Zidane ha diseñado un equipo que tiene identidad. Se trata de un conjunto que prioriza lo estable sobre lo creativo, que por eso intenta no arriesgar el balón en el inicio de las jugadas, que mete entre siete y ocho piezas en campo contrario pero sólo si penetra en este con la posesión controlada, que en lo físico está como un tiro, que quizá posea la mejor pelota parada del continente y que defiende muy bien tanto tras pérdida como, sobre todo, en situaciones posicionales. La presentación la realiza desde un inamovible 4-3-3 que se matiza a favor de lo conservador con Casemiro y Lucas Vázquez y que añade ese punto de calidad ofensiva cuando alinea a Isco o cuenta con su maltrecha BBC. No estamos ante un sistema cuyo análisis vaya a pasar a la posteridad, pero sí ante uno que es coherente y que permite expresarse a un grupo de ases que achica a sus adversarios a través de su abrumador nivel individual. Todo esto, movido por un carácter esculpido por los años y potenciado por las circunstancias, resultó un obstáculo insalvable para un Manchester City que no estuvo, en nada, a la altura de una semifinal.
El inicio del encuentro anduvo marcado por sus ausencias. Zidane no contaba ni con Casemiro ni con Benzema y volvió a demostrar que es algo más que un psicológico eficiente: en lugar de optar por amarrar, que eraZidane se adaptó bien y puso en el césped todo el talento que pudo lo que venía haciendo en las últimas fechas -las ganadoras-, leyó bien la debilidad de su oponente y puso sobre el campo la mayor cantidad de talento posible, recogida en las frescas figuras de Isco y Jesé. Así pues, Kroos retornaba a la demarcación de mediocentro y Bale y Ronaldo mantuvieron sus posiciones de partida favoritas, ya que sería el canterano canario el encargado de ejercer de “9”. Y precisamente la baja de uno de su tierra, David Silva, no forzó pero sí invitó a Pellegrini a apostar por un futbolista en quien no confía, el crepuscular Touré Yaya. Su conocida pasividad se suponía contraproducente, si bien a su vez se erigía como el único hombre con carácter campeón, con calidad para mover la pelota y con capacidad para lanzar una transición de todos de cuantos disponía su técnico. Actuó como interior izquierdo en un 4-1-4-1 que envió a De Bruyne al extremo de ese perfil.
Modric y Kroos, jerarcas de la Champions, fabricaron un partido plácido para el Real Madrid.
El Manchester City plantó su línea de cuatro medios en el campo del Madrid, buscando poner sobre la mesa los problemas en salida de balón que tanto acusaron los merengues en su eliminatoria de cuartos contra el Wolfsburgo o en el primer tiempo de la ida en el Etihad, pero la respuesta que recibió no fue la esperada. La reestructuración de la medular otorgaba a Kroos y Modric los roles desde donde, con la pelota, más brillan, y entre ambos, gracias a su presencia, temple y movimientos, dieron al Real el total dominio de la situación. Garantizaron, salvo milagro, que el Real iba a clasificarse para la Final de Milan.
Mientras que Toni y Luka apostaban por quedarse en esa zona de confort en la que era casi imposible que les pasara nada malo, Ramos decidió ir más allá porque vio que se podía. Por un lado, empleó la sombra de Agüero en pos de plasmar una superioridad que condicionó a propios y extraños. Sergio no se conformaba con despejar el peligro, sino que robaba y jugaba siempre, a veces incluso uniendo las dos cosas en un mismo toque. Muy en plan «Fernando Hierro». Además, aprovechaba el plus de calidad táctica que tuvo la salida del Madrid para destacar en el primer pase y en conducciones invasivas hacia el terreno enemigo que siempre reportaron ventajas. En la Champions, competir de fábula no se reduce a seguir el libro de estilo, ese que habla de sufrimiento necesario, etc, sino que consiste en interpretar cada escenario y obtener el máximo rédito de cada cual. Si la actitud de Ramos hubiera sido unánime, el Real hubiera resuelto la eliminatoria mucho antes del minuto 90. Sin embargo, sólo Pepe -de menos talento con el balón-, Ronaldo -muy activo pero falto de ritmo- e Isco le siguieron la vez a su capitán.
Isco fue el activador de la oferta táctica que provocó Touré. La pasividad del interior izquierdo del City, que se unía a la de un De Bruyne irritante que permitía a Modric avanzar cuando y cuanto quisiese vía Carvajal, fue intimidando a susIsco fue el impulsor de los minutos en los que el Real pudo resolver compañeros hasta el punto de desestabilizar a Fernandinho, que optó por ir retrasando su posición hasta juntarse con Fernando y formar una especie de doble pivote provisional que esgrimiera una consistencia más restacable. Parecía una medida, como mínimo, cabal, pero el problema residió en que no creyó en ella de veras. El siempre valiente Isco exprimió la coyuntura para recibir mucho balón en el espacio que había liberado Fernandinho, y ahí se armó. Fernandinho, en vez de mantenerse abajo en virtud de su lectura, recordaba su primera obligación y salía, a destiempo, a buscar al genio. Fatal. Isco lo eliminó con cambios de dirección o ritmo salpicados por paredes con sus compañeros y desató una ola de fútbol que, sin ser como para grabarse en la retina del Bernabéu, dio, de sobra, para sentenciar el cruce.
El Madrid pudo echar en falta una versión más traviesa de su inspiradísimo Gareth Bale.
Que el resultado se frenase en el escueto 1-0 pudo deberse a lo que dejaron de ofrecer Ronaldo y Bale. El portugués acudió a las zonas más desprotegidas y aportó claridad y creación, pero, arriba, le costó adquirir ventajas posicionales porque en los movimientos cortos no estaba tan dinámico como en los largos. Mientras tanto, Bale se quedó a mitad de camino entre la normalidad de los corrientes y lo que él representa justo en este momento. Cada uno de sus toques expuso esa finura y esa lectura de juego que le consagra como un futbolista de culto, las sensaciones que emite con la pelota en los pies son de una superioridad verdaderamente fascinante, parece estar un punto por encima del juego sea cual sea la naturaleza de este, pero le faltó ambición o quizá liderazgo para forzar más acciones de peligro. El Manchester City era una choza de papel y él, hoy, es un tsunami inteligente. Ante el Atlético de Madrid, Zidane precisará de un Bale bastante más intrépido, mucho menos conformista, de mayor exposición.
El caso fue que 1-0 al descanso resultaba corto y que el Real retornó del vestuario convencido de que le tocaría sufrir. A este respecto, incluso pudo serle perjudicial el haber disputado tantas semifinales de Champions en las últimas ediciones: tuvo tan interiorizado los trazos de estos encuentros que no se dio cuenta de que lo de ayer, siendo lo mismo, era muy diferente. Por su parte, Pellegrini reajustó el sistema y pasó a un 4-2-3-1 con Touré y Fernando en el doble pivote y Fernandinho de mediapunta. De esta guisa, el costamarfileño le concedió más posesión y el ex-Shakhtar, en principio, un trabajo defensivo más definido. Dicho lo cual, el Madrid se siente muy cómodo defendiendo, el ritmo del ataque de Yaya era bajísimo y la única amenaza latente devenía de un posible contraataque del Real. Hasta que Zidane tomó cartas en el asunto y realizó dos cambios interesantes pero que, en la práctica, no le salieron bien.
Los cambios de Zinedine Zidane no desencadenaron el efecto perseguido por el entrenador galo.
El primero, Lucas por Jesé. Al gozar de menos balón, contar con el trabajo defensivo de Lucas parecía sugerente. Sin embargo, se emitió un mensaje conservador que acrecentó el nerviosismo de su equipo, amén de extraviar la demoledora ventaja táctica que estaba suponiendo Jesé sobre Otamendi y, en especial, un tétrico Mangala. Con Ronaldo en su versión más “centrocampista”, era el canario quien estaba estirando al equipo con los desmarques más agresivos bien a la espalda de un central bien a la de un lateral, y ambas constantes, la del “7” entre líneas y la del “20” punzando, quedaron erradicadas.
En cualquier caso, la sustitución más delicada fue la de James por Isco. A esas alturas de la noche, Pellegrini ya había transformado su esquema en un despoblado 4-2-4 que transmitía vulnerabilidad al tercer pase del Madrid, y James es un creador de ocasiones magnífico que podía rentabilizarlo, pero no lo hizo y, como contrapartida, dejó a su equipo sin el punto de apoyo que implicaba el malagueño tanto a la hora de atacar como a la hora de defender. Por lo tanto, cabe afirmar que, si bien la dirección de campo de Zidane estuvo justificada, resultó desafortunada y dio más vida de la cuenta a un Manchester City que no la merecía. No vida a nivel de juego, pues lo cierto fue que Keylor Navas cerró la semifinal sin una sola parada de mérito en su haber, pero sí vida a nivel de minutos. Con distancias tan estrechas como un gol, cosas más raras que Pellegrini en una Final de la Champions se han visto en este deporte.
En definitiva, el Real Madrid oposita a conquistar la Copa de Europa porque es un equipo capacitado para hacerlo que se midió a un rival que sólo tenía posibilidades si el de enfrente se las facilitaba. Los blancos disputaron un encuentro conservador a partir de Kroos y Modric y se clasificaron sin cometer más error que no acumular más aciertos, que es el error que menos caro se paga en el fútbol. Una vez en el último partido, la tensión está garantizada y también la competitividad. El equipo de Zidane está preparado; no es culpable de que sus últimos 10 adversarios en Liga hayan sido benévolos ni de que el sorteo de la Champions le haya deparado un camino más llano de lo normal. Al revés, es acreedor de haber aprovechado el margen que se le ha concedido para construir, en tiempo récord, un respetable, o duro, candidato al título.
hola1 5 mayo, 2016
La actuacion de Yaya ha superado cualquier actuacion anticompetitiva de la Champions, que poca actitud y es que simplemente no ha hecho nada. Aparte de transmitirselo a jugadores como De Bruyne que ha tenido un partido pauperrimo, salvo la que le da a Fernandinho y pego en el poste.