En la historia del fútbol no ha habido un enfrentamiento con unas condiciones tan particulares como las que definieron el duelo entre Johan Cruyff y Franz Beckenbauer. Fue una cuestión del destino. Ambos nacieron cuando el humo de los bombardeos aun seguía tiñendo el cielo de Europa, lo cual no hizo sino marcar para siempre la personalidad de dos niños que, además, iban a crecer en esas mismas calles dando patadas a un balón con un sentido absolutamente primario, pues por aquel entonces el fútbol no se había profesionalizado ni en Holanda ni en Alemania. Y esto seguramente lo explica casi todo sobre ellos: su estilo sobre el terreno de juego, la firmeza de sus convicciones, el vacío de un contexto todavía por definir y, por ende, la posibilidad de intervenir fuertemente en el futuro del mismo. Todo esto, sin lugar a dudas, parecía destinado a propiciar una disputa que debía ser directa, quizás incluso frontal, entre dos figuras que muy difícilmente podían ocupar el mismo espacio en el mismo momento histórico. El fútbol rara vez ha permitido que esto suceda. Sin embargo, al menos en esta ocasión, la pelota así lo quiso, y Cruyff y Beckenbauer se repartieron la década de los setenta con la crudeza y precisión con la que unas años antes las potencias europeas habían trazado las fronteras de África. Y además, en este caso, pese a los muchos intentos, todavía no se ha vivido su descolonización. Ni capital, ni emocional.
Su talento como futbolistas
Por el contexto en el que ambos crecieron tanto para la vida como para el fútbol, no es de extrañar que Johan Cruyff y Franz Beckenbauer coincidan a la hora de catalogar como «padres» a los técnicos que más influyeron en sus respectivas carreras. Fue una cuestión futbolística, emocional y filosófica.
«Helmuth Schön fue como un padre para todos nosotros. En el fútbol mundial en la actualidad es algo que no se puede dar realmente. Estaba siempre encima, era increíble como ser humano. Todos lo querían, siempre estaba para todos los jugadores. […] El secreto fue que todos querían jugar en la selección nacional porque todos sabía que ellos serían tratados así por él», contaba Franz.
«Con Michels he aprendido a ser profesional. Hay que pensar que yo era el segundo jugador que era profesional en toda la historia del Ajax. Hubo uno primero y luego medio año más tarde llegué yo segundo. Entrenábamos por la mañana y luego por la noche, porque la mayoría trabajaba. Michels nos transformó de futbolistas amateurs, de disfrutarlo, a ver también resultados. […] Nos llevábamos muy bien. Él conocía mi situación en casa, que mi padre había muerto y todo eso, y creo que soy el jugador que ha pagado más multas que nadie, pero cuando yo estaba enfermo y mi madre tenía que trabajar, él me venía a recoger y me llevaba al doctor. Porque el doctor no venía al club como hoy en día. Era una especie de padre que también me castigaba y que me curó de las tonterías», explicaba Johan.
Como jugadores fueron inabarcables para los rivales que se cruzabanTanto Schön como Michels fueron fundamentales a la hora de moldear a dos talentos cuya genialidad iba a quedar reflejada en las hemerotecas y en las vitrinas, pero sobre todo en el recuerdo de los futbolistas que les enfrentaron cara a cara sobre el mismo césped. Ellos son los únicos que de verdad saben lo que ambos suponían. Lo que de verdad se sentía al plantarse delante de Franz o de Johan, esperando que sucediera lo que jamás había sucedido y jamás iba a suceder. «Estuve 18 años en la élite del fútbol, pero aquel momento contra Johan Cruyff es del que me siento más orgulloso de mi carrera. Yo pensaba que me iba a llevar seguro el balón, pero él me engañó. Yo no fui humillado. En realidad, yo no tenía ninguna opción. Cruyff era un genio», explicaba Jan Olson acerca de la famosa acción a la que «El Flaco» le invitó para robarle su espacio. Fue en un Suecia-Holanda del Mundial de 1974, una cita que encumbraría a la vez tanto a Cruyff como a Beckenbauer. El fútbol, como decíamos antes, está acostumbrado a crear su historia a partir de vencedores y vencidos, de manera que se exalte a los primeros a costa de hundir a los segundos. Pero con ellos esto sería diferente. Mientras Johan se llevó el Balón de Oro 1974, Franz levantó la Copa del Mundo ante Holanda. Ambos estaban acostumbrados a ganar, lo necesitaban siempre, pero perder no sirvió para otra cosa que para reconocer la grandeza de su rival. «Debo decir que no es ninguna vergüenza ser segundo por detrás de Johan», reconocía Franz.
Su relación, que cristalizaría en una gran amistad, estaría marcada en todo momento por la admiración mutua. En una emocionante carta por el setenta cumpleaños de Beckenbauer, el propio Cruyff ponía al «Kaiser» como ejemplo de «buen jugador de fútbol»: «Al fútbol se juega con la cabeza y para ello se usan los pies. Por eso un jugador verdaderamente bueno no es aquel que sabe hacer algo concreto bien, y que por ello cuando se presentan situaciones diferentes suele tomar malas decisiones. Es al contrario. Franz sabía exactamente cuándo podía pasar el balón con el interior o cuándo tenía que mandarlo a las gradas. Para ello, la cabeza tiene que dar la orden correcta, y la de Franz Beckenbauer siempre lo hacía».
Sus ideas como motor del cambio
Siempre querían ganar, pero a su propia maneraEn clara contraposición con otras ideas que comenzaban a popularizarse por sus victorias, la vocación de ambos siempre fue claramente ofensiva. «Demostramos al mundo que puedes divertirte mucho como futbolista, que puedes reír y pasártelo en grande. Yo represento una época que dejó claro que el fútbol bonito es divertido y que, además, con él se conquistan triunfos», explicaba un Johan que siempre comentaba que prefería ganar 5-4 a 1-0, por más que lo primero, lo de ganar, evidentemente no fuera negociable. Esa intención de divertirse y disfrutar, de marcar y celebrar, también fue lo que movió a Beckenbauer a reinventar la posición de líbero: «Observé cómo Facchetti, del Inter, subía regularmente para marcar goles, y pensé que yo podía hacer lo mismo desde mi posición más centrada. Como líbero tenía todo el terreno por delante y podía internarme en el centro del campo cuando lo creía conveniente. […] Sí, nos podían pillar al contraataque, pero ese riesgo se superaba con el hombre de más que teníamos en el centro del campo. El concepto de ‘líbero ofensivo’ me iba como anillo al dedo. De pequeño yo era un goleador, tenía sangre de delantero…». Digamos que si ganar era lo que alimentaba su personalidad, la forma en la que ambos decidieron hacerlo, porque lo decidieron, fue la manera que encontraron de redondear su talento.
El entorno, además, era propicio. Durante veinte años el fútbol había estado observando el nacimiento -o resurgimiento- de nuevas corrientes, ideas, estilos y tácticas que no terminarían de fructificar -o de consolidarse- hasta los años setenta, década que es considerada por muchos expertos como el momento en el que «más evolucionó el fútbol». Y claro, aquí Franz Beckenbauer y Johan Cruyff tomaron un lugar preponderante. Sin sus victorias, sin su personalidad y convicciones, el fútbol nunca hubiera tomado el mismo rumbo. Pero antes de hablar de sus consecuencias directas, hay que pararse a hablar de la raiz común sobre la que germinaron ambas ideas. «Yo creo que la gente debería ser capaz de jugar en todas las posiciones del campo. Por eso es tan importante que todos escuchen durante las conversaciones tácticas. El extremo izquierdo no puede dormirse cuando el entrenador habla sobre el lateral derecho», decía Cruyff para explicar una premisa clave del «fútbol total». Otra directriz tan o más importante era la de que había que presionar a todo el campo para recuperar cuanto antes el balón, de manera que así el fútbol dejara de ser una paciente y entrelazada secuencia de ataques como es el baloncesto. Esto, en un principio, no fue precisamente un punto en común entre el Ajax de Johan y el Bayern de Franz, pues de hecho fue la diferencia que explica el 4-0 que los holandeses endosaron a los alemanes en la Copa de Europa de 1973, pero a partir de este primer enfrentamiento si que lo sería.
«Un deporte de equipo no tiene sentido que sea una suma de individualidades, sino que debe ser un ente colectivo. Por eso no me siento cómodo con las distinciones individuales», comentaba Beckenbauer.
«El juego sencillo es el más precioso. ¿Cuántas veces ves un pase de 40 metros cuando 20 son suficientes? La solución que parece más fácil es de hecho la más difícil», explicaba un Cruyff que siempre decía que «jugar al fútbol es muy sencillo, pero jugar un fútbol sencillo es la cosa más difícil que hay».
Por esto mismo, lo que ambos hacían sobre el campo era mucho más parecido de lo que realizaban sus equipos. Al menos conceptualmente hablando. Luego las acciones en concreto, cómo es lógico y normal, discurrían de una forma muy diferente, pero la concepción moderna que tenían del fútbol como un deporte cuyas fases de juego forman un todo les vinculaba estrechamente. Dicho esto, como decíamos, Franz y Johan se parecían más en la teoría que el Bayern (Alemania) y el Ajax (Holanda) en la práctica, precisamente también porque su desarrollo argumental partía de un mismo sitio pero iba hacia un lugar diferente. Esto se puede entender muy bien tanto mirando al pasado como haciéndolo con el presente. En cuanto a lo primero, la visión de los delanteros que tenía Franz Beckenbauer es muy representativa. Él solía comentar que no entendía cómo Holanda, con tantos buenos delanteros, terminaba jugando con uno sólo, pues esto era desaprovechar el talento más importante en el fútbol. Una idea que engarza muy bien con el hecho de que, para el «Kaiser», Gerd Muller haya sido la figura capital sobre la que se sustentaron sus éxitos. «Lo que representa hoy el Bayern, con ese palacio en la Säbener Strasse… Sin Gerd Müller estaría la gente todavía en esa choza de madera que teníamos antes», comentaba. Mirando ya más al presente, resulta evidente citar el caso Pep Guardiola. El heredero más directo del cruyffismo llegó a Alemania y vio como su idea chocaba frontalmente con el manual filosófico del país, que no es otro que el que ayudó a escribir y hacer perdurar el propio Beckenbauer. «El año pasado dije que hacer pases todo el rato aburría a los espectadores. Pero Pep ha encontrado el equilibrio entre sus ideas y la filosofía del Bayern, que reposa en su potencia y la proyección rápida hacia adelante», decía Fran tras el segundo año del español en Baviera. Ahí estribaba la que seguramente sea la gran diferencia: la verticalidad. Ambos querían robar el balón rápido para evitar ser atacado y así a la vez poder atacar, pero mientras Franz decía que si tenía «una opción de disparar desde lejos, ante una defensa cerrada, debía hacerlo», Johan Cruyff siempre insistía en que «si tienes el balón, el rival no te puede marcar». Fueron, en definitiva, dos caras de una misma moneda.
La inteligencia como nexo común
Además de una personalidad tan brutal que no admitía oposición, lo cual se puede comprobar viendo la forma en la que tanto Johan como Franz apartaron de la selección a los jugadores del PSV y del M’Gladbach respectivamente, si hay algo que también relaciona a ambos es desde luego su inteligencia para observar, interpretar, reflexionar y decidir sobre un campo. Así lo fueron explicando ellos mismos.
Johan Cruyff: «Todos los entrenadores hablan sobre movimiento, sobre correr mucho. Yo digo que no es necesario correr tanto. El fútbol es un juego que se juega con el cerebro. Debes estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado, ni demasiado pronto ni demasiado tarde».
Franz Beckenbauer: “Se necesita trabajo, organización e inteligencia. Hay un momento clave, que es el no cometer errores cuando tú vas a tomar una decisión. Por ejemplo, y lo siento por decir esto, pero los jugadores ingleses, excepto Bobby Charlton, son demasiado agresivos e impetuosos”.
Johan Cruyff: «¿Qué es la velocidad? La prensa deportiva a menudo confunde la velocidad con la anticipación. Mira, si me pongo a correr ligeramente, un poco antes que los demás, parezco más rápido».
Franz Beckenbauer: “Un futbolista de verdad es aquel que toma la responsabilidad. Los que aparecen cuando hay una fase más débil en el juego. Alguien que está tratando de cambiar las cosas”.
Su inteligencia les llevó a los mayores éxitos también como técnicosEsto, por supuesto, tuvo su reflejo posterior en los banquillos. Célebres son las frases del genio holandés a la hora de romper conceptos preestablecidos de una forma tan coherente como sorprendente. «Si el equipo contrario tiene un jugador muy inteligente que se desmarca muy bien, siempre optamos por la solución más sencilla: que no le marque nadie. Si no le marca nadie, no se desmarcará», solía decir Cruyff cuando se enfrentaba al Atlético de Madrid, en referencia a la habilidad de Manolo para soltar a su marca con sobresalientes desmarques. Otra explicación muy conocida es la siguiente: «Si el rival tiene dos delanteros buenísimos, uno de sobresaliente y otro de notable, lo normal sería emparejar a nuestro mejor marcador con el sobresaliente y mi defensa notable con el delantero notable. Pues no. Nosotros no lo hacemos así. El bueno nuestro marca al menos bueno de ellos. Un problema menos». Y así un sin fin de frases que conecta la inteligencia que demostraba sobre el campo con la que mostró en los banquillos. El arte de Johan, al igual que el de Franz, no fue tanto el qué como los porqués. Su habilidad para ver, decidir y actuar fue la que terminó por situar su talento lo más cerca que podían estar de los cuatro grandes. Fue su cualidad diferencial. Su condición singular. Y ambos la exhibieron en el momento táctico más trascendental de la historia, hecho que motivó todo lo que sucedería después.
En todo esto también fue muy importante el aspecto comunicativo, pues este ayudó a dar forma a lo inmaterial. En este sentido, todos los futbolistas alemanes del Mundial de 1990 destacan la capacidad de Franz Beckenbauer para, partiendo de un discurso bastante generalista, que no es otro que el de la «alemanidad» más pura, dar también a cada uno las instrucciones que él creía que podían ayudarle a decidir mejor sobre el campo. «Le daba mucha importancia a darle información al jugador. Era un seleccionador muy trabajador. Siempre tenía papeles e informes sobre los rivales», recordaba Lothar Matthäus. Una visión que coincidía con la del propio «Kaiser», que sí que diferenciaba su experiencia como jugador de la de entrenador: «Mis discursos como capitán eran cortos. Sólo me centraba en los puntos principales de los rivales del día. Como entrenador, nunca tuve miedo de dar largas charlas a los jugadores. Es importante que tuvieran toda la información posible». Es decir, al igual que Johan, lo que quería es que sus jugadores pudieran hacer lo que ellos realizaban constantemente como futbolistas.
La trascendencia de Johan y Franz
«Johan enriqueció y le dio personalidad a nuestro fútbol. Él fue un icono de Holanda. Johan Cruyff creyó en todo momento en nosotros», dijo recientemente el Rey de Holanda, Willem-Alexander.
«Es el héroe de nuestra nación. Es el héroe de Alemania. Y esto no sucedió por suerte, él se lo ganó con trabajo duro», comentaba Gunter Netzer, un futbolista al que Franz se «cargó» en el Mundial 74.
A partir de su calidad como futbolistas, su personalidad como líderes, sus ideas como representantes de una época de cambios y su inteligencia para interpretar todo lo que les rodeaba, también como entrenadores, podemos llegar a comprender cómo y por qué hoy en día su influencia sigue tan viva como hace cuarenta años. A partir de una goleada en 1973, una grandiosa final en 1974 y un ciclo inagotable de victorias, Franz Beckenbauer y Johan Cruyff se convirtieron en los símbolos de dos estilos que, a su vez, ayudaron a nacer a dos naciones y tres de los clubes más importantes de la historia. Les dieron forma, sentido y brillo. Les cambiaron la vida modificando el juego para siempre mientras, al mismo tiempo, ambos se enfrentaban sobre el campo y se admiraban mutuamente fuera de él. Su duelo fue único. Y seguramente, también irrepetible. Así lo quiso el destino, así lo decidieron ellos.
Uruguayoafull 11 mayo, 2016
Exelente articulo, como es eso que decidieron que jugadores del PSV y de borussia no esten?