Entró al campo, miró la Copa y vio una lámpara. Se acercó, la tocó, salió un genio. Le ofreció tres deseos. El Madrid pidió ganar el partido y el genio le contestó que no se lo podía conceder. Ni eso, ni resucitar a un muerto ni otorgar la vida eterna. El Madrid se quejó de sus poderes y luego tuvo una idea: “Quiero al mediocentro que necesito”. Se oyó un chasquido de dedos y a Casemiro le brillaron los ojos. Qué deseo más bien empleado. Y todavía le quedaban dos más.
Pisó el césped, avistó el trofeo, le pareció una lámpara. Se acercó, la frotó, estaba fría, retiró la mano. “¿Veis? Los cuentos de hadas no existen. Nadie va a regalarnos nada. Da igual lo que hayamos hecho hasta ahora. Salid ahí afuera y ganad esta Champions League”, esgrimió Diego Pablo Simeone ante su once titular. Después se sentó en el banquillo y el árbitro pitó el inicio del encuentro. No le gustó lo que vio. El Real jugaba muy bien.
El comienzo patentó la constante más fructífera del equipo de Zidane: todos parecen peores cuando se miden contra él. El Atlético de Madrid venía de exponer una presión maravillosa que asfixió al Barcelona y complicó al Bayern Múnich; trató de aplicarla frente a los blancos y aquello pareció algo improvisado que no se sostenía. La sensación fue producto de un par de circunstancias. La primera, el realismo del Real, que no forzó en ninguna situación inapropiada. La segunda, su descomunal talento, que hizo que casi todas las situaciones parecieran apropiadísimas.
Ramos y Casemiro no requerían ayudas para dar el primer pase con seguridad e intención.
La fluidez propulsada por Ramos trazó el principio del origen. Sus pases fueron tensos, rasos, largos e inteligentes. A él se unió Xabi Casemiro Alonso y ambos se bastaron en el carril central, lo que permitió a Kroos y a Modric adoptar posiciones más esquinadas. Con ellas, abrieron al Atlético de Madrid. Los rojiblancos estaban separados entre sí y despegados del balón. Pero para Simeone, eso no supone un problema, sino una oportunidad perdida; precisamente la fuerza de su presión se basa en que, incluso en aquellas jugadas en las que Iniesta y Pep la superaron en cuartos y semis, luego no pasó nada. Su fortaleza defensiva en campo propio es tremenda y, en lo individual, no la desmerece.
Ocurrió que anoche se batió con dos fenómenos y que uno de ellos ejerció como tal. Bale es el crack más rápido de la Tierra pero, durante la mayor parte del tiempo, le gusta jugar caminando. Es algo que sólo se puedenBale brilló con la luz propia que, en estos momentos, le alumbra permitir él y otro más. En su caso, se debe a dos motivos. Justo su velocidad es uno de ellos: da tanto miedo que se suba a su cohete que, si no está muy rodeado, su marcador debe alejarse de él un metro para partir con esa ventaja por si acaso propone una carrera. Eso le granjea cierto margen. Después está su extraordinaria calidad técnica en el espacio reducido. Siempre gozó de ella, pero lo de hoy es otra cosa. Es como si el centro de gravedad de su cuerpo hubiera descendido hasta el tobillo de su pierna zurda; sobre él hace y deshace donde la falta de sitio inhabilita a los demás. Sus controles orientados, sus primeros pasos, sus primeros toques y sus conducciones -las limpias y las rebotadas- fueron un factor ingobernado en la zona donde el Atlético necesita gobernarlo todo. Las ocasiones creadas no eran directas; sus acciones se saldaban con faltas y córners a favor. Ahora bien, en esa pelota parada, los de Zidane generaban pavor. Lo del francés en este apartado ha sido de cum lauden.
Tras el 1-0, el Madrid adoptó un plan que mitigó su superioridad e igualó el envite.
Pero todo esto apenas sucedió con regularidad hasta que el central que marca goles en las Finales de la Champions cumplió con su parte del trato. Tras el 1-0 de Sergio Ramos, el Madrid quiso ser tan humildemente pragmático que pasó a jugar en función del Atleti. “Es ahora”, volvió a chillar Simeone.
Y de verdad lo era. La respuesta del conjunto colchonero rozó lo encomiable. Tomó la pelota, metió a los dos laterales en la mitad que terminaba en Navas y se echó a los hombros el peso del partido con mucha, mucha fe. Crédito infinito a Gabi, omnipresente en las ayudas contra Marcelo, Kroos y Ronaldo y centro neurálgico de la posesión de su equipo. Además, tuvo la inteligencia para encontrar la ranura que dejaba su rival: Bale, ensimismado de sí mismo, sólo bajaba a veces. En muchos ataques de los de Simeone, Filipe Luis estaba desmarcado; Koke se juntaba con él, le hacían un 2×1 a Carvajal y, si bien no sobrepasaban al pulmón canterano, sí que instalaban la pelota bastante más arriba de lo que Zidane hubiese preferido. Y cuando Modric se veía tentado de ayudar a Dani, Griezmann se colaba en su hueco y arañaba al Madrid en partes sensibles. Parecía un escenario prometedor. El problema radicaba en que los arañazos del francés, a Sergio Ramos y a Mauro Casemiro Silva, no le hacían más que cosquillas. No fue casualidad que Keylor completase una única parada de mérito en 120 minutos de Final. Los rojiblancos no podían superar la zaga de su adversario -más allá del error individual de Pepe que motivó el penalti que marró Antoine-.
Carrasco estuvo a muy poco de convertirse en un nombre imborrable en la historia del Atleti.
La segunda parte reunió dos noticias que sí cambiaron el encuentro: entró Carrasco y se lesionó Carvajal. O sea, entró Carrasco para encarar a Danilo. Desde ese instante, el Cholo pudo atacar como a él le funciona contra los conjuntos que son gigantes, que es insistiendo una y otra vez en una jugada determinada que le dé mucha ventaja. El belga fue un tormento para el brasileño y también en general; al Atlético le bastaba con encontrarlo abierto para soñar con ocasiones de gol. Este futbolista está destinado a ganar títulos en un futuro no lejano. Volteó la inercia emocional de la batalla por sí mismo.
El Madrid necesitaba reaccionar y Zidane no dudó al ejercer su derecho. No lo hace (dudar) jamás, no le da miedo tomar decisiones. Calculó que no podía resolver el conflicto defensivo que se le había presentado y concluyó que un modo indirecto de solucionarlo estribaba en aumentar su porcentaje de posesión. Nunca lo había intentado en ningún marco semejante, pero fue su elección y la personificó en Isco. Ahora bien, quitó a Kroos. Pareció raro. Había estado muchísimo mejor que Modric y pierde menos balones que el croata. Quizá se quedó Luka por ser el defensor más apto de cara a ayudar contra Carrasco. Pero aun así, pareció raro. En cualquier caso, recuérdese que, para el Madrid, la Champions sí es un cuento de hadas. Le ayudaba un genio y todavía le quedaban dos deseos por pedir.
Aquellos fueron minutos ajetreados. El impulso de Carrasco había perdido fuelle, Isco entrado con fuerza y Bale aparecido tres veces. Eso es mucho. Pero el Atlético salió vivo. La Final de Oblak pasará a la historia por su desmoralizante rendimiento en la tanda de penaltis, pero si antes se apuntó que Keylor completó una única parada considerable en los 120 minutos, el esloveno coleccionó varias más -y más difíciles-. El pie a Casemiro del primer tiempo fue una impresionante, y en el tramo en el que estamos, se dieron su fantástico uno contra uno frente a Benzema y el rapidísimo achique a Cristiano en otro mano a mano determinante. Fue el futbolista más resolutivo de la noche, el que más influyó en el marcador. Tras sus paradones, se produjo el gol de Carrasco. Y otro giro de guion más.
El Madrid afrontó la prórroga con tres futbolistas que apenas se podían mover.
El encuentro extravió su cuerpo. Pareció como si ninguno de los dos tuviera claro qué le tocaba entonces, si esperar o proponer. No obstante, la circunstancia que lo condicionó todo, o que debió condicionarlo, fueron las lesiones del Real. Zidane había agotado sus cambios en el minuto 78 y jugó más de media hora con Modric, Bale y Ronaldo pidiendo la sustitución. Daba la impresión de que el tiempo extra pertenecería a Simeone, que precavido, se había reservado dos bombonas de oxígeno. Pero el Madrid invirtió su segundo deseo.
“Dame un equipo fresco”, imploró el campeón. Y a Isco le brillaron los ojos. El joven malagueño estaba rodeado de gente incapacitada, por delante tenía a Gareth y a Cristiano y a su derecha encontraba a Luka, todos ellos tiesos. Isco se movió por cuatro, recibió la pelota, se la pasó a sí mismo, condujo, robó balones. Pareció un centro del campo. Ello asustó al Atlético y desembocó en la banda derecha, donde la exuberancia física de Danilo y Lucas Vázquez marcó la diferencia. La consecuencia de lo explicado se reflejó en la estadística: 11 disparos del Real por 3 del Atlético en la prórroga. En aquel verano en el que el Madrid compró al extremo del Tottenham y al mediapunta del Málaga, estaba comprando Copas de Europa. Llevan dos de tres.
En cuanto al Atlético, contaba con Carrasco pero apenas conectó con él, y la lesión de Filipe Luis, suplido por Lucas Hernández, acentuó la dificultad. Casi todas las salidas rojiblancas partían de envíos directos hacia Saúl o Torres, una iniciación que no causaba problemas al poderoso Patrick Casemiro Vieira. Pero con todo y eso, Simeone pudo entonar por última vez “es ahora”.
Transcurría el segundo tiempo de lo prorrogado y el Madrid perdió un balón con demasiada gente arriba. Modric, medio bien colocado, pudo cortocircuitar el contraataque con un esfuerzo corto, pero su cuerpo se contrajo como un papel que se quemaRonaldo, que no tuvo su noche, realizó su mejor jugada en defensa y el Atlético gozó de una transición en superioridad numérica. Los blancos temieron por su vida e invocaron de nuevo al genio para pedir el deseo que les restaba: “¡Gattuso!”, y a Ronaldo le brillaron los ojos. Fue increíble. Cristiano, adalid de la ambición deportiva, llevaba como media hora sin esprintar ni siquiera para marcar gol, y se pegó una carrera contra el velocísimo Griezmann que se saldó con robo y un ascenso en el panteón del Bernabéu. Porque eso lo hizo Di Stefano, y luego lo hizo Raúl. Son detalles que cimentaron, que cimientan, el carácter del club de las 11 Copas de Europa.
La Final de la Undécima obrado por Casemiro es un partido que cambia una carrera deportiva.
11 Copas de Europa son muchas. Pero resulta fácil comprenderlas. La Champions trata al mundo como si fuera Dios en el Antiguo Testamento. Es severa, distante, tendente al castigo. A sus campeones les exige años de méritos, que se rehagan de sus heridas, que acierten en sus decisiones, que no cometan ni un error. Pero con el Madrid, se comporta de otra forma. Sin entrar a valorar su trayectoria desde agosto, ayer mismo perpetró fallos que a los demás sí les sanciona. No disputó el encuentro que más le favorecía, regaló un penalti injustificable, gastó sus cambios en el minuto 78 pese al evidente riesgo de prórroga y falló ocasiones clamorosas ante la mejor defensa del torneo. Sin embargo, se le premió con una actuación apoteósica de Carlos Henrique Casemiro -que empezó la campaña como futbolista residual-, con una influencia fascinante de Isco Alarcón -foco de crítica durante el curso entero- y con una acción defensiva decisiva del cojo Cristiano Ronaldo -que no defendía ni con 18 exuberantes años-. Más la suerte en la tanda de penaltis, aunque el desempeño de Oblak en esta resultase tan flojo que quizá no quepa aquí hablar de fortuna. Y el tema adquiere mayor relieve si se contrasta que esto se produjo contra el Atlético de Madrid, que ha hecho cuanto está en su mano para levantar este metal. A veces, cuando la Champions ve la camiseta blanca, pierde la compostura. De Dios del Antiguo Testamento, pasa a adolescente enamorada. Algo le dará el Real que en el resto no descubre.
gansus 29 mayo, 2016
"A él se unió Xabi Alonso"
No sé si no he pillado una metáfora de que se unió a Sergio Ramos el espíritu del Vasco o es un error, Abel
Por otro lado, anoche ante pregunta un entrevistador, Zidane dijo que lo de dar el paso atrás tras el gol no fue planeado, sino cosas que a veces pasan cuando marcas un gol… Por apuntarlo 😉