Diego Pablo Simeone reconoció al término del encuentro que se había enfrentado al oponente más difícil de su carrera. En términos colectivos, pareció casi irrebatible. La obra de Pep Guardiola llevó al Atlético de Madrid a un límite desconocido: le obligó a defenderse desde la ignorancia, le forzó a descifrar cada nuevo movimiento como quien intenta explicarse en un idioma que no habla, y le hizo fallar en consecuencia con una frecuencia que, probablemente, un conjunto del Cholo no vuelva a sufrir hasta que vuelva a cruzarse con el entrenador catalán. Los colchoneros accedieron a la Final de Milan porque siguieron creyendo ante la última de las trabas, que, a su vez, era la más difícil de encajar para un grupo basado en su filosofía: encontrarse con un equipo que, como equipo, les dominó con nitidez. Este Atlético nunca va a perder la fe. Ya no hay más pruebas a las que exponerse. Ha superado todas.
Guardiola presentó un once habitado por un portero, cuatro defensas, dos centrocampistas y cuatro delanteros. Con esto, el dibujo esperable, y el que habría que citar en el caso de que resultase imprescindible, fue el 4-2-4. EnA nivel táctico, Pep presentó un equipo de ataque intachable virtud del mismo, en principio, sacrificaba las figuras de los interiores en el centro del campo, pero en la práctica, los extremos Ribéry y Douglas Costa asumieron muchas de sus funciones. En especial, el francés, que protagonizó un encuentro de una riqueza futbolística embriagadora y una pasión emocionante. Además, cuando él ejercía de extremo puro, su lateral David Alaba se cerraba en pos de que la salida de tres del Bayern Múnich, la conformada por Boateng, Xabi Alonso y Javi Martínez, tuviera siempre a su disposición una línea de pase intermedia. A través de ella, podía conquistar ataque tras ataque el tercio del terreno que finalizaba en Jan Oblak. El más peligroso.
Xabi Alonso volvió a bordar el fútbol en una semifinal de la Liga de Campeones.
El reparto de espacios de Guardiola había deparado en una colocación positiva. Tocaba interpretarla. Y qué mejor intérprete que el mediocentro puro más académico que el fútbol de este siglo ha tenido el placer de contemplar. Alonso fue el artista literario que tomó la mente de Pep, el corazón de Múnich y el cuerpo del Bayern y escribió el primer enemigo al que el Cholo no pudo comprender. Con las piezas tan separadas, pero a su vez organizadas, el donostiarra puso su pie al servicio de su lectura y, empleando esos pases impresionantes en los que la velocidad de los mismos prevalece incluso sobre su perfecta precisión, dotó de un dinamismo extremo a una estructura que, por falta de calidad grupal en el espacio reducido, sólo podía alcanzarlo así. La grada del Allianz Arena gritó su particular “uy” cada, literalmente, dos minutos. Asistió a 15 disparos de los suyos en la primera media hora. Uno de ellos, desde el punto de penalti.
Por supuesto, ningún equipo de la Champions puede haber sumado 15 chuts a las nueve y cuarto de la noche (hora española) si su adversario le está defendiendo con acierto. El caso era que el Atlético no lo estaba consiguiendo.José María Giménez lo pasó muy mal; no pudo nunca con el partido El desaforado ritmo ofensivo del Bayern intimidó a sus futbolistas y los echó para atrás -muy, muy para atrás-, amén de que decantó errores individuales encadenados impropios de la zaga de Simeone. Lo de José María Giménez en concreto resultó casi insostenible. Sólo la extraordinaria actuación de Oblak, que no sólo dominó bajo palos sino que ejerció también como ese central dominante que ayer no halló el Atlético de Madrid, le mantuvo en la batalla. Bueno, Oblak y el hecho de que los atacantes del Bayern no están entre los mejores de Europa. Ni en imaginación, ni en técnica, ni en autosuficiencia ni en rapidez de ejecución. Costa, Müller y Lewandowski son buenísimos, muy capaces de ganar una Champions, pero no están a la altura de ese caudal futbolístico que imaginó Guardiola y cristalizaron entre Alonso y Ribéry. El Bayern, jugando peor, o incluso mucho peor, al fútbol, llegó a tres finales en cuatro años porque su estrella vital se llamaba Robben y disparaba sin preguntar.
La dirección de campo de Simeone fue magnífica: redujo la diferencia y permitió sobrevivir.
Superada tan terrorífica media hora, Simeone retomó el pulso del encuentro y comenzó a poner tiritas en su maltrecho armazón. La primera consistió en cambiar de bandas a Koke y Saúl. El más joven de los dos adolece de un ímpetu algo incontrolable que le hace demasiado proactivo, y Alaba y Ribéry se estaban abasteciendo de ello; mientras que Koke, más experto, posee más poso y es capaz de pensar con calma en los contextos más intempestivos. Su comportamiento táctico en la banda derecha, unido al golpe anímico que supuso para el Bayern fallar el penalti que le ponía 2-0, estabilizaron al Atlético de Madrid. El partido no se igualó, los alemanes seguían siendo superiores, si bien pasó a haber un rival enfrente que esgrimía más argumentos que su portero, la fortuna y la paradigmática baja de Robben.
Pero sería tras el descanso cuando Simeone tocaría la puerta de la Final y terminaría de consagrarse, en caso de aún precisarlo, como uno de los entrenadores más geniales de la época contemporánea: Yannick Carrasco por Augusto Fernández. El cambio propició un partido nuevo. La reformulación radicó en sustituir el 4-4-2 por un 4-1-4-1 en el que el puesto clave sería el de Saúl Ñíguez como mediocentro.
Por un lado, Simeone mandaba un mensaje de esperanza: “podemos atacar, Neuer no está tan lejos”. En segunda instancia, dibujando dos alturas defensivas en su medular, consiguió subir muchos metros su resistenciaSaúl Ñíguez mejoró su aportación actuando de pivote en el 4-1-4-1 y alejar, por consiguiente, la posesión bávara de la zona de peligro. De repente, y por fin, el Bayern Múnich no ocupaba de modo permanente posiciones que siempre podían derivar hacia una ocasión de gol. Y como añadido, para cuando arribaban a dicho escenario, Godín y Giménez pasaron a contar con la ayuda de Saúl, que ejercía de referencia en la frontal y de tercer central cuando llovía un balón al área. A su manera, representó esa figura que era Tiago y, sin la cual, el repliegue más intensivo del Atlético de Madrid ha perdido parte de aquella fortaleza que le mantuvo como campeón de Europa hasta el minuto 93 de la Final de 2014. El efecto del reajuste fue tan positivo que logró influir en la moral del Allianz. Durante un cuarto de hora, el encuentro se descubrió equilibrado. Aunque tras este paréntesis, y si bien en un registro diferente con un Arturo Vidal desatadísimo, regresó la tiranía bávara.
Griezmann volvió a mostrarse letal marcando la única que tuvo. Su grandeza ya es indiscutible.
Pero lo peor había pasado. Para entonces, los colchoneros ya habían marcado el gol que daba sentido a su propuesta. Fue producto de una acción aislada que no tuvo más presencia en el juego que en ese instante en particular, del mismo modo que ha sucedido tantas veces durante el periplo de Simeone en los días más duros del Atlético de Madrid. Pero, pese a que no formase parte de un plan preestablecido que, por así decirlo, “ya lo viera primero”, no hubo casualidad alguna en el hecho de que se concretara. Nació en la fortaleza anímica y en la calidad individual de este grupo ganador. El magistral Koke y los compañeros a quienes dirige nunca abandonan la intención de mostrar su clase y jugar al fútbol, no importa la crudeza del escenario: tienen interiorizado que una sola acción les basta y que puede surgir en cualquier instante. La sensación de que produce mucho con poco es falsa a la par de injusta: el Atlético, anoche, trabajó su mente durante 96 minutos de (por momentos) insoportable inferioridad para no dejar de creerse capaz de todo y poder afrontar con garantías el segundo capital de su existencia. Por eso Antoine Griezmann, tras una carrera interminable en la que sufrió la angustia de saber que quizá era un entonces o nunca, que el sueño de la Copa de Europa dependía de aquella finalización suya, la metió para dentro como un gigante de la letalidad. Milan le pertenece por derecho propio. Son los tiempos del Atlético de Madrid.
iltuliponero 4 mayo, 2016
Barbaridad el partido de Xabi Alonso.
Gracias a los dos equipos por lo de ayer.