Zinedine Zidane completó la primera fase de su proceso derrotando al FC Barcelona en territorio comanche. El entrenador francés tomó el relevo en el banquillo blanco en el peor momento del club en sus últimas siete campañas; periodo coincidente con la era de Cristiano Ronaldo. Bajo el liderazgo luso, el Real mantuvo una línea irregular como colectividad pero fue inalterable en un sentido: sus futbolistas siempre habían parecido de primerísimo nivel. Por dicha razón, rondaba o batía los 90 puntos en Liga curso tras curso, alcanzaba la semifinal de la Liga de Campeones cada primavera y creía, de modo lícito, en ganar cualquier partido que afrontase en martes, miércoles, sábado o domingo. Pero cuando Zizou cogió el cargo, esto no era así. Sus hombres se habían olvidado de su verdadera calidad; determinadas rutinas y mensajes habían provocado que Marcelo sólo centrase, que Kroos careciera de jerarquía o, incluso, que Ronaldo fuese un poste inmóvil clavado en el punto de penalti. Recuperar sus versiones -no las mejores, tan solo las normales- se imponía como prioridad. Y, tras un trimestre de ardua labor con varios claros y algún oscuro, ayer les salió el sol. El Madrid no es un equipazo, pero su defectuosa estructura vuelve a estar conformada por grandes futbolistas que confían en sí mismos. Puede no ser suficiente, pero no deja de ser mucho. Da incluso para ganar en el Camp Nou. Eso sí, ante un Barça que no contó ni con el acierto de Luis Enrique ni con la intensidad idónea.
El Barcelona tendió al Madrid exactamente la misma trampa que durante el 0-4 de la ida.
La puesta en escena resultó inequívoca; los dos equipos tenían claro su plan. El del Barcelona estuvo condicionado por la solidez de su liderato, por la precaución física (su partido clave es el martes; y muchos de sus mejores jugadores acababan de cruzar el Atlántico) y, desde luego, por el respeto a la BBC. Luis Enrique noCasemiro se suscribió al plan defensivo coral sin ningún error quería que Bale, Benzema y Cristiano corriesen de seguido. Messi dejó la banda derecha, ejerció de centrocampista (a menudo, el segundo más retrasado después de Busquets) y dirigió circulaciones de pelota sin intención ofensiva directa que esperaban que el Madrid cometiera los mismos errores que en el 0-4 de la ida. Cosa que no sucedió. Zidane ordenó a los suyos sobre un 4-3-3 que, en defensa, en contra de lo habitual en épocas pasadas, tornaba a 4-5-1, implicando en el esfuerzo a sus dos grandes estrellas. El efecto deportivo del ajuste otorgó alguna ventaja; pero fundamentalmente, halló su valor en lo emocional: inspiró una actitud de compromiso y sufrimiento en grupo que aportó seguridad a los que iban a defender de verdad. Eso en lo referente al esquema. En cuanto al concepto barajado por este, que era mucho más importante que la mera formalidad del dibujo, el Madrid echó paciencia y eludió la trampa de acudir a por la bola como un ratón a por el queso. No regaló el hueco que, por el conservadurismo de su fútbol, el Barça no se estaba creando. Trazó dos límites horizontales, uno parejo a la divisoria y otro a 25 metros de su área, y entre ambos esperó junto. Nadie salía a presionar salvo que Iniesta, Rakitic o Messi bajasen a recibir. Solo en ese caso, y si estos estaban de espaldas a la portería de Keylor, alguien rompía la línea y saltaba a la presión. En la perfecta asimilación de esta rutina por parte de Kroos y Casemiro se sustentó gran parte de su resistencia prudencial. Ambos completaron actuaciones defensivas muy responsables y acertadas.
Con Carvajal maniatando a Neymar y Pepe fantástico en defensa, Ramos era la vía de agua del Real.
Expuestos los respectivos planes, toca adentrarse en cómo se desarrollaron. Los primeros minutos fueron muy reveladores: en este instante, el FC Barcelona es un equipo bastante superior al Real Madrid. Movía el balón con una tranquilidad de gigante y con una fluidez acomodada (el ritmo no era alto, pero sí ininterrumpido y uniforme); y aunque no exhibía una auténtica ruta para atacar, aunque no hacía nada por abrir pasillos por los que ofender, la simple inercia del choque le proporcionaba acercamientos peligrosos. Dicho de otro modo, la estrategia culé era muy sosa, pero el equipo es tan salado que, de por sí, hacía sus cosillas; mientras que los blancos habían propuesto un sistema defensivo coherente y bien aplicado pero que, al enésimo pase de Messi, se desquebrajaba un poquito. Además, el Barcelona gozaba de una ventaja constante muy decisiva en el emparejamiento entre Luis Suárez y Sergio Ramos. El uruguayo atacaba, en especial, su espalda, y sacaba petróleo. El capitán merengue fue el único hombre sobre el campo que no estavo a la altura del partido. Una altura, por otro lado, destacable, pues, si bien la calidad colectiva no brillaba como brillará si ambos conjuntos tienen la suerte de cruzarse en la Champions, el nivel individual recogido generaba una tensión muy superior a la media. Aunque no pasaba casi nada, siempre podía pasar algo.
Y entonces, el Barça se creó un problema de los que suele crearse el Madrid, y el Madrid se inventó una resurrección de las que suele inventarse el Barça. Luis Enrique tenía no entregados, pero sí expuestos a los merengues, y su falta de agresividad redujo a ninguna el número de ocasiones en juego. Todas las quePepe, con balón, fue el más castigado por la inferioridad táctica del Madrid: perdía todo creó fueron por situaciones aisladas; no provocó una inercia de daño que pareció, sin duda, a su alcance. Le dio vida a su rival. Mientras que los de Zidane, en lo que fue la clave del Clásico, hicieron lo que se requería para aprovechar esa tregua: creer. La superioridad táctica del modelo concebido por Cruyff decantaba que cualquier jugador local tuviera varias líneas de pase sencillo al recibir el balón; cuando, en cambio, cada madridista que hacía lo propio se veía en un marco de acoso en el que se precisaba de varias maniobras técnicas sublimes para poder mantener la posesión. Y se atrevió a intentar realizarlas. Fue paradigmático que Ramos y Pepe se abrieran para recibir los saques de Keylor pese a la evidencia de que no estaban sabiendo salir. No había plus futbolístico en ello, estaban asumiendo un riesgo objetivo, pero a cambio de algo abstracto muy necesario: alimentar la fe en su calidad. Y aquellos hombres que, al revés de Ramos, Pepe o el, en esta fase, superado Casemiro, sí poseían ese virtuosismo, o esa claridad, comenzaron a comparecer. Con especial mención a Marcelo, Modric y quien aparentó ser, con margen, el hombre más temido por el FC Barcelona, Gareth Frank Bale. Cuando el fenómeno galés iniciaba sus cabalgadas, el Camp Nou descubría a sus campeones en un estado desconocido: el pánico. Hubo una falta de Mascherano tipo “Lo derribo como sea y que acabe esta pesadilla” que no pudo resultar más sintomática. Como cuando uno se pega un cabezazo contra la pared para que se le quite el dolor de la muela.
Marcelo, Modric y Bale rescataron al Madrid con acciones personales de nivel magnífico.
El primer tiempo acabó con esas dos noticias, la de que el Barça era mejor equipo y la de que el Madrid tenía la batería de futbolistas más impresionante que puede visitar este estadio, y como lo primero lo sabía todo el mundo y lo segundo no lo recordaba casi nadie, fue lo segundo lo que más afectó a la respiración El Real Madrid siempre estaba a un pase de Benzema de armar un líodel Clásico. De ahí que hubiera un giro en la actitud azulgrana tras el descanso. La circulación inocente estaba renunciando a un buen caudal de ocasiones a su favor sin obtener a modo de pago la inoperancia ofensiva merengue, así que optó por atacar. Pero lo intentó de la forma en la que peor lo hace: con Messi abajo y en el centro y sin nadie en la derecha. Es decir, el típico formato con el que el Barça acaba casi todos aquellos encuentros en los que debe remontar y no lo consigue. El Madrid pasó a defender un Barça de ataque precipitado que sólo utilizaba dos carriles, y como la calidad con balón de los de Luis Enrique supera a la suya sin él, sufrieron un poco, pero de modo absolutamente rentable: cada vez salían más, cada vez protagonizaban jugadas más relevantes y cada vez se desgastaba más la -ajustada- visión de que había un púgil que era superior al otro. En un córner que fue el tercero consecutivo porque Ramos lo concedió, Piqué anotó el 1-0, pero ni eso desmoralizó a los de Zidane, que minutos más tarde firmaron un gol prodigioso. El tanto contuvo una diagonal finísima de Modric, seis asociaciones consecutivas a uno o dos toques, toda la magia de Marcelo, el carácter de Kroos para arribar al área y el gran remate de Karim. Nueve pruebas de talento del que rompe pizarras. Las ajenas -buenas- y las propias -verdes-. Y ahí residió la mayor de las sumas de Zinedine. Si su Real cree en sí mismo, sabe imaginar lo mejor y filmarlo como los mejores.
El cambio de Arda por Rakitic desembocó en un cuarto de hora de extrema superioridad merengue.
Luis Enrique crecía en incomodidad y tomó una decisión que no le salió bien pero que guardaba cierto sentido, quitar a Rakitic y poner a Arda. Para empezar, necesitaba un cambio de inercia y el ingreso de un hombre tan plástico como el turco se lo podía conceder. Para seguir, él lo relacionaba con pausar más el encuentro y precisamente pausa es lo que atesora el susodicho. Y, para terminar, el movimiento natural de Arda es abrirse hacia la banda derecha, y el Barcelona, al situar tan centrado a Messi, podía agradecerlo. Sin embargo, no constó ninguno de estos pros y sí lo hicieron todos los inconvenientes posibles, recluidos en su totalidad en una única noción: el chico no entiende todavía el sistema del Barcelona. Se cargó la estructura y arrebató al Barça, de esta guisa, el que había constituido su gran aval tanto en sus mejores como en sus peores momentos, la táctica. De modo que el césped pasó a estar ocupado por dos conjuntos algo desequilibrados entre los cuales había uno que tenía su idea más clara, sus hombres más inspirados e, importante, más ganas de ganar. Y no se entienda lo de que el Madrid tenía más ganas de ganar como un mensaje condescendiente hacia los azulgranas. En él descansa la principal crítica que este análisis le ha profesado. El ciclo triunfal del Barcelona se ha cimentado sobre tres pilares: Messi, el legado de Cruyff que recogió Guardiola y ese hambre tan innegociable. Negociar hambre ante el Real, que, aparte de su enemigo íntimo, es el más peligroso de todos sus adversarios si entra en dinámica positiva, no fue la mejor postura.
El encuentro volvió a presentar a Cristiano Ronaldo como el principal adversario del ciclo de Leo Messi.
A modo de epílogo, y no sin antes destacar los interesantísimos minutos de Jesé Rodríguez, dejamos este apartado que parece como intrínseco, que tendemos a dar por supuesto, y que merece una alabanza tan excepcional como lo es aquel que lo personifica: con todo lo que se ha escrito en este texto, la conclusión definitiva radica en que el Real Madrid ganó porque tiene a Cristiano Ronaldo. Así de simple. Sin el portugués, no extrae los tres puntos. Marcelo demostró un virtuosismo inalcanzable para cualquier otro defensor, Modric se resituó al lado de Iniesta como centrocampista más dominante de la contemporaneidad, Bale sembró el pánico con sus arrancadas y Benzema, pese a su imprecisión técnica, patentó que es el único reto que la mente de Piqué no descifra. Pero fue la bestia portuguesa, que no paró de intentarlo pese a que siempre acababa tropezando, quien provocó ese clima de suspense y amenaza y quien terminó firmando un tiro al palo, la asistencia en el gol anulado a Bale y el 1-2 final. En un día suyo de inspiración escasa, en un día en el que ofreció apenas su mínimo una vez ha recuperado su físico y su confianza, produjo lo que, seguramente, ningún delantero vaya a volver a producir en el Camp Nou hasta que él mismo lo visite de nuevo. Cristiano Ronaldo es el extraordinario ser humano que castiga los pocos fallos de Dios.
Fran93 3 abril, 2016
Como bien señalas en el artículo, a mi lo que me chocó más fueron los últimos minutos del Barça, más allá de que la MSN no estuvo muy inspirada durante todo el partido. La sensación de los últimos minutos me dio la imagen de un equipo desganado, que se conformaba con el empate y que se confió en exceso. Daba la sensació que el Barcelona jugaba con la actitud de jugar contra un equipo de media tabla hacia a bajo y no un Real Madrid. Que los mejores jugadores fueran Rakitic y Piqué dice bastante del encuentro.