Guardiola genera realidades que no existen. La primera parte de Turín, disputada hace tres semanas, sirvió como buen ejemplo. Empleó sus conflictivas herramientas de una forma tan original y con una presentación tan brillante que el equipo local se pensó enfrente de algo intocable. Pero el Bayern no es intocable, porque el fútbol es de los futbolistas y a los suyos se les puede tocar. La Juventus, desde su competitivo sosiego, tras marcar allí el 1-2, empezó a darse cuenta. Las circunstancias forzaron su arrebato, y durante el mismo, percibieron nítidamente que la calidad de ambas plantillas era muchísimo más pareja de lo que el ambiente había presentado. O de lo que Guardiola había infundido. Y cuando los equipos más duros de Europa, caso de esta Juve, descubren este secreto, Pep sufre. El Bayern sólo es «el suyo» si sus hombres se conciben -para ellos, para nosotros y para sus rivales- como dioses de la historia del fútbol. Si no, la utopía es utópica.
El fallo inicial de Neuer desató la histeria localPóngase en la piel de Lahm, por citar a un indudable. Guardiola le ha convencido de que existe un fútbol donde es posible tener el balón siempre, atacar todo el tiempo y no recibir ocasiones. Porque, en el fondo, su plan consiste en eso. Para desarrollarlo, necesita que Lahm realice labores atípicas que, de arranque, invitan al escepticismo: cuando ofende, debe ocupar zona de interior derecho y ejercer funciones de tal, con el extra de que, para colmo, nadie le relevará en las tareas propias de su demarcación nominal, ni en ataque ni en defensa. Pero Pep le dice: «si hacemos bien el principio, el balón será nuestro, y tendremos tiempo para que llegues a hacer de `6´; y si hacemos bien el final, tú frenarás al rival haciendo de «6», y nunca se sabrá que no tenemos un `2´.» Lahm le obedeció y, crucial, certificó que ¡funciona! Alcanzó la utopía: tiene el balón siempre, ataca todo el tiempo y no recibe ocasiones. Entonces llega a Múnich la Juventus, que es un equipo magnífico con capacidades defensivas extraordinarias, y se propone quitarle el balón al Bayern mientras Neuer, Kimmich y Benatia lo sacan desde atrás. Y en los primeros minutos, lo logra varias veces, porque pertenece a esos poquitos (¿uno? ¿dos?) que son mejores presionando que el Bayern iniciando. En dicho escenario, Lahm no dispone siempre de tiempo para tomar la posición y el rol del interior. A veces, sí, de hecho en la mayoría, pero no siempre, y en esas en las que es imposible, sus compañeros padecen un montón. Y es lícito que Lahm desconfíe de que, por ejemplo, Kimmich vaya a revertir la situación, y resulta humano que su memoria cognitiva pre-Guardiola le haga sentir que está abandonando a sus compañeros marchándose del lateral. Forma, pues, parte de la normalidad que, por consiguiente, renuncie a seguir la hoja de ruta pactada siquiera sea de modo parcial. Pero, justo cuando él u otro lo hace, el Bayern pierde la estructura, y con esta, su equilibrio, y pierde la fe, y con ella, su calidad. Y como ante sí sigue quien se lo incitó, que siempre es uno de los grandes, le dan bien.
Lichtsteiner, el ayer sublime Barzagli, Bonucci, Evra y Alex Sandro conformaron la defensa de cinco.
Khedira hizo 60 minutos excepcionales sin balónKhedira fue el líder táctico del invasivo sistema defensivo de la Juventus. Formaba un 5-4-1 cuya línea más retrasada acometía vigilancias muy severas sobre los cuatro delanteros del Bayern, contra quienes tenía superioridad numérica de un hombre. A su vez, esto daba confianza a la línea intermedia diseñada por Allegri, compuesta, de derecha a izquierda, por Cuadrado, Khedira, Hernanes y Pogba. Decíamos que el alemán fue la clave; se apuntó anoche en «Luces de Ciudad»: es a la Juventus lo que su brújula a Jack Sparrow, porque no apunta hacia el norte, sino hacia aquello que más se desea. Lo que deseaba la signora tildada de vecchia en aquel instante concreto era una presión de riesgo cero; una casi incongruencia que se vuelve posible cuando se dispone de Khedira. Qué centrocampista. Mientras él pensaba y hacía, Pogba reaccionaba a los impulsos. El francés defiende cinco noches al año, pero, por el espíritu de Scirea, larga vida a ese puñado. Paul llega a todo con el añadido de que, un segundo antes, parece que no va a llegar. Así es mucho más efectivo. En síntesis, la Juve estaba cumpliendo su primer objetivo. Luego debía atacar. Lo haría bien. Cómo no. Era miércoles y jugaba Morata.
Morata volvió a seducir a la Copa de Europa con otra actuación portentosa. Quizá, la mejor de su vida.
Morata hizo pasar por débil a Benatia, por cobarde a Kimmich, por lento a Alaba y por torpe a Lahm. O sea, no siguió ninguna mecánica de acción fija; fue cambiando el cariz de sus jugadas según procediera una cosa u otra. Siempre con absoluta confianza y superioridad física, técnica e intencional sobre su par -que nunca recibía ayudas-. Hablando en plata, porque el caso lo requiere: si la Juventus hubiera salido anoche con Suárez, Benzema o Agüero en su lugar, sus opciones de victoria habrían sido inferiores. Morata fue el ariete ideal para lo que requirió su equipo. Su pasado en Madrid, donde se veía inferior a sus compañeros, siembra incertidumbre acerca de su verdadero nivel, pero, tirando de mera objetividad, ha cuajado ya cinco encuentros de Copa de Europa (Real x2, Barça y Bayern x2) de crack mundial irrebatible. España tiene «9».
Los cambios de Allegri no se olvidarán prontoLos obsequios de Pogba, que martirizó a Lahm, y los esfuerzos de Cuadrado terminaban de componer, junto a la claridad de Bonucci y Barzagli y el fuelle de Lichtsteiner, el arsenal ofensivo de la Juventus, que allá por el minuto 67 parecía destinada a anotar el 0-3. Sin embargo, Allegri dio comienzo a un carrusel de sustituciones que el aficionado de la Liga de Campeones nunca olvidará: quitó a Khedira y Morata. Causó perplejidad, nadie lo entendió, aunque sus razones barajaría. En cualquier caso, valorando el efecto, que es lo único a lo que tenemos acceso, no se admitió interpretación alguna: la Juve se cayó y punto. Sin Khedira, perdió metros; sin Morata, la capacidad para recuperarlos. El juego viró a unidireccional, y el Bayern, que no se lo había ganado, supo rentabilizarlo.
Douglas Costa y Kingsley Coman activaron el perfil derecho del ataque muniqués para girar el juego.
A falta de media hora para el final, es decir, antes de los cambios de Allegri, Guardiola había sacado del campo a Alonso para dar entrada a Coman. Coman ocupó el sitio de Costa, Costa el de Vidal y Vidal el del pivote español. De partida, tan sustancial modificación apenas alteró nada, pero una vez se fueron Khedira y Morata, Pep vio cumplida su voluntad. Coman amenazaba y superaba a Alex Sandro, y así demandaba la ayuda larga de Pogba, generando un espacio en «la zona Messi» que Douglas Costa utilizó con carácter heróico. El recuerdo de lo que ha sido Robben vulnera la apreciación a la baja, no pareció tanto partiendo de dicho precedente, pero Costa estuvo a la altura de lo exigible a la estrella del Bayern Múnich. Su constancia por el carril central impidió a la Juventus mecanizar la defensa del centro desde la banda, que, vía Coman o Ribéry, constituía el principal intento ofensivo local. Y en dos se despistó y dos tantos encajó. A la prórroga.
Con la Juventus de bajón, la personalidad propia de un Pep-Team acercó el triunfo en la prórroga.
La prórroga quedó marcada por una brutal bajada de tensión en ambos equipos. El Bayern había logrado la igualada a golpe de riñón, y el agotamiento pesaba más que la euforia, mientras que la Juventus carecía de armas y también de ánimo como para irse para arriba. Y esto, por supuesto, favoreció a los alemanes. En cuanto se dejó de practicar un fútbol fantástico, el Pep-Team recuperó sus constantes, y esté más o menos inspirado, y más o menos intenso, sus resultados son claros y frecuentemente repetidos a lo largo de este texto: tiene la pelota siempre, ataca todo el tiempo y no recibe ocasiones. El cántaro iba a ir poco hasta la fuente, pero alguna vez iría, y en una de ellas, Thiago Alcántara, que había saltado al césped en el minuto 100 con los nervios a flor de piel y dado ligera vida al oponente con dos pérdidas que hicieron a Guardiola perder la paciencia, marcó el 3-2 con tranquilidad inusual. Coman, en la jugada siguiente, ajustició con el 4-2.
La eliminatoria confirma al Bayern Múnich como un contendiente poderosísimo. Su entrenador le transforma en un equipo celestial cuando el adversario carece de la calidad para estropearle alguna de sus rutinas imprescindibles (salida de balón o transición defensiva con recuperación alta); y cuando se mide a uno de esos pocos provistos de la facultad para fastidiarle, le resta tirar de su alemanidad y vencer por insistencia. No es lo más fiable, prefiere sin duda lo otro, pero le vale, como se evidenció, incluso para eliminar a uno de los grandes candidatos a ganar esta Champions League. Una Juve cuya eliminación resulta desoladora. A ver si Atlético y Real Madrid, SL Benfica, Manchester City y VFL Wolsburgo honran su caída como merece.
hola1 17 marzo, 2016
Vaya jugadon de Morata en el 0-2, es que ha sido una bestialidad. En cuanto a los cambios, creo que se equivoco Allegri en sacar a Morata. Me dio la percepcion que desde que salio el español, el Bayern tuvo mas "libertad" y tranquilidad para venirse arrriba, ya no esta la amenaza de Alvaro para liquidarlos en la contra. Gran serie que nos han dado estos dos equipos, una lastima perder a la Juve tan temprano en la UCL.