Jürgen Klopp mandó un mensaje amenazante a Europa con el 3-0 del Liverpool FC al Villarreal CF. La Premier League atesora un poder adquisitivo harto inigualable, Inglaterra ama el fútbol como cualquier otro país y sólo la pobreza táctica de su campeonato ha podido explicar los horrorosos resultados que ha venido obteniendo en el continente en las últimas temporadas. Pero a partir de la próxima, el monstruo dormido será manejado por un grupo de entrenadores que aúnan hambre de triunfos y capacidad para conseguirlos. Entre Bilic, Flores, Pochettino, Benítez, Conte, Guardiola, quizá Mourinho y el propio técnico de Anfield se encargarán de alterar día a día una cultura de juego que, poco a poco, dejará de hacer parecer normal que nuestros jugadores de 10 millones de €uros eliminen sin dudar y por sistema a aquellos por los que en Las Islas se pagaron 35.
El Liverpool de Klopp es apenas un embrión, su fase de desarrollo está muy poco avanzada en lo estructural, pero el alemán ya ha logradoEmre Can jugó de maravilla transmitirle su personalidad siquiera sea para las grandes noches. Ayer expuso una suerte de 4-1-3-2 con el box-to-box Can cerrando un centro del campo que parecía desabrigado, circunstancia que el Villarreal de Marcelino aprovechó en los primeros compases del partido para que Jonathan Dos Santos y Denis Suárez atacaran fácil y sin oposición porque ni Coutinho ni Lallana ayudaban ni lo más mínimo a sus laterales. Hubo ocasiones, pero no entraron. Y tras un error defensivo amarillo que consistió en abrir su sistema defensivo -quizá producto precisamente de las posiciones tan abiertas de Coutinho y Lallana– como si se tratase de un conjunto diseñado por un entrenador inglés de más 60 años, el imponente Emre Can batió dos líneas con una potente conducción de demasiados metros, contrajo al Villarreal sobre él ya en la frontal del área, limpió el juego hacia una banda y el centro acabó en gol. El lío estaba montado.
El Liverpool dejaba espacio, pero no daba tiempo a los pasadores.
Se faltaría a la verdad contando que el Liverpool aplicó una presión insuperable basada en un posicionamiento excelso, pero sí fue cierto que batir esa anti-académica presión que propusieron sus hombres representaba un obstáculo que pocos equipos hubieran podido superar. La pasión de los antaño casi fríos Sturridge, Firmino, Coutinho o Lallana resultó sobrecogedora, mientras que el trabajo de Milner compensando el dibujo y taponando el centro marcaba diferencias; un contexto que hizo que el Villarreal añorase alguna variante. Algo más movilidad de interior de Denis Suárez, o la repentina entrada del suplente Trigueros por Pina, o una salida en larga más preparada -Lovren dominó a Soldado y Bakambú-, o quién sabe qué posibilidad. Lo que estaba claro era que Bruno, una de las piezas más dotadas y fiables de nuestro fútbol, no hallaba la manera de reponer a sus compañeros, y si él no la encontraba, sin cambiar nada no iba a resolverse el problema.
Para jugar tan rápido, la precisión del Liverpool fue tremenda.
Además, la intensidad del Liverpool no decaía una vez recuperaba el balón. El omnipresente Emre Can se erigía como faro y nadie del Villarreal lograba reducir su comodidad, y el virtuosismo técnico del cuarteto anglo-brasileño compuesto por Coutinho, Lallana, Sturridge y Firmino se movía y ejecutaba a una velocidad de vértigo. Los centrales amarillos se vieron parcialmente desbordados por el ritmo impreso. En parte, también, porque la atmósfera de Anfield jugó su papel como en aquellas noches de Champions del último lustro de la pasada década. La ilusión de Jürgen está rescatando el espíritu de su estadio y, con ello, una parte destacadísima del patrimonio de este deporte. Pero, en términos generales, lo más significativo residió en esa sensación de que la Premier League está a punto de despertar porque lo único que le faltaba era aquello en lo que pasará a sobresalir muy pronto: entrenadores capaces de evitar que estrategas como Marcelino coarten a sus atacantes superiores.
@migquintana 6 mayo, 2016
Todavía sigo impactado por lo de anoche en Anfield. La exhibición del Liverpool me parece muy superior a la del día del Borussia Dortmund, porque además de emocional y ambiental también fue futbolística. Por una cuestión de puro ritmo, sobre todo, pero futbolística a fin de cuentas. Nunca en esta temporada el Villarreal había sido tan superado de forma constante. Bastaban un par de pases para encontrar jugadores entre líneas y así girar al entramado defensivo de Marcelino. Fue un locurón, un locurón.
Lo de Emre Can y Roberto Firmino fue destacadísimo. El techo de estos dos futbolistas con Klopp se debe disparar de la misma forma que se disparó el de Kagawa, Gotze, Lewandowski y compañía. Pero a mí lo que más me impactó fue el partido de James Milner, que para Klopp parece ser el Gabi de Simeone.