasó a ofrecerse a sus compañeros con desmarques de apoyo, que son los que a él más le gustan. Por descontado, ambos ajustes infligieron un efecto enorme sobre la dinámica de juego culé. Ganó capacidad de control, lo que ayudó a implicar más a Busquets e Iniesta, y perdió verticalidad, lo que disminuyó el número de transiciones y, por tanto, de ataques claros para la MSN. Las cuatro victorias por un solo tanto en siete jornadas, así como la derrota en Sevilla, guardaron relación directa con este tema: el Barça exhibía un dominio sobre los envites que, al ojo, era acentuadísimo, incluso mayor que en los dos semestres precedentes, pero como las definiciones se ejecutaban con menos espacios y tras ataques más lentos, la pegada había decrecido. Lógico y normal.
2- La lesión de Messi
Luego llegó el 26 de septiembre, la fecha clave de la temporada azulgrana, cosa que, en estos tiempos, casi equivale a decir también que la fecha clave de la Champions League: Messi sufrió una lesión que le alejó de las canchas durante dos meses. Aunque sobre esto profundizaremos en el epígrafe siguiente. En este, de forma paradójica, vamos a detallar el que quizá fue el periodo más brillante del año culé. Y sí, coincidió con su ausencia.
La lesión de Messi se oyó en el vestuario como la campana que pone fin al recreo en el colegio: había que ponerse a trabajar. Ese sentimiento de responsabilidad activó a cada miembro de la plantilla y permitió ver plasmadas con nitidez, y con mucha belleza, todas las ventajas del giro de timón aplicado por Luis Enrique: Claudio Bravo comandaba una salida de balón muy superior a la del curso anterior, Busquets e Iniesta protagonizaron los mejores meses de su carrera deportiva -palabras mayores, pero no caben otras para precisar su nivel de entonces- y descubrimos un sistema que prácticamente no padecía ocasiones de gol en contra. Su dominio en campo contrario, donde se sucedían los pases y las recuperaciones a ritmo de acordeón, martirizaba a los adversarios.
El extra de pausa del Barcelona se notaba hasta en futbolistas tan impulsivos como Jordi Alba.
Si bien, por encima de cualquier otro punto, este periodo se definió como aquel que presentó a Europa qué puede llegar a ser Neymar JR el día que lidere un equipo con los recursos del Barcelona -la selección de Brasil no convalida como tal-. Considerando Neymar jugó el mejor fútbol de su vida durante la baja de Leoque, en éxtasis, es el futbolista más imprevisible de la Tierra, cuesta establecer pautas que retraten lo que desparramó, pero valga apuntar que recibía en casi cualquier lugar de la mitad izquierda del campo, que era imparable en el uno para uno, que abusaba de él para regocijo del juego y que estuvo inspiradísimo soltando la pelota. Dársela ya suponía crear una ocasión de gol pese a que, por los modos del Barça, siempre tenía ante sí un sistema defensivo ordenado y esperándole. Alcanzó tal nivel que, apoyado en el bajo rendimiento de Ronaldo con Benítez, gran parte de la opinión futbolística creyó que su era como número dos mundial ya había comenzado.
Sergi Roberto corroboró en el 0-4 del Bernabéu el gran valor de su temporada 2015/16.
Por último, resulta justo e imprescindible recalcar la consagración de Sergi Roberto como jugador de la primera plantilla del Camp Nou. Empleó la lesión de Dani Alves para sobresalir como lateral derecho, adquirió la confianza de su entrenador, se convirtió en el primer suplente de casi todos sus compañeros y brilló allá donde jugó. La prueba más bonita se localizó en el Santiago Bernabéu, que sirvió como fotografía y a su vez como final de esta etapa de la temporada del Barcelona. Actuó como extremo derecho, dio la asistencia que abrió la lata del 0-4 y no estuvo por debajo ni de Bravo, ni de Piqué, ni de Busquets, ni de Iniesta ni de nadie en la noche más histórica del equipo en esta campaña 2015/16.
3- Reintegrando a Lionel
La reintegración de Messi tuvo un impacto negativo que no se podía eludir. Ocurre siempre que un fenómeno de un deporte colectivo vuelve tras un periodo largo de ausencia: sus compañeros le entregan de inmediato los galones que cedió tras su caída, pero el crack no está en condiciones de afrontarlos con suficiencia, y mientras va recobrando las vibraciones, la fortaleza del grupo decae. Tras ganar 4-0 a la Real Sociedad, el Barça encadenó tres empates en cuatro jornadas. Pero ni siquiera esa racha negativa representaba con fidelidad el obstáculo al que Luis Enrique iba a tener que enfrentarse.
El problema para el entrenador asturiano residía en que había cambiado su propuesta y había perdido dos meses de desarrollo. Sin Leo, no puede adelantarse nada en un sistema que luego habrá de hacerle lugar.El Real y el Atlético de Madrid relajaron de más al Barcelona Y para más inri, se sembró la legítima sensación de que el Barcelona no requería mejorar para volver a ganarlo todo. El Madrid, el rival al que siempre se mira de reojo, pasaba por su peor momento de sus últimos siete años, y el Atlético, aunque cosechaba resultados positivos, transmitía menos fiabilidad que en la temporada en la que le quitó la Liga, siendo un rasgo concluyente que mediado el mes de enero Simeone no había encontrado todavía ni un once titular que le convenciera. Puede apuntarse que el Barcelona sufrió algo muy parecido al conocido como «Mal del Bayern Múnich», en el sentido de la mala noticia que supone ganar la Liga demasiado pronto. Luis Enrique había alterado sus mecanismos, no había podido perfeccionar los nuevos porque no había dispuesto de su piedra angular y, una vez lo recuperó, carecía del fuego competitivo en el día a día que permite a un técnico hacer crecer a un equipo.
Tras el Mundial de Clubes, el Barcelona mostró una irregularidad que sólo Messi disimuló.
Por su parte, el propio colectivo comenzaba a sufrir. La supremacía exhibida durante la baja de Messi había correspondido a esa cadena de cinco o seis partidos que el Barça hila cada temporada -inclusive la del Tata Martino- en la que parece jugar a un deporte diferente al del resto a causa de la inigualable precisión que alcanzan sus futbolistas ejecutando a máxima velocidad. Pero ese estado de inspiración nunca se mantiene para siempre, igual que Cervantes no escribía un Quijote cada vez que cogía papel y pluma, y sin ese talento efervescente conectando cada cosa, se notaba que esa nueva versión de los azulgranas era un producto inacabado. Sus actuaciones en La Rosaleda, en el Ciutat de Valencia, en el Insular de Las Palmas o incluso en casa frente al Atlético y el Celta -pese al ¡6-1!- evidenciaron problemas que la Champions podría castigar.
No obstante, el nivel de alerta nunca se encendió porque Leo Messi, ya con ritmo de competición, entró en dinámica gana-partidos y fue liquidándolos a su estilo. Que el Barcelona sumase cinco victorias en esos cincos choques, con el rendimiento colectivo que mostró entonces y con algunos puntales, como Neymar JR, enseñando sus caras más aciagas, sólo se explicaba a partir de la constancia y la descomunal categoría del mejor futbolista del mundo. Por eso es el motivo fundamental de esos seis títulos sobre ocho posibles en un campeonato donde convive con dos de los cuatro equipos que dominan Europa. O lo que es lo mismo, por él, el Barça está triunfando como casi nadie casi nunca en, con permiso de los años 50, la década más poderosa del fútbol español.
4- La espalda de D10S
El 20 de marzo se inauguró el periplo desagradable de la campaña. Tras ponerse 0-2 en El Madrigal en un primer periodo donde el Villarreal no había sido inferior, asistió a la reacción de un Submarino que sentó las tablas en el marcador con una reacción a elogiar. Así se detuvo una racha de 12 victorias consecutivas. Y una semana más tarde, el Real Madrid de Zinedine Zidane, en el Camp Nou, haría lo propio con la de 39 partidos seguidos sin perder. Su posición en la tabla seguía siendo cómoda, todavía podía permitirse dos pinchazos más, pero, en lo emocional, su situación era exigente: había descubierto su imperfección justo cuando no había tiempo para corregirla: tres días después, comenzaría su eliminatoria de Cuartos contra el Atlético de Madrid, a quien había derrotado en enero pero de un modo muy poco contundente que había convencido a los rojiblancos de que eran capaces de doblegarle.
Cuando la gente de fútbol coincide en afirmar que la Liga siempre la gana el mejor porque, en una muestra de 38 jornadas, el azar relativiza su impacto, se refiere a cosas como que aquella racha imperial queRulli y Diego Alves, los verdugos de la semana trágica de los culés encadenó el Barça sin, quizá, un fútbol acreedor de la misma, se viera respondida por sendas derrotas ante la Real Sociedad y el Valencia CF que, en condiciones normales, habrían sido victorias seguras. Los porteros sudamericanos Genórimo Rulli y Diego Alves personificaron una semana terrorífica que se completó con la eliminación en la Copa de Europa. No obstante, hay que apuntar algo: las caídas del Barcelona de Messi nunca resultan lógicas y claras. Sin jugar bien, porque no lo hizo, hubiera sido perfectamente factible que dicho trance se hubiera saldado con tres triunfos más. El Barça aglomera tal cantidad de talento individual que, incluso en sus momentos más bajos, sigue siendo uno de los tres o cuatro conjuntos más competitivos del continente. Tirando por lo bajo. Por eso se levantó.
Piqué y Mascherano exhibieron un rendimiento inconmensurable incluso cuando el equipo cayó.
Por descontado, la base de la resurrección fue Leo Messi, que en pleno entumecimiento colectivo, cuando ningún compañero lograba tomar la iniciativa con visos de productividad, bajó a la zona de Maradona y cargó con todo el fútbol azulgrana. Sus actuaciones contra el Valencia -pese a la derrota-, frente al Sporting -impresionante y crucial en la consecución del campeonato- o ante el Betis describieron a la perfección esa mano fría que mantuvo al Barcelona agarrado a la competición cuando más quemaba esta. Y ya en ese punto, se sumaron más factores. El menos visible, Luis Enrique, que modificó patrones defensivos tras los caóticos encuentros ante el Valencia y en Riazor y afianzó la parte de atrás de cara a las últimas tres fechas, en las que la portería azulgrana apenas se sintió bajo amenaza a pesar de medirse a atacantes de la talla de Rubén Castro, Marco Asensio o Adalberto Peñaranda. Y cómo no, Luis Suárez. El periplo de Leo Messi en el Camp Nou está tan definido por él mismo que hasta las derrotas digeridas hallan un común denominador representado por el genio: en casi todas ellas, Messi jugó retrasadísimo. Ante la falta de fútbol, él bajaba y armaba todo desde atrás. Como consecuencia, el grupo se quedaba sin punch en el frente ofensivo y no terminaba ni de crear ni de definir las ocasiones. Y ahí fue donde emergió el delantero centro de los uruguayos con sus 14 goles en los cinco encuentros que sucedieron al dramático 1-2 contra Parejo, Mina y Diego Alves. Por eso esta Liga lleva el nombre del número «9» aunque su base argumental, como siempre, se construya a través del «10».
moloszkovány 15 mayo, 2016
Para la temporada que viene me gustaría un nuevo Barça que debería tener como punto de partida el equipo que jugó sin Messi pero (¿cómo no?) con Messi. Ahora bien:
1. ¿Es LE capaz de eso?
2. ¿Es necesario para ello un fichaje en medio campo? ¿Quién? ¿El Pogba delantero desde banda izquierda para intercambiar posiciones con Neymar?