Hay algo que no encaja en la historia del Leicester City, y ese algo se llama Claudio Ranieri. No es una cuestión ya de narrativa, sino de pura y simple verosimilitud. Es decir, que un modesto equipo de la Premier League con una plantilla conformada por jugadores que nadie más quería tener sorprenda a todos y termine ganando el campeonato es algo que puede entrar dentro de nuestra comprensión. Es poco probable, desde luego, pero tiene sentido. Es coherente, aunque sea desde el punto de vista de la ficción estadounidense, que nos ha hecho interiorizar como propio el sueño americano del underdog. Pero que todo este cuento sea protagonizado por un entrenador como Claudio Ranieri no hay quien se lo crea. Parece una imposición. No cuadra. Aleja al espectador de la historia. No le lleva a empatizar.
El italiano es un entrenador con 30 años de carrera que no ha ganado prácticamente nada, pero que sí que había estado en muchos grandes equipos. Además, desarrollaba un fútbol no demasiado estético, lo que le convertía «en uno más». No era como Zdeněk Zeman. No era uno de esos técnicos bohemios que han hecho carrera en equipos de segunda o tercera fila intentando acabar con ciertos tabúes al proponer un fútbol mucho más dado a la lírica, las palomitas y los milagros. Un personaje así sí que encajaba con el sueño del Leicester. Sí que hacía su historia posible. Sí que nos la hubiéramos creído sin verla. ¿Pero Claudio Ranieri? ¿De sus 30 años de carrera qué nos podía hacer pensar que iba a ser el gran protagonista de una de las historias más bonitas del fútbol moderno? ¿Por qué Claudio Ranieri?
A Ranieri nunca le había llamado la atención eso de ser un entrenadorSon muchas los días que nos hemos pasado reflexionando acerca de esta cuestión, intentando encontrar los caminos que le habían conducido hasta Roma y los sucesos que le habían preparado para poder vivir una situación así. Pero hasta que no se le da la vuelta a dicha pregunta, es imposible tratar de comprender qué pinta el italiano en esta historia. Así que, allá vamos: ¿Y por qué no Claudio Ranieri? En una entrevista publicada en la Panenka #49, el técnico italiano daba una respuesta que lo resume todo: “Por mi carácter no me conformo nunca, y si miro atrás me digo: has logrado mucho, pero no has llegado nunca en el momento justo”. Absolutamente toda su carrera se desarrolla a partir de esta paradoja que él mismo plantea. Pero… ¿es posible acaso lograr tanto y no haber llegado nunca en el momento justo? ¿Hasta qué punto esto es cierto? ¿Cuánto de excusa y cuánto de realidad hay? Lo cierto es que para llegar a la élite como entrenador sí que llegó en el momento justo y dio con el tipo indicado. Mismamente, cuando era un chaval jugaba como interior o, sobre todo, como delantero. Y no lo hacía mal. Simplemente tenía un problema: no marcaba goles. Por ello, Luciano Tessari le propuso situarle como defensa, tanto de central como de lateral, y de esta manera el joven Claudio pudo completar una larga carrera como futbolista. No fue demasiado exitosa, pero fue. Además, al final de la misma tuvo la fortuna de coincidir con Gianni di Marzio en la US Catanzaro y en el Catania, lo cual propició su paso a los banquillos. Ranieri no se veía allí. Nunca había pensado en ello, nunca había tenido mucho interés. Pero Gianni le convenció, le consiguió su primer trabajo y le hizo entrenador.
La carrera de Claudio Ranieri en los banquillos comenzó desde lo más bajo.
Ranieri no ha sido un técnico ganador, pero su balance es positivoSon muchos los futbolistas que en los últimos años de su carrera van orientando su futuro hacia los banquillos, ya sea formándose para ello o incluso cambiando su visión del fútbol, pero este no fue su caso. Sin embargo, no resulta demasiado aventurado afirmar que rápidamente cambió de parecer. Los siguientes treinta años así lo atestiguan. No obstante, el romano lleva tres décadas sentándose en los banquillos de forma prácticamente ininterrumpida (únicamente paró entre 2005 y 2007), conformando así una de las trayectorias más dilatadas del fútbol contemporáneo. Gracias a este hecho, tenemos la posibilidad de hacer una valoración general sin perdernos en los altos y bajos que todo profesional del fútbol tiene. Así pues, antes de los detalles, vayamos a lo global: Ranieri ha entrenado a Vigor Lamezia, Campania Puteolana, Cagliari, Nápoles, Fiorentina, Valencia, Atlético de Madrid, Chelsea, Parma, Juventus, Roma, Inter, Mónaco y Grecia. Simplificando, ha dirigido a 14 equipos, de los cuales 10 de ellos han sido campeones de liga y otros 11 tienen títulos continentales. Su palmarés particular, en cambio, no arroja tantos éxitos: apenas un par de Copas, una Supercoppa de Italia y otra de Europa, a la cual se había llegado por mérito de otro entrenador. Pero una vez apuntado esto, hay que recordar la frase de Claudio: «has logrado mucho, pero no has llegado nunca en el momento justo”. Y ciertamente, cuando uno hace un repaso en profundidad, en primer lugar se da cuenta que la mayoría de trabajos de Ranieri se han saldado con una nota que bien podría oscilar entre el aprobado alto y el notable bajo. Como repasa Paco López en su maravilloso texto en «El Español», normalmente dejó a sus equipos bastante mejor de lo que se los había encontrado. Acumuló ascensos, resolvió problemas y continuó proyectos, pero al final ninguno tocó metal de verdad. ¿Por qué? ¿Nunca llegó en el momento justo?
Evidentemente hay de todo, pero por lo general Claudio Ranieri tiene razón. Comencemos desde el principio. El técnico italiano, de por entonces 34 años, inició su carrera en una de las categorías más bajas del Calcio, el Campeonato Interregional, con un Vigor Lamezia en el que únicamente duraría tres meses. Allí su debut en los banquillos estaba siendo positivo, es más, tenía al equipo líder, pero todo lo que rodeaba al club no convencía nada a Ranieri, que no dudó en abandonar cuando entendió que «ciertos personajes» volvían a estar demasiado cerca. Un poco más duradero sería su paso por el Campania Puteolana, club que estaba en la Serie C1 y que descendería a la Serie C2 después de que Claudio llegara, le echaran y volviera. Este no fue un buen año. El equipo ganó pocos partidos, pero curiosamente uno de ellos le valdría la primera gran oportunidad como técnico: el 1-0 ante el Cagliari. El club rossoblu, campeón de Italia en 1970, había bajado hasta la Serie C1, en parte por los numerosos problemas económicos que sufría. Sin embargo, pese a esto, era «la Juventus de esta liga». Debía ascender el primer año de forma holgada, pero no lo hizo. En parte por su derrota ante Ranieri en Pozzuoli, que no fue una cualquiera. El día comenzó con el Cagliari entrenando sobre la única parte de hierba que tenía el campo del Puteolana, y por eso el concejal de deportes le preguntó a Claudio sí quería que lo echasen de ahí, pues estaban estropeando la poca hierba que había. Pero Ranieri se negó: “No, no, déjalos. Se están durmiendo y no se dan cuenta. Ahora calientan ahí, pero luego deberán jugar en arcilla y así no saben jugar”. Y así fue. El Puteolana ganó 1-0, y el presidente del Cagliari, Antonio Orrù, que había escuchado por accidente dicha conversación, apuntó el nombre del joven técnico de los locales en su memoria «por si todo fallaba». Y como después todo falló, tanto el ascenso como la tarea de convencer a un entrenador más reputado, Orrù telefoneó al recién descendido Ranieri.
Su ascenso a la élite del fútbol italiano fue meteórico, pese a no ganar casi nada.
Esta afortunada anécdota fue toda una bendición tanto para el Cagliari como para Claudio. “Como entrenador florecí en Cagliari”, suele decir. Allí pasó tres temporadas en las que no pararía de acumular buenas noticias: el primer año ascendió como primero a la Serie B y ganó la Coppa Italia Serie C1, en su segundo curso logró el ansiado ascenso a la Serie A y, finalmente, el último año consolidó al Cagliari en la máxima categoría, salvando al equipo con una formidable segunda vuelta tras haber sumado sólo 9 puntos en la primera. La clave del éxito este último año fue dar lugar al talento de Enzo Francescoli, pero la premisa táctica que englobó su etapa fue la solidez defensiva: de hecho, en sus dos primeras temporadas encajó sólo 43 goles en 72 partidos. Claudio, sin lugar a dudas, era un técnico defensivista.
Su estancia en Nápoles fue muy de más a menosSu buen trabajo con los rossoblu despertó la atención del SSC Nápoles en 1991, club que había salido campeón de Italia dos temporadas antes y de la UEFA hacía tres. En su escalada a la élite, fichar por el Napoles sonaba primero a confirmación total y, después, a oportunidad de oro. Para que nos hagamos una idea, el Nápoles para Ranieri vino a ser el Valencia para Unai Emery, después de que éste pasara pasara por Lorca y Almería. Sin embargo, el asterisco que figuraba en su contrato era mayúsculo: este sería el primer año sin Diego Armando Maradona. Y esto iba más allá de lo puramente futbolístico, lo cual evidentemente era ya tan importante como que su marcha alejaba al club de los títulos. Su pérdida tenía un impacto todavía mayor. Nápoles sin Maradona eras los Bulls sin Jordan, París sin la Torre Eiffel y Argentina sin la pelota ni Gardel. Así lo explicaba el propio Ranieri: «La sombra de Maradona era alargadísima. En ese intento por atenuar el dolor popular -un dolor casi físico, que se podía respirar, advertir, tocar- Gianfranco Zola fue francamente extraordinario». Lo cierto es que el técnico iba a tener a buenos jugadores a sus órdenes (Blanc, Careca o el propio Zola), pero sin «El Diego» en el equipo todo podía pasar. Era adentrarse en lo desconocido. No se sabía ni que objetivos marcar ni que exigir. Pero fueran cuales fueran estos, parece lógico pensar que la 4ª plaza y su consiguiente clasificación a la UEFA el primer año fue un excelente trabajo. El segundo no fue tan bueno (11º en Serie A, Cuartos en Coppa y 1/16 en UEFA), pero volvería a ganar otro partido clave para él: en su debut en Europa, Ranieri le endosó una manita al Valencia en Mestalla.
Pero antes de dar el salto a España, Ranieri iba a pasar cuatro temporadas en Florencia dirigiendo a una Fiorentina recién descendida a la Serie B. Era la primera vez desde 1939 que el club viola vivía esta situación, así que ni que decir tiene lo enrarecido y demencial del contexto que rodeaba al equipo cuando Claudio llegó. No era el mejor momento, otra vez, pero es que normalmente cuando un técnico asume un equipo es porque el anterior no lo ha dejado donde debería, así que tampoco esta situación era demasiado extraña. Además, la Fiorentina aquel año mantendría a Stefan Effenberg como capitán, conservaría a Gabriel Omar Batistuta como delantero centro y firmaría a un joven Francesco Toldo para la portería. Era un buen equipo. Y Ranieri lo devolvió pronto a la Serie A, tras encajar únicamente 19 goles en 38 partidos, una media propia del Atlético de Madrid de Simeone. Después, en los tres siguientes cursos, lo consolidaría en la parte media-alta de la Serie A, consiguiendo un 10º, un 4º y un 9º puesto, amen de ganar la Coppa Italia 1996 y la Supercoppa 1997 a lomos de «Batigol». En cambio, pese a estos triunfos, la opinión que tienen técnico y afición de esta etapa difiere mucho. Ranieri habla de estos años como uno de los mejores trabajos de su carrera, pero cuando en 2012 se rumoreó su regreso, los hinchas cantaron en el estadio aquello de «Non lo vogliamo, Ranieri non lo vogliamo», que ni necesita traducción. A partir de su éxito en Inglaterra, muchos fans han decidido revaluar todo lo que sucedió. ¿Se equivocaron? ¿Infravaloraron su necesario trabajo viendo cómo luego ningún técnico lo hizo mucho mejor? Quien sabe, pero lo cierto es que la afición le despidió sin derramar lágrima alguna.
Tras varios buenos trabajos pero únicamente dos títulos, Ranieri dio el salto a Europa.
«Les presento al señor Rinaldi», exclamó Francisco Roig. El apellido de Claudio parecía lo de menos, porque tampoco es que en España fuera aún demasiado conocido. Lo importante es que «Rinaldi» sonaba tan italiano como «Ranieri», pues su nacionalidad había sido el principal motivo de su contratación. En septiembre de 1997, lo que el Valencia parecía demandar era un «sargento de hierro» que «enderezase al vestuario». Ya saben, el ciclo de todos los clubes y sus entornos: mano izquierda, mano derecha, mano izquierda, mano derecha… Y Claudio Ranieri representaba eso, sobre todo teniendo en cuenta que venía para sustituir a Jorge Valdano. «Era muy italiano en sus formas. Quería organización y contras. El club había hecho una plantilla para Valdano y él llegó para sacar resultados», explicaba Luis Milla. La fórmula no sonaba muy bien; venía a ser como encargar a un vegano hacer la compra en un asador. Pero funcionó. En las siguientes dos temporadas, el Valencia fue creciendo sin necesidad de mirar atrás. Después serían Héctor Cúper y Rafa Benítez quienes convertirían al Valencia en uno de los mejores equipos de Europa, pero Claudio Ranieri había sentado antes la base futbolística, competitiva y emocional de aquel vestuario. «Nos convirtió en ganadores. Trabajaba mucho el aspecto psicológico», reconocía Miroslav Djukic. Así, los ches pasaron del 9º puesto del primer año al 4º del segundo, que además culminó con el triunfo en la Copa del Rey ante el Atlético de Madrid por 3-0.
Su etapa en el Atlético no iba a poder salir bienAquella final propiciaría miles de halagos para el «Piojo» López, se cree que una canción para Mendieta y, por supuesto, un nuevo contrato laboral para Ranieri. Tras sufrir semejante derrota, Jesús Gil creyó encontrar al técnico definitivo. «Este sí que no puede salir mal», debió pensar mientras llamaba a la radio para anunciar que Radomir Antic ya era historia. Pero sí salió mal. Y, ciertamente, no podía haber salido de otra manera. Más allá de la delicada situación institucional que rodeaba al club colchonero, que sería intervenido judicialmente, se encontraba el hecho de que era más normal ver una temporada con tres entrenadores diferentes que acabar con el que la había empezado. Paciencia no había. Proyecto, tampoco. De ahí que a Claudio Ranieri, un técnico de repliegue bajo y contragolpe casi nunca negociado, se le diera una plantilla que no encajaba con él. Había mucho joven emergente (Solari, Paunovic, Valerón, Baraja, Roberto…), los defensas no casaban con su sistema (Ayala y Gamarra eran muy bajitos para un repliegue) y, además, los más veteranos nunca creyeron en él. La situación fue insostenible desde las primeras fechas. Si duró 26 partidos fue porque el club, en ese momento, estaba a otras cosas. Y claro, al final, el infierno.
En Stamford Bridge hizo un gran trabajo… Pero se tuvo que ir cuando mejor pintaban las cosas allí.
«Nunca he tenido problemas en dar rienda suelta a la fantasía. He entrenado a Zola, pero también a Totti, Rui Costa, Del Piero o Francescoli. Con esos campeones siempre me he encontrado muy cómodo. Y creo que ellos pueden decir lo mismo. […] Siempre he intentando alumbrar una organización que integrase la fantasía dentro del equilibrio, el golpe de genialidad dentro del espíritu de equipo, la iniciativa individual en el trabajo colectivo. Se trata de un todo, en el que hay que tener presente un asunto fundamental», explicaba en Panenka. Traduciendo: la fantasía debía estar integrada y controlada. Ésta ha sido una constante durante toda su carrera, y a mediados de los 2000 ya era de sobra conocido su gusto futbolístico por aficionados, jugadores y clubes. Sin embargo, hubo un día donde lo negoció.
Semifinales Champions League 2003/2004: AS Monaco – Chelsea FC. Y más exactamente: partido de ida, minuto 62, marcador 1-1 y los monegascos con 10. Entonces, en ese preciso momento, Claudio Ranieri decidió retirar a Mario Melchiot (lateral) para meter a Jimmy Floyd Hasselbaink (delantero) junto a Hernán Crespo. «Oh fuck, Claudio, why? Why?», se maldijo posteriormente. Y tenía motivos para ello. El Mónaco, en inferioridad, aprovechó la «licencia» del italiano para meter dos goles, dejar la eliminatoria encarrilada y terminar de confirmar el presentimiento de Román Abramóvich, que creía que Ranieri no era el técnico indicado para dar el siguiente paso. Y esto lo fue todo. Claudio había llegado al Chelsea el año 2000, cuando el conjunto londinense era uno más en la Premier. Poco a poco, con un crecimiento constante, fue asentándose en la parte alta: 6º, 6º y 4º. Y en junio 2003, al principio de su cuarto año, el club cambió de dueño. Y de historia, de ritmo y objetivos. De todo. Ranieri era por entonces muy querido y valorado por Stamford Bridge, lo cual se ha vuelto a recordar recientemente, pero la nueva dirección nunca le vio con buenos ojos. Era lógico. Tras 15 años en la profesión, Ranieri había ganado lo justo. Y Abramóvich quería a los mejores tanto en el campo como en el banquillo. De ahí que, conforme avanzó la temporada, pese a que el Chelsea de Ranieri seguía en Champions e iba segundo en Premier, los rumores se disparaban. Su continuidad estaba en el aire. Se dudaba de él. Las preguntas seguían. ¿Era el indicado? ¿El Chelsea iba a poder ganar con él? ¿Era un técnico ganador? Ahogado por la presión, Claudio Ranieri trató de responder a todas estas preguntas un 20 de abril en el Stade Louis II, y el fútbol le explicó hasta por dos veces que ni él era «the special one» ni éste iba a ser su momento.
La suma de Semifinales Champions más Valencia 2004 dolió. Por eso se pasó dos años fuera.
Cuando uno tiene unas convicciones tan firmes, decide negociarlas y el trato sale tan sumamente mal, el mundo se tambalea por completo y para siempre. Y las consecuencias no se hicieron esperar. En primer lugar, su regreso en 2004 a Valencia no pudo salir peor. Pese a la Supercopa de Europa ganada, el italiano recuerda aquel momento como «el peor de su carrera» sin ningún tipo de dudas. Quizás por esto Claudio decidió parar por primera vez en su carrera. Fue un descanso leve, de apenas dos años, pero que éste se produjera y que, tras el mismo, decidiera regresar a Italia dice mucho de su situación.
Primero estuvo en Parma, después en la Juve, más tarde en Roma y, por último, en el Inter de Milan. Ya por entonces cargaba con el cartel que parece que define su carrera: «soluciono problemas», pero nada más. A Ranieri se le veía como un mero y necesario intermediario. Un entrenador que podía hacer un trabajo útil, como cuando salvó al Parma del descenso, pero que no estaba capacitado para dar el siguiente paso. De ahí que llegara a la Juventus y el Inter en dos momentos tan complejos como poco gratificantes. En Turín desembarcó tras regresar a la Serie A y antes de que Andrea Agnelli cambiara el club, y en Milan le tocó ser el tercero de los muchos y breves sucesores que tuvo José Mourinho. “En la última parte de su carrera en Italia ha entrenado a equipos grandes que estaban en pleno proceso de reconstrucción, como la Juventus por ejemplo. Pero siempre ha sido muy criticado por los hinchas. De todas formas, es que aquella Juve no era esta Juventus ”, nos cuenta nuestro amigo Carlo Pizzigoni, periodista de SKY Italia, antes de detenerse con su etapa en el Inter: “La directiva de Inter de Milan ha sido siempre bastante floja. Aquí se valora más el trabajo de un técnico que no ejerce solamente de técnico… Es decir, se necesita a alguien como Simeone en el Atlético. O como aquí son Mancini y, sobre todo, José Mourinho. Pero Ranieri no tiene este carácter. […] Él llegó, puso su clásico 4-4-2 y continuó el campeonato sin infamia y sin elogios, la mediocridad ranieriana…”. En general, tampoco se puede decir que su trabajo fuera malo, más allá del complicado reto que representaba aquel Inter y que no pudo superar. Además de salvar al Parma, logró un subcampeonato con la Juve y otro con la Roma.
De Mónaco a Grecia, y de allí a su posible finalEn realidad es que era lo de siempre. Un aprobado, pero jamás un sobresaliente. Un trabajo necesario, pero nunca un momento señalado. Exactamente lo mismo que le sucedió en Mónaco, donde primero ayudó a ascender al equipo y luego le colocó segundo de la Ligue 1 tras el poderoso Paris Saint-Germain, pero a la hora de la verdad, al igual que hizo Abramóvich, el presidente del club monegasco quiso apostar por un prometedor técnico portugués. Nadie puede culpar ni a Abramóvich ni al propio Rybolóvlev de tomar dichas decisiones, pues además José Mourinho y Leonardo Jardim confirmaron que erróneas no eran, pero no cuesta nada empatizar en este punto con Claudio Ranieri. Sólo hay que pararse a pensarlo. Si llegaba a un buen equipo era porque éste estaba en problemas. Si iniciaba un proyecto y lo hacía con relativo éxito, cuando tocaba dar el siguiente paso se buscaba a otro tipo de técnico. Y si se equivocaba, el desastre era mayúsculo. Como con el Atlético de Madrid, como con Grecia. «Entrenar a una selección era una vieja aspiración mía. Tal vez debería haber reflexionado mejor, esperar, valorar más a fondo ventajas y desventajas de una aventura sin red de seguridad. Ahí fallé», comenta decepcionado. Ranieri había decidido firmar por una Grecia que acaba de despedir, definitivamente, a su mejor generación de la historia, y además lo hacía en medio de una gravísima crisis que lleva lastrando desde hace tiempo las ligas y el fútbol base del país. Y sucedió lo peor que podía suceder. Sin Karagounis ni Katsouranis y preguntándose qué demonios hacía allí, Claudio Ranieri cayó ante Islas Feroes. Y pareció su final.
“Mi carrera dio igual después de esos cuatro partidos con Grecia. Mi pedigrí se fue. Me convertí en cuatro partidos. ¿Cómo puede ser posible? Les entrené quince días partidos en cuatro ocasiones. Para mí la reputación no es importante. Soy un hombre honesto. Me gusta mi trabajo, pongo mucha pasión y doy todo mi corazón. Por eso, no me importa si soy ‘bueno o no’, un ‘entrenador viejo o joven’, eso son palabras. Lo importante está en el campo”, explicaba muy recientemente Claudio Ranieri.
“Claudio Ranieri? Really?”, twitteo Gary Lineker al conocer que el nuevo entrenador de su Leicester City iba a ser Ranieri. Ahora ya es costumbre recordarle dicha frase al comentarista inglés, pero… ¿quién pensaba lo contrario? ¿Quién se podía imaginar lo que ha sucedido? ¿Quién entiende lo qué ha ocurrido? Hace tan sólo doce meses, Claudio Ranieri parecía haber iniciado esa etapa de tumbos, idas y venidas tan habitual en los técnicos italianos. Incluso se entendía como algo lógico e irremediable.
Entonces, ¿por qué ha pasado lo que ha pasado? No hay respuestas. Lo cierto es que Claudio Ranieri tenía razón con aquello de que «nunca había llegado en el momento justo». El Nápoles tras Maradona, el Valencia pre-explosión, el (pen)último Atleti de Gil, el Chelsea antes de Abramóvich, la Juventus antes de Agnelli, el Inter después de Mourinho… Son demasiados ejemplos como para contradecirle. Pero en realidad es que los momentos, los contextos, también los hacen buenos los entrenadores. Son ellos los encargados de construir su propia historia, de involucrar al vestuario, el club y el entorno en la misma dinámica. ¿O acaso el Leicester City era el momento justo? No, no lo era. El equipo venía de completar un buen final de temporada y ciertos jugadores tenían un potencial muy superior a su rendimiento pasado, eso está ahí, pero lo que ha pasado va más allá de lo que podían apuntar estos indicios. Y esto es mérito de Claudio Ranieri, porque su gestión del grupo ha sido magnífica. El tema de las pizzas, la identificación con el vestuario, el viaje a Dubai, sus mensajes en rueda de prensa… Ranieri hizo todo lo posible para que el triunfo final fuera una posibilidad más. Es cierto que su fórmula táctica sí que encontró en esta paupérrima Premier League 2015/2016 el momento justo, pero sólo con pizarra esto no hubiera sido posible. De ninguna manera. Por eso, actualmente, pese a que siga siendo el mismo entrenador con el mismo curriculum, el nombre de Claudio Ranieri no suena igual. Recordaba Paco López en su acertado texto cómo el italiano es admirador de Rudyard Kipling, en especial de esa estrofa que coloca a la victoria y la derrota en el mismo lugar, en el de los impostores. Y es cierto. Y tiene razón. Y por eso Claudio Ranieri no debía encajar en esta historia. Y por eso finalmente encajó.
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JLB 12 mayo, 2016
Ojo, para que esto suceda hay que soñarlo tambien, mas alla de momento oportuno, de gestionar bien un vestuario, y de tacticas.
No se si Paco Jemez sueña con ganar La Liga cada año que empieza.
Pero parece que Claudio si soñó con ganar la Premier 15/16, y se lo transmitio a todos.
Y con soñar, me refiero a soñarlo de verdad, no añorarlo.