Hasta el día de aquella carta, la temporada del Atlético de Madrid pasó desapercibida. Nada de lo que hacía llamaba la atención: su ritmo de puntuación en Liga era bueno pero sin proyección de campeón, su fase de grupos en Champions no había resultado brillante y, en general, la línea de su fútbol no transmitía firmeza. De hecho, ni siquiera parecía tener claro cuál era su once titular ni cuál su plan de juego exacto, más allá de esa identidad aguerrida y generosa que caracterizará a cualquier grupo humano al que entrene Simeone en su carrera. Pero el día de aquella carta, todo cambió. El Atlético visitó el entonces intratable Camp Nou para disputar la que se suponía la final de la Liga, y aunque la perdió 2-1, regresó a casa renacido como potencia internacional. Con las bases allí consagradas, conquistar la Liga de Campeones sí iba a estar a su alcance.
Ayer, frente al mismo rival al que se midió entonces, el mismo al que superó la semana pasada mientras se mantuvo la igualdad numérica sobre el campo y el mismo que atesora un potencial futbolístico inigualable en esta época, repitió punto por punto lo del día de aquella carta. No hubo ni trucos ni factor sorpresa, se limitó a enfrentar la mejor de sus versiones contra el FC Barcelona de Leo Messi. Y con toda la dificultad que eso entraña -presente en el hecho de que rozó la perfección y de que, sin embargo, se quedó a un tris de una prórroga muy dura-, el equipo del Vicente Calderón superó de manera nítida al vigente campeón de Europa.
El Atlético de Madrid presionó a toda cancha tras cada saque de puerta de Ter Stegen.
La fortaleza colectiva de este Atlético de Madrid radica en compatibilizar en defensa una idea y una virtud que, para el resto de conjuntos, son incompatibles: presiona de fábula en campo contrario pero, a la vez, no asumeNey y Messi no podían ni intentar realizar un regate. No les dejaban ningún riesgo en el suyo propio. Alucinante. Cualquier plan en el fútbol posee pros y contras, pero el defensivo de los colchoneros, desde que consolidó a Saúl Ñíguez como interior derecho, solo alberga ventajas. Se trata de un engranaje donde cada pieza aporta un plus sideral: Griezmann y Carrasco taponan el escape por dentro, Koke y Saúl paralizan los escapes externos y, entre Filipe, Augusto, Gabi y Juanfran, se alternan la ayuda arriba -para hacer el tres contra tres- con la prudente función de asegurar la espalda de quienes acosan. El Barça sacó a pasear el nivelazo de su salida de balón y logró escabullirse de las emboscadas en muchas de las ocasiones, pero, tras hacerlo, no producía nada. El Atlético seguía gozando de superioridad numérica y, encima, Juanfran y Filipe devoraban a Messi y Neymar no dejándoles ni siquiera recibir y darse la vuelta. Al unísono, en aquel minoritario pero sensible ramillete de intentos en el que sí concretaron el robo arriba, los de Simeone sí crearon peligro. El Barcelona estaba exigidísimo a nivel mental, no tenía derecho a fallar en ninguna zona del campo, todo era exigencia máxima desde que Ter Stegen sacaba de puerta. Y como el Atlético no especulaba, sino que mordía, el Calderón se mantenía en éxtasis.
Jordi Alba fue una debilidad defensiva aérea muy perjudicial durante todo el primer tiempo.
Además, Simeone tiró de archivo, re-analizó la vuelta de los cuartos de la Champions de 2014 y recordó cómo, entonces, basó parte de su éxito en la debilidad aérea de Alba y Mascherano contra Raúl García y Adrián. Y repitió estrategia. Cada vez que robaba la pelota en su terreno, desplazaba hacia Jordi Alba hasta tres piezas (Saúl, Carrasco y Griezmann), ocupaba la zona de rebotes con Gabi, Juanfran y Koke y lanzaba el balón bombeado hacia la parcela señalada. Mientras que para el Barcelona parecía una utopía elaborar un ataque, el Atlético montaba los suyos de la manera más simple. Se fue 1-0 al descanso porque, como bien reflejó Simeone en la rueda de prensa previa al encuentro, sus futbolistas son inferiores a los de Lucho. Con un grado de dominio similar, pero en sentido inverso, se podría haber asistido a una goleada. El Barcelona no estaba fallando en sus ejecuciones; el asunto revestía mayor gravedad: no sabía qué intentar.
La reanudación redibujó las circunstancias. El reloj corría, el Atlético fallaba sus ocasiones -o las estrellaba en el travesaño- y la opción, siempre latente, de que Messi obrara un milagro envenenaba el oxígeno del estadio. Y dio un paso atrás. Si bien resistió de modo estoico y muy, muy razonable, sin perder el control de los sucesos en ningún instante. La actuación defensiva de Godín y Lucas Hernández -tiene toda la pinta de que estamos ante el nacimiento de uno de los centrales del futuro- no suscitaba dudas y apenas permitía amenazas. Solo Suárez arañó heridas ajenas, y por muy bueno que sea el uruguayo, eso implicaba media clasificación rojiblanca. El Barcelona es el mejor cuando Messi finaliza sus ocasiones; si no, es uno de los mejores a secas.
Luis Enrique corrigió bien: escoró a Busquets a la izquierda para que saltase en lugar de Alba y sus dos cambios mejoraron el juego.
En cuanto a Lionel, cabe indicar que comenzó la noche más arriba y abierto que en los últimos encuentros. Era sabedor de que su poder de intimidación reduce potenciales ajenos y destruye sueños impropios, y de que, retrasándose, lo diluye de modo dramático. Sin embargo, el Barcelona era incapaz de llevarle el balón; el naufragio futbolístico de Rakitic es una constante en cada noche discreta del «10». Y, además, él mismo no hallaba la vía para sacudirse la marca de Filipe. Paulatinamente, fue bajando y centrándose, y parece justo reseñar que, con él de pivote ficticio, el Barça mejoró. Por lo menos, se instaló en campo contrario. Y desde los cambios de Luis Enrique, que dibujaron una banda derecha con el profundo Sergi Roberto de lateral y el hábil Arda Turan de extremo, arribó incluso hasta la frontal del área con frecuencia relativa. Para su desgracia, Godín y Hernández no se concedieron ni pestañear. Oblak no hubo de realizar ni una parada de postín.
Iniesta, patinador especializado en superficies infernales, fue lo único, de verdad, distinguido que enseñó el Barcelona. Y Mascherano, multiplicado en lo físico y lo mental durante la segunda mitad, lo único realmente dominante. El resto de cosas extraordinarias fueron obra y gracia del grupo de personas que más desea esta Copa de Europa. Simeone ha explicado a Godín, Filipe Luis, Gabi, Koke, Saúl y Griezmann la historia del Atlético de Madrid, y ellos, por sí mismos, han entendido la barbaridad que representa que dicho título todavía no duerma en las vitrinas del Calderón. Tienen el fútbol, tienen la actitud y tienen su momento. Para no desperdiciarlo, sólo les resta asimilar que, si no en 2016, será el año que viene o el otro. Los proyectos como este, antes o después, se coronan. Cech, Terry, Lampard y Drogba pueden dar fe de que esto es así.
Eduardo Ascanio 14 abril, 2016
Vengo llegando a casa tras reunirme con dos amigos futboleros con quienes comentaba cómo ha mejorado mi comprensión de este deporte tras haber conocido Ecos hace cuatro años (!). Han sido cuatro años de leer Ecos todos los días y no deja de sorprenderme la calidad del contenido que producen. Los lectores de Ecos somos afortunados por vivir en la época de Messi-Cristiano a la vez que somos afortunados por tener este espacio. ¡Gracias!
"El resto de cosas extraordinarias fueron obra y gracia del grupo de personas que más desea esta Copa de Europa. Simeone les ha explicado a Godín, Filipe, Gabi, Koke, Saúl y Griezmann la historia del Atlético de Madrid, y ellos, por sí mismos, han entendido la barbaridad que representa que dicho título todavía no duerma en las vitrinas del Calderón. Tienen el fútbol, tienen la actitud y tienen su momento. Para no desperdiciarlo, sólo les resta asimilar que, si no en 2016, será el año que viene o el otro. Los proyectos como este, antes o después, se coronan. Cech, Terry, Lampard y Drogba pueden dar fe de que esto es así."
Esta frase es muy potente y deja de manifiesto lo que ha conseguido Simeone. Estamos hablando del Atlético de Madrid: del Pupas, del añito en el infierno, del equipo que añoraba aquellos cuartos contra el Ajax del egipcio Dani, del gol de Tamudo a Molina. Esta institución aprendió a ganar y pareciera que el legado trasciende a un grupo específico de jugadores.
¡Enhorabuena a todos los atléticos!